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Los versos enmarcados de Juan Manuel Roca

Juan Manuel Roca, quien nació en Medellín en 1946, ha reunido en: “Más de 40 años. Más calendarios caídos que en una larga suma de otoños” su Antología Personal, publicada bajo el sello editorial Lumen. Presentamos una entrevista con el poeta y algunos de los poemas de la antología.

Estefanía Trujillo
31 de marzo de 2021 - 10:02 p. m.
Juan Manuel Roca es autor de "Ciudadano de la noche", "Cantar de lejanía", "Temporada de estatuas", entre otros.
Juan Manuel Roca es autor de "Ciudadano de la noche", "Cantar de lejanía", "Temporada de estatuas", entre otros.
Foto: Penguin Random House
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En esta recopilación de poemas el autor plasma en sus letras y de manera muy gráfica, su profundo amor y conocimiento por la palabra, las bellas artes, la vida y la soledad. La obra de Juan Manuel ha sido traducida a más de diez idiomas y en adición a su gran contribución al periodismo cultural colombiano, ha recibido el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y el Premio Casa de América de Poesía Americana (España), entre otros. Actualmente dirige el área de poesía y formas breves en la maestría en escrituras creativas de la Universidad Nacional de Colombia.

¿Entre los oficios de periodista, escritor, crítico de arte y docente cuál consideraría que es su preferido?

Si bien todos estos oficios tienen en común un ejercicio de la palabra, sin duda me quedo con la poesía. Creo que en cierta medida los abarca. Entendida la poesía no como un hecho puramente estetizante sino como una forma de pensar que abarca y trasciende los géneros. Lo que sí creo es que lo que no encierra una poética es efímero. Uno se asoma a cronistas colombianos como Luis Tejada o Jaime Barrera Parra y es más allá del punto de vista y la capacidad de no quedarse en lo puramente noticioso lo que les otorga a sus escritos un asunto poético, una forma de sugerir y crear atmósferas que trascienden lo periodístico. Para seguir en el ámbito colombiano también encuentro poesía al leer a Marta Traba, una crítica que vivió entre nosotros. Ella entreveró sus maneras literarias y su conocimiento del arte a una poética del espacio. La docencia me ha llevado a pensar con algunos de los miembros del Black Mountain, Robert Creeley entre ellos, que “el profesor sugiere y el estudiante reconoce”, que no debe haber en lo posible imposiciones. En todas esas instancias la poesía ha sido para mí una especie de ayuda de cámara, una prótesis para ir por caminos diferentes.

En su opinión: ¿Qué significa ser o no ser poeta?

Diría que el poeta vive una disfunción con la realidad y que sin pretender ser realista da cuenta de su mundo interior y de su entorno. Es alguien que dialoga y se traduce para intentar dialogar y traducir a los demás pero no aspira a emitir únicamente conceptos. Y no ser poeta es dejarse llevar por los esteticismos o por los falsos hermetismos, como decían los antiguos para quienes acuden al expediente de “remover las aguas para parecer profundo”.

¿Qué tienen en común para usted, Colombia, Francia y México?

Diría que México y Colombia tienen mucho en común, caminos tortuosos y entrañables a la vez. Comalas, Macondos y Cedrones, poblados imaginarios que terminan siendo a veces más verdaderos que lo que llamamos con pompa la realidad.  No me canso de citar a Nabokov cuando dice que la palabra realidad siempre debería ir entre comillas, ¿de qué realidad hablamos en países de ámbitos surreales? Bueno, y Francia, país jactancioso que se piensa cartesiano, por contradicción creó un espacio surreal en las artes, el sentido de lo que falta, que es lo que encontramos tanto en la poesía nahuatl como en el arte de José Guadalupe Posada, pero también en poetas como Antonin Artaud que vino a conocer la cultura tarahumara o en André Breton que ama y descubre al gran poeta de Martinica Aimé Cesaire. Varias generaciones de poetas latinoamericanos encontraron en esos pagos surreales una manera de oponérsele a un novo-hispanismo un tanto mimético.

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Defina lo que significa para usted la Casa de Poesía Silva que durante bastantes años lideró...

Fue para la poesía un sitio pionero en América Latina, gracias al empeño de una mujer que está entre las creadoras de la mejor poesía colombiana, María Mercedes Carranza. Yo vi crecer esa entidad cultural y hoy apagarse, venida a menos. Trabajé haciendo talleres de poesía, aprendiendo y enseñando a la vez. Guardo los mejores recuerdos de la Casa y de su incansable fundadora. Además es enaltecedor que ese espacio haya llevado el nombre de nuestro primer poeta moderno.

