Marta Traba, una vida consagrada al arte
La crítica argentina y fundadora del Museo de Arte Moderno de Bogotá cumpliría hoy 100 años. Exploramos parte de su historia y su legado.
Andrea Jaramillo Caro
Fue una mujer multifacética, con una pasión inconfundible por el arte, cuyo legado y acciones marcaron un antes y un después en el entorno artístico colombiano. Marta Traba se convirtió en una de las mujeres más reconocidas de la historia cultural del país y uno de los nombres más recordados en la historia del arte en Latinoamérica. Crítica, docente, fundadora, curadora, directora, activista y presentadora son algunas de las palabras que recogen la labor realizada por ella a lo largo de su vida. “Era alegre, divertida y siempre parecía una adolescente, no por la capul, sino por el entusiasmo con que se metía en la vida”, fueron las palabras que utilizó el poeta Juan Gustavo Cobo Borda para describirla.
Oriunda de Argentina, pero ciudadana del mundo y nacionalizada en Colombia, con una obsesión por América Latina, Marta Traba fijó sus ojos en el continente americano y lo que artísticamente tenía para ofrecer, mientras que sus pies recorrían calles europeas y estadounidenses.
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Nació en Buenos Aires el 25 de enero de 1923. En la capital argentina se crió y fue donde comenzó su larga trayectoria de escritura. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires, al mismo tiempo que trabajaba en la revista Ver y Estimar, que dirigía el crítico de arte Jorge Romero Brest. “Es factible reconstruir sus inicios, en los cuales con un lirismo desbordante contradecía, en apariencia, los rigores de la crítica. Ella era una apasionada, y nunca dejó de serlo. Su pasión la guiaba, con certero instinto, y ella habría de permanecer fiel, orientándola por medio mundo”.
Tal y como el poeta colombiano lo escribió, la filósofa se dejó llevar por su pasión e incansable curiosidad y abandonó su país natal para adentrarse en el mundo del arte y convertirse en la crítica y viajera que el mundo recuerda. Cuando terminó su educación en Argentina se trasladó primero a Génova, con un paso por Italia en el que “leyó y recorrió impulsada por su interés, por conocer, mirar y leer. Profundizó a través de visitas a espacios y pinacotecas. Cuando abandonó Roma para ir a París tenía 26 años. Pasó por Florencia y Venecia alojándose de nuevo en conventos para ahorrar. A su llegada a la ciudad ocupó una modesta habitación en un hotel y se dedicó a escribir para Ver y Estimar”, según Betina Barrios Ayala. Su destino final fue París, donde estudió historia del arte en La Sorbona.
“Ella, como lo dijo de sí mismo Cortázar en su momento, también podía haberse ido a París porque los gritos, por los altoparlantes, de los ‘cabecitas negras’, le impedían oír a Bela Bartok. Era la suya una formación estética, de buenas lecturas, con museos un poco antañones y rigidez un tanto ceremoniosa, dentro de la cual el compromiso sartreano o la conciencia de ser latinoamericanos eran nociones aun impensables”, escribió Cobo Borda. Estando en Europa conoció al periodista colombiano Alberto Zalamea, se casó con él y tuvo a su primer hijo, Gustavo, en 1951, mientras la pareja vivía en Buenos Aires.
Aunque prefería sentarse en un café sin necesidad de desplazarse, pues “lo que menos me llama la atención es trasladarme. Viajar de un sitio a otro me parece atroz. Empiezo a ser persona cuando piso tierra firme”, decía Traba. Se mudó a Colombia con su familia en 1954 y en Bogotá encontró el espacio propicio para desarrollar su carrera profesional y forjar gran parte de su legado.
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“Ella estaba preparada, era inteligente, hábil, resuelta y valiente. Su influencia en la dinámica del arte en este país marcó un antes y un después. Marta Traba inauguró el arte moderno colombiano. Fue una pionera en museografía, armó el flujo del mercado, impulsó a algunos y desplazó a otros”, escribió Barrios. Comenzó con un programa radial y luego hizo el salto a la televisión en 1955. Fue ella quien se interesó en llevar el arte a las pantallas de los colombianos, compartiendo su pasión a un público que, en ese momento, desconocía los términos que utilizaba.
Este fue el inicio de una carrera que se expandió más allá de los estudios de televisión, a las aulas de clase. Fue docente en la Universidad Nacional, la Universidad de los Andes y la Universidad de América. En esta última una de sus alumnas fue la artista Beatriz González, quien la conoció “cuando me inscribí en un curso de historia del arte del Renacimiento en Italia que dictó en la Universidad de América en Bogotá, en 1957. Viajé desde Bucaramanga. La universidad funcionaba en una casa colonial frente a la iglesia de San Ignacio. El salón estaba abarrotado de gente, lo que probaba que apenas tres años después de llegada -en los primeros días de septiembre de 1954- ya había conquistado Bogotá”, según dijo para la revista Arcadia.
