Marta Traba, la que nunca se fue
Este 2023 se cumplen 100 años del natalicio de Marta Traba, critica de arte argentina que adoptó la cultura colombiana como la suya propia. La Universidad de Los Andes está detrás de la exposición que hace homenaje a su vida y obra, la cual estará disponible hasta el próximo 15 de octubre.
Maureén Maya
En 1967 mientras se publicaba en Barcelona, España, la segunda novela de Marta Traba, Los laberintos insolados, en Colombia el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) ordenaba su expulsión del país, acusándola de inmiscuirse en asuntos internos, intervenir en política y violar normas constitucionales. En algunos círculos del gobierno y de la sociedad bogotana, incluso en cierta prensa, se le cuestionaba por sus inclinaciones socialistas y era señalada de hacer una constante labor de propaganda castrista y de “culturización” de las juventudes. Pero el detonante que la convirtió -al menos durante algunos días- en una amenaza pública fue su rechazo a la intervención militar de la Universidad Nacional. El general Luis Etilio Leyva, director del DAS, justificó la decisión afirmando que “la actitud asumida por Doña Marta, luego de los incidentes con los estudiantes, es una manifiesta hostilidad al país y al gobierno colombiano”. Se le concedieron entonces cinco días para abandonar Colombia.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
En 1967 mientras se publicaba en Barcelona, España, la segunda novela de Marta Traba, Los laberintos insolados, en Colombia el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) ordenaba su expulsión del país, acusándola de inmiscuirse en asuntos internos, intervenir en política y violar normas constitucionales. En algunos círculos del gobierno y de la sociedad bogotana, incluso en cierta prensa, se le cuestionaba por sus inclinaciones socialistas y era señalada de hacer una constante labor de propaganda castrista y de “culturización” de las juventudes. Pero el detonante que la convirtió -al menos durante algunos días- en una amenaza pública fue su rechazo a la intervención militar de la Universidad Nacional. El general Luis Etilio Leyva, director del DAS, justificó la decisión afirmando que “la actitud asumida por Doña Marta, luego de los incidentes con los estudiantes, es una manifiesta hostilidad al país y al gobierno colombiano”. Se le concedieron entonces cinco días para abandonar Colombia.
(Le recomendamos: García Márquez en una entrevista inédita: no se puede utilizar la literatura como un fusil)
Marta Traba no sólo había criticado de frente y sin tapujos la ocupación armada y violenta de una universidad pública, de un centro de pensamiento y deliberación académica, ratificó su postura en una entrevista privada con agentes del DAS cuando fue citada para aclarar lo publicado por el diario EL Tiempo, y además protegió a los estudiantes, los defendió y atendió a varios heridos, pues entre la ocupación militar del 13 de junio de 1967 y la orden de expulsión, transcurrieron nueve días de revueltas, agitación estudiantil y violencia militar. “La ciudad Universitaria se ha convertido en un cuartel de guerra -declaró- con tanques y centenares de oficiales apuntando sus armas”. También denunció que se saqueaban los claustros, se encarcelaba arbitrariamente a centenares de personas y se golpeaba sin piedad a hombres y mujeres. “Se están cometiendo toda clase de atropellos”, dijo, en lugar de mirar para otro lado y callar.
El país se dividió en torno a la figura de Marta Traba. El editorial de El Espectador afirmó: “Marta Traba, aun equivocadamente, cuando ha tomado posición ante los problemas colombianos, no lo ha hecho en forma que denuncie una animosidad indeseable contra lo nuestro, sino su vida y sincera preocupación por la suerte de un país, en el que Martismo o antimartismo, parece ser la nueva división”. El Tiempo en otro editorial lo confirmó: “La controvertida crítica de arte fue más allá de lo discreto y de lo permitido en su intromisión en la política nacional, principalmente en los recientes sucesos universitarios, y las consecuencias de su actitud, que seguramente no midió, acaso premunida de la lenidad y de la condescendencia con que se le había tolerado su beligerante participación en otras cuestionas públicas, no podían ser otras que las hoy conocidas”.
