Luis Fernando Andrade: "Trabajé desinteresadamente por el bien del país"

Presentamos una entrevista a Luis Fernando Andrade de la serie "Historias de vida", publicada el 18 de diciembre de 2017. Esta serie, escrita por Isabel López Giraldo, es publicada semanalmente por El Espectador.

Isabel López Giraldo
17 de noviembre de 2018 - 09:12 p. m.
Luis Fernando Andrade, expresidente de la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI). / Cortesía
Luis Fernando Andrade, expresidente de la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI). / Cortesía
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¿Quién es Luis Fernando Andrade y cómo se siente en la situación en que está?

Ahora me siento como un órgano saludable que se trasplantó para salvar a un paciente, pero este lo rechaza. Lamentablemente mi forma de ser no encajó en el sector público.

Yo soy un hombre de familia, creyente, emprendedor e interesado en ayudar a construir un mundo mejor. Soy vegetariano y amo la naturaleza. Quienes me conocen bien dicen que soy persistente y algo terco. Me llegaron a poner el apodo de “foco-fijo”

Estoy casado hace casi 30 años con Teresa Chevres. Tenemos tres hijos a quienes adoramos: Cristina, Patricia y Alberto. Ya los tres son adultos y están iniciando sus vidas profesionales. Conocí a Tere en Filadelfia, en la Universidad de Pennsylvania, donde ella estudiaba Derecho y yo una Maestría en Administración de Empresas. Nos casamos dos años después de mi graduación. Tenemos una relación maravillosa. Ella es de San Juan, Puerto Rico. Es franca y expresiva: un buen complemento para mi Bogotana discreción.

Mis padres, Fernando Andrade y Beatriz Moreno, fueron muy dedicados a sus hijos. Mi padre murió hace algunos años. Tengo tres hermanos: Inés, Juan Carlos y Ricardo. Somos muy unidos. Tuvimos la buena fortuna de crecer en un hogar con mucho amor y apoyo. La familia de mi madre, como buena familia de origen antioqueño, es muy numerosa. Por eso crecí con muchos primos, que se han mantenido como mis mejores amigos.

Me considero una mezcla entre colombiano y estadunidense. Nací en Nueva Orleans en 1961 y viví 18 años en Estados Unidos en diferentes etapas de mi vida. Valoro mucho el espíritu emprendedor e igualitario de los norteamericanos, así como sus fuertes instituciones.

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¿Cómo fue el desarrollo de su carrera profesional?

Cuando terminé la Maestría en Administración en la Universidad de Pennsylvania en el año 1986 acepté una oferta de trabajo en una de las mas prestigiosas empresas de consultoría de alta gerencia, McKinsey & Company. En esa época la firma quería expandir su presencia en América Latina. Eso me interesó y me permitió ser un emprendedor, participando en la apertura de oficinas en el Brasil, Colombia y Perú. Allí trabaje por 25 años hasta el año 2011.

Mi primer gran desafío fue la apertura de la oficina en Brasil en el año 1988. Yo era el más joven en el equipo fundador. Todos éramos extranjeros, sin ninguna relación profesional en el país. Era una época supremamente complicada por la hiperinflación y todo tipo de problemas políticos. Sin embargo, fuimos muy exitosos. En su momento fue la oficina que más creció en sus primeros años de vida en la historia de McKinsey. Tere y yo nos mudamos al Brasil recién casados y allí nacieron nuestras dos hijas. Fue un periodo de gran aprendizaje.

Mi segundo gran desafío fue liderar un equipo para abrir la oficina en Colombia en el año 1994. Traer a McKinsey era la oportunidad de comenzar a trabajar por el país. No fue fácil convencer a mis jefes para que me permitieran abrir una oficina en Bogotá. La violencia del narcotráfico y la guerrilla eran una realidad innegable en esa época. Pero los empresarios estaban muy abiertos a nuevas ideas por causa de la apertura económica. La oficina creció gradualmente hasta convertirse en la firma líder de consultoría en el país. Luego abrimos la oficina de Perú y expandimos la práctica de consultoría a países cercanos como Ecuador y el Caribe. Por más de 20 años McKinsey ha sido un apoyo fundamental para el desarrollo y competitividad de los mayores grupos empresariales del país.

