Dos décadas vendiendo frutas y verduras
María Aurora Paez, fundadora de Plaza Campesina Ríonegro, su rutina diaria, su historia y los más de 20 años vendiendo frutas y verduras.
¿Cuál es su trayectoria?
Vengo de Ramiriquí, Boyacá, de una familia de muy bajos recursos, y mi infancia la pasé siempre allá. Tenía sueños e ilusiones que al final no se cumplieron, así que me vine a la ciudad a trabajar en la calle vendiendo verduras. Vendía en las ferias y recorría casa por casa vendiendo, mientras cuidaba a mis niños muy pequeños. Siempre he trabajado en la calle como vendedora ambulante y el matrimonio que tenía en ese momento fracasó. Después fui a trabajar en una casa de familia, y durante ese tiempo ahorré dinero. Con esos ahorros fui a Corabastos y surtí mi primer puesto en la calle. Seguí ahorrando y ahora creo que en la vida me ha ido bien; he tenido suerte y, con la ayuda de Dios y la Virgen, he salido adelante. Tuve una casa en el sur y la vendí; luego nos mudamos a otra en el barrio Ríonegro, y hemos progresado, luchado y conseguido todo lo que hemos necesitado. Trabajamos muy duro con mi pareja actual y mis hijos para sacar a la familia adelante.
¿Cómo es el trabajo en Plaza Campesina?
Mi esposo se va todos los días a la una de la mañana a comprar a la plaza y regresa a las cinco de la mañana. Nosotros no ponemos el precio; lo establece el mayorista en Corabastos. Cuando él llega, yo despacho a mi hija para el colegio, y a las siete de la mañana abrimos el local hasta las 8:30 o 9:00 de la noche. Esto es de lunes a domingo y nos turnamos para descansar dos domingos al mes; el negocio no para.
¿Cómo ha sido el crecimiento de su negocio desde que llegó a este barrio y cómo son las dinámicas?
Llegamos al barrio Rionegro hace 27 años. Trato de ayudar a las personas que lo necesitan y me preguntan cómo hago para mantener el negocio tan lleno. Mi respuesta es que no sé; me ayuda el de arriba. Por ejemplo, no sufro de envidia con los vecinos: si un cliente decide comprarles a ellos, lo entiendo. Si vienen aquí a comprar, lo que necesito es vender, porque, ¿para qué traigo un mercado de calidad?
¿Qué características cree que son las más importantes que debe tener una persona con un negocio como el suyo?
En primer lugar, la calidad del producto que vendemos siempre debe ser muy buena. El equipo también es muy importante; entre nosotros nos respetamos y siempre vendemos con honestidad. Para salir adelante en esto es crucial emprender, tener constancia y ser amable con el cliente. Nosotros deseamos atender bien y que nuestros clientes se vayan contentos.
¿A usted qué la llena de satisfacción?
Lo único que me llena de satisfacción es que soy muy feliz aquí en la casa; tengo todo lo que me hace sentir a gusto. Tengo la comida, a mis hijos, no me falta nada y, ¿qué le puedo pedir a la vida? Solo dar gracias a Dios, a la Santísima Virgen y a mi familia, que también me apoya, porque tengo a la mayoría de mi familia en el campo cosechando al por mayor; todos son campesinos.
¿Hay algo que ocurra detrás de escenas que le gustaría que la gente supiera?
Aquí clasificamos los productos. Algunos no tienen muy buena calidad, y eso siempre lo regalamos a la gente que a veces pide. A los muchachos que trabajan con nosotros también les digo que escojan lo que quieran, lo que les sirva, y regalamos dos o tres canastillas de comida a diario. Eso me gusta porque hay productos y comida en buen estado, y pienso que hoy tengo, pero puede que mañana no; por eso trato de ayudar cuando puedo.
¿Cómo es su relación con sus clientes?
Siempre les he tenido mucho amor y cariño a mis clientes. Aún conservo algunos de hace 20 años; algunos ya se han ido, pero quedan otros de esa época. Ha llegado mucho cliente nuevo y, aunque hay algunos difíciles, los aprecio a todos.
¿Cuál fue el impacto de la pandemia en su negocio?
Cuando llegó ese momento trabajaba en la esquina al lado del atrio de la iglesia del barrio. Con la pandemia todo quedó abandonado. No pensaba dejar las ventas ambulantes, pero mi Dios me hizo el milagro para salir de ahí. Me puse en manos de Él y, de un día para otro, ya tenía cuatro pedidos en este negocio. Aquí sigo.
¿Cómo se imagina el futuro de Plaza Campesina?
No me gustaría tener un lugar más grande; este se ve pequeño, pero es todo lo contrario. Todo el tiempo están los muchachos surtiendo. En las mañanas es bien difícil porque nos toca alistar los pedidos: domicilios, restaurantes y casas. Me gustaría que mi hijo se quedara con el negocio, porque mi hija tiene otros sueños.