Ningún medio fue indiferente a la noticia. “Atacan la cultura”, “El poder ejecutivo viola uno de los Derechos Humanos”, “Artistas rechazan la expulsión”, “Hablan intelectuales sobre expulsión de Traba”, “Gobierno actual ha decretado guerra contra los intelectuales”, “Amonestación a Marta Traba”. Para los más benevolentes su posición era muestra de coherencia ética y un llamado a la cordura en un país que amenazaba con desbordarse en los caudales del odio y la violencia. Marta no soportaba la injusticia, era idealista, y desde niña, cuando su hogar era desalojado una y otra vez por no pagar la renta, y a través de la literatura que recibía en las entregas semanales de los Leoplán, conoció las injusticias del mundo,y se propuso combatirlas. Su camino fue la palabra. Y con el tiempo, a través del estudio y de una ardua labor pedagógica, se propuso la búsqueda constante de lo propio, de la identidad y la diversidad como asuntos imprescindibles en el discurso filosófico y cultural de Colombia y de América Latina.
Marta Traba le habló al país como nadie, como ninguna mujer se había atrevido a hacerlo; dijo que “un país no puede ser de centro sin burguesía, y en Colombia no hay más que expoliados y expoliadores”. Afirmó que era un país radicalizado en todo, tanto en su economía real y en su manera de vivir como en sus expresiones artísticas. Y fue más allá. Tuvo la osadía de presentar en 1964 la exposición “La cultura de la incultura en Colombia”. Marta se sentía colombiana aunque legalmente era una extranjera. Y habló y actúo como si lo fuera, y tomó partido a favor de los mancillados y de los silenciados. Y al poder nacional no le gustó y por eso algunos quisieron borrarla de nuestra historia, pero no pudieron.
Mientras el debate público sobre la pertinencia o inconstitucionalidad de la medida de expulsión iba en aumento, Marta, se vio obligada a renunciar a los cargos de directora de Extensión Cultural y profesora de Bellas Artes de la Universidad Nacional y como directora del Museo de Arte Moderno (MAM), cuya orientación cedió a su más cercana colaboradora, Emma Araujo. En ese momento nada podía asegurar el éxito del memorial de reposición que había radicado su abogado, resaltando que no era competencia del DAS adoptar estas medidas, y que el caso era uno de alta policía que había logrado conmover a la opinión nacional. “Para mí fue como un mazazo en la cabeza, un golpe tremendo, me sentí como María Antonieta en la guillotina”, dijo Marta en su momento. “Fueron días de horror y excitación en los que pudo sentir toda la crueldad de algunos colombianos, y el cariño de la mayoría, conmoviéndola hasta las entrañas”, escribió su biógrafa Victoria Verlichak, en 2001.
En una carta pública, reproducida en varios medios de circulación nacional, destacadas figuras del mundo intelectual, político y artístico enviaron un mensaje al presidente de la república, Carlos Lleras Restrepo, recordándole que Marta vivía desde hacía muchos años en el país, prestando a la cultura nacional el inapreciable concurso de su inteligencia, erudición y elevado sentido crítico. “Su voz y su labor han sido tan decisiva en la transformación del arte colombiano como en las creaciones de los pintores, escultores y escritores que ella ha comentado permanentemente con tanta sagacidad”. Firman: Alejandro Obregón, Rafael García Herreros, Eduardo Caballero Calderón, Gabriel García Márquez, Manuel Mejía Vallejo, Carlos Patiño Roselli, Alfonso Palacio Rudas, Fabio Lozano Simonelli, Lucy Nieto de Samper, Fernando Botero, Plinio Mendoza Neira, Álvaro Cepeda, Juan Antonio Roda, Bernardo Salcedo, Beatriz Daza, entre otros.
Francisco Gil Tovar, crítico de arte, se sumó a la ola de indignados, afirmando que Marta era una mujer admirable por su espíritu independiente. “Y todo espíritu independiente paga un precio a las instituciones que lo acogen. Marta está pagando el precio por tener un espíritu independiente. […] Ella ha hecho mucho por Colombia y ojalá hubiera más mujeres de su calidad intelectual y artística en el país. Al reunir estas condiciones, ella, lógicamente ha provocado reacciones fuertes dentro de la opinión”. Eduardo Mendoza Varela, subdirector de EL Tiempo, dijo: “En el aspecto de las artes plásticas, Marta Traba cumplió una labor de agitación, y gracias a ella la pintura colombiana ocupa, en estos momentos, un puesto destacado en América Latina. Por su parte al artista Bernardo Salcedo, considerado padre del arte conceptual en Colombia, le pareció imposible que se tomará una medida de esa naturaleza, y pidió al Gobierno, en nombre de la justicia colombiana, una seria investigación contra quienes se ocupan de difundir tan peligrosas noticias… No creo que un gobierno popular tome una medida tan arbitrariamente impopular”.
