Luisa Fernanda Trujillo Amaya, un sueño que late en lo real
Presentamos un homenaje a la poeta bogotana, quien falleció este 20 de agosto.
Javier Zamudio
Me entero de que la poeta Luisa Fernanda Trujillo Amaya falleció este jueves 20 de agosto. No puedo evitar sentir la pesadez de aquella fatalidad. Quedo en shock mientras pienso en sus poemas, que leía en el momento mismo de enterarme del suceso. He pasado los últimos días en el lenguaje preciso de su trabajo. La muerte, imprudente y ruidosa, llegó cuando transitaba por el camino diáfano de sus versos.
Luisa Fernanda es heredera de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Emily Dickinson, de una poesía que usa la palabra como una afilada cuchilla para rebanar la vida y mostrarnos su parte más lúcida y melancólica. No hay tristeza en su trabajo. Incluso en el encuentro con la muerte se aprecia belleza, un sueño que late en lo real. Leerla es atisbar el mundo por sus ojos y recuperar en el reflejo la vastedad de lo ganado y lo perdido.
Conocí dos de sus libros, En tierra, el pájaro olvida cantar y Mi por siempre jamás. En ambos títulos ya se percibe la magnitud de sus versos, el lenguaje constructor de puentes hacia lo divino. Estos libros fueron publicados en edición bilingüe, italiano-español, el primero en 2017 y el segundo en 2019. Antes de ellos, en 2012, la Universidad Externado de Colombia publicó Trazo en sesgo la noche en su colección “Un libro por centavos”. En 2010, la Fundación Palabra a tiempo publicó su primer poemario De soslayo, prendada.
Le sugerimos leer Cantar para no olvidar
Pero Luisa Fernanda no solo escribió poesía, trabajó el ensayo y se dedicó a la docencia universitaria. Además, sus poemas aparecen traducidos al inglés, francés e italiano, y en revistas de México, España, Italia y Colombia. Pasó los últimos años en una conversación cercana con la muerte. Así lo señaló en la entrevista que le hizo el profesor y escritor Isaías Peña, publicada recientemente en el diario El Tiempo. En la misma entrevista, explica que creció rodeada de aquel signo fatídico. Sin embargo, esto no diezmó su escritura, sino que la enriqueció. De pie ante los abismos, regaló a sus lectores una visión sosegada de sus profundidades. Viene a mi mente el poema número 41 de su libro En tierra, el pájaro olvida cantar:
Abrirse camino entre la niebla
Seguir sus tenues bordes
Sin rumbo claro
puntear sus alas
develar pequeños trazos desde un horizonte
donde los pájaros acostumbran a cerrar los ojos
lanzarse al aire
Qué mejor entrega
cuando la confianza en la nada
nos invade
Su muerte deja un vacío en la poesía colombiana. Pero quedan sus versos a los que sus lectores podremos regresar. La vi por última vez en noviembre pasado en un viaje relámpago por Bogotá. Ella almorzaba cerca de la Universidad Central en compañía de Isaías Peña, Francisco Celis y Óscar Godoy, que recientemente había obtenido el premio Ñ-Ciudad de Buenos Aires-Clarín. Llegué acompañado de Daniel Ángel y Jerónimo García Riaño, y nos sumamos a la conversación que pasaba de amores fracturados a concepciones ideológicas o literarias. Ella me preguntó por mi hijo y me hizo recordar los cambios de los últimos años. Le obsequié un libro y le hablé de mi reciente rol de editor en Lugar Común Editorial. Pronto dejamos el restaurante para ir a un cafetín cercano, donde ella compartió una chocolatina a los que la acompañaban. Luisa era generosa. En su mirada brillante se percibía la divinidad de sus poemas.
Días después, cuando me había marchado de Bogotá, me envió sus libros, que leí con el deseo de incorporarlos a la nueva colección de poesía en la que trabajo. Lo que no sabía era que llegaría el virus, que la industria editorial bajaría las persianas y congelaría muchos procesos mientras se lograba entender esa realidad llamada pandemia. Lo que no sabía era que demoraría tanto y que ella dejaría este mundo sin alcanzarle a decir lo magnífico que eran sus poemas y mi deseo de publicarlos.
