María Isabel Rueda: ‘El arte está centralizado’
La artista de Puerto Colombia es, por segundo año consecutivo, la curadora del Premio Arte Joven, que tendrá su exposición abierta hasta mañana, 2 de noviembre, en la galería Nueveochenta.
Hugo Santiago Caro
Hablemos de los premios en términos generales. Un ejemplo: Jean-Paul Sartre rechazó un Nobel diciendo que, si aceptaba un premio, sus lectores se verían expuestos a una presión externa, ¿cómo pensar esta lógica para un artista plástico?
Hay que mirar la perspectiva del artista, sobre todo en un país como Colombia. Uno apela a la integridad y a la madurez. No creo que solamente lo hagan para ganarse dinero. Es un incentivo, pero hay una crisis de espacios, de visibilidad, sobre todo en las partes que no son Bogotá.
¿También el arte está centralizado?
Totalmente. Los artistas en las regiones del país no tienen forma de establecer un diálogo con un público, con un espectador. En ese sentido, un premio ayuda y apoya a los artistas, no sólo económicamente, pero sí es cierto que para un artista joven es complicado conseguir dinero para seguir produciendo obras, tener un estudio (si es que trabaja en un estudio), comprar materiales, etc. Cosas que parecieran básicas, pero son necesidades del día a día.
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El premio, entonces, no solamente es un beneficio por el dinero…
Diría que no tiene un solo beneficio. No es solamente una cuestión de ego o reconocimiento, sino que también puede ser una estrategia para seguir adelante con tu carrera en un país en el que debería haber más estímulos. No debería ser tan difícil ser artista en Colombia.
¿Cómo pensar esa presión con su oficio de curadora?
Lo interesante de este premio es que son obras ya realizadas. No es que hagas una obra específica para participar en el premio. Es decir, nada está influenciando obra. Son obras que ya realizaste por fuera del contexto del premio. Decir que tú las hiciste sin una finalidad y que ahora pueden entrar a participar, es muy diferente a cuando creas una obra para ganarte algo. Eso también es algo discutible.
¿Por qué?
Porque también hay artistas que hacen obras comisionadas para proyectos específicos. Ahora, si lo haces con madurez y pensando en ello, también es factible.
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Usted viene desde Puerto Colombia ¿cómo pensarse como curadora desde la periferia para un premio hecho en Bogotá?
He recorrido mucho las regiones y gran parte de mi trabajo es descentralizar un poco, por eso también me invitan al premio. Esa es una de las razones por las que también estoy haciendo curaduría. En esta muestra, solamente hay dos artistas de Barranquilla. También hay del Cauca, Manizales, Medellín, Cali. Es decir, que Bogotá no ocupe la mayoría del espacio es difícil, pero en esta oportunidad está muy equilibrado.
A qué le atribuye ese equilibrio…
Me parece que la Universidad del Cauca marcó la pauta y eso es interesantísimo: ya no son solo las universidades de Bogotá las que están dirigiendo. Debemos apuntar en cierta forma a sensibilizarnos, no solo desde otra región del país, sino también desde una perspectiva crítica.
¿Cómo lee el público de Bogotá una curaduría hecha desde las regiones?
La gran preocupación es que un artista que está en Bogotá siempre se ve un poco más contemporáneo. Las técnicas de montaje, la estética… Hay todo un lenguaje que está muy influenciado por lo que está ocurriendo en el resto del mundo. En las regiones hay un acercamiento diferente a los materiales, es otro tipo de manejo de las ideas muy distinto.
¿Como si la periferia se diferenciara porque no tiene la influencia internacional?
Personalmente, cada vez le cojo mucho más cariño. Uno comienza a entender y a valorar lo que está sucediendo en las universidades públicas de Barranquilla, en Bellas Artes etc. Empiezo a pensar que a largo plazo podría ser más interesante eso que no está tan estandarizado y que no es un lenguaje tan global.
¿Cómo dialoga esta curaduría con la que hizo en 2022?
Había una carga muy fuerte de género. Aquí continúa, pero en la versión anterior no había ocurrido lo de lo rural y lo urbano, ese tránsito no había aparecido. Uno se había topado con los ancestros, pero de una forma más tímida. Acá es muy directa la conexión con los abuelos, incluso con lo mítico. He estado pensando mucho al respecto.
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Hablemos más de eso, de sus reflexiones sobre esta versión del Premio…
Visité una exposición de la Biblioteca Nacional de Orlando Fals Borda. Mientras veía todas esas fotografías, pensaba en las estrategias que este hombre usó para integrarse en la comunidad. El caso de él, que desde Barranquilla logró acceder a esta zona rural de Cundinamarca, es muy parecido al ejercicio que estamos aplicando aquí. Comencé a pensar si esto está ocurriendo al mismo tiempo en el universo del arte. Tal vez todos estos artistas están reflexionando sobre lo rural y lo urbano, y ese tránsito es algo que está en el aire, como si algo se estuviera gestando.
