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Soy investigadora económica y académica, una persona interesada en aprender. También soy tímida, reservada, me cuesta trabajo hablar de mí, prefiero escribir y las actividades individuales. Me define el ser juiciosa, racional, mi altísima aversión al riesgo, el ser alguien que evita las confrontaciones.
Orígenes - Rama paterna
Provengo de una familia académica, desde mis bisabuelos, y en la que el papel de la mujer ha sido muy fuerte pues es una familia muy matriarcal.
Mi bisabuela, Ana Joaquina Montufar, nació a finales del siglo XIX y alcanzó a adelantar estudios secundarios lo que para una mujer en esa época era difícil. Estudió interna en el colegio de las monjas de la Presentación. Enseñó a niños en kínder a leer y a escribir, pero también a mi papá cuando apenas tenía tres o cuatro años. Mi bisabuelo, Arsenio Ramírez, fue abogado de la Universidad Externado, hizo parte de las primeras promociones. Ana Joaquina tenía 27 años cuando fue mamá y Arsenio 30, y contrario a la época solo tuvieron dos hijos: mi abuelo Manuel y mi tío abuelo Arturo. Mi abuelo, Manuel Ramírez Montufar, nació en 1910, fue conservador y católico, ingeniero civil de la Universidad Nacional, trabajó en Ferrocarriles Nacionales, dictó clases sobre la ingeniería del ferrocarril y fue nombrado profesor emérito. También trabajó en Cementos Diamante. Tuvo una gran biblioteca con libros maravillosos que la familia aún conserva.
Mi abuela, Leonor Gómez, nació en 1917, estudió hasta quinto grado de bachillerato, lo que hoy se conoce como décimo, un techo de cristal en la época. Estudió en colegio de monjas, el María Auxiliadora. También trabajó en Ferrocarriles Nacionales manejando el telégrafo y estando allí conoció a mi abuelo, su esposo. Leonor fue una mujer independiente que se casó a los veintidós y Manuel a los veintinueve. Tuvo diez embarazos, nueve hijos, pero dos niñas se murieron de tifoidea y cáncer. Así pues, vivió dos décadas de embarazos hasta sus cuarenta y tres. Una mujer muy instruida, inteligente, una gran lectora, la recuerdo leyendo libros de Agatha Christie. No era religiosa, pero sí liberal. Mantuvo a su familia unida alrededor de la mesa y congregaba los domingos al almuerzo porque le encantó la cocina, gusto que heredaron mis hermanas que aprendieron de ella y de su libro de recetas. Murió en 1999, lo que me permitió disfrutarla un muy buen tiempo, pero mi abuelo Manuel murió a mis siete años.
Mi papá, Manuel Ramírez Gómez, es el mayor de los hijos. Su abuela tuvo gran influencia sobre él, lo cuidó y le enseñó a leer, a escribir. Fue un economista muy reconocido, profesor de muchas generaciones de economistas, con estudios de doctorado en el exterior, compañero de pupitre de Roberto Junguito que me repetía: “Su papá era el más juicioso, el que más matemáticas sabía, el que resolvía todos los problemas”. Si bien no le gustó la política, sí fue asesor de importantes técnicos. Inició estudiando Ingeniería Civil en la Javeriana, siguiendo los pasos de su padre, pero luego se pasó a Economía en los Andes cuando llegaron profesores del Rockefeller Center. Adelantó su maestría en Economía, también en los Andes, donde tuvo compañeros como Junguito y Eduardo Sarmiento Palacio. Posteriormente viajó a la Universidad de Yale a realizar sus estudios de doctorado.