¿Qué lo llevó a aceptar una posición en el gobierno, después de trabajar toda una vida en el sector privado?

Desde niño, creciendo en Bogotá, me impresionaban mucho la pobreza y las injusticias en nuestra sociedad. Nosotros no éramos personas ricas: mi padre era principalmente un académico, tenía un doctorado en Bioquímica. Vivíamos cómodos en medio de un país con mucho sufrimiento. A nosotros se nos olvida lo que era Colombia hace 40 o 50 años, cuando la pobreza era mucho peor de lo que es hoy

Desde que tengo uso de razón quise ayudar a resolver esos problemas. En eso tuvieron mucha influencia mis padres y mi abuela, Sofia Lleras, con quien tenía una relación muy cercana. Mis padres y mi abuela me inculcaron la responsabilidad que tenemos los más afortunados con aquellos que no han tenido oportunidades. Ella era la hermana menor de Alberto Lleras y me hablaba sobre su vida y la de su familia. Eso llevó a que Alberto Lleras se volviera un referente y fuente de inspiración para mí.

Por eso me entusiasmé cuando el Presidente Juan Manuel Santos me ofreció en el año 2011 la oportunidad de liderar la creación de la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI). Sabía que la carencia de infraestructura es uno de los principales obstáculos al desarrollo del país y que yo tenía el conocimiento y la capacidad de liderar un gran cambio. Nunca me imagine que acabaría en un proceso Kafkiano de la Fiscalía colombiana.

¿Está arrepentido de haber aceptado la oferta del Presidente?

Es una sensación agridulce. Muy gratificante en el sentido de haber podido crear la ANI, reconocida a nivel internacional como una agencia modelo, y haber desarrollado el programa de infraestructura mas ambicioso en la historia del país. Las Autopistas de Cuarta Generación (4G), la modernización y expansión de los aeropuertos, así como el desarrollo del sector portuario son un legado fundamental para el futuro del país. Mas importante aún, creamos una institucionalidad que no existía. Se creo la ANI, la Financiera de Desarrollo Nacional, se crearon nuevos esquemas de financiación a largo plazo, y se aprobaron leyes para garantizar la realización de grandes obras. Esto permitirá que los próximos gobiernos puedan continuar la tarea.

Pero el costo para mi y mi familia ha sido enorme. El mundo del gobierno y la política es muy oscuro. Mi esposa me había advertido de los riesgos que estaría corriendo, pero nunca me imaginé que acabaría siendo una víctima en un entuerto de corrupción alrededor de Odebrecht y la Ruta del Sol, digno de la serie “House of Cards”.

Colombia está plagada de clientelismo, esa aberración de la democracia que hace que los políticos no trabajen por sus electores, sino para sus intereses, los de sus aliados y la gente que los financia. Desafortunadamente, la justicia también esta distorsionada por el clientelismo, como lo están demostrando las investigaciones de los magistrados de la Corte Suprema y fiscales anti-corrupción. En mi caso, por ejemplo, delincuentes confesos aparentemente se han puesto de acuerdo en testimonios para acusarme, sin pruebas, con el objetivo de reducir sus penas y proteger a sus aliados.

Tristemente, la Fiscalía les ha dado credibilidad y les está ofreciendo beneficios a cambio de sus falsos testimonios. Basado en estos testimonios me imputó cargos y ahora estoy en detención domiciliaria. Esto a pesar de que la Fiscalía reconoce que nunca recibí un soborno y que las decisiones que tomé tuvieron el aval de órganos superiores como el Consejo de Política Económica y Social (CONPES), que incluye al Presidente y todo su gabinete, o incluso la propia Procuraduría. Solo trabajé desinteresadamente por el bien del país.

¿Qué piensa hacer en el futuro?

Estoy seguro de que tarde o temprano se impondrá la verdad y superaré esa difícil prueba que Dios ha puesto en mi camino. Cuando eso ocurra, lo único que tengo claro es que voy a dedicar mi energía, con terquedad, a erradicar el clientelismo en Colombia. Mientras haya clientelismo, tendremos más corrupción, desigualdad, pobreza y criminalidad. Esa es la principal enfermedad que tiene nuestra débil democracia. 

Por Isabel López Giraldo

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