¿Para Juan Manuel Roca, qué representa pertenecer a la generación desencantada?

No me siento a gusto con esa denominación pues todas las generaciones de poetas, talvez con la excepción de los piedracelistas, que vivían una suerte de encantamiento frente a la más disruptiva generación, la de “Los Nuevos”. En verdad hay desencanto en casi todas las generaciones de poetas, la hay en Mito, la hay en el nadaísmo, la hay en mi generación. La mía ha oído más nombres que una pila bautismal. Del “Estado de Sitio”, “Post-nadaísta”, “Generación sin nombre”, etcétera. Para “contribuir a la confusión general” y decirlo con Pellegrini, yo propuse llamarla la Generación del Inxilio, ya que vivimos exiliados en nuestro propio país.

¿Extraña la sala de redacción en los días en que coordinaba el Magazín Dominical de El Espectador?

La recuerdo como un episodio maravilloso de mi vida y del periodismo cultural del país. El cúmulo de escritores, poetas, pintores, musicólogos, cineastas, sociólogos, ensayistas, cronistas y traductores que pasaron por esa sala de redacción era una fiesta, ahora la cultura en lo dominante vive en el periodismo colombiano más bien una siesta. Trabajar con Marisol Cano fue una experiencia maravillosa. Algo que debe enorgullecer al periodismo es la historia de ese Magazín Dominical (Marzo 20 de 1873 a Marzo 28 de 1983, 518 ediciones). Hay que recordar que desde la fundación de El Espectador en Medellín  en 1887, su fundador Fidel Cano Gutiérrez propició el suplemento cultural como uno de sus ejes primordiales.

¿Su recién publicada Antología personal, contiene poemas de Biblia de pobres, Temporada de estatuas y/o Pasaporte de la patria o son estos textos totalmente inéditos?

Sí. Es una colección temática de poemas tomados de esos libros que señala y de otros. Algunos de los temas son “Del cuerpo”, “De la palabra”, “De las ciudades”, “De la pintura, “De las estatuas”, “De nadie”, “Del país natal”, “De la música” y “De acracia”, entre otros temas y registros. Y sí, hay algunos poemas que no estaban recogidos en libro.

¿Las dedicaciones personales estuvieron presentes desde la creación de cada texto o este detalle lo agregó en algún otro instante?

Ocurrió de las dos maneras. A veces mientras escribía el poema me venía la imagen de alguien, amigo o desconocido, pero otras veces se me suscitaba la dedicatoria cuando algún amigo lo leía, lo comentaba, dialogaba con el poema.

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¿Considera que el cuerpo (ego) y la mente (humildad, sencillez) siempre están en constante batalla?

En mis poemas sí. Mi cuerpo es Mefisto y mi deseo es Fausto.

¿Cree que para escribir poesía se es necesario ser consiente del cuerpo y su sensualidad?

Sí, la sensualidad está también en los tratos del lenguaje. En cuanto al cuerpo, a “su majestad el cuerpo”, como lo llamaba Kafka, no me cabe la menor duda.

¿Quién es Casandra y por qué la incluye en algunos de sus poemas?

Casandra es una hija de los reyes de Troya que “enredaba a los hombres”, una profetisa. Mi amor y respeto por la mujer agorera se da porque se le  define “como representante inmortal de las desgracias que conlleva ser mujer en un mundo dominado por los hombres”. De allí viene también una imagen que recorre algunos de mis poemas: “la mujer que lava el agua”.

¿Escribió algunos de sus versos en los sitios que describe o el espacio no importaba para la inspiración?

Creo que el lugar no define tan bien el sitio de la escritura. Empecé a escribir un poema sobre César Vallejo y su estancia en París en un ascensor vetusto de un edificio bogotano y lo terminé en un vuelo a Medellín. La imaginación no tiene cartografías. Lezama Lima no salió de su país y hay que ver cómo describe sitios jamás visitados.

¿Por qué su fascinación con los caballos?

Me parece el animal más armonioso sobre la tierra. Tal vez sea por eso el más pintado y tallado por los pintores y escultores. Sin jinete es apacible, con jinete encima puede ser también un guerrero. Lo que no me gusta son los caballistas.

¿Cómo decide crear las parábolas apócrifas?

Dándoles un giro, una vuelta de tuerca para quitarles a veces su carga moral, pero a veces también exagerándolas. Las bíblicas son una cantera de poesía y no pocas veces de humor negro.