(Le puede interesar: Mauricio Caro V: ver el mundo desde la inocencia)
Alberto Mejía, columnista del diario El Siglo, condenó la medida y la calificó de exabrupto. “La acción tomada contra Marta Traba me parece un claro reflejo de la falta de apoyo que tiende el gobierno a los intelectuales. Los consejeros del doctor Lleras parecen entender más de armas que del intelecto de hombres y mujeres, a quienes están controlando ahora en un régimen casi que de “Gestapo”. Puede que consigan expulsar a Marta. Eso aceptémoslo. Sin embargo, el espíritu talentoso de ella será tomado como principio de lucha contra sistemas de gobierno que piensan más en la cría de búfalos que en alegrar el alma del pueblo colombiano”.
El tema también llegó al Congreso de la República, donde fue objeto de acalorados debates tanto en Cámara como en Senado, y varios personajes de la vida nacional se pronunciaron, hablando de ultraje a la cultura y ataque a la libertad civil, como el Maestro Gerardo Molina, Jorge Zalamea Borda y el conservador Belisario Betancur, quien 16 años después, como presidente del país, le concedería la nacionalidad colombiana.
La redacción de El Espectador se inundó de telegramas de ciudadanos indignados que manifestaban su admiración por Marta Traba, extendían sentidas frases de gratitud por su labor pedagógica e invaluables aportes al arte y la cultura del país, y dejaban constancia del malestar que les causaba una decisión arbitraria, que solo traería más desprestigio al país. “Cuente con mi apoyo y simpatía”: Carlos Martelli. “Si te vas me voy contigo”: Camilo Restrepo. “Profundamente indignado por el ultraje del que es usted víctima. Le reitero mi más sincera admiración”, Hernando Groot.
La noticia corrió rápidamente por el continente ocupando los principales diarios de cada país. En México, el pintor José Luis Cuevas llamó a un boicot cultural contra Colombia, junto a varios intelectuales de ese país. Los escritores Juan García Ponce, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, el director teatral Juan José Gurrola, adhirieron a la propuesta, y llamaron a otros escritores, como Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar a respaldarla.
Finalmente la expulsión nunca se ejecutó. Bien sea por la actuación del abogado Gutiérrez Anzola en defensa de los derechos civiles de Marta Traba y de la familia Zalamea, porque apeló al artículo 87 del código civil sobre el domicilio de la mujer casada o por su argumentación indicando que ella no había hecho proselitismo, solo había emitido una opinión o por la enorme presión de artistas e intelectuales del continente, el gobierno después de un largo debate público, decidió revocar la medida el 7 de julio de 1967, esgrimiendo “consideraciones humanitarias respetables”. El presidente, en conferencia de prensa, declaró que se había analizado el caso y considerado la existencia de hijos colombianos. “No tengo interés en que la justicia sea inexorable más allá de lo absolutamente necesario”, afirmó el mandatario, en tanto advertía que se le prohibía participar en política. “Marta Traba venía realizando una campaña procastrista en el país y había declarado que Cuba era el único territorio libre de América […] Nosotros no podemos dejar sentado el precedente de que extranjeros hagan propaganda castrista, vinculada a las actividades subversivas que le están costando al país tanto dinero y preocupaciones”. Lleras estaba siendo consecuente con el plan del gobierno de Estados Unidos de frenar toda expansión guerrillera izquierdista en el continente.
El presidente también respondió de manera pública una carta de Alberto Zalamea Costa, en la que le decía que había puesto en conocimiento del jefe del DAS, su situación para que le otorgara la debida consideración el hecho de que Marta era su esposa y madre de dos hijos colombianos. Sin embargo, como escribió Victoria Verlichak en el libro Marta Traba, una terquedad furibunda “no era cierto que el Presidente no supiese que Marta estaba casada con un colombiano prominente, pero fue la excusa perfecta para perdonarla sin quedar tan mal, por lo menos fuera de Colombia. El caso apareció en la prensa de toda América Latina. Lleras Restrepo conocía perfectamente a Zalamea y también a Marta”.
Sin embargo, un año después Marta se radicó en Uruguay, de donde también fue expulsada tras el golpe de Estado de 1973, viviendo entonces por temporadas en Estados Unidos, Puerto Rico, Venezuela y España, pero mantenido siempre su lazo familiar y su impronta en la academia y en la historia del arte colombiano.
