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Cali, septiembre de 1967
Fue tan fugaz el paso de Luis Tejada por la vida, que puede decirse con justeza, que su influencia intelectual ha sido una de las más fecundas de que se tenga conocimiento en el proceso de las ideas en Colombia.
Escribir en la prensa periódica, poco más de un lustro, en el término de una breve existencia de veintiséis años, y dejar en la mente de sus contemporáneos tal semilla de ideas y de inquietudes sociales revolucionarias, es en realidad una hazaña de mucho mérito.
Algunas circunstancias especiales abonaron en grado sumo su actitud. Luis Tejada comenzó a actuar en la vida periodística colombiana en momentos en que se desarrollaba la revolución más trascendental de la historia humana: la toma del poder político en la inmensa Rusia de los Zares por los bolcheviques, con Lenin a la cabeza como orientador y dirigente.
Eran los “días que estremecieron al mundo” en octubre de 1917, y el ejemplo dado por el pueblo que se agrupaba en los soviets a construir una vida nueva sobre los despojos de su miserable vida anterior, las enseñanzas de los líderes revolucionarios, las hazañas de las guerrillas rojas, las páginas de los escritores, los cantos de los poetas - un Alezxander Blok, un Vadimir Malakowski, un Sergei Essenin- todo ese hervir de una existencia nueva, hacía del joven Estado Soviético una fragua crepitante, cuyos destellos trascendían las fronteras e iban a iluminar muchas mentes.
Luis Tejada fue una de esas antenas que en las diversas partes de la Tierra captaron el mensaje, la buena nueva de la liberación del hombre. Tejada comprendió, de los primeros, el papel que ese movimiento revolucionario iba a desempeñar en el futuro del género humano, y alcanzó también a determinar el puesto de Lenin en la historia de la transformación del mundo. De ahí que dijera de él en una de sus crónicas: “Sería imbécil decir que Lenin fue profeta a la manera de los cristos empíricos que dispersan algunas nociones vagas de redención en el mundo. Lenin fue un profeta, pero fue mucho más que un profeta, porque él mismo alcanzó a realizar una de sus profecías y dio los medios para parte para realizarlas todas. No erigió la metafísica de la justicia, ni quiso dar solamente al hombre oprimido e infeliz, vanos consuelos teóricos: fijó con líneas exactas la economía de su ilusión, y empezó él mismo a realizar su ilusión sobre la Tierra. Su obra vive, crece y está dando resultados concretos. No comparemos a este hombre verdadero con ninguna sombra fantástica del pasado. Él es el único salvador del mundo”.
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En la intimidad tibia de la tertulia vespertina del Windsor, café de intelectuales y estudiantes, Tejada propagaba el nuevo evangelio, más con la curiosidad de un especulativo que con la ardentía de un neófito. Por eso sus inquietudes prendieron principalmente en los medios intelectuales, la mayoría de cuyos partidarios, si bien no llegó al nivel en que hubiera querido verla Tejada, no se ha perdido definitivamente para el movimiento democrático y progresista.
Vocero de los primeros grupos adictos al socialismo, Jorge Eliecer Gaitán, Gabriel Turbay, Luis Vidales, Alejandro Vallejo, Moisés Prieto, Leon de Greiff, Clemente Manuel Zavala, Luis cabal y otros, entre los cuales había médicos, periodistas, estudiantes, obreros, recibieron labios del joven ideólogo el evangelio de la vida humana futura
No había aún en Colombia una clase obrera estructurada ni menos un Partido Comunista. Esto habría de venir después.
Sin embargo, en los movimientos huelguísticos que se sucedieron en los años siguientes al de la muerte del escritor, acaecida en 1924, hubo mucho de la simiente regada a voleo por su fervor de apóstol y el partido de la clase obrera colombiana reivindica para sí, la memoria y el ejemplo de Luis Tejada, de la misma manera como los comunistas peruanos se honran al conmemorar el recuerdo de José Carlos Mariátegui, el hombre que sin más armas que su pluma y desde una silla de ruedas, socavó la tiranía ominosa que agobiaba a su pueblo.
José Mar evocaba en tono nostálgico, no hace mucho, la aventura de “El Sol”, al escribir el prólogo a la segunda edición es “Libro de Crónicas”, de Luis Tejada. Dijo en esa oportunidad: “El Sol” se apagó porque nadie quiso creernos como empresarios. Fue un ensayo juvenil de insurgencia ante los poderosos del dinero, de rebelión contra las figuras consagradas de las letras. Fuimos allí unos revolucionarios románticos y quiméricos, y cuando esas páginas hubieron de cerrarse volvimos a los diarios liberales EL ESPECTADOR y El Tiempo, donde nuestra aventura fue mirada con una amistosa y casi paternal comprensión que acaso tuvo algo de compasivo.
Después murió Luis Tejada en la ardiente y luminosa ciudad de Girardot. A ese puerto filial fuimos a sepultarlo sus compañeros y al pie de su tumba pronunció Gabriel Turbay un vehemente y hermoso discurso. Muchos años han pasado desde entonces. Del grupo que trató de estudiar el marxismo, apenas, me parece, quedo yo como una especie de sobreviviente, con un profundo amor por la gente del pueblo.
Otros han vuelto a un tipo de vida burgués, algunos se han enriquecido, y tal vez no recuerden con cariño la aventura estudiosa y anhelosa. Yo sí le guardo un amor sincero y respetuoso a ese recuerdo juvenil. El trajín de la política y el ejercicio del periodismo me han dado triunfos y desilusiones. Procuro diluir en un ligero escepticismo sobre los hombres y su conducta cualquier vestigio de amargura.
De todo lo que recuerdo en una ya larga vida, la figura intelectual y moral de Luis Tejada es una especie de tesoro escondido, de bien oculto en mi mente y en mi corazón”.
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