Los tres carnavales de Barranquilla

Durante los cuatro días de Carnaval, Barranquilla se transforma en muchas otras ciudades. El encuentro, esa posibilidad de acercarse en la diferencia, tiene el poder paradójico de ampliar el espacio.

Ángel Unfried
09 de febrero de 2024 - 12:00 a. m.
Cumbiamba del Carajo, una de las comparsas del Carnaval de Barranquilla.
Cumbiamba del Carajo, una de las comparsas del Carnaval de Barranquilla.
Foto: Luis Eduardo Peña
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Al igual que en los cuatro días de trance del carnaval, en las 132 páginas de El cadáver de papá cabe el universo resumido en una ciudad. La novela fue publicada originalmente en 1976, y a pesar de que su autor no pudo materializar su sueño de hacerse rico al instante, su retrato de una ciudad convulsa y desigual, reparada a las malas por la fuerza aplanadora del Carnaval, sí logró conjurar las distancias socioeconómicas de las tres ciudades que son Barranquilla.

En 2010, Jaime Manrique Ardila volvió a leer esa pequeña novela que había escrito más de treinta años atrás y se encontró con un joven testamento de justicia social a través de la cumbia y el jolgorio: “Descubrí que durante esos días de carnaval, las barreras de clase se relajaban, y los prejuicios raciales eran imposibles de mantener cuando salía a flote que nuestro carnaval es una fiesta de hondas raíces africanas, y que la cultura barranquillera auténtica es más negra que blanca, más africana que indígena o española”.

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Amigo cachaco, amigo gringo, para empezar a entender Barranquilla y su carnaval es necesario situarse en un mapa de clases y etnicidades enmarcadas por las curvas del río Magdalena, las playas del vecino Puerto Colombia y los municipios conurbados hacia el sur del estadio Metropolitano. Cada sábado de carnaval, tres avenidas son el escenario de desfiles que desnudan esos profundos contrastes, pero que –de manera creciente y solo durante ese breve estado de excepción– perforan las fronteras imaginarias: al norte, paralela al río Magadalena, transcurre la Batalla de Flores de la Vía 40; atravesando Barranquilla por la mitad, cada vez más comparsas y carrozas se toman el Carnaval de la 44; y al sur, en la vibrante Calle 17, entre Rebolo y Simón Bolívar, retumba el tradicional desfile del Rey Momo.

El profesor Alcides Dalgis preserva y comparte la historia de ese inmenso sur carnavalero, cuyos márgenes se han transformado, pero cuya identidad permanece intacta: “Desde 1857, Barranquilla se dividió en tres sectores primigenios: Barrio Centro, Barrio Abajo del Río y Barrio Arriba del Río. El desfile del Rey Momo comienza en Rebolo, pasa por Las Nieves y termina en Simón Bolívar. Este desfile nació en 1995, bajo el liderazgo de Bernardo Guzmán Medina, director de la cumbiamba el Gallo Giro; Osvaldo Mendoza, director de La Revoltosa, y Enrique Salcedo, experto en disfraces de Simón Bolívar; los tres conformaron la Asociación de Grupos Folclóricos del Atlántico y lideraron el proceso de retomar la figura del Rey Momo, que había sido central desde los inicios del Carnaval”.

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De esa misma generación hacían parte la rebolera Ángela Pedroza, de la danza del Paloteo Mixto; César “Paragüita” Morales, de las Marimondas del Barrio Abajo; y Alfonso Fontalvo, de la Danza El Torito Ribeño. Fontalvo es el quinto heredero de una dinastía que se remite al nacimiento mismo de Barranquilla, tiempos pretéritos al espantajopismo y el clasismo. “El Carnaval de la 17 no existía: Barranquilla era un terruño sin distinciones, en ese tiempo todos éramos iguales. Esto se llamaba por aquí el Barrio Arriba y del otro lado estaba el Barrio Abajo, pero eran barrios gemelos, nacieron juntos, y Barranquilla comenzó a crecer de aquí para allá”, recuerda Fontalvo a sus 82 años.

Alcides creció en las calles de Simón Bolívar; las mismas donde muchas décadas atrás empezó a escribirse la historia de aquella Barranquilla pionera de la aviación. La pista de aterrizaje en la que tuvo lugar el histórico vuelo de la aerolínea Scadta, es hoy un largo parque tachonado de canchas, en las cuales Milton Pacheco ha formado a generaciones de basquetbolistas y donde los hermanos Ariel e Iván Rene Valenciano comenzaron a patear un balón a ritmo de picós a principios de los años noventa.

