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                                                                                                                                Madres de Soacha ahora son Antígonas

                                                                                                                                Junto a actrices profesionales y otras víctimas de la violencia forman parte de la obra ‘Tribunal de mujeres’, que se presenta en el Teatro La Candelaria. Historia de una catarsis promovida por la Corporación Colombiana de Teatro.

                                                                                                                                Nelson Fredy Padilla Castro

                                                                                                                                Lucero Carmona en escena con la camisa preferida de su único hijo Ómar, asesinado por el Ejército en Barbosa, Antioquia. /Andrés Torres - El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Viste de negro y zapatillas coloridas. Está maquillada, aunque triste. En el regazo carga la camisa blanca preferida de su “niño”, al que le refundieron la vida militares ávidos de trofeos de guerra mientras él buscaba sustento para ayudar a su madre cantante de mariachi. Lucerito —como le dicen en la trasescena— habló con él cuatro días antes de que fuera baleado y reportado como baja en combate, acusado de traficar armas y narcóticos de la guerrilla de las Farc .“¡Mentira! Él era artesano, escribía poemas y le gustaba traducir inglés”. Se aferra a la camisa, la huele, la desdobla, la abraza; se abriga y juega con ella.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                En las tablas esta madre no denuncia como lo hace todos los días en foros, escuelas, colegios, universidades, junto a otras deshijadas de Soacha, desde que comprobó que Ómar fue uno de los “mal llamados falsos positivos” del gobierno de Álvaro Uribe. Ahora es una de las actrices de Antígonas, tribunal de mujeres, la obra que hoy se presenta en La Candelaria como parte del Festival de Teatro Alternativo.

                                                                                                                                No sabía que podía denunciar a través del arte, que podía transmitir a la gente otros sentimientos que antes se guardaba o no exploraba, que la agobiaban: el dolor que no tiene nombre, rabia, amor filial, intimidad familiar, ternura. Por eso cierra su parlamento cantando "Osito de felpa". Todos los despertó la memoria de su hijo, los días en el ambiente teatral del centro de Bogotá y los ensayos desde noviembre pasado, luego de que el director del grupo Tramaluna, Carlos Satizábal, dramaturgo de la Universidad Nacional y Premio Nacional de Poesía 2012, viera en ellas y en su proceso de duelo la encarnación de un mito fundacional de la cultura occidental, en la línea de lo que hizo James Joyce al llevar a Odiseo a las calles de Dublín para representarlo a comienzos del siglo XX en los zapatos de Leopoldo Bloom, protagonista de Ulises.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                La cara de Ómar se refleja en el blanco de su camisa. Suenan los balazos. El público empieza a entender que eso de “los falsos positivos” no es un mito colombiano. Se oyen suspiros y sollozos. Es sobrecogedora la verdad de la actuación que reclama Stanislavski a los dramaturgos. Fruto de la semilla que sembró en 2009 Patricia Ariza desde la Corporación Colombiana de Teatro cuando reunió en la Plaza de Bolívar a 300 víctimas de la violencia en un performance para mostrar que a través del arte se denuncia, se hace memoria y se camina hacia la paz. Luego lo ratificó en el teatro Jorge Eliécer Gaitán con Huellas, mi cuerpo es mi casa, donde desplazados por la violencia hicieron catarsis escénica, otra forma de visibilización social. “El arte es el contrapeso de la barbarie”, le dijo a El Espectador la artista Doris Salcedo mientras trabajaba en Plegaria muda, su condena a los “falsos positivos”.

                                                                                                                                Lo simbólico empodera a las Antígonas. Cada una desfila por el escenario con un objeto a través del cual encuentran la seguridad corporal y mental que hace meses era intermitente. Redimensionan el sufrimiento al ritmo de la música de Nicolás Uribe, a quien le bastó acompañarlas en un ensayo para dedicarse a componer los acordes del tribunal de mujeres.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al comienzo parecía complejo acercar a un grupo de damnificadas a un mito, pero de eso se encargó la fuerza de la poesía lírica y la paciencia del director y el acompañamiento de Dora Lucy Arias, abogada del Colectivo José Alvear Restrepo, víctima de las ‘chuzadas’ y la persecución del DAS a la oposición política al uribismo, y Judy Caldas, otra abogada experta en derecho internacional humanitario.

