Manuela Martelli: “Nunca debemos dejar de revisar la historia”
La actriz chilena debuta como directora de “1976″, película presentada en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes.
Janina Pérez Arias
Manuela Martelli (1983, Santiago de Chile) creció viendo en su casa una escultura que había hecho su abuela. “Era el busto de una mujer con mucha presencia, con el pelo hacia atrás, de un color petróleo, con brazos fuertes, era imponente y a la vez vulnerable”, recuerda la consagrada actriz que presenta su primer largometraje en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes.
1976 es la cinta en cuestión que encontró su génesis, precisamente en aquella obra de arte de su abuela materna, a quien no conoció, pero con sus preguntas se le fue develando.
En Carmen (Aline Küppenheim), el personaje principal de 1976, cohabita un buen trozo de la abuela de Martelli, quien aborda la historia de una ama de casa en su cincuentena, de clase acomodada durante la dictadura de Augusto Pinochet. Esta mujer vivirá un despertar político y de compromiso humano con los perseguidos por la dictadura. 1976 pasó a la historia como el año más cruento y terrorífico de la dictadura en Chile.
Filmada durante la pandemia y con un presupuesto bastante ajustado, cuenta Manuela Martelli que escribió el personaje de Carmen con Aline Küppenheim en mente, “ella era la única que podía hacerlo por la gran sensibilidad que se requiere para tal rol”.
Aline Küppenheim acompaña una vez más a Manuela Martelli en un momento significativo de su carrera artística, ya que coincidieron por primera vez hace 18 años en Machuca (de Andrés Wood), filme que dio a conocer como actriz a la recién estrenada directora y guionista.
¿Cómo fue descubrir la figura de su abuela para hacerla parte importante de la historia de 1976?
Fue muy interesante darme cuenta de las cosas de las que no se quieren hablar en la familia; las muertes conmocionan y se deja de hablar de ellas, los traumas se quedan atrapados, como encapsulados. Para mí la película son esos silencios,:el de la mujer, el de la familia, el de los otros. Encontré un material de mi familia en Súper 8 y me llamó la atención que todo lo filmado eran fiestas, momentos felices. Eso es lo que se registra y no la tristeza en un funeral. Me pregunté cuáles y cómo serían los momentos en off, los pedazos entre esos eventos felices. 1976 es justamente esos momentos entre las fiestas.
Carmen es la representación de las mujeres de esa época, de las que no se ha hablado y no recibieron justicia. En su investigación, ¿cómo fueron las conversaciones con otras mujeres y cómo armó el puzzle?
Conversé con mucha gente, no te sabría decir cuántas, eran personas de distintos lugares y ámbitos, me contaron desde las historias más íntimas hasta el contexto de la época. Conversé con gente que había sido políticamente muy activa, también con dueñas de casa que se habían topado por algún lado con esa realidad política, pero siempre desde el secreto. Muchas de ellas me dijeron que nunca habían hablado de esto, otras me decían que era una locura que me ocupara del tema porque hacía más de 30 años no se referían a eso. Además, coincidió que la abuela de Aline Küppenheim fue una mujer muy interesante y especial, totalmente fuera de su época y extremadamente bella. Conversamos mucho entre nosotras de la coincidencia y de lo relevante que había sido su abuela para ella.
Para la población femenina de Chile, ¿cómo cree que se supera, por un lado, el trauma del género, de estar encorsetadas y silenciadas, y por el otro, el trauma de una dictadura?
Para mí esta película es una mínima pieza de ese proceso entero de superación. Chile está pasando por un buen momento en el que las mujeres están empoderadas y están muy conscientes de cuáles son sus derechos. Tenemos una vocera de gobierno que es una mujer joven, fue diputada y formó parte de los recientes movimientos sociales que estuvieron liderados por cabros (chicos) jóvenes de 18 años. Esa fue la primera generación que perdió el miedo. Hechos como esos son muy reparadores. Creo que es un proceso que tendría que traspasar todas las áreas de la sociedad, desde la política más pura y dura hasta el arte y el espacio público. Nunca debemos dejar de revisar la historia desde distintos puntos de vista y darle importancia al narrar desde distintos lugares, hacer justicia para las personas que no tuvieron voz. El cine también puede ser muy elitista: es un arte muy caro y hay muchas voces y minorías marginadas que aún no consiguen espacio.
1976 fue el año más violento en Chile, ¿qué pasa por su cabeza cuando ve que existe una intención de blanquear la historia, de obviar hechos atroces?
Siempre está latente ese discurso de “vamos hacia adelante, no miremos al pasado”. Para mí es todo lo contrario: para avanzar es necesario mirar al pasado, tanto a nivel personal y familiar, como a nivel social y público. Por eso para mí fue importante entender que había algo familiar de lo que no se hablaba, que viene a ser el mismo fenómeno de vivir con lagunas, con espacios en blanco. No tengo nada en contra de mirar hacia adelante, pero hay que hacerlo con conciencia histórica.
Con Machuca, de Andrés Wood, se dio a conocer como actriz, por lo que es muy significativa en su carrera. Ahora el mismo Wood produce su primera película. ¿Cómo fue expresarle a Andrés Wood sus deseos de ponerse detrás de la cámara?
Le comenté mucho tiempo después sobre mi deseo de dirigir, probablemente me daba cierto pudor decir a los 18 o 19 años que lo que quería era ser directora. Para mí Andrés es una persona muy cercana, le respeto mucho como creador y como una persona muy relevante en nuestro cine. Pedirle que produjera la película era también una manera de sentirme arropada, de estar en familia.
