Macro y microcosmos: el cuerpo humano y la armonía del universo
La creencia de que el cuerpo humano es el espejo del cosmos hoy nos parece un supuesto misterioso y ajeno al rigor de la ciencia moderna. No obstante, la idea de un microcosmos humano hizo parte central de la historia de la filosofía natural y motivó varias de las grandes ideas que forjaron la medicina.
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De haber nacido en el siglo XVI, no habría vivido los años que tengo, no habría tenido hijos y mucho menos los habría visto crecer, pues la fractura de la tibia que tuve a los 17 años me habría dejado parapléjico y hace años habría muerto de apendicitis. Los cirujanos del siglo XXI salvan o modifican vidas todos los días. Con extraordinaria pericia reemplazan caderas o rodillas, extirpan tumores, reparan corazones fallidos o modelan al gusto de sus clientes narices, senos y nalgas. Hasta donde sé, nuestros médicos no necesitan invocar fuerzas ocultas ni les importa demasiado que los huesos, los tejidos, la sangre, sus instrumentos, los implantes de silicona o las prótesis de titanio sean productos de una misma historia cósmica.
Hipócrates, Galeno, Paracelso, William Harvey, Robert Fludd y sus discípulos estarían maravillados con el poder de la medicina del siglo XXI, pero les resultaría también extraña la falta de profundidad filosófica de sus colegas del futuro, quienes en su compleja educación no tuvieron tiempo para pensar sobre las profundas relaciones de nuestros cuerpos con el cosmos del cual venimos.
La sabia, bella y, en el fondo, irrefutable idea de que el cuerpo humano es el espejo de un orden cósmico mayor se remonta a la antigua Grecia con la medicina hipocrática, que entendió la salud como un tema de equilibrio natural. Platón en el Timeo se refirió al cuerpo humano como parte y fin último de la creación del universo; más tarde y de manera similar, Galeno entendió que el cuerpo humano estaba hecho de la misma materia que el resto del universo. La idea adquirió particular importancia dentro de la tradición hermética y el neoplatonismo, que marcaron la filosofía natural de la temprana modernidad europea. Hoy es una idea que para la mayoría se relaciona con chamanismo indígena, medicinas alternativas y charlatanes de poca credibilidad.
Uno de los más influyentes defensores de una medicina basada en la idea de que el cuerpo humano era una réplica de un orden cósmico mayor fue el médico y alquimista Theophrastus Bombastus von Hohenheim, mejor conocido como Paracelso (1493-1541). En estrecha relación con la tradición hermética, Paracelso propuso una mirada del cuerpo humano inseparable de la alquimia y de la astrología y su gran legado fue la búsqueda de explicaciones químicas de las enfermedades.
Heredero de la nueva medicina de Paracelso, el médico y astrólogo inglés Robert Fludd (1574-1637) fue uno de los más importantes voceros de la afinidad entre el microcosmos humano y el macrocosmos celestial. Dicha analogía entre los cielos y el cuerpo humano, nos guste o no, tuvo un impacto notable sobre la medicina moderna. Vale la pena recordar que William Harvey, anatomista y amigo cercano de Robert Fludd, publicó uno de los libros más importantes de la medicina moderna: Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus (Un estudio anatómico sobre el movimiento del corazón y la sangre en los animales) de 1628. Harvey fue el primero en ofrecer evidencia convincente para defender la idea de que la sangre viaja por las arterias a los miembros superiores e inferiores, los pulmones y los órganos para luego retornar por las venas al corazón, dónde la sangre se perfecciona una y otra vez para mantener con vida el cuerpo humano. En sintonía con las ideas del cuerpo humano como un microcosmos, Harvey le dio al corazón funciones similares a las del Sol en la cosmología copernicana. “El corazón”, escribe Harvey, “es el principio de la vida, el Sol del microcosmos… la fuente de toda acción”. Fludd fue uno de los primeros en defender públicamente las revolucionarias ideas de Harvey sobre la fisiología animal.
Los diversos grabados que ilustran la obra de Fludd son atribuidos a Teodoro De Bry, más conocido por sus ilustraciones de relatos de viaje (ver La canoa americana en esta serie) y por su lucha anticatólica, a la que dedicó buena parte de su obra. Muchos de sus contemporáneos, desde luego los católicos, encontrarían peligrosas las ideas de Fludd. Martin Mersenne, matemático franciscano, consideraba necesario castigar la osadía de publicar “esa magia abominable y horrenda” de Robet Fludd.
La imagen que presenta su obra, Historia del macro y el microcosmos, de 1617, reúne en una sola pintura muchas de las ideas centrales de su visión de la naturaleza. En la imagen vemos elementos de la cosmología clásica de un mundo compuesto de esferas concéntricas con la Tierra firme en el centro. En la parte exterior están las esferas celestes, que componen el macrocosmos, y en la parte interior vemos las órbitas que componen el microcosmos humano. La primera de las esferas representa la causa primera del movimiento, el Primum movile de la física de Aristóteles. En este caso el movimiento del universo lo provoca el tiempo, representado aquí por un ser alado que porta un reloj de arena como corona. Este espíritu celestial de fuertes brazos arrastra una cuerda que mueve el universo. La imagen de ángeles como agentes del movimiento celeste es común en la cosmología cristiana, pero en este caso llama la atención el carácter diabólico de sus patas de cabra. A la cuerda que mueve el mundo le sigue una esfera de estrellas fijas que componen las constelaciones del zodiaco y luego se reconoce una órbita para cada uno de los siete cuerpos celestes que giran alrededor de la Tierra: Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna. El macrocosmos contiene otro conjunto de círculos que componen el microcosmos del mundo humano, cuya dependencia del orden celestial es evidente. El microcosmos replica las zonas celestes, las constelaciones del zodiaco, los planetas y los cuatro elementos, esta vez asociados con los cuatro humores y temperamentos de la medicina galénica (colérico, sanguíneo, flemático y melancólico). En el centro de la imagen se destaca una figura humana masculina cuyos genitales coinciden con el centro de la Tierra y que celebra el antropocentrismo propio del Renacimiento, que marcó por siglos el pensamiento moderno.
Lecturas recomendadas
Sobre Fludd sugiero leer el libro Macrocosmos, microcosmos y medicina: los mundos de Robert Fludd, de Joscelyn Godwin (2018). Sobre la tradición hermética en la historia de la ciencia, recomiendo el libro Man and Nature in the Renaissance, de Allen G. Debus.