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Mario Mendoza quería escribir sobre la lectura, pero no estaba interesado en hacer un ensayo. Tampoco quería hacer un recuento de los libros que había leído a lo largo de su vida. El escritor colombiano no quería crear teóricamente. “Quería hacer un libro sobre la literatura que fuera trepidante, que tuviera historias”, dijo, además de aclarar que se interesó en que su obra tuviese suspense: un ritmo particular que mantiene al autor en vilo.
“Leer es resistir” reunió una serie de anécdotas, de historias que, de alguna manera, dieron luces sobre los efectos de la lectura, la escritura y la decisión de convertirse en artista.
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El libro fue dividido dependiendo de los ritmos de cada una de las historias: la primera parte se llama “Bordes”, la segunda “Pasadizos” y la tercera “Extramuros”, además del epílogo que contó los orígenes de “Satanás”, la novela con la que Mendoza comenzó a “respirar” después de decidir dedicarse por completo a esta profesión: “Mis comienzos fueron muy duros. Tuve que atravesar años y años de rechazos, críticas y desprecios”.
“¿Cómo hacemos para hablar de libro? Esa pose del intelectual me parece insufrible. La literatura es para todos. No es un problema de intelectuales. Todos podemos acercarnos a la literatura, independientemente de nuestra profesión. Podemos ser contadores y leer. Podemos ser carpinteros y leer”, dijo el escritor durante la charla “Leer es resistir”, que se llevó a cabo en el stand de El Espectador en Corferias.
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“El otro Ricardo III” es uno de los relatos de este libro en el que Mendoza recuerda a uno de sus estudiantes de literatura, pero cuando trabajó en James Madison University, en Virginia. Se trata de un texto en el que, entre otras cosas, se menciona a un joven que, de un momento a otro, dejó de asistir a la clase. Después volvió con una excusa: se estaba preparando para las audiciones de un montaje de Shakespeare. La obra era “Ricardo III” y Mendoza la conocía. El estudiante estaba nervioso. Creía que no lo lograría: “Hay actores mejores que yo. Hay algunos que tienen más experiencia”, le dijo, a lo que Mendoza le contestó: “El arte siempre es como la primera vez. Lo que uno ha hecho antes cuenta muy poco”.
Y así...
Mendoza narró algunos de los recuerdos de su vida que han orbitado alrededor de la literatura o del arte. En total, son 10 textos en los que el escritor cuenta cómo fue que se convirtió en un lector casi que obsesivo, pero también hay uno para el recuerdo sobre cómo fue que se convirtió en escritor. Hay otro en el que contó que nunca tuvo un maestro académico, ni un intelectual, sino un entrenador: Phil Jackson, a quien también le decían Zen Master, por su método a la hora de entrenar un equipo de baloncesto. Mendoza “siguió sus instrucciones”, pero aplicadas al oficio del escritor: “No se trabaja pensando en el éxito, en el triunfo, en el reconocimiento, en poner el ego en un podio, sino en disfrutar a fondo con la construcción de una obra que iluminará la condición humana”.
“Me estaba midiendo en los años duros. Estaba en la arena con los 500 kilos al frente. La gente hoy en día cree que yo siempre fui exitoso, pero yo era un ‘perdedor profesional’. Mandaba y mandaba textos a algunos premios, perdía y perdía. Me rechazaban de todas las editoriales, etc. Todo el mundo recuerda cuando uno gana, pero detrás de eso hay miles de fracasos. La derrota es la verdadera formación del artista”, concluyó.
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