Madame Bovary y doscientos años de Gustave Flaubert
Presentamos la primera parte de un ensayo sobre Madame Bovary, leída desde la teoría del filósofo francés Jacques Rancière, a propósito de que se aproxima el bicentenario del natalicio de Gustave Flaubert, quien alguna ve dijo “Madame Bovary soy yo”.
María Paula Lizarazo
En “El desacuerdo”, Jacques Rancière pone en cuestión la definición de política que desde los tiempos de Aristóteles se ha desarrollado en Occidente, y presenta una comprensión en la que la relaciona con la ficción y, específicamente, con la novela realista del siglo XIX, en su texto “Política de la Ficción”.
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En “El desacuerdo”, Jacques Rancière pone en cuestión la definición de política que desde los tiempos de Aristóteles se ha desarrollado en Occidente, y presenta una comprensión en la que la relaciona con la ficción y, específicamente, con la novela realista del siglo XIX, en su texto “Política de la Ficción”.
I
Para Aristóteles, los seres humanos son animales políticos, animales que, a diferencia de las otras especies, tienen la facultad del logos: “la posesión del logos, es decir, de la palabra, que manifiesta” (Rancière 14); en este sentido, la posesión del logos y de la palabra que manifiesta, que excede la capacidad de hacer ruido -propia de las otras especies para Rancière-, da razón de una posesión del entendimiento. La capacidad política de los seres humanos, es decir, su capacidad de entendimiento, les permite determinar y discernir entre lo conveniente o no para un colectivo, entre: “lo útil y lo nocivo y, en consecuencia, lo justo y lo injusto” (Rancière 14), lo que conlleva que el hombre comprenda qué es, pues, lo definido como bueno y lo malo. De modo que la facultad de logos que tiene el ser humano le permite identificar qué es lo útil, es decir, lo justo, ergo, lo bueno y qué es lo nocivo: lo injusto, luego, lo malo; lo que a la vez le permite hacer una distribución de bienes y males -se diría que justa y armoniosa- entre las distintas partes de un colectivo. Esto es, pues, la política según lo plantea Aristóteles, en la lectura de Rancière.
Frente a esa supuesta distribución justa, basada en el discernimiento que se hace entre los principios de lo útil y lo nocivo, lo justo y lo injusto, y lo bueno y lo malo, Rancière difiere: “Por una parte, la justicia como virtud no es el mero equilibrio de los intereses entre los individuos o la reparación de los perjuicios que unos hacen a otros. Es la elección de la medida misma según la cual cada parte sólo toma lo que le corresponde” (20), lo que quiere decir que, en realidad, la justicia no es, tal y como planteó Aristóteles, la repartición armoniosa de las partes, basada en tales principios, sino que esta debe residir es en la medida o la cuenta bajo la cual se hace dicha distribución.
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La política no es ni la repartición justa ni la facultad de reparar a las partes en caso de un perjuicio sufrido en lo que respecta a la repartición, la política “existe cuando el orden natural de la dominación es interrumpido por la institución de una parte de los que no tienen parte”, es decir, la política existe cuando la parte sin parte –”aquellos a quienes no se ve”, dice Rancière- irrumpe el orden armonioso y justo, tras haber entrado en desacuerdo con la distribución, por lo que es, entonces, un espacio de litigio: “La política es en primer lugar el conflicto acerca de la existencia de un escenario común, la existencia y la calidad de quienes están presentes en él. No hay política porque los hombres, gracias al privilegio de la palabra, ponen en común sus intereses. Hay política porque quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre estos e instituyen una comunidad por el hecho de poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el enfrentamiento mismo, la contradicción de dos mundos alojados en uno solo”. (Rancière 42)
II
En “Política de la ficción”, Rancière parte de que la relación entre política y ficción no se determina por la forma en que una obra literaria represente cierto acontecimiento político o conflicto social, ni por la ideología política de un escritor, sino por las maneras respectivas en que “la literatura y la política construyen mundos comunes y pueblan estos mundos con personajes y acontecimientos, jerarquizando a estos personajes y encadenando estos acontecimientos o, también, la manera en la que ellas articulan maneras de hablar, maneras de ver y maneras de hacer” , debido a esta articulación de mundos, común a la literatura y la política, la noción de ficción debe repensarse pues es “un modo de enlace que utiliza modelos de racionalidad -y especialmente modelos de causalidad- para ligar un acontecimiento a otro y darle un sentido a este vínculo. En este sentido, la acción política y la ciencia social utilizan ficciones tanto como los novelistas o los cineastas” (Rancière).
