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Consciente del aumento de interés en Chile por la premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral, la escritora, también chilena, Patricia Cerda, se sumerge en la vida de esta “libre pensadora y feminista” en el libro Lucila, nombre real de esta maestra de profesión que “cayó en el olvido”.
Cerda, aunque nació en Concepción en 1961, vive desde 1986 en Alemania, donde ejerce su profesión de Doctora en Historia en la Universidad Libre de Berlín, ciudad donde se gestó la idea de abordar el último viaje a Chile antes de fallecer en Nueva York de Lucila Godoy, esa joven maestra que se transformó en una de las artistas más importantes de la primera mitad del siglo XX.
Pero, según lamenta Cerda, la figura de esta poeta, diplomática y Premio Nobel de Literatura (1945) sufrió los embistes políticos y sociales de su Chile natal, así que en Lucila -publicada por B de Block- hay un “deseo de justicia”, algo que la autora no sabía que iba a experimentar cuando decidió emprender esta novela en la que contó con los testimonios de algunas de las protagonistas, como Gilda Péndola.
"Me contó muchas cosas o más bien reafirmó las cosas que yo ya sabía", palabras con las que Cerda se refiere a una de las dudas que sobrevuelan sobre la maternidad de Mistral, es decir, que Yin Yin fue su hijo, y no su sobrino, como baraja una de las hipótesis más extendidas.
En concreto, en Lucila el lector acompaña a Mistral Péndola y la periodista Doris Dana en su último viaje al chileno Valle de Elqui, donde nació, un destino en el que aflorarán sus recuerdos con su madre y su hermana, en esa tierra, en la que se crio.
Pero también recorre sus visitas y estancias en España, México o Brasil: “para dejarla hablar a ella tuve que investigar, leer sus cartas, leer sus recados, pero realmente saber cómo pensaba fue para mí una condición para que esta novela funcionara”, reconoció.
Y en esta búsqueda le sorprendió, por ejemplo, que Mistral compraba viviendas que tras vivir dos o tres años ponía en venta porque se mudaba a otra: "me pareció interesante esa forma de desprendimiento, que no de huida, porque en realidad era eso, un desprendimiento porque ella avanzaba, avanzaba y avanzaba".
Lo hacía así como modo de entender la vida porque la poeta se repetía todas las mañanas una suerte de mantra: visualizarse siempre como una criatura en calma, no buscar poderes, esperar que el cielo se los diera y eliminar defectos que la hacían inferior.
“No era una persona que hiciera propaganda o creara redes para destacarse, es algo que me pareció interesante destacar en la novela porque al final logró mucho, logró con aliados, pero también le costó porque había muchos enemigos que no querían que una maestra del Valle de Elqui, una mujer pobre que no tenía estudios los adelantara”, destacó la escritora.
Pero Mistral, añadió Cerda, tenía un pequeño “defecto, era “rencorosa” porque las “fechorías, tramas y maquinaciones” en su contra eran a veces “muy feas”. En este punto es cuando sale a relucir la figura del escritor Pablo Neruda.
“Ser coetánea de Neruda no era fácil para nadie, para ningún poeta hay que decirlo, porque Neruda manejaba todos los premios, todas las invitaciones internacionales y tenía ese tremendo ‘lobby’ de sus amigos soviéticos. Lo que pasó con Mistral es que creo que se fortaleció, se conoció mejor, y supo ver que lo importante para ella era ser una libre pensadora independiente”, concluyó.