Lucas Villa: “Profe, en esta vamos más unidos”
Estuve con Lucas Villa en el viaducto, me despedí a eso de las 6:30 p.m. No lo vi más, solo cuando en un video, con su misma fuerza y elocuencia, continuaba alzando su voz. Esto fue lo último que salió de su boca, después de pregonar el pacifismo y el amor: “El terco, el dormido, despierten”.
John Harold Giraldo Herrera*
El año en que nació Lucas Villa, 1984, el mundo estaba en caídas, no sólo de muros sino de ideologías. El día que lo mataron, el país estaba en medio de revueltas y levantamientos. En Colombia, 37 años atrás, hubo otra masacre: en la Universidad Nacional, la policía arremetió contra estudiantes por protestar por el asesinato del estudiante Jesús “Chucho” León, y por lo menos seis estudiantes, según la publicación estudiantil 16 de mayo, fueron asesinados. Lucas Villa Vásquez vivió entre dolores de uno y otro asesinato, hasta su último día: “Nos están matando”. Las palabras que dijo durante el día de su fatal culminación dan la vuelta al mundo y las reacciones ante su asesinato han sido: “Nos mataron la alegría”, “murió el alma de la universidad”, “nos dieron en la paz”. Villa nació como semilla. Recorrió el mundo, no con sus sueños personales ni con los de su familia, sino con los de una nación entera. Su padre, en una entrevista, dijo: “Queríamos correr juntos en un triatlón”.
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La noche antes de salir, Villa le envió un mensaje a un amigo que decía: “Si toca irse, toca irse. No hay otra, toca enfrentar eso. Ojalá que el espíritu nos guíe y nos cuide para que podamos sobrevivir y crear un mundo nuevo”. El 5 de mayo se arregló muy bien su barba. Ese día se vistió de pañoleta roja, camiseta azul (de Star Wars), pantalón blanco y de tenis cómodos (que usaba para trotar), así como de las ideas que siempre tuvo y del anhelo que nunca dejó de avivar: la necesidad de pedagogizar. Por ello se subió a las busetas a contarle a la gente las razones del Paro nacional. A Mauricio Gallo, su profesor de la carrera de Ciencias de la Recreación y Deportes, también le anunció que había que salir “a cuidar a la gente”.
Ese día, Villa estuvo rodeado de un aura de elocuencia. Marché junto a él, como miles de personas más, dado que fue una convocatoria a un carnaval cultural, donde artistas de todas las procedencias se expresaron con bailes, música, performance, poesía y teatro. Él bailó capoeira en el Parque Olaya Herrera, donde la multitud levantó los brazos e hizo un minuto de silencio por los desaparecidos, heridos y asesinados. También coreó con júbilo el himno nacional. Lo vi acercarse, y lo grabé, a darle el puño y la mano a policías de un escuadrón que se mostraban amables. Les dijo que son guerreros y héroes, y continuó en la marcha con fervor.
Al avanzar, no dejó de estar entusiasmado. Cantó, me tocó el brazo, sonrió y me dijo: “Profe, en esta vamos más unidos”. Tenía razón, no se tenía un antecedente así en la ciudad de Pereira, pues salieron hasta cinco marchas de lugares diferentes y tomaron lugar diversas programaciones promovidas por la gente indignada. Se subió en barandas y posteriormente gritó por la vida: “Primero lo primero: salud y educación”. Estuvo hasta el último momento siendo lo que siempre fue: un entusiasta. Agradecía en el Viaducto -que comunica a Dosquebradas con Pereira-, a las personas que llegaban con comida. Compartió con jóvenes barristas, les habló de su país, de lo importante de luchar y organizarse. No dejó de alzar con potencia su voz. En el audio a su amigo se le escucha decir: “Puede pasar lo peor. Todos para todos”.
La secuencia de horror no es novedosa en Pereira. Juan Miguel Álvarez, en un reportaje titulado Tiros de gracia, narró cómo varias personas (sobre todo habitantes de calle) han sido asesinadas con armas y capacidades de gente profesional. Por la época se leía en los muros: “Los niños buenos se acuestan antes de las 11, el resto, los acostamos nosotros”. Lo que sí nunca había pasado en sesenta años de existencia de la universidad pública, es que asesinaran a personas que decidieron marchar.
