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Lucía Donadío: “El duelo sobrepasa lo racional"

En la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos a Lucía Donadío, directora de Sílaba editores: “En mis silencios hay nostalgia por el desarraigo, aunque cada vez menos, pues he construido mi vida y mi oficio la llena”.

Isabel López Giraldo
06 de octubre de 2020 - 07:06 p. m.
Lucía Donadío acaba de publicar su primera novela "Adios al mar del destierro".
Lucía Donadío acaba de publicar su primera novela "Adios al mar del destierro".
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Me define la relación con la naturaleza porque amo el jardín, las flores y todo cuanto ella representa. Este vínculo marca la manera como percibo el mundo. Ese amor se extiende a mi familia, mis amigos y mi trabajo. Soy muy sensible, sincera y sencilla, me gusta la vida tranquila y la familia. También soy una lectora voraz desde niña y sigo siéndolo. Siento un amor enorme por los libros, no puedo vivir sin ellos.

Orígenes- rama paterna

Mi abuelo paterno, Oreste Donadío, nació en Italia en un pequeño pueblo de nombre Morano en la región de Calabria. Tenía por oficio ser escribano en la Alcaldía del pueblo, pero también leía y escribía cartas para quienes no sabían hacerlo. Las conservo, están escritas en letra diminuta, como hormigas hermosas. No lo conocí pues la primera vez que viajé a Italia ya había muerto.

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Mi abuela, Adelina Morelli, nació en Colombia siendo hija de italiano. A sus doce años llegó a Italia y a los ochenta regresó al país. De ella recuerdo que era muy regañona, le gustaba el orden, no nos dejaba bañar sino cada tres días a fin de economizar agua, pues había vivido las dos guerras mundiales lo que configura una personalidad en medio de mucha escasez, dolor y muerte.

Ocasionalmente cantaba una canción en español y era cuando se le sentía cierta ternura y felicidad. Le costaba comunicarse con los niños, por lo menos fue como la percibí, porque no era fácil conversar con ella.

Mis abuelos tuvieron cuatro hijos: Ércole, Eugenio, Fausto y Darío.

Su padre

Mi padre, Fausto, fue un joven al que no le gustaba estudiar, razón por la que mi abuela decidió enviarlo a Colombia donde ella tenía unos hermanos que eran comerciantes. Pero la relación de mi padre con sus parientes no fue muy cercana y esto hizo que se sintiera muy solo y desarraigado, circunstancia que marcó su carácter nostálgico.

Este sentimiento provenía de la ausencia de la familia y de la patria, pues cuando se migra en familia todo resulta más amable. Pero mi padre lo hizo solo y siempre tuvo la nostalgia de los suyos. Les escribía cartas con frecuencia, al comenzar las comunicaciones telefónicas los llamaba y, cuando pudo viajar a verlos, lo hizo durante muchos años.

Fue comerciante, pero tenía un alma de artista que no pudo realizar. Aprendió a hablar español muy fluidamente. En su rol de padre fue muy severo, pero también tuvo una faceta diferente que se dejaba ver cuando viajaba o cocinaba porque le encantaba hacer pasta, salsa de tomate y tortas. Con los años se fue moderando en su carácter, algo que valoro mucho de él. Reconoció en sí mismo aquellos comportamientos que nos distanciaban para convertirse, a sus ochenta años, en un padre cariñoso, juguetón y sensible.

Rama materna

Su origen está en Venezuela. Viene de una familia de emigrantes italianos que vivían en Cúcuta.

Mi nono (así se les dice a los abuelos en Cúcuta y zonas cercanas a Venezuela, proviene de nonno en italiano) Antonio Copello, fue un hombre muy bondadoso, bonachón, cariñoso, callado y también melancólico. Huérfano desde muy niño y criado por un italiano que lo acogió.

Comerció con café y se constituyó en uno de los primeros exportadores de café a través del lago Maracaibo. Murió en Medellín, ya viudo, cuando yo era muy niña.

Mi nona Mercedes Faccini era la fuerte de la familia. Me impresionaba que manejara carro en una época en que no se usaba que las mujeres lo hicieran. Ella para mí fue un enigma. Nunca pude saber bien cómo era: yo era muy pequeña cuando murió. Fue muy religiosa y de gran generosidad.

Tuvieron cuatro hijos: María Teresa, Mercelena, Cecilia y Antonio. Fueron criados en una casa grande al estilo español donde compartíamos con ellos durante las vacaciones.

Su madre

María Teresa, mi madre, fue una mujer muy dulce a la que le gustaba el estudio, como lo revelan cuadernos suyos del colegio que conservo. Pero como había nacido en 1932, en los años cincuenta, cuando era el momento de ingresar a la universidad, no se le permitió hacerlo.

