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En una colorida peluquería de un tradicional barrio de Bogotá, entre cepillos, esmaltes, espejos viejos y un maniquí con peluca, Cristina, una madre soltera que desarrolló una sospechosa fórmula contra la alopecia, se gana el corazón de Vicente Vaca, un cuarentón calvo y holgazán que vive bajo la sombra implacable de Berta, su mamá. El director de cine Mario Ribero, a quien no se veía en un rodaje desde la cinta El embajador de la India, regresa con su más reciente producción Mamá, tómate la sopa, una historia sobre un destino signado y atrofiado por la resignación.
Escrita en clave de comedia por Claudia García y protagonizada por Paola Turbay, Ricardo Leguízamo-Roca y Consuelo Luzardo, la película explora uno de los personajes típicos de la idiosincrasia colombiana: el zángano pequeño-grande, vividor y arrimado. “Quise hacer una película para mi país. Yo nací aquí y no puedo hablar de otra cosa”, dice García, quien trabajó en el guión durante más de cincos años. “Me di cuenta de que en el colombiano hay una falta de reflexión sobre aquello que lo hace dependiente y sobre lo que lo mantiene en una zona de confort, apocado y paralizado frente a los cambios y etapas de la vida”, reclama García.
El humor, una vez más, es la puerta más fácil para llegar a esa idiosincrasia, cuestionarla y desenmascararla. No hay familia colombiana que no tenga un Peter Pan, ese sujeto que aunque ya está crecidito se niega a separarse del seno materno y la nevera paterna y nunca aprendió a cocinar ni a lavar la ropa. “Era necesario ir al hogar, pero no con chistes sino con un humor inteligente”, afirma la guionista. La tragedia de cada personaje se convierte en comedia ante los ojos del espectador que, tomando distancia desde su cómoda silla en la sala, encuentra en el otro la complicidad de sus propias faltas.
Además de desarrollar la figura del zángano, la película realiza una caricatura del amor maternal. Berta, con 62 años, pensionada, trabajadora y terca, ha centrado su vida alrededor de Vicente, su único hijo. Convirtiéndose en la juez incisiva de las mujeres que tocan el corazón de su hijo, la sobreprotectora madre hará todo lo posible para separarlo de los brazos de la coqueta Cristina. “El papel de Berta pone en evidencia que ese amor de madre que todos alabamos, que nunca ponemos en duda, y que siempre logra lo mejor para sus hijos, también puede ser equivocado, exagerado, enfermizo, y puede ayudar a labrar la infelicidad de los hijos”, afirma la actriz Consuelo Luzardo. Para ella y para el director Mario Ribero, Mamá, tómate la sopa es una metáfora sobre seres que se aman y se destruyen amorosamente.
“Chaplin decía que la vida era una tragedia cuando se la veía en primer plano y una comedia cuando se la miraba desde lejos. No separo el drama y la comedia porque la línea que las separa es muy delgada”, dice Mario Ribero. Según el director, el humor que rodea la tragedia del doblegado Vicente, el amor enfermizo de su madre y la luchadora pero engañada Cristina, no es un humor prefabricado sino que se construye en la inmediatez de las escenas y se hilvana con la sensibilidad y agudeza de un sólido grupo de actores.
Para Ribero la vida y el cine son el segundo a segundo. “En cada cosa que hago trato de tomarle el pulso a la vida, y eso lo llevo al cine. Es imprescindible que no se mecanicen las cosas y que las acciones y diálogos no se vuelvan algo fabricado. En mi trabajo como director intento que los actores sientan que el personaje está naciendo en ese instante. Si esa magia se produce en el grupo, es probable que también llegue hasta el público”.
La banda sonora encargada de acompañar los tropiezos de estos insólitos personajes es la agrupación bogotana Monsieur Periné, que al ritmo del jazz manouche —adaptación francesa del swing americano de los años treinta, popularizada por el guitarrista gitano Django Reinhardt—, y sonidos de la música popular latinoamericana, como el bolero, la raspa y el tango, avivan esta tragicomedia.
Por Paula Santana