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No es fortuito que en medio de la movilización cultural, e incluso minutos antes de que las balas acabaran con su humanidad, Villa estuviera señalado con un láser verde. Dos días después, volví al viaducto y un trabajador de una de las empresas de la zona, me contó que había ayudado a alzar su cuerpo: “Desde una moto azul le dispararon”. Resulta, además, “curioso” que en las noches anteriores de manifestación el lugar tuviera iluminación y esa noche no. Los disparos se escucharon a eso de las siete pasadas. “Yo vi los casquillos de pistola 9 milímetros”, narró el trabajador. Tampoco aparecen los videos de las cámaras que pudieron haber grabado el hecho, según me dijo la fiscal que lleva el caso, “porque están dañadas”. También me afirmó que “es importante que la gente denuncie y entregue las evidencias”. En una conversación con ella, y con el personal de la Fiscalía, le conté de las cifras de heridos y que justo a la misma hora, dos días después asesinaron a otro joven en las protestas: Héctor Fabio Morales, a quien desde otra moto le silenciaron la vida. En un audio se le escucha decir a su mamá:“Vi enterrar a Gildardo Castaño, a Pizarro y ahora me toca a ti”.
Villa era estudiante de décimo semestre. Quienes estuvieron con él, hablan de su inteligencia. Uno de ellos afirmó a la emisora de la Universidad Tecnológica de Pereira: “Nos conocimos mejor en las salidas. Lucas, en medio de una larga caminata, nos dio ánimos y nos alentó a continuar”, parecía incansable. Además, siempre fue inquieto: hizo algunos años en el Colegio Merani, estudió Cine en la Nacional, pero no la terminó, luego fue aventurero, conoció paraísos en Latinoamérica, pero parece ser que lo que más le causó transformación fue el hinduismo. Fue profesor de yoga y orientó muchas ceremonias. Cualquier cosa que hacía estaba atravesada por su conciencia social, tanto así que prefería no ingerir alimentos con violencia. Le gustaban las frutas y los vegetales, y cuando comía, ofrecía una bendición o agradecía por los alimentos. Lucas amaba su país y estaba aferrado a la vida, su respirar daba cuenta de una pasión desbordante y una creatividad que dejaba a todos muy inquietos. “Era el que ponía la diferencia, y así las clases fueran aburridas, con sus preguntas e intervenciones, las hacía motivantes”. Su promedio fue de 4.5. Además, anduvo siempre en bicicleta, como un acto de fomentar la actividad física y respetar el planeta sin contaminar.
El profesor José Miguel, un políglota cercano a Lucas, con quien recorrió senderos, montañas y paisajes, dice: “Le apasionaban los deportes, contaba con un estado físico envidiable, también era un apasionado de la pedagogía”. Además, comenta que lo “orientó con su luz” y que trabajó para ayudar a criar a sus hermanos menores.
Mauricio Villa, su padre, cuenta que una de sus hijas, que es geóloga, no ha podido conseguir empleo. La sola cifra del 14.2% de los colombianos en desempleo, entre marzo de 2020 y marzo de 2021, y la relacionada con que la población en pobreza pasó de 17,4 millones de personas a 21,2 millones en 2020, según los estudios del DANE, además de alarmar, tienen al país sacudido. Además, mientras escribo esto, se tiene el testimonio de una niña que fue violada y torturada en Popayán, que luego se suicidó, hecho que se suma a las por lo menos 16 denuncias por violencia sexual ejercida presuntamente por la Fuerza Pública, según registró la organización Temblores. También se tiene la cuenta de por lo menos 30 personas que han sido agredidas en sus ojos durante las manifestaciones del Paro nacional.
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Desde las barricadas de primera línea, el asomo del abandono se ha hecho evidente. Algunos de los muchachos me han confesado que han comido mejor durante estos días y que la gente los ha respaldado y abrazado. Me han dicho que han sentido el afecto que antes no tenían en la casa. A Lucas le han hecho murales y su modo de vida, así como lo que decía, lo conocen millares de personas. “Somos noticia, pero no pararemos hasta que seamos historia”, se lee en un cartel de una manifestante.
