Manuel Orjuela: “El teatro no tiene ni principio ni fin”
El actor y director, quien presentará su obra “Segismundos” en el Teatro Estudio del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, entre el 24 y 26 de octubre, habló sobre los sueños y este arte en la sociedad colombiana.
Andrea Jaramillo Caro
¿Cómo fue su acercamiento a la obra de Calderón de la Barca y el proceso de crear esta obra de teatro?
Hay dos factores importantes. Este es uno de mis primeros espectáculos pospandémicos, en torno a mí había sucedido una cantidad de cosas y siento que, además de la peste que vivimos, hubo una peste también del sueño. Creo que el sueño se perdió muchísimo, particularmente en mí. A través de ese insomnio y de esa investigación sobre por qué no podía dormir, y no volver a soñar dormido, nació la idea de montar esta obra, que es una coproducción colombo-española.
Para usted, ¿cómo es ese mundo onírico y cómo entra en juego en su obra?
El término “sueño” no es lo mismo en el siglo XVII a lo que vivimos en el siglo XXI. Tuvo otro tipo de concepción en ese momento y, desde ese punto de vista, quise reflexionar sobre para mí qué es poder soñar. Esa capacidad es fundamental para mí y con el tiempo he ido perdiendo la habilidad de soñar dormido. Considero que esto también influye en la forma en la que nos acercamos a esta palabra frente a lo que acontece a nuestro alrededor. Soñar actualmente se usa para, por ejemplo, un carro, y para mí es importante estar atento a lo que los sueños dicen. Quise hacer también un homenaje a la experiencia que viví en una clínica del sueño. Imaginé qué podía pasar si estando ahí entraba en un sueño profundo donde los soñantes colegas eran los otros pacientes... En ese momento igual estaba haciendo la película “Memoria” y con el director, Apichatpong Weerasethakul, compartíamos este fenómeno: no poder dormir. También le apasionaba el tema de las clínicas y de la pérdida del sueño. Podría decir que esta obra es de las más descabelladas que he hecho últimamente, y la idea de llevar un poco más allá esta locura, de tratar de descifrar qué es el sueño, inspirado en los monólogos de Segismundo, en “La vida sueño”.
Hemos hablado mucho del sueño, pero, ¿usted cómo definiría esa palabra y cómo se ha transformado?
Insisto en que me hace mucha falta, y cada vez estoy en aras de recuperar la capacidad de dormir profundamente y entrar a un mundo misterioso que quizás es gobernado por el propio cerebro, pero que no sabemos a dónde nos manda. Eso me parece a superemocionante. Volver a lo primitivo también es parte del concepto. Además, los sueños están tratando de decirnos algo, volver a su interpretación me parece muy importante. Creo que actualmente todos hemos empezado a soñar más despiertos y a anhelar cosas materiales.
Usted ha hecho varias adaptaciones de otros textos literarios, ¿qué elementos considera que son los más importantes en estos casos?
Es un poco lo que aprendimos con nuestros maestros. Ellos hablan de revisitar las obras y empezar a dialogar con ellas para que, a su vez, dialoguen con el mundo contemporáneo, no que simplemente sean representadas o ilustradas. Como en “La vida es sueño”: en esa época, la palabra sueño no tenía nada que ver con que lo que representa en este momento, y esa manera de dialogar es la que me parece interesante.
La obra es protagonizada por tres versiones del Segismundo de Calderón de la Barca. ¿Qué cree que hay de esos personajes en usted?