Pero antes de convertirse en profesora universitaria, Marta Traba se dedicó a los grupos de estudio privados, cuyo éxito desembocó en el nacimiento de la revista Prisma. En su primer editorial, en 1957, Traba escribió que “El arte no solo es una forma exhaustiva del conocimiento, sino que es el único lenguaje universal que existe entre los hombres”.
En Colombia nació su segundo hijo, Fernando, para quien crecer con Marta Traba como su madre “fue una experiencia extraordinaria. Recuerdo mi educación como una fiesta constante, mezclándose cariño a raudales, con una sensibilidad y una inteligencia siempre sorprendentes. Su ejemplo fue vital para mí, y crecí al amparo de sus cuidados constantes. Marta siempre estuvo pendiente de mi bienestar y de la construcción de un joven feliz y equilibrado”. De acuerdo con él, su madre le enseñó no solo a ver el arte como una “expresión revolucionaria, un desafío sensible y una apertura inventiva”, sino que también le dio lecciones “esencialmente ligadas al trabajo y al esfuerzo: capacidad de sacrificio, entrega permanente, perseverancia y disciplina, elaboración de un pensamiento original y pasión por las ideas”.
Pero más allá de ser escritora, crítica, curadora, docente y presentadora, una faceta que caracterizó su legado es la de fundadora del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Por decreto, había sido fundado en 1955, pero fue solo hasta 1962 que la iniciativa se convirtió en realidad con el trabajo y esfuerzo de Marta Traba. Comenzó a operar en 1963 con la primera exhibición: Tumbas, de Juan Antonio Roda. Ella logró fusionar en una todas las aristas de su carrera profesional con las de su vida personal, y para su hijo este “era, sin duda, uno de sus secretos: supo combinar a la maravilla la inteligencia de la profesora, la sensibilidad de la crítica y la brillantez del personaje público con la ductilidad de la ama de casa y el cariño como madre. Es un arte difícil de forjar, y tal vez lo consiguió gracias a su gran inteligencia de vida: poner cada cosa en su momento y su lugar, con una altísima capacidad de discernimiento y una enorme libertad ética”.
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Cuando falleció, en un accidente aéreo regresando a Colombia el 27 de noviembre de 1983, dejó inscrito su nombre en la historia cultural colombiana con la evidencia de un legado extenso y una pasión que influyó en la vida de muchos. Para Fernando Zalamea, “más allá del acompañamiento y la construcción crítica del arte moderno en Colombia, lo más valioso de su legado probablemente es su dimensión latinoamericanista y su esfuerzo por conectar, muy en lo profundo, las artes con las escrituras del continente”. Marta Traba, hoy, tras 100 años de su nacimiento, permanece viva en la memoria de sus familiares, amigos, estudiantes y a través de su legado cultural que traspasó fronteras y sacudió a Latinoamérica. Su hijo espera que sea recordada como una “mujer muy valiente, atrevida y casi siempre acertada en sus juicios tajantes, practicante de una mixtura originalísima (que llamaría yo “ensayo crítico”) entre crítica y narrativa, mezclando una acerada disciplina racional con una muy plástica emoción sensible”.
Fue una mujer multifacética, con una pasión inconfundible por el arte, cuyo legado y acciones marcaron un antes y un después en el entorno artístico colombiano. Marta Traba se convirtió en una de las mujeres más reconocidas de la historia cultural del país y uno de los nombres más recordados en la historia del arte en Latinoamérica. Crítica, docente, fundadora, curadora, directora, activista y presentadora son algunas de las palabras que recogen la labor realizada por ella a lo largo de su vida. “Era alegre, divertida y siempre parecía una adolescente, no por la capul, sino por el entusiasmo con que se metía en la vida”, fueron las palabras que utilizó el poeta Juan Gustavo Cobo Borda para describirla.
Oriunda de Argentina, pero ciudadana del mundo y nacionalizada en Colombia, con una obsesión por América Latina, Marta Traba fijó sus ojos en el continente americano y lo que artísticamente tenía para ofrecer, mientras que sus pies recorrían calles europeas y estadounidenses.
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Nació en Buenos Aires el 25 de enero de 1923. En la capital argentina se crió y fue donde comenzó su larga trayectoria de escritura. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires, al mismo tiempo que trabajaba en la revista Ver y Estimar, que dirigía el crítico de arte Jorge Romero Brest. “Es factible reconstruir sus inicios, en los cuales con un lirismo desbordante contradecía, en apariencia, los rigores de la crítica. Ella era una apasionada, y nunca dejó de serlo. Su pasión la guiaba, con certero instinto, y ella habría de permanecer fiel, orientándola por medio mundo”.