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La academia la complementó con la firma Econometría que fundó con amigos y colegas, sociedad de consultoría que aún existe. Cuando el dr. Junguito fue nombrado ministro de Hacienda lo invitó a conformar la Junta Monetaria del Banco de la República, donde estuvo dos años junto a Carlos Caballero Argáez. Fue formador de varias generaciones desde finales de los años 60 hasta el último día de su vida tanto en los Andes como en el Rosario. Fue también profesor ocasionalmente de las Universidades Nacional y Javeriana. Siempre dijo que investigaba para enseñar y enseñaba lo que investigaba. Murió en 2014, a sus setenta y dos años, después de padecer un cáncer que se lo llevó en pocos meses. Este es uno de los dolores más profundos que he vivido.
Rama materna
Mi abuela, Paulina Jiménez, nació en 1917, estudió hasta quinto bachillerato y se casó con mi abuelo Ariamiro Giraldo. Paulina fue una mujer de carácter fuerte, inteligente, conservadora y de arraigadas creencias religiosas que se concentró en la educación de sus tres hijos mientras su esposo vivía en los campamentos donde trabajó gran parte de su vida.
Mi abuelo Ariamiro nació en Armenia, también fue ingeniero civil que trabajó en infraestructura de transporte en campo, se instalaba en los campamentos para construir las vías, entonces el paseo de vacaciones de su familia era ir a visitarlo.
Mi mamá, Consuelo Giraldo, es la menor de su casa. Inés, su hermana mayor, se casó muy joven y enviudó muy temprano, entonces vivió con mi abuela. Seguida por Hernando, que era médico y ya falleció.
Quizás por su educación paisa, mi mamá fue estricta, pero amorosa y muy presente acompañándonos a nosotras sus hijas.
Padres
La historia de mis padres se une desde siempre pues las dos familias han sido muy amigas. Mi mamá cuenta que mi papá, seis años mayor, cuando la conoció en la cuna dijo: “Con esa niña tan linda y rubia me caso”. Mi papá nunca negó la historia.
Se hicieron novios estando ella en el colegio y él en la universidad. Cuando mi papá aplicó a doctorado en los Estados Unidos, quiso llevársela, pero el abuelo le dijo que tenía que dejarla graduar, que debía esperar.
Se unieron en matrimonio inmediatamente mi mamá se graduó y viajaron a New Haven para que mi papá estudiara en la Universidad de Yale. Dos años después y en un invierno muy frío, nací en New Haven. Año y medio más tarde nació María Consuelo viviendo ya en Colombia y a los cuatro años Marta Lucía. Las tres somos muy unidas.
María Consuelo es abogada de los Andes con maestría en Ciencia Política de los Andes y de historia contemporánea en Barcelona; trabaja en la Unidad de búsqueda de personas desaparecidas, con víctimas y derechos humanos. Cuando mi hija cumplió quince años, María Consuelo le cumplió el sueño planeado, el de viajar a Italia juntas. Es una gran lectora de literatura, ha sido profesora de la Universidad del Rosario.
Marta Lucía es psicóloga de los Andes, luego estudió una maestría en Argentina. Se ha dedicado a trabajar en temas de salud pública, específicamente en mortalidad materna.
Cuando Marta tenía cuatro años y yo cursaba quinto de primaria, mi mamá decidió que volvería a estudiar y entró a la universidad a estudiar Arte y Decoración. Se sentaba con nosotras a hacer sus tareas, fue un gran ejemplo, y con su talento me apoyó en proyectos académicos en el colegio. Ella me hacia las planchas de dibujo, yo era muy mala en eso.
Crecí en una familia muy unida, no solo la nuclear, sino también la extendida. Al ser las dos ramas amigas, han estado siempre muy presentes en todos los eventos de la vida.
Infancia
Recuerdo que mi papá nos contaba las historias de los dioses griegos, nos hablaba de historia antigua, historia medieval. Con esto sembró en mí ese amor por la historia que también heredó mi hija. Leía con intensidad, pero sacaba tiempo para hablar con nosotras, transmitirnos su conocimiento. De sus viajes nos traía regalos muy apropiados para cada edad que teníamos como planetarios que reflejaban con luz las estrellas.