Marta, a través de sus escritos en el semanario Marcha de Montevideo se describía como colombiana porque en el fondo nunca se fue del país. Dejó parte de su corazón y siempre regresó por él. O bien porque venía a visitar a sus hijos Fernando y Gustavo (a quienes prefirió dejar al cuidado de su padre Alberto Zalamea, que arrastrarlos a una vida de inestabilidad y constantes desplazamientos que adivinaba en su futuro inmediato), a empujar la construcción de un apartamento diseñado por su amigo el arquitecto Jacques Mosseri, esposo de la artista plástica, Ana Mercedes Hoyos, o porque era invitada con frecuencia a dictar seminarios y conferencias, a participar en calidad de jurado en diferentes certámenes de arte o era llamada a grabar algún programa de televisión, espacio en el que fue pionera llevando arte a los hogares colombianos, actividad que la posicionó como una autoridad intelectual en todo el continente.
Marta fue una mujer de acción, de enorme lucidez y desbordado amor. En una nota de prensa contó que siendo pequeña, su abuelo, un obrero español, anarquista y ateo le enseñó que la filosofía de la resignación y la tendencia al martirio de los santos iba contra el sentido mismo de la vida humana que era para él y lo fue después para ella: acción y combate. Solo dos santos la acompañaron siempre: “San Jorge, porque su combate con el dragón lo convierte en un héroe de epopeya, y Santa Barbara, por tener tal seguridad en sí misma (o sentirse capaz de sacar tanta fuerza de su fragilidad), como para detener el rayo”, escribió en su columna Anti-mirador de los sábados.
Traba fue una intelectual universal que amó un continente y lo recorrió como si fuera su patria, cambiando para siempre la manera en la que se interpreta y se experimenta el arte latinoamericano; además plasmó en sus obras literarias sus más profundas angustias y registró las luchas humanas por la libertad política y la igualdad social, rescatando los procesos de resistencia popular, como en la novela Conversación al sur (1981), donde explora la complejidad humana que desencadenan las dictaduras militares y rinde homenaje a la Madres de Plaza de Mayo. A 40 años de su fallecimiento no existe un personaje, ni hombre ni mujer, capaz de ocupar su lugar en la crítica del arte ni de eclipsar su trascendencia histórica; ni siquiera es posible desconocer su aporte a lo que Elena Poniatowska llamó “la literatura de los oprimidos”, categoría en la que Marta siempre se reconoció, diciendo que escribía con una enorme carga de rabia, de colera revanchista ante las injusticias y las atrocidades que la rodeaban.
El 2023 es el año Marta Traba. El 25 de enero se conmemoran 100 años de su nacimiento, el próximo 31 de octubre se cumplen 60 de la apertura del MAMBO, fundado por ella, además son los 40 años de su nacionalidad colombiana, y 40 de su trágica muerte ocurrida el 27 de noviembre de 1983 en un accidente aéreo cuando el vuelo de Avianca 011 que cubría el trayecto entre París y Madrid se estrelló en el aeropuerto de Madrid-Barajas. Se dirigía a Colombia junto a varios intelectuales, entre ellos su segundo esposo, el crítico literario uruguayo Ángel Rama, para participar en el Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana, invitados por el gobierno colombiano.
(Le puede interesar: La película “O corno” gana la Concha de Oro en Festival de San Sebastián)
Para conmemorar su obra y legado, la Universidad de los Andes, en la muestra ‘Marta Traba 4 veces’, descubre buena parte de sus archivos privados, escritos, publicaciones, obras y objetos personales, incluyendo los retratos que varios artistas le dedicaron, y expone su trayectoria en cuatro dimensiones: como escritora, como docente, como crítica de arte y en su vida íntima como mujer y como madre.
El archivo de Marta Traba, revela sus preocupaciones políticas, artísticas y humanas, y enseña facetas desconocidas, como su fascinación por la arquitectura y la remodelación de espacios, sus colección de Santa Bárbaras, su desesperación por estar separada de sus hijos y de su último amor, Ángel Rama, su constante preocupación por el devenir del arte latinoamericano y por los pueblos latinoamericanos presos de la injusticia, la violencia y la indecencia de los mandatarios de turno.
“La vida de Marta fue una intrincada amalgama de acciones, de praxis cotidianas, de reflexiones, de bruscos movimientos a través de países y continentes; una vida que confirmaba, en cada gesto y en cada acción, que era menester vivirla con pasión, con entrega y con entusiasmo. Precisamente, en esta exposición quisimos hacer tangible esa vida en su detalle cotidiano e íntimo, en los esfuerzos diarios, en las luchas por la supervivencia, es decir, por todo ese complejo sistema que implica vivir”, afirmó Patricia Zalamea Fajardo en la apertura de la muestra.