¿Cómo escoge los personajes, a los que les dedica los testamentos?

A veces me escogen a mí por lecturas o por reminiscencias de grandes y pequeños hombres. Del testamento de un pintor chino al de Pedro Páramo, del testamento del Mercader de Venecia al de Blake y Kafka, de Rimbaud a Espartaco, del flautista de Hamelin a Buenaventura Durruti, hay mucha tela por cortar. Y mucha lápida que grabar.

¿Quién consideraría usted que es su escritor y/o poeta preferido?

Escritor de otra lengua, Kafka. De la nuestra, Rulfo. Poeta de otra lengua, Rimbaud. De la nuestra César Vallejo.

¿Algo más que quiera agregar?

Una frase sencilla del poeta René Char: “en mi país se dan las gracias”.

***

Paisaje del desencanto

Para María Mercedes Carranza

Al asomarse a la ventana

encuentra que se robaron el paisaje.

Mira el techo de la alcoba

y en vez de la lámpara de lágrimas

el cielo filtra la luz que agoniza.

Se asoma al espejo y ve caer

la estrella rota de la melancolía.

Divisa una casa en ruinas,

un país de cielos abolidos

y gentes que guardan en cajas de cartón

un pedazo azul de lejanía.

La soledad,

que es estar en los ojos de ninguno,

termina por fraguar su negro muro.

Un oculto inquilino

le sirve el té en un salón de mascarones.

Sin paisaje, sin ojos en sus ojos,

niña en un tren sin regreso,

se ve despidiendo amigos

envueltos en el cedro del olvido.

Busca entonces

la puerta de emergencia,

la abre y cierra como una flor marchita.

Cortometraje de Bogotá

(Capital de las ausencias)

Es a esta hora cuando las velas se encienden

y la mendiga de la iglesia de las Nieves

guarda bajo su falda un botellón de avispas.

Las mujeres reparten boletines de la aurora

y los circos de carpa de espejos

regresan con las lluvias. Un viento de arrabal

vaga por la sabana haciendo una música de nieblas.

Vendedores de la lotería del verano

bajan al mercado negro entre las moscas

más ruidosas del sonoro continente.

Algunos hombres huyen de prisión

cuando la cordillera de los Andes se despereza

y ríen las mujeres sobre sus zuecos

del color de la champaña. Una sala de cine

proyecta la historia de un fantasma que viaja

en vagón de segunda hacia un poblado del Cauca.

Cuando salimos del socavón del cine

el frío anda suelto por las plazas

y la ciudad se agazapa en un concilio de mantas.

Los poetas callejeros, que trafican en nostalgias,

entonan canciones de ayer en una lengua olvidada.

Un loco subido al techo de un auto abandonado

grita frente a la iglesia de la Candelaria:

«prendan las luces, prendan las luces».

Testamento de la mujer que lava el agua

Una palabra clara como la palabra lámpara.

La lluvia que diseña frías arpas de agua.

La noche que toca su Hamelin en las flautas

del río.

La llovizna de los Andes, sus agujas que cosen

vestidos de alpaca.

Un collar de rocío para usar en ausencia de sol.

Una cuna de agua donde duerme un violín.

La tumba del nadador desconocido.

Un cuaderno de agua con el nombre de Keats.

Las yeguas del oleaje con sus crines de luz.

Un pañuelo de hielo en la frente del verano.

Las nervaduras de una hoja de un árbol de

cristal.

Un libro de agua que se lee a sí mismo.

Cartas escritas en la lengua del lago.

Un Titanic de mimbre que se hunde como una

ballena.

Una ballena que se hunde como la noche.

Mis manos diestras de vieja tejedora,

mis manos blancas en el remolino de las yemas,

mis manos que lavan el agua, que lavan el agua,

ebrias de mar, musgosas de tiempo.

Poética

Tras escribir en el papel la palabra

coyote

hay que vigilar que ese vocablo

carnicero

no se apodere de la página,

que no logre esconderse

detrás de la palabra jacaranda

a esperar a que pase la palabra liebre

y destrozarla.

Para evitarlo,

para dar voces de alerta

al momento en que el coyote

prepara con sigilo su emboscada,

algunos viejos maestros

que conocen los conjuros del lenguaje

aconsejan trazar la palabra cerilla,

rastrillarla en la palabra piedra

y prender la palabra hoguera

para alejarlo.

No hay coyote ni chacal, no hay hiena

ni jaguar,

no hay puma ni lobo que no huyan

cuando el fuego conversa con el aire.

Por Estefanía Trujillo

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