A mis cuatro años, cuando papá fue a terminar su tesis de doctorado, viajamos de nuevo a New Haven a los Estados Unidos. Recuerdo su universidad, la nieve, la playa cercana a la que nos llevaba a recoger conchas.
Mi mamá dice que mi hermana María Consuelo y yo, porque Marta no había nacido, no quisimos aprender inglés, nos negamos a hablarlo, mientras que nuestros amigos empezaron a comunicarse con nosotras en español. Así que el inglés ha sido una de mis principales dificultades.
Academia
Siempre ejercí mi papel de hermana mayor: seria, juiciosa, estudiosa. Como no me gustó hablar en inglés buscaron opciones de colegio y llevaron a uno de monjas que no me gustó, sentí que ahí no aprendía nada.
Como mi tía Inés era profesora del Instituto Pedagógico Nacional (IPN) fue a este al que nos pasaron. Así fue como estudié en colegio público cuando su calidad era a toda prueba. Fui muy feliz en el colegio del que me siento muy orgullosa, me dio visión de un mundo diferente, en él hice grandes amigos con los que estudié desde quinto de primaria hasta graduarme y quienes ahora son profesionales muy exitosos y conservo su amistad.
Cómo no mencionar a Carolina Villamizar, hoy psicóloga con maestría en psicología organizacional; Henry Gallardo, director de la Fundación Santa Fe; Mario Romero, ingeniero civil profesor en la Universidad Purdue en Indiana y María Clara Gómez, una excelente ingeniera. Pero también muchos otros, con los que mantengo contacto frecuente y cercano. En esa época el IPN se caracterizaba por obtener los puntajes más altos en el ICFES, la exigencia y la competencia era alta, tristemente es algo que ha cambiado.
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Decisión de carrera
Sabía qué era lo que no me gustaba, por ejemplo, nada que tuviera que ver con temas de salud, tampoco la arquitectura, descarté ingeniería porque no he sido buena para dibujar, era mi mamá quien me hacía las maquetas porque yo no lograba trazar una línea recta. Pero sí me encantaba la historia, también las matemáticas, muchísimo, gracias a mi papá.
Como lo social siempre me ha movido opté por economía y la estudié en los Andes, donde enseñaba mi papá.
Universidad de los Andes
Al llegar a los Andes de colegio público y de calendario A, sentí lo que eso significaba en una universidad de élite y privada, pero me amoldé fácilmente. La economía me gustó desde el inicio y se me facilitó quizás porque toda la vida había oído a mi papá hablando de esos temas.
Conté con la fortuna de encontrar un grupo al que me adapté muy bien, hoy algunos son grandes amigos y compañeros de trabajo y con los que he caminado la vida personal y profesional, como Ana María Iregui, con quien cursé toda mi carrera y luego entramos al tiempo al Banco de la República, nos fuimos a estudiar el doctorado, aunque en países diferentes, regresamos al Banco después de terminar nuestros estudios en el mismo año y ahora somos coautoras. También fui compañera de universidad de Jesús Otero, que es su esposo, y de Jaime Bonet, gran amigo y también compañero de trabajo, Patricia Camacho, quien está dedicada ahora a la literatura en los Estados Unidos, y de Héctor Prada e Isabel Crizon.
Aproveché muy bien esta etapa de la vida en la que me concentré en el estudio, no fui de fiestas ni de novios ni de muchas aficiones, aunque me gustaba ir a cine. Mi reto era muy grande porque mis profesores eran amigos de mi papá, como Álvaro Reyes, Eduardo Sarmiento y él lo fue también. Debo agradecerle a mi papá que no me hiciera sentir ningún tipo de presión, fui yo sola quien la ejerció. También tuve una gran profesora: Carmen Elisa Flórez.
Maestría en Economía
Tomé un año más de carrera para obtener el título de maestría en la que mi papá me enseñó por un año con las materias de Microeconomía y Econometría. Por fortuna no hizo evaluaciones individuales, sino grupales a través de talleres. Recuerdo que mis amigos iban a estudiar a la casa, en donde se lo encontraban.
