Margot Velásquez: “Lo único que salva al actor es la verdad, su verdad”
“Yo estaba sola y era dueña de mi destino, además de que decidí enfrentar lo que fuese para ser feliz”, dijo Velásquez sobre su decisión de ser actriz, además de su pasión por el teatro. También habló de sus métodos para prepararse e hizo un balance sobre su carrera.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Para Margot Velásquez, este reconocimiento fue una sorpresa. Dijo que, con la edad, las personas se estabilizaban y los acontecimientos ya no producían tanta exaltación. “A mí se me había olvidado esta posibilidad”.
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Para Margot Velásquez, este reconocimiento fue una sorpresa. Dijo que, con la edad, las personas se estabilizaban y los acontecimientos ya no producían tanta exaltación. “A mí se me había olvidado esta posibilidad”.
Para qué decir mentiras y jugar a una falsa modestia que no siento ni me representa, mencionó. “A las personas les gustan que las premien y yo no soy la excepción”, agregó, además de que aclaró que sentía merecerlo. Habló de su consciencia sobre lo que hizo durante su carrera, de sus sacrificios, de lo mucho que dejó de lado para cumplir con su anhelo: ser actriz. “Estoy muy agradecida y le entrego este premio a mi familia y a mis maestros, que fueron vitales en este proceso. También es una oportunidad para agradecerle a todas las personas que creyeron en mí”.
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Desde su niñez, Velásquez soñó con que podría ser la próxima en construir la casa en el aire de la que hablaba Rafael Escalona. Le gustaban los libros de arquitectura y hacia esta carrera se enfocaban sus aspiraciones. Ella nació en Buenaventura y su mamá y sus tíos fueron maestros, así que cada vez que viajaban a Cali, Popayán o Bogotá, visitaban teatros, títeres y conciertos. Llegaban a las capitales a ponerse al día con la agenda cultural y ella, siendo una niña, los acompañaba y soñaba con las historias de aquellas obras, pero como espectadora. Se dejaban llevar desde el público sin pretender hacer parte del escenario, que años después se le presentó como una revelación.
Su papá no creía que la arquitectura fuese para su hija, no porque la creyera incapaz, sino porque era una mujer: “No me la imagino dirigiendo un poco de machos y sufriendo para que le hagan caso”, le decía. Velázquez decidió estudiar secretariado y se contactó con las personas del ICORA, un instituto que se encargaba de la reforma agraria del país y tenía un presupuesto propio que le permitía darle garantías y beneficios a sus empleados, quienes comenzaron un grupo cultural en el que ella se inscribió.
Al principio, eligió la danza, pero Delia Zapata, quien sería la que dirigiría ese grupo, no llegó, así que se pasó a teatro. “Yo no sirvo pa eso”, le dijo al que se lo propuso, pero terminó cediendo. Y allí se quedó dos años hasta que decidió renunciar a su trabajo lleno de seguridades para dedicarse a la actuación. “Píenselo bien”, le dijeron. Y lo hizo, pero no cambió de opinión. Así comenzó su camino como actriz. Tenía 17 años.
Comenzó en un grupo de teatro dirigido por Víctor Muñoz Valencia. Pasó por muchos más, hasta por el de La Candelaria. Práctico danza y después comenzó a estudiar. A la televisión llegó después de hacer un primer casting.
Para su familia, ser actriz era uno de los caminos más inciertos que podía tomar. Lo entendió trabajando en teatro, cuando vivió las dificultades que le vaticinaban: no tener para pagar un arriendo, la comida o los auxilios para asuntos tan básicos y vitales como la salud.
Cuando comenzó a trabajar en televisión, la situación económica cambió: era muy rico saber que durante los meses que durara la grabación de la novela, yo iba a recibir mi cheque como en cualquier otro trabajo, contó.
Velásquez habló sobre lo que para ella significa la actuación, sus inicios en esta carrera y su percepción con respecto al reconocimiento que le entregaron por su trayectoria en los Premios India Catalina.
A mí me gusta creer que hay algo de magia en las decisiones que, a simple vista, no se ven muy racionales, estratégicas o prácticas, y creo que, tal vez, la intuición a usted la acompañó en cada paso que dio hasta su consagración como actriz, pero esa es mi suposición. Qué cree usted, ¿hubo magia u olfato? O fue el destino. O fue su inevitable sensibilidad hacia las artes…
Yo estaba sola y era dueña de mi destino, además de que estaba dispuesta a enfrentar lo que fuese para ser feliz. Desde que me quedé sola, es decir, sin la atención y la comodidad que me brindaban mis papás, descubrí el valor del trabajo, el dinero y la disciplina. Con el teatro descubrí y conocí el mundo, el pensamiento de otros seres, etc. Al principio, comencé explorando, pero después me convencí de que eso era lo que quería para el resto de mi vida.