Se casó a los dieciocho años después de conocer a mi papá en una reunión de italianos en Cúcuta. Adoró tener hijos. Fuimos ocho: Alberto – periodista, Álvaro – ingeniero, Adela – que se dedicó al teatro, Lucía – escritora, Silvia ama de casa con negocios propios, Oreste – pintor y poeta que hizo el cuadro de la carátula de mi libro Adiós al mar del destierro, Mario – músico, constructor de clavecines, afina y repara pianos, María – quien se dedicó al yoga y al budismo después de estudiar lenguas. Mi madre fue excesivamente amorosa, a veces abrumadora por tantos cuidados, en especial cuando éramos pequeños. Dedicó veinte años de su vida a procrear, así siempre tuvo un bebé en sus brazos.

Infancia

Al ser la cuarta hija de ocho, me sentía en la mitad de dos mundos. Me dediqué con esmero a cuidar a mis hermanos menores: les leía, los consentía y los protegía. Tenía trece años cuando nació María, la menor, y soy su madrina.

El lugar que más amé de mi casa fue el jardín que estaba lleno de plantas y flores. Me resultaba tranquilo y hermoso, y muy apropiado para mi carácter, un poco triste, pues de alguna forma experimenté el desarraigo que había vivido mi padre.

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Si bien nací en Cúcuta, muy rápidamente nos instalamos en Medellín, una ciudad en la que no teníamos familia y en un momento en que las comunicaciones eran difíciles. Apenas hicimos unos pocos amigos pues la sociedad era muy cerrada.

Fui muy estudiosa, pero rebelde, una niña precoz que molestaba con preguntas difíciles a las profesoras. El castigo era ir a la biblioteca del colegio, lo que disfruté y me volvió más impertinente, pues para mí era una dicha poder salir de clase para dedicarme a leer. Como el jardín, la biblioteca era un lugar tranquilo e ideal para mí.

También fui solitaria, tuve pocas amigas, viví la sensación de ser distinta, de no pertenecer del todo. Estos sentimientos nos atraviesan a muchas personas y por muchos motivos. Escribí diarios que no conservo desde muy niña. También cartas familiares, una costumbre que estuvo muy presente. La llegada del cartero a casa era toda una felicidad.

Academia

Rápidamente tuve clarísimo qué no quería estudiar. Les huía a las carreras tradicionales, aunque mi padre nos sugería estudiar una de prestigio como medicina, ingeniería o derecho. Me sentí muy atraída por la historia, la literatura y la antropología, por la que finalmente me decidí.

Siempre me pregunté de dónde venía la especie humana, pensaba en su historia, en las diferencias culturales. Encontré muchas respuestas, pero permanecían ciertas preguntas y más tarde llegaron otras.

Disfruté de mi carrera, me dio muchas alegrías y descubrimientos. Estudiar los mitos de orígenes de culturas ancestrales es acercarse al texto literario, porque la mitología es literaria. Esto me fue orientando, sin saberlo, hacia la literatura.

Siempre leí cuentos, novelas, historias, todo cuanto se me atravesaba, pero esa parte de la antropología me fue llevando hacia mi camino.

La tesis de grado fue sobre un trabajo etnográfico. Adelanté estudios sobre un resguardo indígena que hubo en Zipaquirá con material del archivo histórico de la Biblioteca Nacional. Fui asistente del historiador Juan Friede, quien hacía mucho trabajo etnográfico. Escribió un libro sobre Bartolomé de las Casas y los indígenas, y me contagié de ese interés porque me gustaba estudiar los materiales antiguos y hacer inmersión en las narraciones.

Esposo

Adelantaba la tesis cuando conocí y me enamoré de mi marido, Diego Duque González. Íbamos en el tren Expreso del Sol, en Santa Marta, era temporada de vacaciones en esa ciudad. Me acompañaba una amiga y a él un amigo. Coincidimos en el mismo vagón en un viaje que duraba quince horas, pero como el tren se varó varias veces, nos tomó casi treinta.

Diego es una persona muy sensible, como yo, y tiene un gran amor por la naturaleza. En esa época parecíamos hippies, según sus sobrinos, pues él llevaba el pelo largo, a los dos nos gustaban los Beatles y éramos sollados. Diego es de Palmira y estudió ingeniería civil en la Universidad Javeriana.

Camilo

Mi hijo, Camilo, tuvo desde niño un profundo amor por los deportes y por la naturaleza. Aprendió a nadar solo, le gustaba el kayak, down hill, acampar, escalar, visitar lugares con gran riqueza natural como El Tayrona y recorrer el país por tierra.

