“Para mí, el cine contemporáneo no tiene nada que hacer al lado del clásico”
Manuel Drezner presenta una recopilación de datos varios sobre temas como el cine, la música y la historia en el libro “Es bueno saberlo”.
Sarah Gutiérrez
No le gustan las preguntas “estúpidas”. Así me lo hizo saber el día que fui a visitarlo. El señor Manuel Drezner me recibió en la sala de su casa un jueves, un día especialmente caluroso para Bogotá: poco a poco, la ciudad se enfrenta a consecuencias cada vez más evidentes del fenómeno de El niño.
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No le gustan las preguntas “estúpidas”. Así me lo hizo saber el día que fui a visitarlo. El señor Manuel Drezner me recibió en la sala de su casa un jueves, un día especialmente caluroso para Bogotá: poco a poco, la ciudad se enfrenta a consecuencias cada vez más evidentes del fenómeno de El niño.
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Decorado con algunas pinturas de David Manzur y de Lorenzo Jaramillo, y a pesar de las altas temperaturas, el hogar de este ingeniero de sonido se siente fresco. El espacio es un reflejo de lo que ha creído y ha apoyado durante su vida: las artes y la cultura. Al entrar a su estudio no son difíciles de apreciar los muchos CD y libros que están ubicados en sus estantes.
De allí se destacan algunos textos como The Original Illustrated Sherlock Holmes (1905), del prolífico Arthur Conan Doyle, y los propios escritos de Drezner como La cara humana de la música y los músicos (2017), Entretelones de la historia (2023) y Es bueno saberlo, su más reciente publicación.
“A lo largo del tiempo, fui recolectando la información que escribí en la columna ‘Preguntas y respuestas’ de El Espectador”, respondió a mi pregunta sobre sus intenciones al redactar este libro. El autor se convirtió el año pasado en uno de los más antiguos colaboradores al cumplir 70 años de relaciones laborales con este periódico. “Llegó un momento en donde tuve tanta información que no supe qué hacer con ella, hasta que alguien me sugirió recopilarla en una antología para leer en el baño”, comentó. “¿Por qué en el baño?”, pregunté. “¿Acaso usted no lo hace?”, respondió.
La modalidad de leer libros en el baño surgió de varias suposiciones sobre mentes como las de Martín Lutero, filósofo; Ernest Hemingway, escritor y periodista, y Benjamin Franklin, padre fundador de EE. UU. En su momento, se dijo que utilizaron estos lapsos en el transcurso del día para poder leer. Así lo señaló Drezner en entrevista para la W Radio: “La idea surgió de un homenaje a un prócer de Estados Unidos (Franklin), que unía la ironía y el cinismo con la sabiduría”.
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La extensión de cada uno de los capítulos, como me comentó, está pensada de acuerdo con la necesidad fisiológica de cada persona: algunos pueden ser de una, tres o incluso ocho páginas si es necesario. En estas se recopila información de varias temáticas, como la verdad detrás de la muerte de Inés de Castro, reina consorte de Portugal, que ya había sido contada por Víctor Hugo en una de sus obras; o por qué el 25 de diciembre se acordó como el día del nacimiento de Jesús.
Más allá de relatar hechos históricos, también se basó en experiencias de su vida cotidiana para escribir algunos breves manuales sobre cómo evadir las llamadas de telemercadeo con un asesor comercial o cómo tener una conversación interesante con los demás sin que se convierta en un “monólogo o una cosa aburrida”.
En esta publicación, de 208 páginas, se recolectaron también algunos listados de las que son consideradas las mejores películas antiguas de todos los tiempos. Medios como The Time, la británica Sight and Sound de la British Film Institute y The New York Times, cada cierto tiempo, preguntan a críticos y especialistas cuáles consideran que deben estar en el conteo. Drezner nombra algunos de estos títulos en uno de sus capítulos. La trilogía de El padrino, Casablanca (1942), El ciudadano Kane (1941) y Psicosis (1960) son algunas de ellas, y al preguntarle al autor, afirmó haberlas escogido por ser “películas que realmente han perdurado más de 50 años”, además de ser las más nombradas en los listados.
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“Para mí, el cine contemporáneo no tiene nada que hacer al lado del clásico”, comentó. “El cine clásico buscaba llevar un argumento a través de la construcción de la psicología de los personajes y mostrar al espectador una secuencia lógica. Al cine de hoy esto le interesa muy poco”. De acuerdo con Drezner, la industria cinematográfica ha olvidado la importancia de los personajes para enfocarse en la técnica que desean utilizar los directores.
“¿Qué opina de las películas que nominaron este año a los Premios Óscar?”, le pregunté. “Las he visto. Me parece que Oppenheimer es una cinta a la que se le pasó la mano con la duración, pero es una producción que está hecha dentro de los cánones del cine clásico. El público sabe qué está sucediendo y se llega a una conclusión lógica que en muchas ocasiones el cine experimental no permite”, contestó.
“¿Y sobre la música contemporánea?”, añadí. “El problema de la música en nuestros tiempos es que los compositores no están componiendo para el público, sino para profesionales. El lío de esto es que, si se compone para estos círculos pequeños, las obras no llegarán a las personas. Se pierde el sentido artístico”.
Por otro lado, para Drezner, precursor del casete en Colombia, las plataformas de ‘streaming’ son una ventaja para que los oyentes tengan un amplio acceso a la música, pero al mismo tiempo han significado un “gran paso atrás” para la ingeniería de sonido. “El sonido de las plataformas no es mejor que el que tenían los discos de 78 revoluciones. Por la necesidad de tener tantas obras digitalizadas, se comprimen y se limita la respuesta de frecuencia”.
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Un hombre de mil saberes que, desde temprana edad, fue influenciado por sus padres para interesarse por las artes. Este camino también lo llevó a probar suerte con en el periodismo que, como recuerda, comenzó durante su época escolar en el Gimnasio Moderno de Bogotá, donde tuvo la oportunidad de coincidir con Guillermo Cano, exdirector de El Espectador, en el periódico institucional que se llamaba El Aguilucho.
Tiempo después, el señor Cano invitó a Drezner a participar del negocio familiar escribiendo columnas acerca de literatura, música y cine. Aceptó y terminó compartiendo el escritorio con Gabriel García Márquez. “Él hacía críticas de cine. Era un gusto en común que teníamos”, recordó el autor.
Ya son siete décadas de trabajo. En la actualidad, sus ideas se publican cada semana en la columna El arte y la cultura. “¿Por qué seguir escribiendo?”, le pregunté. “Me quedó la necesidad de escribir”, contestó.
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