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He aquí un diálogo fraterno, entre finales de febrero y principios de marzo de 2024, con el escritor colombiano Pablo Montoya, en torno a su nueva novela, Marco Aurelio y los límites del imperio, cuyo protagonista es el emperador y filósofo estoico. Pablo Montoya, en el momento de nuestra conversación, reside en Madrid. Yo vivo en Calarcá, pequeña ciudad cafetera de Colombia. No hay distancias entre ambos. Nos une, en particular, la vigente presencia de un hombre con su perdurable libro y sus cada vez más vivas y frescas enseñanzas filosóficas, meditaciones, de Marco Aurelio.
Aquel peculiar sabio romano, quien a pesar de ser guerrero cristalizó a lo largo de su vida estados de conocimiento y conciencia propios de místicos orientales. Ese conquistador a quien no solo las batallas, siempre con sus lúgubres secuelas para el ser humano y las civilizaciones, sino la formación que recibió desde niño, lo condujeron a cavilar profundo sobre el sentido de la vida y la muerte: “La salvación de la vida consiste en ver enteramente qué es cada cosa por sí misma, cuál es su materia y cuál es su causa. En practicar la justicia con toda el alma y en decir la verdad. ¿Qué queda entonces sino disfrutar la vida, trabando una buena acción con otra, hasta el punto de no dejar entre ellas el mínimo intervalo?”, escribió.
Quienes hemos leído gran parte de los libros de Montoya; cuantos, de una y otra manera, reconocemos sus estoicas virtudes como escritor y persona, ciudadano y hombre cuya obra literaria enraíza en surtidores de elegante belleza y profunda filosofía, siempre con la música como razón esencial de su vida y sus pasiones estéticas; donde en sus novelas lo pretérito no se disocia de sus compromisos sociales y políticos contemporáneos con su país y su región, ni mucho menos de Latinoamérica y del mundo, sabemos que si esta novela suya trata no solo sobre la Roma decadente del siglo en que vivió Marco Aurelio, su pensamiento, su obra, sino que también puede leerse como representación moderna del mundo que, hoy por hoy, nos atañe a todos, en lo moral, en la paz y la guerra, en la fragilidad del ser humano, cualquiera que sea nuestra filosofía, religión o creencia.
Nunca, en ningún período de crisis o de esperanzas fracasadas en este siglo XXI, será extemporáneo para un novelista divulgar y sintetizar su interés por los estoicos y la presencia histórica de Marco Aurelio, junto con Séneca y Epicteto uno de los más sobresalientes y reconocidos en nuestra época, trayendo a este visionario espiritual y ético hasta nuestro tiempo, como de manera tan oportuna y adecuada en lo histórico, lo poético y filosófico, lo hace en su novela el narrador Pablo Montoya.
Herodiano dijo de Marco Aurelio que era “el único de los emperadores que dio fe de su filosofía no con palabras ni con afirmaciones teóricas de sus creencias, sino con carácter digno y su virtuosa conducta”. Marco Aurelio y los límites del imperio de Pablo Montoya será una novela que despunte por su lenguaje, por su transparencia y su temática, sobre el tipo de fatigantes tópicos esgrimidos hasta la fatiga intelectual, sin materia y sin espíritu, por alto porcentaje de nuestros presentes novelistas colombianos.
En Random House, el sello editorial que le publica a Montoya, saldrá en este mes de abril. En junio de 2023 se publicó aquí mismo, La muerte anda suelta, que reúne sus Cuentos de Niquía, Réquiem por un fantasma y El beso de la noche. Este diálogo fue fruto de la confianza y deferencia que Montoya me concedió como uno de los primeros lectores de su novela.
Cuando comenzó a escribir su novela en el Retiro, Medellín, ¿pensó que la concluiría lejos de Colombia, nada menos que en Madrid, desde donde podría visitar lugares relacionados con Marco Aurelio?
Nunca se me atravesó ese pensamiento. La estadía de Madrid se presentó sorpresivamente. Por un lado, Alejandra, mi esposa, ganó una beca posdoctoral María Zambrano, la cual nos permitió que nos radicáramos en España por dos años. Por el otro, estaba escribiendo la novela cuando, en noviembre de 2022, caí enfermo. Me dio una severa parálisis facial que me obligó a parar la escritura y la lectura durante varios meses. Esta situación y la obtención de la beca de Alejandra me hicieron tomar la decisión de pedir una comisión de estudios en la universidad de Antioquia, donde trabajo, y venirme a Madrid a descansar del trajín académico y los compromisos públicos que llevaba como profesor y escritor.
