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“Las palabras, de alguna manera, se parecen a la piel”: María Gómez

La colombiana María Gómez Lara habla sobre su antología poética “Palabras piel” (Frailejón Editores), que se presenta hoy a las 6:30 p.m. en la biblioteca del Gimnasio Moderno (carrera 9 N° 74-99).

Daniela Cristancho
12 de enero de 2023 - 12:01 p. m.
María Gómez Lara tiene un doctorado en poesía latinoamericana de la Universidad de Harvard.
María Gómez Lara tiene un doctorado en poesía latinoamericana de la Universidad de Harvard.
Foto: Nuria Mendoza
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“Palabras piel” reúne poemas de los libros “Contratono” y “El lugar de las palabras”, y de dos libros inéditos, “Cortar el árbol no era dejar semillas” y “El registro exacto de tu voz quebrada”. ¿Cuál fue el criterio para su selección?

La idea de esta antología es que fuera más o menos representativa de los distintos tonos, formas y preocupaciones que persigo en mi poesía. Quería que se pudiera sostener como libro independiente, no que pareciera una colcha de retazos, sino que quien lo leyera se encontrara con un conjunto coherente, que tuviera unos hilos conductores. Palabras piel, que también es el título de uno de los poemas de El lugar de las palabras, me ayudó a buscar un criterio para escoger los poemas de esta antología. Son poemas que tienen que ver con el cuerpo y con el lenguaje, y con la relación entre ambos, desde distintas perspectivas. En Contratono esa preocupación de cómo nombrar el mundo de alguna manera pasa a través del cuerpo, del duelo de un cuerpo desarraigado. En El lugar de las palabras es pensar las palabras como cuerpo y las palabras en el sentido del espacio físico que ocupa el lenguaje en el cerebro. Cortar el árbol no era dejar semillas es un libro que tiene que ver con la historia de mi abuelo paterno que era negro, con la raza y con otros tipos de pérdidas que también pasan a través de nuestros cuerpos. El registro exacto de tu voz quebrada son poemas sobre poetas y, de nuevo, mi relación con la poesía tiene mucho de piel.

Entiendo que “Palabras piel” viene de un poema de Rose Ausländer. ¿Recuerda cuándo conectó con este concepto?

Me acuerdo perfectamente. Estaba en un parque leyendo un libro de ella y me encontré con el verso “palabras número palabras tiempo palabras piel”, y ese concepto de palabras piel me pareció muy sugerente para lo que estaba haciendo en ese momento, que era escribir El lugar de las palabras. Inmediatamente empecé a escribir ese poema, que reúne bastante la poética de ese libro.

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¿Qué fue lo que le resonó tanto?

Antes de escribir ese libro no me había dado cuenta tan claramente de que nos enseñan desde la infancia a hacer una oposición entre mente y cuerpo. En el caso de las mujeres es más complicado aún, porque nos dicen desde muy chiquitas que solo valemos por nuestro cuerpo y que este tiene que ser perfecto. Esta relación conflictiva me hizo crear una resistencia contra el cuerpo, de decir: “Soy mi mente, lo que leo, lo que pienso, no soy mi cuerpo”. Cuando me encontraron el tumor en el cerebro me di cuenta de que el lenguaje, que era lo que pensaba que era más abstracto y más trascendental, y más lejos de la materia física que somos, está en un lugar de la materia física que somos. Y entonces es tan frágil como el cuerpo que tenemos y se puede quebrar, se puede romper, se puede enfermar. Me tocó pensar que las palabras, de alguna manera, se parecen a la piel. Este libro lo que perseguía era reconciliarme con el cuerpo, que fue un efecto secundario de la obra y de la experiencia, y pensar cómo es este lenguaje diferente que reconozco que es parte de mi cuerpo y borrar esa dicotomía.

En uno de sus versos dice “Cada uno guarda el lenguaje donde puede. Tú lo debes tener en todo el cuerpo”. Y hace un momento mencionaba a su abuelo y la raza. Hablemos de esas otras exploraciones del lenguaje que parten del cuerpo.

Ese verso es de un poema que es sobre un examen que me hicieron, que se llama “functional MRI”, que determina el lugar exacto donde está el lenguaje. Yo aprendí cosas muy interesantes sobre el cerebro y una de esas es que no todo el mundo tiene el lenguaje en el mismo sitio, depende de lo que cada uno desarrolle. El neuroradiólgo cuando vio mi examen me dijo “Yo nunca había visto un cerebro con tanto lenguaje”. Hoy es divertido, pero en ese momento significaba que había mucho que perder.

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Quiero aclarar que yo no me quiero apropiar de la experiencia de una persona racializada porque yo tengo el privilegio de estar “en la mitad”. Es decir, las niñas sí me decían que no jugaban con negras, en parte por el contexto de estudiar en un colegio de cierta clase alta bogotana. Pero si voy a la casa de un amigo mío negro, soy mestiza. Me parece interesante escribir sobre ese límite. Tienes una cantidad de privilegios, pero depende del lugar en el que estés. De nuevo, este libro tiene que ver con la intención de reconciliarme con el cuerpo, porque muchas de las cosas por las que me hacían la vida difícil por el cuerpo eran racializadas. Por ejemplo, que me dijeran que me tenía que alisar el pelo, que tenía la nariz muy ancha, que tuviera cuidado con el sol para que no se me oscureciera más la piel. Entonces ser capaz de este escribir poesía sobre eso y de transformar las emociones en lenguaje, me hizo darme cuenta de qué es lo que estaba pasando. Y yo creo que entender es algo muy poderoso, y transformar en poesía también, porque tiene que ver con los matices de la experiencia humana.

En su poema ‘Mudanza’ habla sobre la experiencia de migrar. ¿Cómo edifica este tema su identidad?

Ese poema lo escribí cuando me mudé a Nueva York para hacer la maestría y era un poco premonitorio porque fue la primera de muchas mudanzas que me esperaban. Viví en Boston, en Ciudad de México, ahora vivo en Madrid. Esta idea del desarraigo y de estar en un lugar distinto para mí fue liberadora, porque yo aquí había una percepción de cómo hay que ser y es bastante limitada. Yo nunca fui como había que ser. Sentir que no encajas, sentirte todo el tiempo extranjera es una experiencia difícil, pero eso también me pasaba en Colombia. Yo reconozco, de nuevo, que yo pude migrar porque quise, que es una experiencia de migración diferente. Yo cuando era chiquita estaba completamente convencida que yo no era este planeta y que un día iban a venir unos unicornios y unos duendes y me iban a rescatar porque yo no podía ser que este mundo tan aburrido y al que no pertenecía. Entonces mi caso irme no fue tan traumático como para alguien que está muy arraigado a este país.

Por supuesto, ha sido difícil y, sobre todo, te hace entender cosas de ti misma que no sabías antes. Por ejemplo, yo por mucho tiempo estuve viviendo en países que no hablaban español y esa conciencia del lenguaje se hace evidente. Cuando no tienes todos tus palabras te das cuenta del valor que tienen y de cómo mi identidad es mi lengua materna. Yo soy quien soy en mi lengua materna, por más de que pueda hablar muy bien otros idiomas. Mi arraigo con este lugar es la gente que yo quiero, pero también poder estar en otros lugares, me ha permitido tomar un poco de distancia sobre mí misma, sobre la relación con la poesía, sobre el tipo de arte que quiero hacer y el tipo de arte que me gusta.

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Daniela Cristancho

Por Daniela Cristancho

Periodista y politóloga de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en resolución de conflictos e investigación para la paz.@danielacsidcristancho@elespectador.com

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