                                                                                                                                Así surgieron los primeros borradores y la necesidad de intercalar la voz de las Antígonas de la guerra colombiana. “Fue más oírlas y entenderlas, porque a veces se han derrumbado en los ensayos. Fue más sensibilidad que ponernos a darles clases de actuación”, dice el director. Cada elemento hace de Antígonas una obra imperativa en estos días de teatro, una propuesta estética hecha realidad gracias también a que ganó la Beca Arte y Memoria del Laboratorio de Creación.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                ¿Qué lograron ellas? ¿Qué pretendía el proyecto? “Transformaron el dolor en fuerza y rebeldía. Y en esa transformación se ha vuelto esencial el relato. Ellas son el mito de Antígona vivo, la construcción poética a partir de una realidad y del testimonio. Buscan la restitución simbólica de sus irreparables vidas perdidas. Y de sus nombres —dice el director—. Restituirles en el lenguaje, en la imaginación y en la vida colectiva es esencial para que haya justicia y verdad. La acción poética teatral es un primer gesto público de restitución”. La obra se cierra con el desahogo magistral de Lina Támara, dejando rosas amarillas y limpiando el piso de todo tipo de violencia pasada o presente con un manojo de hierbas dulces. El espectador sale en medio del aroma de ruda, lluvia de plata, albahaca, manzanilla; conmovido y agradecido de poder acercarse al alma del que ya es un colectivo femenino que detrás de telones reconstruye tejidos sociales y delante remueve conciencias. Una comunión de emociones, confesiones, lágrimas y risas que trasciende desde los ejercicios de estiramiento y relajación; al repasar los movimientos coreográficos, creación del ecuatoriano Wilson Pico y de la colombiana Francesca Pinzón; cuando empiezan a calentar gargantas y el coro se toma el tribunal siguiendo las cuerdas bucales de Mayra, la compositora y cantaora de las sabanas de Sucre, que enaltece la gran tragedia de Sófocles incluso con la fuerza del bullerengue: “La muerte me vino a buscar y yo le dije: ¡Carajo! ¡Respeta!”. Y las otras sobrevivientes responden: “Nunca más, nunca jamás”.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                npadilla@elespectador.com

                                                                                                                                Lucero Carmona en escena con la camisa preferida de su único hijo Ómar, asesinado por el Ejército en Barbosa, Antioquia. /Andrés Torres - El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Viste de negro y zapatillas coloridas. Está maquillada, aunque triste. En el regazo carga la camisa blanca preferida de su “niño”, al que le refundieron la vida militares ávidos de trofeos de guerra mientras él buscaba sustento para ayudar a su madre cantante de mariachi. Lucerito —como le dicen en la trasescena— habló con él cuatro días antes de que fuera baleado y reportado como baja en combate, acusado de traficar armas y narcóticos de la guerrilla de las Farc .“¡Mentira! Él era artesano, escribía poemas y le gustaba traducir inglés”. Se aferra a la camisa, la huele, la desdobla, la abraza; se abriga y juega con ella.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No sabía que podía denunciar a través del arte, que podía transmitir a la gente otros sentimientos que antes se guardaba o no exploraba, que la agobiaban: el dolor que no tiene nombre, rabia, amor filial, intimidad familiar, ternura. Por eso cierra su parlamento cantando "Osito de felpa". Todos los despertó la memoria de su hijo, los días en el ambiente teatral del centro de Bogotá y los ensayos desde noviembre pasado, luego de que el director del grupo Tramaluna, Carlos Satizábal, dramaturgo de la Universidad Nacional y Premio Nacional de Poesía 2012, viera en ellas y en su proceso de duelo la encarnación de un mito fundacional de la cultura occidental, en la línea de lo que hizo James Joyce al llevar a Odiseo a las calles de Dublín para representarlo a comienzos del siglo XX en los zapatos de Leopoldo Bloom, protagonista de Ulises.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                La cara de Ómar se refleja en el blanco de su camisa. Suenan los balazos. El público empieza a entender que eso de “los falsos positivos” no es un mito colombiano. Se oyen suspiros y sollozos. Es sobrecogedora la verdad de la actuación que reclama Stanislavski a los dramaturgos. Fruto de la semilla que sembró en 2009 Patricia Ariza desde la Corporación Colombiana de Teatro cuando reunió en la Plaza de Bolívar a 300 víctimas de la violencia en un performance para mostrar que a través del arte se denuncia, se hace memoria y se camina hacia la paz. Luego lo ratificó en el teatro Jorge Eliécer Gaitán con Huellas, mi cuerpo es mi casa, donde desplazados por la violencia hicieron catarsis escénica, otra forma de visibilización social. “El arte es el contrapeso de la barbarie”, le dijo a El Espectador la artista Doris Salcedo mientras trabajaba en Plegaria muda, su condena a los “falsos positivos”.