Pensar en eso hace parte de su labor como curadora de este premio…
Exacto, la curaduría es poder observar todas las interpretaciones: así empiezas a comprender lo que piensa todo el país. La gente se preocupa por lo que deben hacer visible, lo que quieren contar y lo que es importante para ellos. Esa, para mí, es la mejor parte de ser curadora del premio.
Hablemos de los premios en términos generales. Un ejemplo: Jean-Paul Sartre rechazó un Nobel diciendo que, si aceptaba un premio, sus lectores se verían expuestos a una presión externa, ¿cómo pensar esta lógica para un artista plástico?
Hay que mirar la perspectiva del artista, sobre todo en un país como Colombia. Uno apela a la integridad y a la madurez. No creo que solamente lo hagan para ganarse dinero. Es un incentivo, pero hay una crisis de espacios, de visibilidad, sobre todo en las partes que no son Bogotá.
¿También el arte está centralizado?
Totalmente. Los artistas en las regiones del país no tienen forma de establecer un diálogo con un público, con un espectador. En ese sentido, un premio ayuda y apoya a los artistas, no sólo económicamente, pero sí es cierto que para un artista joven es complicado conseguir dinero para seguir produciendo obras, tener un estudio (si es que trabaja en un estudio), comprar materiales, etc. Cosas que parecieran básicas, pero son necesidades del día a día.
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El premio, entonces, no solamente es un beneficio por el dinero…
Diría que no tiene un solo beneficio. No es solamente una cuestión de ego o reconocimiento, sino que también puede ser una estrategia para seguir adelante con tu carrera en un país en el que debería haber más estímulos. No debería ser tan difícil ser artista en Colombia.
¿Cómo pensar esa presión con su oficio de curadora?
Lo interesante de este premio es que son obras ya realizadas. No es que hagas una obra específica para participar en el premio. Es decir, nada está influenciando obra. Son obras que ya realizaste por fuera del contexto del premio. Decir que tú las hiciste sin una finalidad y que ahora pueden entrar a participar, es muy diferente a cuando creas una obra para ganarte algo. Eso también es algo discutible.
¿Por qué?
Porque también hay artistas que hacen obras comisionadas para proyectos específicos. Ahora, si lo haces con madurez y pensando en ello, también es factible.
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Usted viene desde Puerto Colombia ¿cómo pensarse como curadora desde la periferia para un premio hecho en Bogotá?
He recorrido mucho las regiones y gran parte de mi trabajo es descentralizar un poco, por eso también me invitan al premio. Esa es una de las razones por las que también estoy haciendo curaduría. En esta muestra, solamente hay dos artistas de Barranquilla. También hay del Cauca, Manizales, Medellín, Cali. Es decir, que Bogotá no ocupe la mayoría del espacio es difícil, pero en esta oportunidad está muy equilibrado.
A qué le atribuye ese equilibrio…
Me parece que la Universidad del Cauca marcó la pauta y eso es interesantísimo: ya no son solo las universidades de Bogotá las que están dirigiendo. Debemos apuntar en cierta forma a sensibilizarnos, no solo desde otra región del país, sino también desde una perspectiva crítica.
¿Cómo lee el público de Bogotá una curaduría hecha desde las regiones?
La gran preocupación es que un artista que está en Bogotá siempre se ve un poco más contemporáneo. Las técnicas de montaje, la estética… Hay todo un lenguaje que está muy influenciado por lo que está ocurriendo en el resto del mundo. En las regiones hay un acercamiento diferente a los materiales, es otro tipo de manejo de las ideas muy distinto.
¿Como si la periferia se diferenciara porque no tiene la influencia internacional?
Personalmente, cada vez le cojo mucho más cariño. Uno comienza a entender y a valorar lo que está sucediendo en las universidades públicas de Barranquilla, en Bellas Artes etc. Empiezo a pensar que a largo plazo podría ser más interesante eso que no está tan estandarizado y que no es un lenguaje tan global.
¿Cómo dialoga esta curaduría con la que hizo en 2022?
Había una carga muy fuerte de género. Aquí continúa, pero en la versión anterior no había ocurrido lo de lo rural y lo urbano, ese tránsito no había aparecido. Uno se había topado con los ancestros, pero de una forma más tímida. Acá es muy directa la conexión con los abuelos, incluso con lo mítico. He estado pensando mucho al respecto.
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Visité una exposición de la Biblioteca Nacional de Orlando Fals Borda. Mientras veía todas esas fotografías, pensaba en las estrategias que este hombre usó para integrarse en la comunidad. El caso de él, que desde Barranquilla logró acceder a esta zona rural de Cundinamarca, es muy parecido al ejercicio que estamos aplicando aquí. Comencé a pensar si esto está ocurriendo al mismo tiempo en el universo del arte. Tal vez todos estos artistas están reflexionando sobre lo rural y lo urbano, y ese tránsito es algo que está en el aire, como si algo se estuviera gestando.
Pensar en eso hace parte de su labor como curadora de este premio…
Exacto, la curaduría es poder observar todas las interpretaciones: así empiezas a comprender lo que piensa todo el país. La gente se preocupa por lo que deben hacer visible, lo que quieren contar y lo que es importante para ellos. Esa, para mí, es la mejor parte de ser curadora del premio.