Maqroll y Cervantes, los secretos del herMutismo
A propósito de los cien años del nacimiento de Álvaro Mutis, presentamos un análisis sobre el protagonista de su obra, Maqroll el Gaviero, un célebre marino y minero que se convirtió en un arquetipo de la desesperanza ante el mundo contemporáneo y del ejercicio de la amistad.
Maqroll, ya lo sabemos, es un perdedor. Pero llevémonos la mano al corazón antes de contestar a esta pregunta: ¿por qué es Maqroll un perdedor? Si alguien lo investiga de una manera endogámica, adentrándose en la saga que le dedicó Álvaro Mutis, la cosa resulta muy clara: todo lo que emprende Maqroll está condenado al fracaso. Todo, sí... excepto la saga que Mutis le dedicara. El triunfo de Maqroll no acontece en su propia vida, cuyas peripecias fueron predestinadas al fracaso por el autor de la saga. El triunfo de Maqroll sucede fuera de esa, su propia vida de ficción, es más: creo poder afirmar que si no fuera un fracasado, jamás hubiese obtenido esa victoria clamorosa con la que ganó, desde el primer momento, el corazón de sus lectores.
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Maqroll, ya lo sabemos, es un perdedor. Pero llevémonos la mano al corazón antes de contestar a esta pregunta: ¿por qué es Maqroll un perdedor? Si alguien lo investiga de una manera endogámica, adentrándose en la saga que le dedicó Álvaro Mutis, la cosa resulta muy clara: todo lo que emprende Maqroll está condenado al fracaso. Todo, sí... excepto la saga que Mutis le dedicara. El triunfo de Maqroll no acontece en su propia vida, cuyas peripecias fueron predestinadas al fracaso por el autor de la saga. El triunfo de Maqroll sucede fuera de esa, su propia vida de ficción, es más: creo poder afirmar que si no fuera un fracasado, jamás hubiese obtenido esa victoria clamorosa con la que ganó, desde el primer momento, el corazón de sus lectores.
La publicación de las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, en un único tomo, incluyendo a modo de fiel de la balanza La última escala del Tramp Steamer, en la que Maqroll sólo interviene como personaje secundario, fue en su día una buena ocasión para repasar lo muy poco (sí, maqrollianos queridos, lo muy poco) que sabemos de él. Sirvió también, de paso, para constatar que Mutis es un creador perseverante que cuida los detalles: compárese la pg. 484 de este tomo con la pg. 160 de la edición original de Amírbar, y se notará enseguida la supresión de un inútil cruce del canal de Panamá, yendo de Los Ángeles a Buenaventura, ambos puertos del Pacífico. Aunque, eso sí, se siguió dejando a orillas del Báltico, un mar que Mutis adoraba (pg. 124 de Empresas y tribulaciones..., pg. 22 de la edición original de Ilona llega con la lluvia), a la muy noble y hanseática ciudad de Hamburgo... amurada al caudaloso Elba, que desemboca en el Mar del Norte. Cuando se lo hice notar me contestó, no era habitual en él, con un exabrupto irreproducible acá sobre el Mar del Norte.
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Y repasando ese poco que sabemos de Maqroll, a pesar de la aparente riqueza de incidentes externos que Mutis nos cuenta, de repente se nos figura que el Gaviero tiene mucho de alguien muy conocido. Sí, su vida, como fracaso, recuerda la de Cervantes. Y aquí sería bueno recordar lo que Mutis escribió en un artículo que le pedí, hace años, para Diario 16, y en el que debía hablar de su libro favorito. Mutis eligió nada menos que El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, y entre otras razones con las que explicaba los motivos por los que un libro llegaba a ser nuestro preferido, adujo la siguiente: “El autor del libro” (¡ajá!, subrayado mío) “tiene que haberse convertido en un personaje de carne y hueso cuya amistad nos es indispensable.
Lo llevamos dentro de nosotros confundido con su obra y desde ella nos habla con una familiaridad inconfundible, necesaria y nunca agotada”. Más claro, H20.