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Si bien, en lo que respecta a la política, el litigio es ese espacio en el que se dan otros modelos de racionalidad y causalidad, en lo que respecta a la literatura, esta tiene la potestad de presentar en sus mundos cierto orden y cierta jerarquización de uno u otro personaje, por lo que la relación entre ambas está determinada por la ficción en tanto que esta permite nuevos modos de subjetividades con relación al orden establecido. Para exponer esta articulación, Rancière alude a la novela realista del siglo XIX y las distintas críticas que recibió por parte de los contemporáneos de autores como Flaubert, Balzac y Zola, y por parte de autoridades literarias del siglo XX como Jorge Luis Borges, Jean Paul Sartre y hasta Roland Barthes.
La crítica emitida por parte de los contemporáneos de estos autores del siglo XIX, se basaba en que las novelas estaban irrumpiendo la tradición literaria en el sentido de que no cantaban grandes gestas de importantes héroes, sino que les dedicaban capítulos a las vidas y las pasiones de modestos trabajadores y campesinos de baja clase social. Por el lado de Borges, Sartre y Barthes, la crítica residía en que la descripción minuciosa y detallada de los entornos y las acciones en las novelas, no era sino información parásita que en nada contribuía al desarrollo de la historia.
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Frente a esto, Rancière pone de ejemplo a “Madame Bovary” y cita a un crítico para el que “este libro, dice, es la democracia en literatura. […] es, en primer lugar, el privilegio que se le da a la visión material y es, al mismo tiempo, la igualdad de todos los seres, de todas las cosas y de todas las situaciones que se ofrecen a la vista”, y, contrario a las posturas mencionadas, Rancière valora que la novela realista del siglo XIX presente mundos en los que hay cierta igualdad en personajes y relevancia de los sucesos: “la pretendida elección de lo real contra lo imaginario, o de lo posible contra lo imposible, es siempre, de hecho, la elección de un real contra otro, de un posible contra otro. Es ahí donde las ficciones de la literatura tocan a la política. […] La textura de sus descripciones y de sus encadenamientos narrativos está ligada a una decisión sobre la igualdad o la desigualdad, sobre lo que seres que pertenecen a una cierta condición pueden o no pueden sentir, decir y hacer”.
III
En “Madame Bovary”, además de la virtud democrática y la relación política-literatura, se da una relación entre ficción y realidad, lo que da lugar a una relación doble entre política y literatura al interior de la novela. Emma es una mujer del campo que contrae matrimonio con Charles Bovary, pero que, estando casada, comienza a vivir varios amores a escondidas.
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Reduciéndolo a la protagonista, la primera relación entre política y literatura se da en que, precisamente, la novela jerarquiza al personaje de una mujer que no hace ninguna gran gesta, a su entorno y sus pasiones. Emma Bovary, además de haber tenido la posibilidad de pasar al título de madame, es una mujer que irrumpe el orden del matrimonio. Pero la segunda y gran relación, es que al interior de la novela se expande la relación entre política y literatura a partir del vínculo entre realidad y ficción que presenta: Madame Bovary era una gran lectora que vivía ensoñada con el romanticismo que leía. Su gran atención por la ficción fue la que le ofreció una subjetividad distinta que -como la ficción y el litigio, que permiten nuevos órdenes y nuevos mundos-, la llevaron a enfrentarse con otras dos instituciones de la época: la iglesia y la ciencia.