De tal manera que, por fortuna, me vi viviendo en un país donde la tradición literaria grecolatina es muy sólida. Creo que Madrid terminó siendo el lugar más indicado para culminar mi Marco Aurelio. Y aunque no visité muchos vestigios de la Antigua Roma hispánica, sí hablé con varios especialistas españoles en literatura griega y romana. Entre ellos, Carlos García Gual, Vicente Cristóbal, Jorge Cano y David Hernández de la Fuente. Y escucharlos me fue muy útil para llevar a cabo la escritura del libro.
Ahora bien, frente a los “lugares relacionados de Marco Aurelio”, antes había viajado a Roma, al Cairo, a Alejandría y a Estambul (la antigua Bizancio) tras las huellas del emperador. Incluso, deseaba hacer el recorrido a lo largo del Danubio, desde la actual Belgrado hasta la antigua Novas, y de allí bajar por tierra hasta Estambul, para tratar de captar algo del paisaje que vio Marco Aurelio en su desplazamiento hacia las provincias romanas de Asia menor. Pero no lo hice por el resquebrajamiento de mi salud. Con todo, algo de esos viajes me sirvieron para escribir “Viaje a Oriente”, que es tal vez uno de los capítulos de la novela que más me gusta.
Marco Aurelio y los límites del imperio comienza con el capítulo titulado “La Gran plaga”, sobre la epidemia en Roma de los años 164-165 d.C. Los historiadores la consideran unas de las razones de la caída del imperio romano. ¿Alguna relación con la plaga que azotó a nuestro planeta durante los años anteriores al comenzar a escribir su novela?
Al empezar la pandemia, en 2020, y vernos tan implacablemente confinados, Alfonso Carvajal me pidió un ensayo sobre literatura y pestes para un libro que después publicó bajo el título Nadie se salva solo. Me sumergí en varias obras que describen grandes epidemias, desde Las guerras de Peloponeso de Tucídides y La naturaleza de las cosas de Lucrecio, hasta El diario de la peste de Daniel Defoe y La peste de Albert Camus. Entonces me topé con la que fue la primera pandemia que estremeció al mundo. Sucedió durante el mandato del emperador Marco Aurelio y sus efectos fueron demoledores para la estabilidad del imperio que dirigía. En realidad, diezmó una buena parte de las legiones romanas y se dice que tanto Marco Aurelio como Lucio Vero murieron por aquel flagelo.
Por otro lado, acababa de terminar La sombra de Orión y era consciente de que había culminado, con esta novela, el ciclo de mi obra narrativa dedicada a la violencia en Medellín. Sabía, además, que debía ocuparme de un pasado más lejano y extraterritorial para oxigenarme un poco, ya que las pesquisas realizadas sobre los desaparecidos de Colombia me habían dejado exhausto. Entonces, poco a poco, fui indagando en el siglo II y en la vida y la obra de Marco Aurelio. No demoré en concluir, por lo demás, que ambos períodos, el de él y el nuestro, se parecían mucho. Épocas de inmensa incertidumbre, de grandes cambios climáticos y de una continua rapacidad por parte de los poderosos. Y como estábamos zamarreados por la situación de angustia colectiva por el coronavirus, me pareció pertinente comenzar la novela con el momento en que la peste llega a Roma. La verdad es que la primera motivación que me lanzó a escribir sobre Marco Aurelio fue la pregunta: ¿cómo gobernar en medio de una debacle generalizada apoyándose en principios de la filosofía estoica?
¿Cuándo tuvo conocimiento de Marco Aurelio?, ¿cuándo lo leyó por primera vez, fragmentado en sus aforismos o con la lectura completa de Meditaciones?
Mi padre, cuando yo era un niño de siete años, me habló con entusiasmo de la Vida de los doce Césares de Suetonio. Me aprendí de memoria, en el orden cronológico de sus gobiernos, la lista de ellos y de la mano de mi papá supe algunas características de esos hombres que mandaron en Roma, desde Julio César hasta Domiciano. Menciono esto porque, aunque en Suetonio no está Marco Aurelio, con este libro inicia mi curiosidad por la antigüedad romana. Más tarde, cuando vivía en Tunja, vendrían las motivaciones propiamente literarias y mi interés por algunas novelas históricas como Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Recuérdese que Marco Aurelio es el remitente de la larga carta que escribe Adriano en esta novela. Por lo tanto, al lado del sibarita y vanidoso emperador que recrea Yourcenar, para mí ondeaba siempre la figura reservada y distante del joven estoico.