Maqroll es un avatar (“reencarnación”, según define la Real Academia en EL diccionario) de don Miguel de Cervantes. Con la diferencia de que es Cervantes quien escribe El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, mientras Maqroll se sirvió de un amanuense de Coello para relatarnos su fracaso. Pero ambos triunfaron en su empeño. Lean (relean), maqrollianos queridos, la mejor biografía de Cervantes con que contamos hasta la fecha, la de Jean Canavaggio (sintomáticamente se trata de un extranjero), y vayan anotando las coincidencias con el curriculum del Gaviero. Como diría un alemán: “¡Saludos de Plutarco!”. Ya saben ustedes, el de las Vidas paralelas.
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¿Y por qué un amanuense de Coello, en la tierra caliente de Colombia? Abramos Un bel morir por la pg. 57 de la edición original, y leamos: “Esa mañana de la tierra caliente emergía, como por milagro, de los días de su infancia (...) ciertos sueños que lo visitaban en alta mar y que, ahora lo sabía, acudían para recordarle su inapelable vínculo con ese paisaje y con la cambiante maravilla con la que solía poblarlo su recuerdo”. Y retrocedamos hasta la pg. 51: “olvidando, o tal vez no queriendo tomar en cuenta, que Maqroll, en sus largos años de andar por mares y puertos como un tránsfuga sin sosiego, había olvidado ese mundo de su infancia”. ¿Quién, si no un amanuense de Coello, podría haberle hecho el favor de poner por escrito la memoria de sus desventuras?
Cierta vez, en Madrid, en un acto público, Álvaro Mutis habló de su siempre renovada sorpresa al descubrir que los marinos vocacionales provenían del interior de sus países respectivos; que no era nada extraño, sino todo lo contrario, que un marino español vocacional fuese extremeño, por ejemplo. Algo de cierto hay en ello, creo que la nostalgia del mar es más insufrible para quienes nacieron lejos de su arrullo. Pero todavía mucho más cierto que eso resulta el hecho de que el pasaporte chipriota de Maqroll, el único pasaporte que se le conoce, es más falso que Judas: Chipre no era Estado soberano in illo tempore, así que difícilmente podía haber expedido pasaportes. ¿Y si Maqroll no viene de Chipre, de dónde viene entonces, que no sea Coello?
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Maqroll tiene mucho de Dalan, del holandés errante, aunque el Gaviero casi nunca navega en alta mar (excepto por aquello que nos cuenta Mutis, pocas veces o casi nunca el mismo Maqroll); y también tiene mucho de Ashaverus, del judío errante, por supuesto que sí, sus trasiegos son más que nada de tierra firme; y también tiene mucho de Lord Jim, aunque alimenta poco el sentimiento de la culpa, más bien el de su impotencia para lograr lo que se propone, una impotencia que pocas veces o casi nunca le resulta imputable. Pero ¿y qué me dicen ustedes de Arturo Cova, el protagonista de La vorágine (1924)?: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”. De Arturo Cova sabemos, por la última frase de esa novela genesíaca de la literatura colombiana contemporánea, que a él y a sus compañeros “¡Los devoró la selva!”. Maqroll, releído al alimón con El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y La vorágine, nos propone un enrevesado acertijo cuya ¿única? solución ¿quizás? tan sólo la conociera ¿Álvaro Mutis?
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Pero con Álvaro Mutis se nos plantea el insoluble problema que también arroja la dicotomía entre la personalidad y la obra de Federico García Lorca. ¿Cómo es posible que García Lorca, ese ser divertido, bromista, cachondo [en el sentido andaluz, o sea, burlón], lleno de un buen humor del que todos quienes lo conocieron se hacen lenguas, sea el autor de una obra más bien tan trágica, donde el humor no es que brille, es que deslumbra por su ausencia? Y ahora viene la retórica repetición de la pregunta: ¿cómo puede ser posible que Álvaro Mutis, ese cronopio inefable, irrepetible, pletórico de vida y de una juventud que era en él más que nunca un divino tesoro, fuese el creador de ese atormentado y murrioso Maqroll, a quien sólo cabía desearle que la próxima empresa le saliera todavía peor, para ver cómo su mecenas de Coello lo sacaba del apuro? ¿No será que Mutis tenía un acuerdo secreto con una compañía de seguros, para que el pararrayos Maqroll lo preservase de toda catástrofe? Si era así, y así lo creo, concluyamos aquí con un convencidísimo “Enter”, el “Amén” del mundo virtual.