Creo que me comunico más con Rosaura, un personaje del que casi no hablo, que es la mujer que llega a la clínica del sueño. Ahí hay más de mí. Yo diría que es esa persona que está tratando de buscar identidad, que está tratando de comunicarse otra vez con el mundo de los sueños, que lo logra, pero que ahora tiene mucho miedo porque confundió visitar el sueño con visitar la muerte. De alguna manera conecto con los tres Segismundos de la obra, uno es un actor al que ya nadie llama, eso todavía no me ha sucedido, pero soy muy empático con la gente que lleva muchos años haciendo esto y, de repente, no la vuelven a llamar. El caso de la alcohólica, es el Segismundo que muestra el hecho de vivir a través de una alucinación como la del alcohol, que es maravilloso al principio, pero después llega la cochina realidad, la resaca, y te vuelve a poner acá peor de lo que estabas. Y el último, el afro, viene de la sensación de sentirse migrante cuando uno intenta hacer su vida en un lugar como Europa, por ejemplo. Creo que son cosas que vivimos en mayor o menor escala, y con las que espero el público se deje llevar a través de las imágenes, textos, música y bailes que hemos ensamblado con Jimmy Rangel.
El tiempo y la oscuridad son temas que también van de la mano con el sueño...
Claro, hay un libro de Al Álvarez que nos inspiró muchísimo, se llama “La noche”. En este habla de cómo desde un comienzo hemos diseñado todo lo posible para hacer desaparecer la oscuridad en nuestras vidas, en nuestro cotidiano, culturalmente, en el imaginario, en la calle. Hemos asociado que si hay oscuridad, hay peligro, y a la oscuridad se le ha dado ese símbolo negativo, pero era en ese lugar donde se manifestaban los sueños. Me llamó la atención mucho ese discernimiento que hace él desde el hecho de no ver la oscuridad como algo negativo y verla como el espacio perfecto para manifestar los sueños, pero lo hemos abandonado.
¿Cómo cree que el teatro puede ser una herramienta para recuperar o seguir desarrollando la capacidad de soñar e imaginar en la sociedad colombiana?
No hay nada más maravilloso que pintar sobre negro. Nosotros hacemos eso porque, generalmente, nuestros lienzos o escenarios son negros y desde que ahí se pare un ser humano, le narre algo a otra persona en la capacidad de imaginar, que no es más que la capacidad de generar imágenes, el teatro será posible. Para mí el teatro es tan eterno como la vida misma, porque él no tiene principio ni fin. Puede que pase de moda, pero es tan importante como el hecho de representarse, de no olvidar quiénes somos y para qué estamos aquí.
¿Cómo fue su acercamiento a la obra de Calderón de la Barca y el proceso de crear esta obra de teatro?
Hay dos factores importantes. Este es uno de mis primeros espectáculos pospandémicos, en torno a mí había sucedido una cantidad de cosas y siento que, además de la peste que vivimos, hubo una peste también del sueño. Creo que el sueño se perdió muchísimo, particularmente en mí. A través de ese insomnio y de esa investigación sobre por qué no podía dormir, y no volver a soñar dormido, nació la idea de montar esta obra, que es una coproducción colombo-española.
Para usted, ¿cómo es ese mundo onírico y cómo entra en juego en su obra?
El término “sueño” no es lo mismo en el siglo XVII a lo que vivimos en el siglo XXI. Tuvo otro tipo de concepción en ese momento y, desde ese punto de vista, quise reflexionar sobre para mí qué es poder soñar. Esa capacidad es fundamental para mí y con el tiempo he ido perdiendo la habilidad de soñar dormido. Considero que esto también influye en la forma en la que nos acercamos a esta palabra frente a lo que acontece a nuestro alrededor. Soñar actualmente se usa para, por ejemplo, un carro, y para mí es importante estar atento a lo que los sueños dicen. Quise hacer también un homenaje a la experiencia que viví en una clínica del sueño. Imaginé qué podía pasar si estando ahí entraba en un sueño profundo donde los soñantes colegas eran los otros pacientes... En ese momento igual estaba haciendo la película “Memoria” y con el director, Apichatpong Weerasethakul, compartíamos este fenómeno: no poder dormir. También le apasionaba el tema de las clínicas y de la pérdida del sueño. Podría decir que esta obra es de las más descabelladas que he hecho últimamente, y la idea de llevar un poco más allá esta locura, de tratar de descifrar qué es el sueño, inspirado en los monólogos de Segismundo, en “La vida sueño”.