“En paz muchachos”, sentenció a la multitud posterior al acto de saludar a los policías. No lo hizo sólo él, otros más también se acercaron, además con una pancarta que decía: “A dónde fue el amor con el que juraste defender tu pueblo gritando ‘Dios y patria’”. Lucas fue un pacifista. El profesor Carlos Alfonso Victoria lo dice mejor: “Un día fue mordido por uno de los perros de la universidad. La reacción de él fue pensar que el perro tenía hambre y le compró comida, y le dijo que se reconciliaran”. El 5 de mayo alzó varias veces el puño. La frase del himno “Oh júbilo inmortal” la pronunció con una vehemencia estremecedora. El 12 de mayo, su familia salió a las manifestaciones, y entre varios de los homenajes hechos a su nombre, uno permanente ha sido el de enviar vibraciones y energías bonitas al universo, practicando yoga. Entre los marchantes, los hermanos de Lucas llevaron una tela y con letras escritas en azul dejaron el mensaje de “Somos la revolución del amor, ¡Lucas vive!”.
A su papá le mostró los videos donde hizo de clown. Su fuerza creativa era la de poder “ayudar a las personas que tenían traumas desde su infancia”. En esos trabajos dijo otra frase fenomenal: “Nos vemos en el camino”. El sendero de su vida, como cuando se accidentó en una bicicleta y estuvo cerca a la muerte, le ayudó a entender que no se podía ir así, sin más. Intuía que estaba para vivir momentos grandes y el Paro nacional lo tenía en alerta. Mientras se sostenía por un respirador y por varios sedantes en el hospital San Jorge, estuve dialogando con varios médicos. Además de mencionarme el dictamen de diagnóstico reservado, sus explicaciones no fueron muy esperanzadoras: “Él ya no es candidato a nada,” “tiene reflejos de tallo” “él está convulsionando bastante”. A lo largo de esos siete días que pasó allí, salieron cadenas a desprestigiar su nombre: “Era un gamín” y “es un muerto bueno”, fueron algunos de dichos mensajes.
“Después del dolor, vendrá un nuevo amanecer”, fue la frase que la familia colocó en el funeral. Las canciones, los mensajes, las maneras de enunciar, tanto del estudiantado como de la población en Pereira, en Colombia y en el mundo, han sido el de acoger el mensaje de paz de Lucas, su alegría desbordable y su capacidad de ponerse en el lugar de los demás. La rectoría de la universidad, de Luis Fernando Gaviria, decretó tres días de luto y los profesores en asamblea han reclamado justicia. La decana de la Facultad de Ciencias de la Salud, Patricia Granada, en una emotiva carta, escribió: “Tu vida, siempre joven, será un homenaje perenne al estudiante universitario que alza su voz danzando y enseñando que la libertad es un derecho ya ganado por el que vale la pena luchar”. El representante de los estudiantes del programa que estudió Lucas, Juan David Mesa Montoya, también se pronunció: “Lucas pregonaba en sus charlas, conversaciones e intervenciones académicas el amor, la paz, el don de servicio a los demás; él y la naturaleza son uno mismo, pues tenía una manera mágica de conectarse con todo lo que brota de la tierra y los seres que la habitan”.
La familia de Lucas ahora ha recibido amenazas. La presencia del Esmad a las afueras de su funeral molestó. Un abogado reconocido me dijo que la unidad especial debía estar donde hubiese aglomeraciones y posibles asonadas. Le contesté que al acto fúnebre se ha conocido como un acto de respeto y honra a la vida, así como de reconciliación. Lucas había donado sus órganos mucho tiempo antes de morir.
Fernando Zapata, ambientalista y trochero, me contó: “Fuimos al nevado de Santa Isabel y como él no había otro. Se subía a los árboles, a la hora de la comida no había quien lo parara, nos hacía reír, uno gozaba mucho con él”. Lucas Villa tenía el espíritu en la montaña, su paz en el yoga y la dimensión de la luz la compartió con la gente. Convivió con su esposa y vivió cerca a la universidad. Los vecinos lo han recordado con las palabras que decía en afiches: “En este momento se puede conectar con el amor de una nación, intentemos hacer eso, es la única manera, porque estamos a punto de vivir lo más doloroso que nunca hayamos vivido y podemos todavía detenerlo, y de eso se trata”.