El sur de Barranquilla es inmenso y absoluto, hasta el punto que el radiodifusor Jairo Pava se refería a su totalidad como Planeta Sur. Tendido desde las laderas de la Avenida Circunvalar, que al tiempo converge y dista de la Vía 40, hasta las inmediaciones de los vecinos municipios de Malambo, Galapa y Soledad, este planeta diverso abarca asentamientos negros como Nueva Colombia y completos microcosmos mestizos como La Paz. Allá vibra la arista más enraizada en África del triétnico Carnaval de Barranquilla.

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La cultura picotera y verbenera, que muchos asocian con Cartagena, es tan quillera como el desgranado de pollo. A pesar de ello, esta vertiente de potencia musical negra no hace parte de la declaración patrimonial del carnaval. Líderes culturales, como Walter Hernández, miembro fundador de Systema Solar y de Vokaribe Radio, luchan por el reconocimiento de esta tradición que cada vez atrae más visitantes hacia los barrios estructuralmente ignorados.

Hasta hace muy poco, ese universo candente y musical era totalmente desconocido para los extranjeros y habitantes de otros barrios, quienes apenas se asomaban de reojo al regresar del aeropuerto camino a sus apartamentos en el norte. Sin embargo, en armonía con el acertado prólogo de Jaime Manrique Ardila, algunos barranquilleros comprometidos con reconocer su identidad han relajado las barreras sociales y emprendido un viaje de descubrimiento hacia las calles y desfiles del sur de la ciudad.

Hace cinco años, un grupo de artistas y creativos creó el colectivo La Nave de los Locos. Al separarse de la comparsa La Puntica No Ma’, esta disidencia cambió también de espacio: el colectivo se trasladó de la Vía 40 a la Calle 17. Entre sus motivaciones estaba asumir una expresión más política que estética y acercarse a esos maestros mencionados por Alcides y presentes en cada palabra de agradecimiento que les dedican por abrirles las puertas. Al fin y al cabo, ¿para qué sirve una nave si no es para descubrir otros lugares?

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Estos efímeros espacios de encuentro no son propios de Barranquilla sino del Carnaval. Después del Miércoles de Ceniza, la ciudad vuelve a ver con desconfianza la casi improbable movilidad social. Además, no cabe duda de que es más fácil emprender el viaje de arriba hacia abajo. Acaso si tuvieran alguna razón para interesarse por ello, ¿podrían los maestros del sur acceder con la misma facilidad a los espacios del norte?

La Puntica No Ma’, hija de Disfrázate como quieras y matriz de la cual se desprendieron una serie de comparsas performáticas como La Nave y El Desacato, también ha emprendido el tránsito de un desfile del carnaval a otro. La decisión no ha sido voluntaria y responde a una serie de agridulces jornadas. Después de veinticinco años ininterrumpidos desfilando en la Batalla de Flores de la Vía 40, este sábado la colorida explosión erótica de La Puntica recorrerá la Carrera 44.

Cansados de salir de últimos en un desfile que siempre comenzaba tarde y terminaba sin público, la gota que rebosó la copa llegó en 2023: cuatro días después de haber sido ninguneada durante la Batalla de Flores de la Vía 40, La Puntica fue declarada ganadora del Congo de Oro. La reacción de esta comparsa, que se define como “un disfraz colectivo”, no podía ser otra que una respuesta performática. Según Flavia Rosales, una de sus fundadoras: “¡¿Qué Congo de Oro nos vamos a ganar si el público no nos vio?! Entonces tomamos la decisión, con valentía y susto, de ir a la entrega del Congo llevando un cartel que decía que no aceptábamos el premio. Nos dimos cuenta de que la Vía 40 se estaba volviendo puramente comercial y decidimos mudarnos a la carrera 44 a partir de este año”.

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El Carnaval de la 44 no solo se está nutriendo con los desplazamientos de comparsas al interior de la ciudad. Gracias a una decisión estratégica de Edgar Blanco Acevedo, este año la avenida –en cuyas orillas populosas habita La Troja, el estadio Romelio Martínez y La Tiendecita– recibirá a la comparsa Coco Balé del Carnaval de Turbo, Antioquia, y una carroza del Carnaval de Negros y Blancos, de Pasto. Para que esto último fuera posible fue necesaria tanta voluntad institucional como un par de cachetadas a la ingenua vanidad quillera.

En enero de 2024, Barranquilla miró por primera vez con interés auténtico, con admiración discreta –y con cule poco de envidia–, a otro carnaval colombiano. Las impactantes carrozas del Carnaval de Negros y Blancos y el bien orquestado despliegue de una tradición viva, sin estar empañada por un interminable collage de marcas, se volvieron tendencia en las redes sociales. Algunos barranquilleros aplaudieron esta expresión festiva que antes desconocían y otros, muchos, estallaron en furia ante el atrevimiento de que alguien pusiera en duda que el de Barranquilla es el mejor carnaval del país.

