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Marie Tharp, la geóloga a la que Google rinde homenaje

Con un doodle interactivo, Google recuerda a la oceanógrafa que el 21 de noviembre de 1998, hace 24 años, fue reconocida por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos como una de las cartógrafas más importantes del siglo XX.

Andrea Jaramillo Caro
21 de noviembre de 2022 - 07:49 p. m.
El doodle con el que Google homenajea a Marie Tharp fue narrado por las científicas Rebecca Nesel, Tiara Moore y Cate Larsen.
El doodle con el que Google homenajea a Marie Tharp fue narrado por las científicas Rebecca Nesel, Tiara Moore y Cate Larsen.
Foto: Google - Doodle
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El legado de la geóloga, oceanógrafa y cartógrafa permitió que se conociera la existencia de las placas tectónicas y con su mapa se descubrió la existencia de la Dorsal Mesoatlántica, un valle submarino que atraviesa el Océano Pacífico. Los hallazgos de Tharp fueron cuestionados cuando comenzó a presentarlos en la década de 1950. Nacida en Michigan el 30 de julio de 1920, la geóloga estuvo encaminada a las ciencias desde joven, pues solía acompañar a su padre William Edgar Tharp, un ingeniero de suelos, en su trabajo de campo, lo que la introdujo a la creación de mapas. (Conozca aquí doodle)

Su plan original estaba lejos de las ciencias, debido a que en la década de 1930 este todavía era considerado como un campo para hombres. Se graduó de la Universidad de Ohio en 1943 con diplomas en inglés y música, con la intención de convertirse en profesora. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial, y en particular el ataque sobre Pearl Harbor, permitió que ella y otras mujeres ampliaran sus estudios. Después de tomar una clase de geología en Ohio, Tharp fue reclutada por la Universidad de Michigan para una maestría en geología del petróleo.

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Luego de un trabajo en Tulsa, Oklahoma, que la dejó insatisfecha por no poder acompañar a sus colegas en trabajo de campo, se matriculó en la Universidad de Tulsa, donde obtuvo un diploma en matemáticas. En 1948 ya había pasado cuatro años en Oklahoma. Partió hacia Nueva York buscando el próximo paso en su carrera, siguiendo el consejo de su padre de perseguir una profesión que amara y que, a la vez, pudiera ofrecerle estabilidad financiera. Cuando se dio cuenta de que la investigación paleontológica consumía una gran cantidad de tiempo, optó por buscar empleo en la Universidad de Columbia en el Observatorio Geológico Lamont y, aunque no mencionó su maestría en geología, se convirtió en una de las primeras mujeres en trabajar en la institución ahora conocida como Observatorio Geológico Lamont-Doherty.

Fue allí donde conoció a Bruce Heezen, el colega con el que trabajó en los descubrimientos que cimentaron su legado. Antes del mapeo del océano, trabajaron en la localización de aviones caídos durante la Segunda Guerra Mundial. Con el fin de la guerra, Tharp se enfocó, exclusivamente, para Heezen en el mapeo del lecho marino. Como dice el doodle interactivo, para la década de 1950 los capitanes de barco mantenían la superstición de que las mujeres traían mala suerte al estar a bordo de un barco, por lo que no pudo acompañar a su colega en sus viajes de recolección de datos.

“Excluida de las expediciones oceánicas, Tharp dedicó toda su energía a cartografiar el lecho marino comenzando por el Atlántico Norte, trabajo que conduciría a dos importantes descubrimientos. Para hacer un mapa, primero tradujo los ecos recopilados por los barcos que cruzan el océano a las profundidades y luego creó cortes verticales bidimensionales del terreno debajo de las huellas de los barcos. Estos perfiles del suelo oceánico mostraban una amplia cordillera que se extendía por la mitad del Atlántico”, escribió Betsy Mason en Science News.

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Con los datos que su colega traía de vuelta, la oceanógrafa se concentraba en utilizar los datos que tenía disponibles e interpolarlos en zonas de las que había poco registro, para obtener un bosquejo del lecho marino del océano Atlántico. En medio de sus investigaciones, ella se dio cuenta de que sus mapas apuntaban a una depresión en el fondo del océano, una conclusión que fue puesta en tela de juicio por Heezen, ya que esto podría significar una prueba para la teoría de la Deriva Continental, que no era muy popular. Su colega le instruyó realizar de nuevo el mapa y con la ayuda de otro colega, Edward Foster, quien estaba estudiando la actividad sísmica en la zona, interpolaron los mapas. Los datos, que fueron contundentes, dieron la prueba final para que Heezen apoyara los hallazgos de Tharp.

El primer mapa completado del norte del Océano Atlántico fue completado hacia 1959, sin embargo, las prohibiciones impuestas por el gobierno estadounidense para publicar información topográfica por miedo a los rusos durante la Guerra Fría, hizo que Tharp y Heezen tuvieran que usar un modelo de mapa diferente al tradicional. El resultado de sus esfuerzos se convirtió en el mapa más detallado del lecho marino del Atlántico.

En 1967, los mapas de Tharp fueron publicados en la revista National Geographic. En 1973 recibió, junto a Heezen, la financiación para continuar con su labor y se embarcó en una tarea de cuatro años en la que terminaron de mapear los océanos del mundo en 1977, poco antes de la muerte de su colega. “Su muerte dejó a Tharp sin una fuente de financiación ni de datos, lo que esencialmente puso fin a su extraordinaria carrera. Pasarían décadas antes de que sus contribuciones fueran plenamente reconocidas”, afirmó Mason.

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Marie Tharp donó su colección de mapas a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos en 1995. Los reconocimientos empezaron a llegar desde 1998, cuando la institución a la que donó su legado la reconoció como uno de los mejores cartógrafos del siglo XX. En el 2001, el observatorio en el que había trabajado en la década de 1940, le otorgó el primer Premio al Patrimonio Lamont-Doherty.

Marie Tharp falleció de cáncer en el 2006, a los 86 años. Vivió lo suficiente para ver cómo su trabajo se volvió fundamental para la ciencia y cómo influyó en muchas mujeres que se dedicaron a este campo del conocimiento. “No mucha gente puede decir esto sobre sus vidas: el mundo entero se extendía ante mí (o al menos, el 70 por ciento estaba cubierto por océanos). Tenía un lienzo en blanco para llenar, con posibilidades extraordinarias, un rompecabezas fascinante para armar: cartografiar el vasto lecho marino oculto del mundo. Fue una oportunidad única en la vida, una vez en la historia del mundo, para cualquiera, pero especialmente para una mujer en la década de 1940. La naturaleza de los tiempos, el estado de la ciencia y los eventos grandes y pequeños, lógicos e ilógicos, se combinaron para que todo sucediera”, dijo en una entrevista.

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Andrea Jaramillo Caro

Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com

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