Su camino fue el del buen y el bien vivir. Al decaído le daba palabras y ganas, con el que quería discutía y peleaba con el lenguaje, pero al mismo tiempo sanaba. Ofrecía clases de reiki y daba muchos consejos. Una caricatura lo pone en la dimensión con Andrés Caicedo, el literato, y con el humorista Jaime Garzón. El primero se suicidó y al segundo también lo asesinaron. En medio del Paro y de los bloqueos en Pereira, y ante la situación, el alcalde de la ciudad Carlos Maya, llamó a la conformación de grupos civiles que resguardaran el orden para hacer frente común con las autoridades. La ciudadanía le ha dicho que los cien millones de pesos ofrecidos por los responsables no hablan de un precio, sino que la vida tiene valor. Como dice la doctora Granada en su carta: “Tu partida hacia un plano superior deja tus huellas en este plano material en tus arengas, que son la voz de un pueblo agobiado por la pobreza, por la pérdida de sus líderes asesinados por la inequidad y la injusticia social (…), buscando un poco de esperanza”.
“El barbuchas era un gran deportista, excelente nadador, ciclista y yogui, y runner ni se diga. Fue un caballo para correr, era energía pura, siempre en movimiento”, postula el profesor Mauricio Gallo. Los días pasan, el joven barrista que también fue baleado, y tiene 17 años, mejora. Andrés Felipe Castaño es de aquellos que pasaron de gritar gol y de tener coros de equipos, a gritar “justicia”. Se le veía contento porque las barras andaban unidas y construyendo país.
Estuve con Lucas en el viaducto, me despedí a eso de las 6:30 p.m. No lo vi más, solo cuando en un video, con su misma fuerza y elocuencia, continuaba alzando su voz. Esto fue lo último que salió de su boca, después de pregonar el pacifismo y el amor: “El terco, el dormido, despierten”. Segundos después le dispararon en ocho ocasiones.
El año en que nació Lucas Villa, 1984, el mundo estaba en caídas, no sólo de muros sino de ideologías. El día que lo mataron, el país estaba en medio de revueltas y levantamientos. En Colombia, 37 años atrás, hubo otra masacre: en la Universidad Nacional, la policía arremetió contra estudiantes por protestar por el asesinato del estudiante Jesús “Chucho” León, y por lo menos seis estudiantes, según la publicación estudiantil 16 de mayo, fueron asesinados. Lucas Villa Vásquez vivió entre dolores de uno y otro asesinato, hasta su último día: “Nos están matando”. Las palabras que dijo durante el día de su fatal culminación dan la vuelta al mundo y las reacciones ante su asesinato han sido: “Nos mataron la alegría”, “murió el alma de la universidad”, “nos dieron en la paz”. Villa nació como semilla. Recorrió el mundo, no con sus sueños personales ni con los de su familia, sino con los de una nación entera. Su padre, en una entrevista, dijo: “Queríamos correr juntos en un triatlón”.
Le sugerimos: Homenaje para despedir a Lucas Villa en U. Tecnológica de Pereira
La noche antes de salir, Villa le envió un mensaje a un amigo que decía: “Si toca irse, toca irse. No hay otra, toca enfrentar eso. Ojalá que el espíritu nos guíe y nos cuide para que podamos sobrevivir y crear un mundo nuevo”. El 5 de mayo se arregló muy bien su barba. Ese día se vistió de pañoleta roja, camiseta azul (de Star Wars), pantalón blanco y de tenis cómodos (que usaba para trotar), así como de las ideas que siempre tuvo y del anhelo que nunca dejó de avivar: la necesidad de pedagogizar. Por ello se subió a las busetas a contarle a la gente las razones del Paro nacional. A Mauricio Gallo, su profesor de la carrera de Ciencias de la Recreación y Deportes, también le anunció que había que salir “a cuidar a la gente”.