¿Qué disfruta más? La televisión, el teatro o el cine…
En el teatro me siento mucho más creadora. Son varios meses de montaje que me permiten profundizar más en ese ser que representaré. La televisión no es más fácil ni menos profunda, pero todo es inmediato. Es una industria y el tiempo es fugaz. El trabajo es intenso y tienes que solucionar de un momento a otro. Es perfectamente posible que te llamen hoy te ofrezcan un personaje, pero la grabación es mañana, y debes estar lista. Es exigente y debes aprender a solucionar rapidísimo el problema del personaje.
Me imagino que con todos debe ser distinto, pero ¿resultó definiendo algún método para la preparación de sus personajes?
En los comienzos de mi carrera en televisión, me acogí mucho a lo que aprendí en el teatro. Me castigaba profundamente hasta llegar a la vivencia pura. Después me interesé mucho en el trabajo del cuerpo y poco a poco fui creando mi propio método y estilo aprovechando a los que uno puede mirar, además de que siempre estás creciendo y desaprendiendo cosas de las que estuviste convencida. Igual, en lo que te formas, esos primeros pasos, son lo que te darán de comer toda la vida.
Con respecto a esa época y el presente, ¿cómo ve los escenarios de actuación para las mujeres, en especial las mujeres afro? Es claro que como sociedad y en términos generales, hemos avanzado, pero cuáles cree que son los retos pendientes…
Soy una admiradora de mi raza. Tengo en mí todas las virtudes y defectos de eso que llaman las tres razas. Los errores que se cometieron con mis ancestros fueron atroces y aún generan mucho dolor. Son fallas históricas que lesionaron profundamente una parte de la humanidad. A mí no me gusta mucho el término “afrocolombiano”: es otra forma de discriminar. Todos somos seres humanos y, bueno, aquí todos somos colombianos. Yo crecí en una familia universal y jamás me hablaron de discriminación, así que cuando llegué a la televisión fue que viví los primeros momentos de eso que considero tan absurdo, pero prefiero pararme en el presente y no en el pasado. Pienso que vamos bien, pero que aún hay que reivindicar muchos derechos que se nos han privado.
Le mencionarán muchos papeles como Rosa en “La mentira”; Juana Francisca en “Alejo Durán”; la rectora de “Décimo grado”; Tulia en “Gallito Ramírez”; doña Petra, en “Oye Bonita”; Tomasa en “Bolívar” y Ollita, pero ¿le tiene más cariño a alguno de los personajes que haya interpretado? ¿Recuerda alguno con una nostalgia especial?
He tenido varios papeles como madre, sí, así que ha sido una búsqueda sobre la maternidad y la profundidad que encierra este rol. Cuando hago una costeña del atlántico tengo clarísimo que jamás seré cartagenera o samaria, pero en cada una de ellas hay una madre.
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Usted, además, fue docente, ¿qué creía que era lo más importante para exponer en sus clases? Lo que creía que sí o sí debían llevarse sus estudiantes, además de que, si tuviese que aconsejar a alguna mujer que esté buscando convertirse en actriz, ¿qué diría?
Lo único que salva al actor es la verdad, su verdad, y el amor. No tienes que ser abogado para darte cuenta de que algo es ilegal. Bueno, pues cuando le mientes al público, también se dan cuenta. Sobre la verdad del actor, la del mundo, es lo que creo que deberíamos escuchar todos lo que nos dedicamos a este oficio.
Pero hablemos más de esa paradoja que plantea porque, claro, el actor interpreta un personaje que no es, es decir, es una manera de mentir y convencer al público de que es alguien más…
Lo explicaría así: yo jamás seré Ollita, la mamá de Celia Cruz, así que no es cierto que el personaje me posea, pero cuando yo recibo el papel, me convierto en el abogado de esa persona que sí fue real. Así no la quiera, me convierto en su abogado defensor, en su cómplice, y admito todo lo que, por ejemplo, Ollita decidió hacer y ser. Me convierto en su amiga, su confidente, su hermana, su amante, su madre, su hija, etc. Cuando acepto ese ser, eso es algo real. Desde allí se parte para actuar, desde lo que acepté. Desde eso que pude recibir. Eso, para mí, es la verdad.
Cerremos hablando de este momento de su carrera, de su sensación con respecto a este reconocimiento que recibe…
Este es un oficio que también funciona con el ego, que, claro, a veces nos traiciona terriblemente y nos conduce a unas acciones terribles. Son jugadas de las que hay que estar pendientes. Siento mucha satisfacción de este alimento, de este reconocimiento. Yo tengo ego: me gusta que me digan que lo he hecho bien. Sé que hice el esfuerzo, así que lo acepto con gusto. Los seres humanos necesitamos ser amados, reconocidos, así que estoy muy contenta.