Ahora bien, fue al escribir Lejos de Roma cuando leí Meditaciones por primera vez. Era un hombre de más cuarenta años y algunos pasajes de ese libro me llamaron la atención. Aquellos vinculados con la condición del exilio y los que hablan de la brevedad de la vida, la fragilidad de la memoria y la devastación que envuelve las cosas materiales. En Lejos de Roma, de hecho, hay un anacronismo textual porque mi Ovidio cita alguna consideración de Marco Aurelio. Desde entonces, me he apoyado en ciertos pensamientos suyos en mis ensayos para tratar de interpretar los modos en que el exilio ha sido entendido por la cultura occidental en su doble versión: tanto la pesimista y sombría como la cosmopolita y vitalista.
En las novelas, biografías y estudios, tantos, que leyó y consultó, ¿hay referencias a Marco Aurelio y la música?
En Meditaciones no recuerdo haber encontrado referencias a la música. En cambio, en la correspondencia entre Marco Aurelio y Frontón hay una que retomé para mi novela. Frontón, en los consejos que le da a su discípulo para que sus discursos sean eficaces ante el senado, hace una comparación con la voz del dirigente imperial. Dice que esa voz debe ser como la de una trompeta. Acaso porque la música ha sido tan importante para mí, traté de crearle un contorno musical a la formación de Marco Aurelio. Para ello me basé en la Historia Augusta. El biógrafo dice allí que un tal Andrón fue el maestro de música y geometría del muchacho elegido. Pero las consideraciones de Andrón sobre la música que aparecen en la novela son de índole contemporánea. El pensar, por ejemplo, que la música no tiene sentido, o que este depende del oyente, es algo que corresponde a las ideas que Stravinski plantea en su Poética musical.
Igualmente, uno de los raptos iniciáticos que le otorgo al Marco Aurelio adolescente es de carácter musical. En alguna de mis correrías musicológicas, cuando hacía el doctorado e indagaba en las teorías sobre el origen de la música, vi una grabación, en el Museo del Hombre de París, que me impactó. Se trataba de un niño de Nueva Guinea que se introducía un abejorro en la boca para que allí resonara una especie de música primordial. Una experiencia de este tipo, entre lúdica y cósmica frente a la luz y al sonido, es la que le ofrezco a Marco Aurelio.
En Lejos de Roma, una de las novelas breves que considero entre las cinco más hermosas y profundas de la literatura colombiana de finales del siglo XX y lo transcurrido del siglo XXI, son seductoras algunas descripciones eróticas que vive Ovidio. No muchas, pero intensas. ¿Hay momentos semejantes cuando describe alguna intimidad sexual del emperador y filósofo?
Erotizar al Ovidio del exilio me pareció necesario porque él escribió una obra poética en la que el tema del placer y la imaginación amorosos ondea con vigor. Pero erotizar a una figura como la de Marco Aurelio, que la historia ha tratado como si él fuera un sabio frugal, era atrevido. El Marco Aurelio de las Meditaciones es claro con respecto a este tipo de vivencias. El sexo es una necesidad física y procreativa. Uno de esos asuntos indiferentes planteados por el estoicismo. “Eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión”, así define la cópula Marco Aurelio. Pero mientras yo escribía, me decía que someter la novela solo a lo expresado por Meditaciones era limitarme demasiado. Y es que asuntos íntimos son pocos en este libro, salvo quizás el homenaje a sus padres, maestros y amigos que aparece en el primer libro. Incluso, en las novelas sobre Marco Aurelio que leí, el asunto de la intimidad amorosa está como expulsado. Sin embargo, poner a un emperador sin estos relieves, y sobre todo en la Roma imperial, me parecía algo aburrido.
Hay diferencias, por supuesto, entre el goce sexual de Ovidio en Lejos de Roma y el de Marco Aurelio en esta nueva novela. Uno es un poeta nostálgico que debe aprender a amar desde el lugar marginal adonde ha sido desterrado. El otro, en cambio, es el César que vive una última relación amorosa en el centro de Roma. Aunque ambos hombres son ancianos, o al menos se saben otoñales y prontos a la muerte. Por tal motivo, el erotismo en los dos es de carácter renovador. Es una antesala radiante de los sentidos previa a la muerte. Con respecto a Marco Aurelio, me atrajo de entrada la presencia de una concubina innombrada que, según la Historia Augusta, tomó el emperador entre sus libertas luego de morir Faustina, su esposa. ¿Por qué y para qué un hombre de cincuenta y seis años, recién enviudado, toma a una concubina para vivir con ella? Bueno, esta pregunta intenté responderla en la novela.