Ese día, Villa estuvo rodeado de un aura de elocuencia. Marché junto a él, como miles de personas más, dado que fue una convocatoria a un carnaval cultural, donde artistas de todas las procedencias se expresaron con bailes, música, performance, poesía y teatro. Él bailó capoeira en el Parque Olaya Herrera, donde la multitud levantó los brazos e hizo un minuto de silencio por los desaparecidos, heridos y asesinados. También coreó con júbilo el himno nacional. Lo vi acercarse, y lo grabé, a darle el puño y la mano a policías de un escuadrón que se mostraban amables. Les dijo que son guerreros y héroes, y continuó en la marcha con fervor.
Al avanzar, no dejó de estar entusiasmado. Cantó, me tocó el brazo, sonrió y me dijo: “Profe, en esta vamos más unidos”. Tenía razón, no se tenía un antecedente así en la ciudad de Pereira, pues salieron hasta cinco marchas de lugares diferentes y tomaron lugar diversas programaciones promovidas por la gente indignada. Se subió en barandas y posteriormente gritó por la vida: “Primero lo primero: salud y educación”. Estuvo hasta el último momento siendo lo que siempre fue: un entusiasta. Agradecía en el Viaducto -que comunica a Dosquebradas con Pereira-, a las personas que llegaban con comida. Compartió con jóvenes barristas, les habló de su país, de lo importante de luchar y organizarse. No dejó de alzar con potencia su voz. En el audio a su amigo se le escucha decir: “Puede pasar lo peor. Todos para todos”.
La secuencia de horror no es novedosa en Pereira. Juan Miguel Álvarez, en un reportaje titulado Tiros de gracia, narró cómo varias personas (sobre todo habitantes de calle) han sido asesinadas con armas y capacidades de gente profesional. Por la época se leía en los muros: “Los niños buenos se acuestan antes de las 11, el resto, los acostamos nosotros”. Lo que sí nunca había pasado en sesenta años de existencia de la universidad pública, es que asesinaran a personas que decidieron marchar.
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No es fortuito que en medio de la movilización cultural, e incluso minutos antes de que las balas acabaran con su humanidad, Villa estuviera señalado con un láser verde. Dos días después, volví al viaducto y un trabajador de una de las empresas de la zona, me contó que había ayudado a alzar su cuerpo: “Desde una moto azul le dispararon”. Resulta, además, “curioso” que en las noches anteriores de manifestación el lugar tuviera iluminación y esa noche no. Los disparos se escucharon a eso de las siete pasadas. “Yo vi los casquillos de pistola 9 milímetros”, narró el trabajador. Tampoco aparecen los videos de las cámaras que pudieron haber grabado el hecho, según me dijo la fiscal que lleva el caso, “porque están dañadas”. También me afirmó que “es importante que la gente denuncie y entregue las evidencias”. En una conversación con ella, y con el personal de la Fiscalía, le conté de las cifras de heridos y que justo a la misma hora, dos días después asesinaron a otro joven en las protestas: Héctor Fabio Morales, a quien desde otra moto le silenciaron la vida. En un audio se le escucha decir a su mamá:“Vi enterrar a Gildardo Castaño, a Pizarro y ahora me toca a ti”.
Villa era estudiante de décimo semestre. Quienes estuvieron con él, hablan de su inteligencia. Uno de ellos afirmó a la emisora de la Universidad Tecnológica de Pereira: “Nos conocimos mejor en las salidas. Lucas, en medio de una larga caminata, nos dio ánimos y nos alentó a continuar”, parecía incansable. Además, siempre fue inquieto: hizo algunos años en el Colegio Merani, estudió Cine en la Nacional, pero no la terminó, luego fue aventurero, conoció paraísos en Latinoamérica, pero parece ser que lo que más le causó transformación fue el hinduismo. Fue profesor de yoga y orientó muchas ceremonias. Cualquier cosa que hacía estaba atravesada por su conciencia social, tanto así que prefería no ingerir alimentos con violencia. Le gustaban las frutas y los vegetales, y cuando comía, ofrecía una bendición o agradecía por los alimentos. Lucas amaba su país y estaba aferrado a la vida, su respirar daba cuenta de una pasión desbordante y una creatividad que dejaba a todos muy inquietos. “Era el que ponía la diferencia, y así las clases fueran aburridas, con sus preguntas e intervenciones, las hacía motivantes”. Su promedio fue de 4.5. Además, anduvo siempre en bicicleta, como un acto de fomentar la actividad física y respetar el planeta sin contaminar.