Le encantaban los amigos, estar afuera, tenía muchas capacidades para asuntos prácticos, pero no le gustaba el estudio formal. Un día comenzó a trabajar en el taller de clavecines de mi hermano Mario, y en el de carpintería de mi papá, actividades que disfrutó muchísimo.

Hizo sus propias búsquedas, comenzó a trabajar la madera. Era un artista que se fue puliendo. La madera que utilizaba era recuperada de árboles caídos o abandonados. Parte de esta la traía de sus viajes por los ríos y bosques cuando navegaba en kayak o recorría en bicicleta las montañas.

Cada pieza que trabajaba era un largo proceso de creación a partir de la lectura del tronco de madera. No buscaba hacer producción en serie, dedicaba su tiempo a la elaboración manual de cada objeto, respetando las formas y colores de la madera.

Murió en un absurdo accidente de kayak el 28 de junio de este año, cuando navegaba por el río Calderas con un francés que dirigía el viaje.

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Recorrido de vida

Recién casada me fui con mi esposo a los Estados Unidos a aprender inglés, pero también trabajamos como jardineros y cuidamos niños.

A nuestro regreso me dediqué a una rama de la antropología social haciendo proyectos con población vulnerable, especialmente con mujeres.

Por las condiciones de seguridad del país tuve que dejar de visitar esos lugares. Decidí integrar un taller de escritores de la Universidad de Antioquia que dirigía Mario Escobar Velásquez. Comencé a escribir cuentos y relatos y me fui dedicando de lleno a la literatura. También dicté talleres de literatura por quince años en la Universidad Eafit con estudiantes y profesores. Fue una experiencia hermosa y logramos crear el Grupo Letras y publicar varios libros colectivos.

Me gustan mucho los talleres porque son abiertos a la creatividad que se construye en cada encuentro y se alejan de la rigidez de la academia. También coordiné un taller en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Estaba dirigido a la tercera edad, tuve alumnas de ochenta años que llegaban en bus porque querían leer y escribir. Fue una experiencia muy hermosa en la que mostré cómo acercarse a los libros desde el alma de cada uno, los animé a que los subrayaran, a que se los apropiaran. Era un trabajo que se nutría de los intereses genuinos de cada uno.

También me he dedicado a la edición de libros. Llevo casi veinte años en este oficio. En el 2009 creé mi propia editorial Sílaba Editores. Hace veinte años me asocié con Alejandra Toro y hemos publicado más de doscientos cincuenta libros.

Su obra

Mi primera publicación fue un libro de poemas en el 2005. También tengo dos de cuentos: Alfabeto de infancia y Cambio de puesto. Luego publiqué Los ojos que me nombran, que son poemas.

Adiós al mar del destierro está recién publicada y es mi primera novela. Me demoré muchos años escribiéndola. Es una historia de una familia de emigrantes italianos de varias generaciones.

Llevo un cuaderno en el que mezclo esbozos literarios con asuntos de la realidad. Es una especie de diario entre textos, poemas y cartas. Porque mi producción fluye sin premeditarla. Escribo de madrugada, entre la noche y el día.

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Reflexiones

¿Qué hay en sus silencios?

Nostalgia por el desarraigo, aunque cada vez menos, pues he construido mi vida y mi oficio la llena.

¿Dónde está su consuelo?

Escribiéndole cartas a Camilo y leyendo libros sobre la muerte. Me he rodeado de seres queridos y de amigos, pues el duelo sobrepasa lo racional, se vive desde el corazón. Por fortuna, hay días más serenos. Llevo en mí una tristeza alegre, porque la transformo cuando escribo, cuando siembro, cuando cocino.

¿Cuál es su sentido de la existencia?

La lectura, la escritura, la edición, el jardín, mis amigos y mi familia que me llenan de vitalidad y que son mi alegría.

¿Qué es el tiempo en su vida?

Un misterio. Cuando estoy dedicada a lo que quiero, este no existe y siento que lo traspaso.

¿Cuál es su virtud favorita?

La prudencia.

¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Para mí el encuentro con los otros es muy importante, busco que sea realmente significativo, sincero, afectuoso y verdadero. Entrego todo cuanto puedo dar, pero también estoy dispuesta a recibir. Aunque sé que no es posible estar en consonancia con el mundo entero.

¿Qué palabra significa su existencia?

La escritura y la lectura. Las palabras y el lenguaje han sido mi refugio, mi abrigo.

Por Isabel López Giraldo

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Alberto(3788)06 de octubre de 2020 - 09:40 p. m.
Conmovedor, Bellas y profundas respuestas. Gracias.
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