                                                                                                                                Lo simbólico empodera a las Antígonas. Cada una desfila por el escenario con un objeto a través del cual encuentran la seguridad corporal y mental que hace meses era intermitente. Redimensionan el sufrimiento al ritmo de la música de Nicolás Uribe, a quien le bastó acompañarlas en un ensayo para dedicarse a componer los acordes del tribunal de mujeres.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al comienzo parecía complejo acercar a un grupo de damnificadas a un mito, pero de eso se encargó la fuerza de la poesía lírica y la paciencia del director y el acompañamiento de Dora Lucy Arias, abogada del Colectivo José Alvear Restrepo, víctima de las ‘chuzadas’ y la persecución del DAS a la oposición política al uribismo, y Judy Caldas, otra abogada experta en derecho internacional humanitario.

                                                                                                                                Así surgieron los primeros borradores y la necesidad de intercalar la voz de las Antígonas de la guerra colombiana. “Fue más oírlas y entenderlas, porque a veces se han derrumbado en los ensayos. Fue más sensibilidad que ponernos a darles clases de actuación”, dice el director. Cada elemento hace de Antígonas una obra imperativa en estos días de teatro, una propuesta estética hecha realidad gracias también a que ganó la Beca Arte y Memoria del Laboratorio de Creación.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                ¿Qué lograron ellas? ¿Qué pretendía el proyecto? “Transformaron el dolor en fuerza y rebeldía. Y en esa transformación se ha vuelto esencial el relato. Ellas son el mito de Antígona vivo, la construcción poética a partir de una realidad y del testimonio. Buscan la restitución simbólica de sus irreparables vidas perdidas. Y de sus nombres —dice el director—. Restituirles en el lenguaje, en la imaginación y en la vida colectiva es esencial para que haya justicia y verdad. La acción poética teatral es un primer gesto público de restitución”. La obra se cierra con el desahogo magistral de Lina Támara, dejando rosas amarillas y limpiando el piso de todo tipo de violencia pasada o presente con un manojo de hierbas dulces. El espectador sale en medio del aroma de ruda, lluvia de plata, albahaca, manzanilla; conmovido y agradecido de poder acercarse al alma del que ya es un colectivo femenino que detrás de telones reconstruye tejidos sociales y delante remueve conciencias. Una comunión de emociones, confesiones, lágrimas y risas que trasciende desde los ejercicios de estiramiento y relajación; al repasar los movimientos coreográficos, creación del ecuatoriano Wilson Pico y de la colombiana Francesca Pinzón; cuando empiezan a calentar gargantas y el coro se toma el tribunal siguiendo las cuerdas bucales de Mayra, la compositora y cantaora de las sabanas de Sucre, que enaltece la gran tragedia de Sófocles incluso con la fuerza del bullerengue: “La muerte me vino a buscar y yo le dije: ¡Carajo! ¡Respeta!”. Y las otras sobrevivientes responden: “Nunca más, nunca jamás”.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                npadilla@elespectador.com

                                                                                                                                Por Nelson Fredy Padilla Castro

                                                                                                                                Temas recomendados:

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