El profesor José Miguel, un políglota cercano a Lucas, con quien recorrió senderos, montañas y paisajes, dice: “Le apasionaban los deportes, contaba con un estado físico envidiable, también era un apasionado de la pedagogía”. Además, comenta que lo “orientó con su luz” y que trabajó para ayudar a criar a sus hermanos menores.
Mauricio Villa, su padre, cuenta que una de sus hijas, que es geóloga, no ha podido conseguir empleo. La sola cifra del 14.2% de los colombianos en desempleo, entre marzo de 2020 y marzo de 2021, y la relacionada con que la población en pobreza pasó de 17,4 millones de personas a 21,2 millones en 2020, según los estudios del DANE, además de alarmar, tienen al país sacudido. Además, mientras escribo esto, se tiene el testimonio de una niña que fue violada y torturada en Popayán, que luego se suicidó, hecho que se suma a las por lo menos 16 denuncias por violencia sexual ejercida presuntamente por la Fuerza Pública, según registró la organización Temblores. También se tiene la cuenta de por lo menos 30 personas que han sido agredidas en sus ojos durante las manifestaciones del Paro nacional.
Le sugerimos leer: Cali: protesta, arte y dignidad
Desde las barricadas de primera línea, el asomo del abandono se ha hecho evidente. Algunos de los muchachos me han confesado que han comido mejor durante estos días y que la gente los ha respaldado y abrazado. Me han dicho que han sentido el afecto que antes no tenían en la casa. A Lucas le han hecho murales y su modo de vida, así como lo que decía, lo conocen millares de personas. “Somos noticia, pero no pararemos hasta que seamos historia”, se lee en un cartel de una manifestante.
“En paz muchachos”, sentenció a la multitud posterior al acto de saludar a los policías. No lo hizo sólo él, otros más también se acercaron, además con una pancarta que decía: “A dónde fue el amor con el que juraste defender tu pueblo gritando ‘Dios y patria’”. Lucas fue un pacifista. El profesor Carlos Alfonso Victoria lo dice mejor: “Un día fue mordido por uno de los perros de la universidad. La reacción de él fue pensar que el perro tenía hambre y le compró comida, y le dijo que se reconciliaran”. El 5 de mayo alzó varias veces el puño. La frase del himno “Oh júbilo inmortal” la pronunció con una vehemencia estremecedora. El 12 de mayo, su familia salió a las manifestaciones, y entre varios de los homenajes hechos a su nombre, uno permanente ha sido el de enviar vibraciones y energías bonitas al universo, practicando yoga. Entre los marchantes, los hermanos de Lucas llevaron una tela y con letras escritas en azul dejaron el mensaje de “Somos la revolución del amor, ¡Lucas vive!”.
A su papá le mostró los videos donde hizo de clown. Su fuerza creativa era la de poder “ayudar a las personas que tenían traumas desde su infancia”. En esos trabajos dijo otra frase fenomenal: “Nos vemos en el camino”. El sendero de su vida, como cuando se accidentó en una bicicleta y estuvo cerca a la muerte, le ayudó a entender que no se podía ir así, sin más. Intuía que estaba para vivir momentos grandes y el Paro nacional lo tenía en alerta. Mientras se sostenía por un respirador y por varios sedantes en el hospital San Jorge, estuve dialogando con varios médicos. Además de mencionarme el dictamen de diagnóstico reservado, sus explicaciones no fueron muy esperanzadoras: “Él ya no es candidato a nada,” “tiene reflejos de tallo” “él está convulsionando bastante”. A lo largo de esos siete días que pasó allí, salieron cadenas a desprestigiar su nombre: “Era un gamín” y “es un muerto bueno”, fueron algunos de dichos mensajes.