Manuela Martelli (1983, Santiago de Chile) creció viendo en su casa una escultura que había hecho su abuela. “Era el busto de una mujer con mucha presencia, con el pelo hacia atrás, de un color petróleo, con brazos fuertes, era imponente y a la vez vulnerable”, recuerda la consagrada actriz que presenta su primer largometraje en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes.
1976 es la cinta en cuestión que encontró su génesis, precisamente en aquella obra de arte de su abuela materna, a quien no conoció, pero con sus preguntas se le fue develando.
En Carmen (Aline Küppenheim), el personaje principal de 1976, cohabita un buen trozo de la abuela de Martelli, quien aborda la historia de una ama de casa en su cincuentena, de clase acomodada durante la dictadura de Augusto Pinochet. Esta mujer vivirá un despertar político y de compromiso humano con los perseguidos por la dictadura. 1976 pasó a la historia como el año más cruento y terrorífico de la dictadura en Chile.
Filmada durante la pandemia y con un presupuesto bastante ajustado, cuenta Manuela Martelli que escribió el personaje de Carmen con Aline Küppenheim en mente, “ella era la única que podía hacerlo por la gran sensibilidad que se requiere para tal rol”.
Aline Küppenheim acompaña una vez más a Manuela Martelli en un momento significativo de su carrera artística, ya que coincidieron por primera vez hace 18 años en Machuca (de Andrés Wood), filme que dio a conocer como actriz a la recién estrenada directora y guionista.
¿Cómo fue descubrir la figura de su abuela para hacerla parte importante de la historia de 1976?
Fue muy interesante darme cuenta de las cosas de las que no se quieren hablar en la familia; las muertes conmocionan y se deja de hablar de ellas, los traumas se quedan atrapados, como encapsulados. Para mí la película son esos silencios,:el de la mujer, el de la familia, el de los otros. Encontré un material de mi familia en Súper 8 y me llamó la atención que todo lo filmado eran fiestas, momentos felices. Eso es lo que se registra y no la tristeza en un funeral. Me pregunté cuáles y cómo serían los momentos en off, los pedazos entre esos eventos felices. 1976 es justamente esos momentos entre las fiestas.
Carmen es la representación de las mujeres de esa época, de las que no se ha hablado y no recibieron justicia. En su investigación, ¿cómo fueron las conversaciones con otras mujeres y cómo armó el puzzle?
Conversé con mucha gente, no te sabría decir cuántas, eran personas de distintos lugares y ámbitos, me contaron desde las historias más íntimas hasta el contexto de la época. Conversé con gente que había sido políticamente muy activa, también con dueñas de casa que se habían topado por algún lado con esa realidad política, pero siempre desde el secreto. Muchas de ellas me dijeron que nunca habían hablado de esto, otras me decían que era una locura que me ocupara del tema porque hacía más de 30 años no se referían a eso. Además, coincidió que la abuela de Aline Küppenheim fue una mujer muy interesante y especial, totalmente fuera de su época y extremadamente bella. Conversamos mucho entre nosotras de la coincidencia y de lo relevante que había sido su abuela para ella.
Para la población femenina de Chile, ¿cómo cree que se supera, por un lado, el trauma del género, de estar encorsetadas y silenciadas, y por el otro, el trauma de una dictadura?
Para mí esta película es una mínima pieza de ese proceso entero de superación. Chile está pasando por un buen momento en el que las mujeres están empoderadas y están muy conscientes de cuáles son sus derechos. Tenemos una vocera de gobierno que es una mujer joven, fue diputada y formó parte de los recientes movimientos sociales que estuvieron liderados por cabros (chicos) jóvenes de 18 años. Esa fue la primera generación que perdió el miedo. Hechos como esos son muy reparadores. Creo que es un proceso que tendría que traspasar todas las áreas de la sociedad, desde la política más pura y dura hasta el arte y el espacio público. Nunca debemos dejar de revisar la historia desde distintos puntos de vista y darle importancia al narrar desde distintos lugares, hacer justicia para las personas que no tuvieron voz. El cine también puede ser muy elitista: es un arte muy caro y hay muchas voces y minorías marginadas que aún no consiguen espacio.
1976 fue el año más violento en Chile, ¿qué pasa por su cabeza cuando ve que existe una intención de blanquear la historia, de obviar hechos atroces?
Siempre está latente ese discurso de “vamos hacia adelante, no miremos al pasado”. Para mí es todo lo contrario: para avanzar es necesario mirar al pasado, tanto a nivel personal y familiar, como a nivel social y público. Por eso para mí fue importante entender que había algo familiar de lo que no se hablaba, que viene a ser el mismo fenómeno de vivir con lagunas, con espacios en blanco. No tengo nada en contra de mirar hacia adelante, pero hay que hacerlo con conciencia histórica.
Con Machuca, de Andrés Wood, se dio a conocer como actriz, por lo que es muy significativa en su carrera. Ahora el mismo Wood produce su primera película. ¿Cómo fue expresarle a Andrés Wood sus deseos de ponerse detrás de la cámara?
Le comenté mucho tiempo después sobre mi deseo de dirigir, probablemente me daba cierto pudor decir a los 18 o 19 años que lo que quería era ser directora. Para mí Andrés es una persona muy cercana, le respeto mucho como creador y como una persona muy relevante en nuestro cine. Pedirle que produjera la película era también una manera de sentirme arropada, de estar en familia.