Cuando mi esposo era mi novio, hizo la maestría en la que mi papá fue también su profesor, lo que resultó aún más complejo, Carlos sí tuvo mucha presión.
Era una facultad menos cuantitativa de lo que es ahora, se concentraba de manera importante en temas de desarrollo económico, que me gusta mucho.
Me gradué en la época de las bombas de Pablo Escobar. Recuerdo que, con mi amiga Ana María y con Jesús, fuimos al DAS a tramitar el pasado judicial para el Banco de la República, y a los dos días explotó la bomba que destruyó el edificio. En el avión de Avianca murió la hermana de una de mis mejores amigas del colegio. Todo esto me marcó muchísimo. Fue una época muy dura, a mí me daba mucho miedo salir.
Banco de la República
Me llamaron del Banco de la República y me invitaron a una entrevista con Alberto Carrasquilla y Roberto Steiner y Hernando José Gómez. Recuerdo que fue una entrevista muy difícil, ellos eran jóvenes y acababan de llegar de sus estudios en el exterior. Yo tenía veintidós años cuando comencé y aún hoy trabajo en el Banco.
Inicié en la sección Moneda y Banca, pese a no gustarme tanto el tema. Era 1991 cuando se conformó la primera Junta Directiva como lo manda la Constitución de ese año, y de la que hicieron parte Miguel Urrutia, Roberto Junguito, Salomón Kalmanovitz, a quienes les guardo mucho cariño, admiración y agradecimiento. Trabajé de la mano de Miguel Urrutia, que me incluía en sus trabajos de investigación en calidad de coautora pese a mi edad y a mi falta de experiencia, el doctor Urrutia fue un gran mentor.
En esa época trabajaban también en el Banco Roberto Steiner, Alberto Carrasquilla, Hernando José Gómez, Martha Misas, más tarde entró J. Uribe, quienes acababan de llegar de estudiar por fuera del país y me impulsaron a hacer investigación; trabajando con Martha aprendí mucha econometría. Con ellos me animé a presentarme para adelantar mi doctorado en Illinois, Universidad que me recomendaron.
Carlos Pombo - Esposo
A mi esposo, Carlos Pombo, lo conocí en 1991 cuando él trabajaba en Planeación Nacional con Jaime Bonet.
Cuando mis papás cumplieron veinticinco años de casados les hice una fiesta, ya que yo ya trabajaba, y al día siguiente Jaime cumplió años y los celebró con un asado en La Calera, al que me invitó. Jaime ya me había hablado de Carlos, pero yo no quería que me presentaran a nadie pues acababa de terminar con un novio médico. Resulta curioso porque Carlos acababa de terminar una relación que ya contaba cinco años.
Un año más tarde nos casamos, cuando yo tenía veinticuatro años y Carlos veintisiete.
Carlos es economista de la Javeriana con maestría de los Andes, juntos viajamos a Illinois, donde nos graduamos del doctorado y ahora es profesor titular de la Facultad de Administración de los Andes. Es serio, reservado, juicioso, disciplinado, hogareño. Con él comparto los mismos intereses y ha sido mi compañero de vida por casi tres décadas.
Doctorado
Carlos y yo estudiamos becados el doctorado en Economía de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. Yo tenía la beca del Banco de la República y Carlos la de Fonade-DNP y Colciencias.
Hacer un doctorado es muy retador, especialmente el primer año. Éramos tan solo dos mujeres en mi curso, todos los profesores eran hombres y la única profesora mujer de la facultad no me dio clase. Por fortuna conté con Carlos, que hizo este proceso más amable, además, porque el lugar inicialmente no me gustó, solo veía campos de maíz, y yo soy muy citadina.
