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Una página en negro resume en gran parte la historia de la violencia en Colombia, por eso no es fortuita su presencia en el libro que fue ganadora del concurso de novela Ciudad de Bogotá 2021. Ahí cabe todo y no cabe nada, como en la desgarradora historia que poco a poco va tomando sentido a través de la palabra contundente que emplea el autor, aún para describir aquellas situaciones de desasosiego que debe padecer la protagonista, acaso la presencia de un padre castigador, como lo han sido por siglos las clases dominantes en un país de mestizaje no aceptado y de arribismos económicos aún a costa de lo que sea, anuncia una herencia maldita que no quisiéramos recibir, pero que a costa de leguleyadas es también de todos.
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El título anuncia esa tragedia, sobre todo porque la protagonista debe enfrentar su papel de mujer en una sociedad machista, y la madre es una presencia difusa, lo que sobresale es el ocultamiento físico, la imposición frente a cualquier querencia, incluida la propia libertad, por eso Madre es una ausencia trasvasada maravillosamente por el escritor en un mueble, algo que se puede llevar al antojo no solamente de los caprichos sino que, como en este caso, ante las circunstancias de un escapar también constante. Es quizá que por ello la mujer-hija no puede concretar absolutamente nada, ni su venganza, está condenada a seguir los pasos de Madre, y frente a ese destino no puede escapar.
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La novela puede tener varias lecturas, pero es una sola, ahí la violencia manifiesta como se ha detallado ya, pero también el terror cuándo son fantasmas quienes interactúan con la protagonista, con la sangre que, al mejor estilo de un thriller japonés, termina por invadir todas las escenas, y que acá son las marcas en las botas de un asesino, convirtiéndose en el único que les queda a éstas para no perder el camino de su verdugo. Hasta que la propia protagonista termina por ser un fantasma más, como Madre, como muchas de esas víctimas que parece no terminan de entender su suerte. Estamos signados: “De llanto y sangre un río/ se mira allí correr”, nos ha presagiado Rafael Núñez en el Himno Nacional.
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La narrativa conduce al lector de un pasado no tan lejano a un presente en donde el lenguaje intermedia para despertar toda clase de sensaciones, desde las que muestran un crudo realismo, hasta aquellas descripciones que muestran también una faceta poética del autor. Aquí esos dolores se vierten entre las letras de manera contundente, con prolepsis que pareciera anunciar desgracias, que al contrario de Casandra, se toman como ciertas; las metáforas que extienden los deseos de una protagonista que teme manifestar sus propios deseos, o el de la propia Madre y la misma protagonista, que terminan por volver al lugar donde reposan sus cuerpos, en una ansía de alcanzar la corporeidad femenina en un territorio que lo ha negado constantemente.