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                                                                                                                                Lugarcomún (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Estoy aquí tratando de inventarme un sentimiento para conmoverte, pero no encuentro ánimo para la manipulación. Una vez, nos cruzamos, yo bajando y tú subiendo, y nos dijimos algo parecido a un saludo. Otra vez, estábamos sentados juntos mirando hacia adelante y nos tocábamos las manos como se tocan las cosas entre ellas.

                                                                                                                                Cristian Meneses

                                                                                                                                “Cositas eléctricas como los caramelos que revientan en la boca”.
                                                                                                                                Foto: Cristian Meneses
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                No me estoy defendiendo, quiero atacarme y tambalear en el primer round, pero estoy atrás, en la última fila dándole la espalda al cuadrilátero y mirando la pared con humedad. Y no tengo idea de dónde estás tú ni de si la humedad es por una filtración. Y cuando, por un ruido extraño, doy la vuelta para ver, me aparecen historias de instagram sin sentido. Tus historias y las de otros. Hay unas con fotos del cuadrilátero y de cómo le están dando una paliza a la persona que está ahí y pienso que yo ya lo sabía y que es una obviedad cargada de redundancia tener que mirar eso en el celular. De vuelta hacia la pared pienso en la palabra perogrullada mientras descascaro la pintura costra por costra. Una vez dije perogrullada y me preguntaste que qué era y yo te respondí y me sentí superior. Así de triste era la cosa. Y estuve toda una semana pensando en una nueva palabra para decirla casualmente y que tú preguntaras y yo respondiera. Una fue galimatías, y forcé todo para que tú dijeras un galimatías y yo te lo nombrara, pero nunca pasó porque eres muy elocuente. Entonces me tocó usar la opción de la modestia y fabricar un galimatías espontáneo para después reconocerlo mientras hablaba. Y me fui elevando de a poquitos y dejé de tocar y de rozar las cosas. Luego yo bajaba y tú subías y el holabiengracias y el final.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                De ahí en adelante te odié. Quería otra oportunidad contigo, otro principio de relación lleno de excitación, fascinación, aprendizaje. Sí, iba a soportar eso. Lo iba a atravesar como la persona más sana del mundo para llegar a la mitad de la relación y dejar que todo se pudriera. Que eso que me excitaba siguiera su curso directo hacia el fastidio. Que te dieras cuenta, sin que te lo dijera, de que mi fascinación por ti era condescendencia. Que el aprendizaje era utilidad. Yo iba a ser el catalizador y me iba revolcar en ti lo que fuera necesario hasta que me dijeras que me odiabas sin ningún tipo de cortesía en la cara. Esa iba a ser mi victoria, mi guerra, mi suciedad. Eso iba a ser algo. Y lo construí en mi fantasía nocturna, situación, diálogo, didascalia, alma de supervillano. Hasta que, descuartizándote, dejé de odiarte. No odiaba tus orejas, chau, no las quiero más en mi imaginación; no odiaba tus dientes, chau, no son importantes para la atmosfera de esta escena; no odiaba otra parte, chau, es mucho texto, al fin y al cabo. Hacia el final ya no era odio si quiera, era desdén. Me dejaste de importar y comencé a anticipar todo, y de la obra quedó un romance que le gusta a la gente cuando la ve. La publiqué en facebook y tuve algunos megusta.

                                                                                                                                Qué me importa. Voy a comprar unas cosas en el supermercado. Lavandina, una berenjena, un paquete de sal, un juguetito de un tren que sale de la estación y en la mitad del recorrido le avisan que las empresas ferroviarias se privatizaron y quebraron y que el hierro del riel se fundió y la madera del durmiente se quemó y la planicie se hundió, un cartón de huevos y unos tarugos. Cuando vuelva, releo esto que te estoy escribiendo, ¿sí? Si es necesario le hago cambios y lo dejo sin terminar en el vagón de lujo del tren de juguete. Lo pongo encima de una repisa que me obligue a verlo todos los días para que, a plena vista de mi rutina, se me olvide.

                                                                                                                                “Cositas eléctricas como los caramelos que revientan en la boca”.
                                                                                                                                Foto: Cristian Meneses
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                No me estoy defendiendo, quiero atacarme y tambalear en el primer round, pero estoy atrás, en la última fila dándole la espalda al cuadrilátero y mirando la pared con humedad. Y no tengo idea de dónde estás tú ni de si la humedad es por una filtración. Y cuando, por un ruido extraño, doy la vuelta para ver, me aparecen historias de instagram sin sentido. Tus historias y las de otros. Hay unas con fotos del cuadrilátero y de cómo le están dando una paliza a la persona que está ahí y pienso que yo ya lo sabía y que es una obviedad cargada de redundancia tener que mirar eso en el celular. De vuelta hacia la pared pienso en la palabra perogrullada mientras descascaro la pintura costra por costra. Una vez dije perogrullada y me preguntaste que qué era y yo te respondí y me sentí superior. Así de triste era la cosa. Y estuve toda una semana pensando en una nueva palabra para decirla casualmente y que tú preguntaras y yo respondiera. Una fue galimatías, y forcé todo para que tú dijeras un galimatías y yo te lo nombrara, pero nunca pasó porque eres muy elocuente. Entonces me tocó usar la opción de la modestia y fabricar un galimatías espontáneo para después reconocerlo mientras hablaba. Y me fui elevando de a poquitos y dejé de tocar y de rozar las cosas. Luego yo bajaba y tú subías y el holabiengracias y el final.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                De ahí en adelante te odié. Quería otra oportunidad contigo, otro principio de relación lleno de excitación, fascinación, aprendizaje. Sí, iba a soportar eso. Lo iba a atravesar como la persona más sana del mundo para llegar a la mitad de la relación y dejar que todo se pudriera. Que eso que me excitaba siguiera su curso directo hacia el fastidio. Que te dieras cuenta, sin que te lo dijera, de que mi fascinación por ti era condescendencia. Que el aprendizaje era utilidad. Yo iba a ser el catalizador y me iba revolcar en ti lo que fuera necesario hasta que me dijeras que me odiabas sin ningún tipo de cortesía en la cara. Esa iba a ser mi victoria, mi guerra, mi suciedad. Eso iba a ser algo. Y lo construí en mi fantasía nocturna, situación, diálogo, didascalia, alma de supervillano. Hasta que, descuartizándote, dejé de odiarte. No odiaba tus orejas, chau, no las quiero más en mi imaginación; no odiaba tus dientes, chau, no son importantes para la atmosfera de esta escena; no odiaba otra parte, chau, es mucho texto, al fin y al cabo. Hacia el final ya no era odio si quiera, era desdén. Me dejaste de importar y comencé a anticipar todo, y de la obra quedó un romance que le gusta a la gente cuando la ve. La publiqué en facebook y tuve algunos megusta.

                                                                                                                                Qué me importa. Voy a comprar unas cosas en el supermercado. Lavandina, una berenjena, un paquete de sal, un juguetito de un tren que sale de la estación y en la mitad del recorrido le avisan que las empresas ferroviarias se privatizaron y quebraron y que el hierro del riel se fundió y la madera del durmiente se quemó y la planicie se hundió, un cartón de huevos y unos tarugos. Cuando vuelva, releo esto que te estoy escribiendo, ¿sí? Si es necesario le hago cambios y lo dejo sin terminar en el vagón de lujo del tren de juguete. Lo pongo encima de una repisa que me obligue a verlo todos los días para que, a plena vista de mi rutina, se me olvide.

                                                                                                                                Por Cristian Meneses

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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