Esta fue mi primera salida del país. Inicialmente llegamos a Denver, tomamos un bus con destino a Boulder-Colorado, ya que íbamos a tomar unos cursos de inglés y matemáticas. Denver me pareció una metrópoli y Boulder era una ciudad universitaria muy bonita rodeada de montañas, como Bogotá. Por esta razón, cuando llegué a Urbana (donde queda la Universidad de Illinois) me dio muy duro encontrarme que estaba rodeada de plantaciones de maiz y ver que era totalmente plana. Lloré por mucho tiempo, por lo mismo, cada vez que teníamos ocasión íbamos a Chicago, una ciudad que adoré y que queda a dos horas y media de la Universidad. Sin embargo, vivir en Urbana tiene muchas ventajas, es una ciudad no tan costosa, ofrece facilidades para los estudiantes y el entorno obliga a concentrarse en el estudio y ahorrar para luego ir a pasear. Aprendí a quererla.
Estando allí viajamos por los Estados Unidos, tomábamos carro con cualquier destino. Aprovechamos para conocer y pasear. También pudimos ir a Europa, nos encontramos con mis papás y mis hermanas en Barcelona, donde mi hermana María Consuelo adelantaba una maestría, así recorrimos España en una camioneta van con mi familia. Este es el viaje más maravilloso que recuerdo haber hecho en mi vida.
Durante estos años crecí en edad, como persona, como pareja y como economista. Nos abrimos a un mundo nuevo, compartimos con gente de muchos lugares del mundo, nuestros mejores amigos fueron una pareja, ella de la India y él de Bangladesh. Sumergirnos en esas culturas fue emocionante y muy enriquecedor.
Tesis de grado
No tenía tan claro en qué hacer la tesis. Sabía que me gustaban los temas relacionados al crecimiento económico, la historia económica, hasta que un día me escribió Jota Uribe a decirme: “María Teresa, por qué no se lee el libro de Robert W. Fogel sobre ferrocarriles en los Estados Unidos”.
Así lo hice, me encantó el libro, fue un descubrimiento maravilloso de esa literatura. Así que gracias a Jota decidí que adelantaría una tesis sobre la infraestructura de transporte, especialmente los ferrocarriles, y su impacto en la economía colombiana desde una perspectiva histórica. Lo más emocionante fue que, estudiando el tema, descubrí que esto me llevaba a mis abuelos. Mis dos abuelos ingenieros civiles trabajaron en infraestructura de transporte, mi abuelo Manuel desde la cátedra y mi abuelo Ariamiro desde la construcción de carreteras.
Vine en unas vacaciones que dediqué a investigar en la Luis Ángel Arango y revisando las revistas de la sociedad de ingenieros colombianos, me encontré con menciones y fotos de mi abuelo Manuel.
Al tema llegué sin proponérmelo y esta fue una experiencia muy emotiva que llevó a mi mamá a recordar su experiencia en los campamentos con mi abuelo durante sus vacaciones de infancia y a mi papá a contarme historias del trabajo del abuelo Manuel.
Es triste ver que después de veinte años desde que escribí mi tesis no se ha avanzado mucho en materia de infraestructura de transporte, nos falta invertir más en vías para lograr un mayor crecimiento económico y desarrollo de las regiones. Es muy fuerte ver a los niños desplazándose por senderos que les implican un riesgo altísimo por las trochas y los ríos crecidos a través de un cable.
Acabo de terminar un artículo conjunto con varios autores titulado La inversión en infraestructura de transporte y la economía colombiana, retomando un tema que inicié en mi tesis, allí se evidencia que seguimos con el mismo retraso, que encontré en mi tesis.
Mi conclusión es que, no es tanto la geografía del país la que impide el desarrollo de la infraestructura, aunque obviamente encarece los costos, ya que hay países que lo han logrado porque tienen instituciones de calidad e invierten más recursos en infraestructura.