¿Cuál es su trayectoria?
Vengo de Ramiriquí, Boyacá, de una familia de muy bajos recursos, y mi infancia la pasé siempre allá. Tenía sueños e ilusiones que al final no se cumplieron, así que me vine a la ciudad a trabajar en la calle vendiendo verduras. Vendía en las ferias y recorría casa por casa vendiendo, mientras cuidaba a mis niños muy pequeños. Siempre he trabajado en la calle como vendedora ambulante y el matrimonio que tenía en ese momento fracasó. Después fui a trabajar en una casa de familia, y durante ese tiempo ahorré dinero. Con esos ahorros fui a Corabastos y surtí mi primer puesto en la calle. Seguí ahorrando y ahora creo que en la vida me ha ido bien; he tenido suerte y, con la ayuda de Dios y la Virgen, he salido adelante. Tuve una casa en el sur y la vendí; luego nos mudamos a otra en el barrio Ríonegro, y hemos progresado, luchado y conseguido todo lo que hemos necesitado. Trabajamos muy duro con mi pareja actual y mis hijos para sacar a la familia adelante.
¿Cómo es el trabajo en Plaza Campesina?
Mi esposo se va todos los días a la una de la mañana a comprar a la plaza y regresa a las cinco de la mañana. Nosotros no ponemos el precio; lo establece el mayorista en Corabastos. Cuando él llega, yo despacho a mi hija para el colegio, y a las siete de la mañana abrimos el local hasta las 8:30 o 9:00 de la noche. Esto es de lunes a domingo y nos turnamos para descansar dos domingos al mes; el negocio no para.
¿Cómo ha sido el crecimiento de su negocio desde que llegó a este barrio y cómo son las dinámicas?
Llegamos al barrio Rionegro hace 27 años. Trato de ayudar a las personas que lo necesitan y me preguntan cómo hago para mantener el negocio tan lleno. Mi respuesta es que no sé; me ayuda el de arriba. Por ejemplo, no sufro de envidia con los vecinos: si un cliente decide comprarles a ellos, lo entiendo. Si vienen aquí a comprar, lo que necesito es vender, porque, ¿para qué traigo un mercado de calidad?
¿Qué características cree que son las más importantes que debe tener una persona con un negocio como el suyo?
En primer lugar, la calidad del producto que vendemos siempre debe ser muy buena. El equipo también es muy importante; entre nosotros nos respetamos y siempre vendemos con honestidad. Para salir adelante en esto es crucial emprender, tener constancia y ser amable con el cliente. Nosotros deseamos atender bien y que nuestros clientes se vayan contentos.
¿A usted qué la llena de satisfacción?
Lo único que me llena de satisfacción es que soy muy feliz aquí en la casa; tengo todo lo que me hace sentir a gusto. Tengo la comida, a mis hijos, no me falta nada y, ¿qué le puedo pedir a la vida? Solo dar gracias a Dios, a la Santísima Virgen y a mi familia, que también me apoya, porque tengo a la mayoría de mi familia en el campo cosechando al por mayor; todos son campesinos.
¿Hay algo que ocurra detrás de escenas que le gustaría que la gente supiera?
Aquí clasificamos los productos. Algunos no tienen muy buena calidad, y eso siempre lo regalamos a la gente que a veces pide. A los muchachos que trabajan con nosotros también les digo que escojan lo que quieran, lo que les sirva, y regalamos dos o tres canastillas de comida a diario. Eso me gusta porque hay productos y comida en buen estado, y pienso que hoy tengo, pero puede que mañana no; por eso trato de ayudar cuando puedo.
¿Cómo es su relación con sus clientes?
Siempre les he tenido mucho amor y cariño a mis clientes. Aún conservo algunos de hace 20 años; algunos ya se han ido, pero quedan otros de esa época. Ha llegado mucho cliente nuevo y, aunque hay algunos difíciles, los aprecio a todos.
¿Cuál fue el impacto de la pandemia en su negocio?
Cuando llegó ese momento trabajaba en la esquina al lado del atrio de la iglesia del barrio. Con la pandemia todo quedó abandonado. No pensaba dejar las ventas ambulantes, pero mi Dios me hizo el milagro para salir de ahí. Me puse en manos de Él y, de un día para otro, ya tenía cuatro pedidos en este negocio. Aquí sigo.
¿Cómo se imagina el futuro de Plaza Campesina?
No me gustaría tener un lugar más grande; este se ve pequeño, pero es todo lo contrario. Todo el tiempo están los muchachos surtiendo. En las mañanas es bien difícil porque nos toca alistar los pedidos: domicilios, restaurantes y casas. Me gustaría que mi hijo se quedara con el negocio, porque mi hija tiene otros sueños.