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Habitar la pintura

María Fernanda Zuluaga es una de las artistas más consistentes en el medio artístico colombiano. Persiste en indagar y expandir la pintura como uno de los medios del arte. Su trabajo ha sido constante y su práctica artística la combina con la docencia, ya que desde hace 24 años se desempeña como profesora asociada de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, donde dicta uno de los talleres de pintura.

María Elvira Ardila
15 de octubre de 2023 - 12:00 a. m.
 María Fernanda Zuluaga actualmente exhibe su obra en la Galería Luis Aristizábal. / Cortesía de la artista y LA Galería
María Fernanda Zuluaga actualmente exhibe su obra en la Galería Luis Aristizábal. / Cortesía de la artista y LA Galería
Foto: Oscar Monsalve

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Conocí a María Fernanda Zuluaga en el Primer Salón de Arte Joven en 1991. Ella era estudiante de artes en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. En este evento la artista presentó una pintura de gran formato y la instaló en el suelo, la cual simulaba una tumba y su temática se enfocaba en la transición entre la vida y la muerte. Desde ese momento percibí el interés de la artista en habitar los espacios expositivos, realizar montajes no convencionales, romper la bidimensionalidad de la pintura y tratar conceptos que nos identifican a todos.

1998 participó en una muestra significativa llevada a cabo por Carmen María Jaramillo en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, una exposición colectiva que reflexionaba sobre la pintura y señalaba cómo esta se expandía y se renovaba a través de otros lenguajes, como las instalaciones, la arquitectura, el video, el cine, entre otros. En esta muestra presentó lo que ella denominó Pinturas vestidas, donde el fondo de los lienzos era blanco, sin color alguno. Sobre estos superponía láminas de acrílico de colores, las atornillaba y de esta manera creaba otros planos. Así, ella logró ampliar el espectro de la pintura acercándose de otra manera al color y utilizando materiales no tradicionales. Logró que la pintura se desbordara y se conjugara con la arquitectura, consiguiendo otros devenires tanto formales como conceptuales. Hay que anotar que a finales de los 90 se dio una ruptura con los medios tradicionales del arte y se habló insistentemente de la muerte de la pintura.

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Hoy converso con ella en torno a su trayectoria, la vida, la muerte y su reciente exposición, Lugares que nos habitan, bajo la curaduría de Ana María Lozano, que se llevó a cabo en La Galería de Luis Aristizábal. Esta muestra poseía un aliento poético y fue un homenaje a su madre, quien falleció hace dos años.

En esta serie habita la vida con sus ausencias. El 2021 fue un año fuerte para la artista, donde tres acontecimientos irrumpieron en su vida: la muerte de su madre, de su hermano y una mundanza a Bogotá después de casi 20 años de estar en una casa en el campo donde tuvo un jardín que ella pacientemente cultivó.

El primer suceso, y lo sabemos quienes lo hemos vivido: la muerte de la madre es un punzón en nuestro ser, nos sentimos huérfanos, no importa la edad que tengamos, pensamos y extrañamos a la mujer que nos dio la vida. De habitar el duelo surgió Lugares que nos habitan, un proyecto que duró dos años de producción. La acción de habitar etimológicamente nos lleva a la significación de “tener de forma reiterada”, vivir y poseer un espacio en forma continua, lo que condujo a Zuluaga a pensar en las diferentes moradas en las que permanecemos, esos espacios arquitectónicos, mentales y espirituales.

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La artista habla de la sensación de habitarnos (lo que se puede traducir en un profundo autoconocimiento) y de recordar los espacios que hemos habitado. Luego recuerda la casa donde vivió con sus padres y hermanos, y nos conduce en un viaje por nuestra memoria. Transitamos por su obra y hallamos una pintura, un homenaje a su madre, donde referencia el útero como la primera habitación. Después hay un juego de pinturas donde hallamos vestigios de la niñez. Al igual, nos detiene en esos espacios particulares que nos llevan a una lista de palabras importantes: libros, música, objetos que nos acompañan y, por supuesto, la pintura donde ella habita. Nos centra en un lugar particular: el jardín, que se presenta como ese espacio de vida que se ordena con el calor de la madre.

De tal manera, sus pinturas son fragmentos, algunas son similares a esas colchas que se hacen con retazos de colores llenos de amor y olor a flores. Desentierran esos tiempos que marcan nuestras vidas y que regresan para habitar el duelo, el dolor, la ausencia, el amor y luego se doblan y se guardan en la memoria como preciados tesoros.

La exposición se compuso de 16 pinturas que no poseen bastidor, que se pueden doblar, plegar, tejer y romper. Algunas parecen moldes de costura que van tejiendo su vida a través de los retazos que se entretejen como cuando se está haciendo un jardín, recuerdos que nos convocan a muchos a esos espacios íntimos con nuestras madres. Sus pinturas tienen olor a diosmes, brevos, jazmines y otras plantas. Asimismo, en estas se hallan mapas de la casa que ocupó, como si fuese una guía para encontrar un recuerdo.

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En una de sus obras aparece una fuente, ese arquetipo de vida eterna, que permanece en una de sus pinturas y que se localiza en el centro del jardín de su casa, en el barrio Nicolás de Federmán, lugar donde se tomaban las fotografías de familia y donde en una de estas fotos aparece su madre. Esta edificación ya desapareció, pero su fuente hace recordar las pulsiones de la vida de esas imágenes en ese jardín. La artista percibió el arte como fuente de sanación y está ligada a su experiencia.

Tal vez por esta razón las pinturas no poseen bastidores y son leves. En sus Seis propuestas de último milenio, Ítalo Calvino dijo que el ser humano se había vuelto de piedra y la categoría de la levedad hacía que el mundo fuese más humano y tal vez más sensible. La muestra nos deja ver la fragilidad, la vida y la muerte, la sensación de orfandad y el apego a ciertos objetos que son importantes.

La artista conversó con el público sobre esta serie poética, nostálgica y juguetona, que nos lleva a pensar la pintura y su forma de darle rostro a esos lugares que habitan en la memoria. La charla se realizará el martes 17 de octubre de 2023 a las 2 p.m., en el auditorio de Artes de la Universidad Nacional.

Por María Elvira Ardila

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