Me entero de que la poeta Luisa Fernanda Trujillo Amaya falleció este jueves 20 de agosto. No puedo evitar sentir la pesadez de aquella fatalidad. Quedo en shock mientras pienso en sus poemas, que leía en el momento mismo de enterarme del suceso. He pasado los últimos días en el lenguaje preciso de su trabajo. La muerte, imprudente y ruidosa, llegó cuando transitaba por el camino diáfano de sus versos.
Luisa Fernanda es heredera de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Emily Dickinson, de una poesía que usa la palabra como una afilada cuchilla para rebanar la vida y mostrarnos su parte más lúcida y melancólica. No hay tristeza en su trabajo. Incluso en el encuentro con la muerte se aprecia belleza, un sueño que late en lo real. Leerla es atisbar el mundo por sus ojos y recuperar en el reflejo la vastedad de lo ganado y lo perdido.
Conocí dos de sus libros, En tierra, el pájaro olvida cantar y Mi por siempre jamás. En ambos títulos ya se percibe la magnitud de sus versos, el lenguaje constructor de puentes hacia lo divino. Estos libros fueron publicados en edición bilingüe, italiano-español, el primero en 2017 y el segundo en 2019. Antes de ellos, en 2012, la Universidad Externado de Colombia publicó Trazo en sesgo la noche en su colección “Un libro por centavos”. En 2010, la Fundación Palabra a tiempo publicó su primer poemario De soslayo, prendada.
Le sugerimos leer Cantar para no olvidar
Pero Luisa Fernanda no solo escribió poesía, trabajó el ensayo y se dedicó a la docencia universitaria. Además, sus poemas aparecen traducidos al inglés, francés e italiano, y en revistas de México, España, Italia y Colombia. Pasó los últimos años en una conversación cercana con la muerte. Así lo señaló en la entrevista que le hizo el profesor y escritor Isaías Peña, publicada recientemente en el diario El Tiempo. En la misma entrevista, explica que creció rodeada de aquel signo fatídico. Sin embargo, esto no diezmó su escritura, sino que la enriqueció. De pie ante los abismos, regaló a sus lectores una visión sosegada de sus profundidades. Viene a mi mente el poema número 41 de su libro En tierra, el pájaro olvida cantar:
Abrirse camino entre la niebla
Seguir sus tenues bordes
Sin rumbo claro
puntear sus alas
develar pequeños trazos desde un horizonte
donde los pájaros acostumbran a cerrar los ojos
lanzarse al aire
Qué mejor entrega
cuando la confianza en la nada
nos invade
Su muerte deja un vacío en la poesía colombiana. Pero quedan sus versos a los que sus lectores podremos regresar. La vi por última vez en noviembre pasado en un viaje relámpago por Bogotá. Ella almorzaba cerca de la Universidad Central en compañía de Isaías Peña, Francisco Celis y Óscar Godoy, que recientemente había obtenido el premio Ñ-Ciudad de Buenos Aires-Clarín. Llegué acompañado de Daniel Ángel y Jerónimo García Riaño, y nos sumamos a la conversación que pasaba de amores fracturados a concepciones ideológicas o literarias. Ella me preguntó por mi hijo y me hizo recordar los cambios de los últimos años. Le obsequié un libro y le hablé de mi reciente rol de editor en Lugar Común Editorial. Pronto dejamos el restaurante para ir a un cafetín cercano, donde ella compartió una chocolatina a los que la acompañaban. Luisa era generosa. En su mirada brillante se percibía la divinidad de sus poemas.
Días después, cuando me había marchado de Bogotá, me envió sus libros, que leí con el deseo de incorporarlos a la nueva colección de poesía en la que trabajo. Lo que no sabía era que llegaría el virus, que la industria editorial bajaría las persianas y congelaría muchos procesos mientras se lograba entender esa realidad llamada pandemia. Lo que no sabía era que demoraría tanto y que ella dejaría este mundo sin alcanzarle a decir lo magnífico que eran sus poemas y mi deseo de publicarlos.