Esta inofensiva comparsa de tweets y reels no llegó a mayores. Sin embargo, el alboroto digital de enero fue un espacio de catarsis para un pueblo cada vez más consciente de lo que ya no es un secreto a voces: el Carnaval de Barranquilla ha crecido exponencialmente a lo largo de los últimos 15 años y esa ampliación de visitantes, comparsas, marcas patrocinadoras y eventos alternativos ha supuesto una serie de transformaciones y desplazamientos que hacen eco de la idiosincrasia de la ciudad, de maneras que enriquecen a algunos y que no les gustan a muchos otros.

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Para La Nave de los Locos, esa saturación de marcas y la disposición de los espectadores en la Vía 40 en función de las mismas estuvieron entre las razones para mudar su nave a la Calle 17: “la mercantilizacion del carnaval en el norte se basa en mostrar. Por ello, el desfile de la Vía 40 crea una separación que no es propia de los carnavales: en el teatro hay actor y espectador por separado, en cambio en el carnaval todxs somos actorxs”.

Sí. Todas las personas somos actores o actrices. Unas más que otras. En la portada de la citada novela de Jaime Manrique Ardila, aparece una foto del teatrero Darío Moreu disfrazado de un diablo trepado en zancos y ondeando un miembro tan grande que tiene que sostenerlo sobre su hombro. La crónica “La larga pena del sátiro alado”, publicada por Heriberto Fiorillo en la revista Diners en 2001, narra la denodada lucha de Moreu por defender ante la Policía su derecho a blandir ante el entonces presidente Andrés Pastrana esa inmensa verga roja incautada por las autoridades.

Moreu y Fiorillo no solo coincidieron en esta crónica, como personaje y autor, también fueron protagonistas de otros dos carnavales que han transformado a Barranquilla desde la reflexión y el teatro: La Carnavalada y el Carnaval de las Artes han criado a una nueva generación de barranquilleros levemente menos ignorantes, rescatados por estos esfuerzos independientes en medio de la desidia cultural de las instituciones oficiales.

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En cuanto al sátiro alado, tanto el diablo como la verga y el disfraz son símbolos transversales a la mayoría de carnavales en el mundo. Ese espacio de excepción para la atenuación de las barreras sociales lo es también para los límites del conservadurismo pendejo, de la moralidad hipócrita, de las reglas inútiles y del miedo a la vergüenza. Como lo anota el libro de Jorge Enrique Soto El Diablo en la cultura popular del Caribe colombiano, ese desfogue pagano, que culmina con la redención cuaresmal del Miércoles de Ceniza, se vive por igual en New Orleans, Rio de Janeiro, Portobelo (Panamá), Galapa, Santo Tomás, Juan De Acosta, Puerto Colombia, Turbo y Salvador de Bahía.

Precisamente desde Salvador de Bahía, al no poder contestar la llamada en medio del ruido de los tambores, el profesor barranquillero Luis Carlos Rincón Alba, me respondió con un paper de su colega Aurélie Godetm, de la Universidad de París. Detrás de las máscaras: la política del Carnaval plantea la pregunta en torno a la subversión del orden establecido desde dos orillas posibles: “¿El carnaval, y los rituales simbólicos de desorden funcionan como válvulas de escape que ayudan a reafirmar el statu quo exorcizando las tensiones sociales, o son eventos desafiantes que amenazan el orden predominante y fomentan la formación de una conciencia popular?”.

Quizá la respuesta sea una intuición que algunos asumimos con resignación desde la infancia y que late intensamente bajo el sol de la Vía 40, la carrera 44 y la calle 17: Barranquilla es mucho más clasista que racista, pero el racismo estructural dispone el estrato en un gradiente similar a la escala de grises.

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Esa Barranquilla próspera y pujante, de malecones y efigies de vidrio, que otras ciudades colombianas aplauden como un estandarte del progreso, corresponde solo a un tercio de la ciudad y a un fragmento mínimo de la población: unos pocos menos quemados por el sol, aunque más cercanos al mar desde donde se ve borrosa la extorsión rampante que gobierna los otros dos tercios de la ciudad y a la que algunos responsabilizan por la muerte de Joselito Carnaval.

Amigo cachaco, amigo gringo, el Carnaval de Barranquilla es al menos tres carnavales urbanos y muchos otros, populares, rurales y ribereños. Todos ellos están hermanados por el desparpajo, la valentía política y la sensualidad desnuda; por el color que no pretende ocultar lo negro ni lo blanco; por los viejos obstinados de la tradición y los jóvenes rebeldes que la mantienen con vida; por el sudor de muchos, por el abrazo de todos y por las potentes aguas del portentoso río Magdalena.

Por Ángel Unfried

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Usuario(85410)09 de febrero de 2024 - 08:15 p. m.
El correcto nombre de nuestro colectivo es @lanavedelxslocxs La Nave de Lxs Locxs
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