“Después del dolor, vendrá un nuevo amanecer”, fue la frase que la familia colocó en el funeral. Las canciones, los mensajes, las maneras de enunciar, tanto del estudiantado como de la población en Pereira, en Colombia y en el mundo, han sido el de acoger el mensaje de paz de Lucas, su alegría desbordable y su capacidad de ponerse en el lugar de los demás. La rectoría de la universidad, de Luis Fernando Gaviria, decretó tres días de luto y los profesores en asamblea han reclamado justicia. La decana de la Facultad de Ciencias de la Salud, Patricia Granada, en una emotiva carta, escribió: “Tu vida, siempre joven, será un homenaje perenne al estudiante universitario que alza su voz danzando y enseñando que la libertad es un derecho ya ganado por el que vale la pena luchar”. El representante de los estudiantes del programa que estudió Lucas, Juan David Mesa Montoya, también se pronunció: “Lucas pregonaba en sus charlas, conversaciones e intervenciones académicas el amor, la paz, el don de servicio a los demás; él y la naturaleza son uno mismo, pues tenía una manera mágica de conectarse con todo lo que brota de la tierra y los seres que la habitan”.
La familia de Lucas ahora ha recibido amenazas. La presencia del Esmad a las afueras de su funeral molestó. Un abogado reconocido me dijo que la unidad especial debía estar donde hubiese aglomeraciones y posibles asonadas. Le contesté que al acto fúnebre se ha conocido como un acto de respeto y honra a la vida, así como de reconciliación. Lucas había donado sus órganos mucho tiempo antes de morir.
Fernando Zapata, ambientalista y trochero, me contó: “Fuimos al nevado de Santa Isabel y como él no había otro. Se subía a los árboles, a la hora de la comida no había quien lo parara, nos hacía reír, uno gozaba mucho con él”. Lucas Villa tenía el espíritu en la montaña, su paz en el yoga y la dimensión de la luz la compartió con la gente. Convivió con su esposa y vivió cerca a la universidad. Los vecinos lo han recordado con las palabras que decía en afiches: “En este momento se puede conectar con el amor de una nación, intentemos hacer eso, es la única manera, porque estamos a punto de vivir lo más doloroso que nunca hayamos vivido y podemos todavía detenerlo, y de eso se trata”.
Su camino fue el del buen y el bien vivir. Al decaído le daba palabras y ganas, con el que quería discutía y peleaba con el lenguaje, pero al mismo tiempo sanaba. Ofrecía clases de reiki y daba muchos consejos. Una caricatura lo pone en la dimensión con Andrés Caicedo, el literato, y con el humorista Jaime Garzón. El primero se suicidó y al segundo también lo asesinaron. En medio del Paro y de los bloqueos en Pereira, y ante la situación, el alcalde de la ciudad Carlos Maya, llamó a la conformación de grupos civiles que resguardaran el orden para hacer frente común con las autoridades. La ciudadanía le ha dicho que los cien millones de pesos ofrecidos por los responsables no hablan de un precio, sino que la vida tiene valor. Como dice la doctora Granada en su carta: “Tu partida hacia un plano superior deja tus huellas en este plano material en tus arengas, que son la voz de un pueblo agobiado por la pobreza, por la pérdida de sus líderes asesinados por la inequidad y la injusticia social (…), buscando un poco de esperanza”.
“El barbuchas era un gran deportista, excelente nadador, ciclista y yogui, y runner ni se diga. Fue un caballo para correr, era energía pura, siempre en movimiento”, postula el profesor Mauricio Gallo. Los días pasan, el joven barrista que también fue baleado, y tiene 17 años, mejora. Andrés Felipe Castaño es de aquellos que pasaron de gritar gol y de tener coros de equipos, a gritar “justicia”. Se le veía contento porque las barras andaban unidas y construyendo país.
Estuve con Lucas en el viaducto, me despedí a eso de las 6:30 p.m. No lo vi más, solo cuando en un video, con su misma fuerza y elocuencia, continuaba alzando su voz. Esto fue lo último que salió de su boca, después de pregonar el pacifismo y el amor: “El terco, el dormido, despierten”. Segundos después le dispararon en ocho ocasiones.