Hemos hablado mucho del sueño, pero, ¿usted cómo definiría esa palabra y cómo se ha transformado?
Insisto en que me hace mucha falta, y cada vez estoy en aras de recuperar la capacidad de dormir profundamente y entrar a un mundo misterioso que quizás es gobernado por el propio cerebro, pero que no sabemos a dónde nos manda. Eso me parece a superemocionante. Volver a lo primitivo también es parte del concepto. Además, los sueños están tratando de decirnos algo, volver a su interpretación me parece muy importante. Creo que actualmente todos hemos empezado a soñar más despiertos y a anhelar cosas materiales.
Usted ha hecho varias adaptaciones de otros textos literarios, ¿qué elementos considera que son los más importantes en estos casos?
Es un poco lo que aprendimos con nuestros maestros. Ellos hablan de revisitar las obras y empezar a dialogar con ellas para que, a su vez, dialoguen con el mundo contemporáneo, no que simplemente sean representadas o ilustradas. Como en “La vida es sueño”: en esa época, la palabra sueño no tenía nada que ver con que lo que representa en este momento, y esa manera de dialogar es la que me parece interesante.
La obra es protagonizada por tres versiones del Segismundo de Calderón de la Barca. ¿Qué cree que hay de esos personajes en usted?
Creo que me comunico más con Rosaura, un personaje del que casi no hablo, que es la mujer que llega a la clínica del sueño. Ahí hay más de mí. Yo diría que es esa persona que está tratando de buscar identidad, que está tratando de comunicarse otra vez con el mundo de los sueños, que lo logra, pero que ahora tiene mucho miedo porque confundió visitar el sueño con visitar la muerte. De alguna manera conecto con los tres Segismundos de la obra, uno es un actor al que ya nadie llama, eso todavía no me ha sucedido, pero soy muy empático con la gente que lleva muchos años haciendo esto y, de repente, no la vuelven a llamar. El caso de la alcohólica, es el Segismundo que muestra el hecho de vivir a través de una alucinación como la del alcohol, que es maravilloso al principio, pero después llega la cochina realidad, la resaca, y te vuelve a poner acá peor de lo que estabas. Y el último, el afro, viene de la sensación de sentirse migrante cuando uno intenta hacer su vida en un lugar como Europa, por ejemplo. Creo que son cosas que vivimos en mayor o menor escala, y con las que espero el público se deje llevar a través de las imágenes, textos, música y bailes que hemos ensamblado con Jimmy Rangel.
El tiempo y la oscuridad son temas que también van de la mano con el sueño...
Claro, hay un libro de Al Álvarez que nos inspiró muchísimo, se llama “La noche”. En este habla de cómo desde un comienzo hemos diseñado todo lo posible para hacer desaparecer la oscuridad en nuestras vidas, en nuestro cotidiano, culturalmente, en el imaginario, en la calle. Hemos asociado que si hay oscuridad, hay peligro, y a la oscuridad se le ha dado ese símbolo negativo, pero era en ese lugar donde se manifestaban los sueños. Me llamó la atención mucho ese discernimiento que hace él desde el hecho de no ver la oscuridad como algo negativo y verla como el espacio perfecto para manifestar los sueños, pero lo hemos abandonado.
¿Cómo cree que el teatro puede ser una herramienta para recuperar o seguir desarrollando la capacidad de soñar e imaginar en la sociedad colombiana?
No hay nada más maravilloso que pintar sobre negro. Nosotros hacemos eso porque, generalmente, nuestros lienzos o escenarios son negros y desde que ahí se pare un ser humano, le narre algo a otra persona en la capacidad de imaginar, que no es más que la capacidad de generar imágenes, el teatro será posible. Para mí el teatro es tan eterno como la vida misma, porque él no tiene principio ni fin. Puede que pase de moda, pero es tan importante como el hecho de representarse, de no olvidar quiénes somos y para qué estamos aquí.