Tal y como el poeta colombiano lo escribió, la filósofa se dejó llevar por su pasión e incansable curiosidad y abandonó su país natal para adentrarse en el mundo del arte y convertirse en la crítica y viajera que el mundo recuerda. Cuando terminó su educación en Argentina se trasladó primero a Génova, con un paso por Italia en el que “leyó y recorrió impulsada por su interés, por conocer, mirar y leer. Profundizó a través de visitas a espacios y pinacotecas. Cuando abandonó Roma para ir a París tenía 26 años. Pasó por Florencia y Venecia alojándose de nuevo en conventos para ahorrar. A su llegada a la ciudad ocupó una modesta habitación en un hotel y se dedicó a escribir para Ver y Estimar”, según Betina Barrios Ayala. Su destino final fue París, donde estudió historia del arte en La Sorbona.
“Ella, como lo dijo de sí mismo Cortázar en su momento, también podía haberse ido a París porque los gritos, por los altoparlantes, de los ‘cabecitas negras’, le impedían oír a Bela Bartok. Era la suya una formación estética, de buenas lecturas, con museos un poco antañones y rigidez un tanto ceremoniosa, dentro de la cual el compromiso sartreano o la conciencia de ser latinoamericanos eran nociones aun impensables”, escribió Cobo Borda. Estando en Europa conoció al periodista colombiano Alberto Zalamea, se casó con él y tuvo a su primer hijo, Gustavo, en 1951, mientras la pareja vivía en Buenos Aires.
Aunque prefería sentarse en un café sin necesidad de desplazarse, pues “lo que menos me llama la atención es trasladarme. Viajar de un sitio a otro me parece atroz. Empiezo a ser persona cuando piso tierra firme”, decía Traba. Se mudó a Colombia con su familia en 1954 y en Bogotá encontró el espacio propicio para desarrollar su carrera profesional y forjar gran parte de su legado.
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“Ella estaba preparada, era inteligente, hábil, resuelta y valiente. Su influencia en la dinámica del arte en este país marcó un antes y un después. Marta Traba inauguró el arte moderno colombiano. Fue una pionera en museografía, armó el flujo del mercado, impulsó a algunos y desplazó a otros”, escribió Barrios. Comenzó con un programa radial y luego hizo el salto a la televisión en 1955. Fue ella quien se interesó en llevar el arte a las pantallas de los colombianos, compartiendo su pasión a un público que, en ese momento, desconocía los términos que utilizaba.
Este fue el inicio de una carrera que se expandió más allá de los estudios de televisión, a las aulas de clase. Fue docente en la Universidad Nacional, la Universidad de los Andes y la Universidad de América. En esta última una de sus alumnas fue la artista Beatriz González, quien la conoció “cuando me inscribí en un curso de historia del arte del Renacimiento en Italia que dictó en la Universidad de América en Bogotá, en 1957. Viajé desde Bucaramanga. La universidad funcionaba en una casa colonial frente a la iglesia de San Ignacio. El salón estaba abarrotado de gente, lo que probaba que apenas tres años después de llegada -en los primeros días de septiembre de 1954- ya había conquistado Bogotá”, según dijo para la revista Arcadia.
Pero antes de convertirse en profesora universitaria, Marta Traba se dedicó a los grupos de estudio privados, cuyo éxito desembocó en el nacimiento de la revista Prisma. En su primer editorial, en 1957, Traba escribió que “El arte no solo es una forma exhaustiva del conocimiento, sino que es el único lenguaje universal que existe entre los hombres”.
En Colombia nació su segundo hijo, Fernando, para quien crecer con Marta Traba como su madre “fue una experiencia extraordinaria. Recuerdo mi educación como una fiesta constante, mezclándose cariño a raudales, con una sensibilidad y una inteligencia siempre sorprendentes. Su ejemplo fue vital para mí, y crecí al amparo de sus cuidados constantes. Marta siempre estuvo pendiente de mi bienestar y de la construcción de un joven feliz y equilibrado”. De acuerdo con él, su madre le enseñó no solo a ver el arte como una “expresión revolucionaria, un desafío sensible y una apertura inventiva”, sino que también le dio lecciones “esencialmente ligadas al trabajo y al esfuerzo: capacidad de sacrificio, entrega permanente, perseverancia y disciplina, elaboración de un pensamiento original y pasión por las ideas”.
Pero más allá de ser escritora, crítica, curadora, docente y presentadora, una faceta que caracterizó su legado es la de fundadora del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Por decreto, había sido fundado en 1955, pero fue solo hasta 1962 que la iniciativa se convirtió en realidad con el trabajo y esfuerzo de Marta Traba. Comenzó a operar en 1963 con la primera exhibición: Tumbas, de Juan Antonio Roda. Ella logró fusionar en una todas las aristas de su carrera profesional con las de su vida personal, y para su hijo este “era, sin duda, uno de sus secretos: supo combinar a la maravilla la inteligencia de la profesora, la sensibilidad de la crítica y la brillantez del personaje público con la ductilidad de la ama de casa y el cariño como madre. Es un arte difícil de forjar, y tal vez lo consiguió gracias a su gran inteligencia de vida: poner cada cosa en su momento y su lugar, con una altísima capacidad de discernimiento y una enorme libertad ética”.
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