Regreso al país
Como estudiamos becados debíamos regresar, pero también siempre quisimos hacerlo. Me encontré una Junta en el Banco de la que hacían parte varios historiadores económicos como el doctor Junguito, Salomón Kalamanovitz y el Doctor Urrutia era el Gerente General. El doctor Urrutia, empezó una serie de libros sobre historia económica de Colombia en la que yo participé en compañía de Adolfo Meisel, directivos del Banco, como el actual gerente Leonardo Villar, y varios investigadores, siempre contando con el gran apoyo de mis jefes directos Hernando Vargas y Jota Uribe. Así pude seguir trabajando en los temas que me gustan, aprendiendo de grandes economistas.
Con Adolfo Meisel he trabajado varios temas de historia económica principalmente relacionados con calidad de vida, estatura de las personas, e industria, entre otros, y hemos editados varios libros juntos.
Academia
Otra de las facetas de mi vida está en la academia como catedrática, algo que disfruto inmensamente, en especial porque no han sido muchas las mujeres que enseñan teniendo doctorado y familia, ya que esto implica sacar tiempo para preparar las clases de tu tiempo libre.
Desde que era una joven economista acompañé a Miguel Urrutia como asistente de sus clases, fui su monitora en los Andes. Al regreso de mi doctorado me invitó a hacer un curso de Política Económica Colombiana y unos seminarios sobre historia económica colombiana. Luego, dicté sola un curso de Historia Económica Colombiana.
Con Adolfo Meisel hicimos un curso sobre calidad de vida desde la perspectiva histórica a través de un ejercicio muy parecido al que me propones hoy. Le pedíamos a los estudiantes que entrevistaran a sus abuelos y a sus padres para que les contaran sus memorias y las acompañaran con cifras de la economía de la época. Fue evidente cómo los abuelos con estudios de primaria tuvieron diez y más hijos, en cambio sus padres con estudios universitarios y de posgrado tan solo uno o dos.
También enseñé en la Universidad del Rosario Historia Económica Cuantitativa. En resumen, me gusta mucho dar clases.
Familia
Después de once años de matrimonio nació Juana. Es una adolescente a la que le encanta la historia, investigar la vida, escribir y contar historias, crear personajes, y recrearlos.
Cuando viajamos a seminarios y conferencias la llevamos con nosotros, aprovechamos para visitar museos y ciudades. Le encanta viajar con nosotros y conocer nuevas culturas. Siempre se ha visto expuesta a lo académico y cultural. Es una joven tranquila, seria y amorosa.
Proyectos
Me gusta la vida tranquila, en familia, la academia y por eso también quisiera algún día estudiar historia de manera formal y también poder seguir viajando.
Reflexiones
¿Qué reflexiones haces después de este recorrido por tu vida?
Me reconozco como una persona muy afortunada por mi familia, por mis estudios, por mi trabajo, por mis amigos y por la fuerza femenina que me ha influido desde mi familia.
¿Cuál ha sido la mayor adversidad que has afrontado?
El tiempo que nos tomó ser padres, pues me hubiera gustado ser una mamá a edad más temprana.
¿Cómo superas la frustración?
Me desahogo llorando, pero persevero, no renuncio.
¿Cómo te gusta ser recordada?
Como una persona de familia, como una amiga con la que pueden contar y en la que pueden confiar, como alguien amable a quien se pueden acercar, y como alguien que aportó un poco a literatura de historia económica de Colombia.
¿Qué es el tiempo en tu vida?
Me afana, me cuestiona, pienso si habré hecho lo suficiente. Temo morir joven.
¿Cuál es la razón de tu existencia?
Primero mi familia, cultivar en mi hija su potencial para que pueda hacer lo que se propone en la vida y que sea feliz en lo que se proponga. A través de mis investigaciones y estudios tal vez poder mostrarles a las mujeres jóvenes economistas que si se lo proponen pueden ir rompiendo los techos de cristal que se encuentran en el camino.
¿Cuál debería ser tu epitafio?
Mujer adversa al riesgo. O algo como Le faltó más calle, en el buen sentido, lo digo por juiciosa.