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Marta Traba y sus mundos narrativos

A lo largo de su vida, Marta Traba dejó consignados sus pensamientos críticos y las historias que quiso relatar. A cien años de su nacimiento recordamos su labor como escritora.

Mauréen Maya y Julián Zalamea
25 de enero de 2023 - 01:00 a. m.
Por sus declaraciones sobre la toma de la Universidad Nacional, Carlos Lleras intentó expulsarla del país en 1969.
 / Archivo familia Zalamea
Por sus declaraciones sobre la toma de la Universidad Nacional, Carlos Lleras intentó expulsarla del país en 1969. / Archivo familia Zalamea
Foto: Archivo familia Zalamea
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“Mucho antes de que García Márquez traspasara las fronteras, Marta Traba hizo oír su voz” - Elena Poniatowska en “Marta Traba o el salto al vacío”.

Es imposible hablar de la historia del arte en América Latina sin mencionar a Marta Traba. Su trabajo y su mirada precursora la convirtieron en la primera crítica de arte en Colombia. Juan Gustavo Cobo Borda afirmó que “la crítica, como una actividad permanente, como un entusiasmo que esclarece tenía por fin en Marta Traba una presencia activa y una razonable contundencia, mucho más viva y dilatada que en sus ilustres e irreales predecesores”. Su propuesta de una “cosmovisión multicultural”, que encontraba en el arte latinoamericano una mayor potencia que las expresiones artísticas europeas o norteamericanas, fue crucial para la difusión de las artes del continente.

Odiada o amada, Traba es considerada la crítica de arte más importante en el siglo XX, la Papisa del arte colombiano. Inmisericorde en su labor, señalaba que la “condición moral del crítico debe ser su honestidad”, y por ello desafiaba las “intocables mediocridades” y sostenía que la labor crítica no debía tener la más mínima blandura si realmente quería formar al público en el conocimiento de la verdadera belleza y de los auténticos valores artísticos. Sus juicios, decía Poniatowska, eran temidos por lapidarios y sobre todo por inesperados. No ha habido hasta ahora una crítica de arte tan fresca y desenvuelta”.

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Sin embargo, aunque era vista como una mujer imponente, pese a su pequeña estatura, dotada de una gran fuerza de carácter y una extraordinaria capacidad movilizadora, que cuestionaba sin tregua el papel de los intelectuales en la sociedad, varias veces pensó en abandonar su labor como crítica de arte. Quería ser recordada como novelista. Amaba la libertad que le brindaba la literatura, la posibilidad de transitar por esos mundos fantásticos de la ficción y encontrar en el poder de la palabra todos los delirios. Ahí estaba su mayor felicidad.

La vocación de Traba como escritora se concentró en dos áreas: la crítica de arte y la escritura de novelas. En la crítica expresaba su fuerza intelectual como agitadora cultural y su necesidad de conciliar la subjetividad del artista con la del público. “Entre lo que el artista revela mediante su obra y lo que se sabe del público a través de sus preferencias, la mediación crítica realiza un verdadero trabajo intersubjetivo”, escribió en “Papel Literario” del diario El Nacional de Caracas en 1977. Marta aseguraba que América era un continente de apologistas, no de críticos. “En medio de este espectáculo de gentes genuflexas que se prenden medallas las unas a las otras, se hace sentir, casi dolorosamente, la necesidad de la crítica”. Pero la palabra escrita, en sus mundos narrativos, era la verdadera prolongación de su alma y de sus ideas políticas.

A través de sus ensayos cuestionó los nacionalismos y la idea de que era posible separar la obra de arte de su contexto social. Como crítica rechazó más que la falta de pericia, lo pretencioso y artificial de algunas propuestas, pero fue a través de la literatura que supo que era posible interpretar la realidad de los países, exponer sus malestares y preocupaciones sociales, y dejar un testimonio histórico sobre sus profundas contradicciones. En varias de sus obras se refleja su conciencia feminista y su vocación emancipadora. Aborda temas tan complejos, como la desaparición forzada y las dictaduras militares, el mundo sensorial humano, el suicidio, las pérdidas y las injusticias sociales, la derrota, el desamparo y la soledad. Juan Gustavo Cobo, en su ensayo titulado Marta, novelista, dice: “La novela reafirma su fe en lo femenino, como posibilidad de reconstrucción, en contra del peso oprimente con que los hombres aquí descritos han deformado la vida de estas mujeres, inculcándoles su fanatismo”.

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Su materia prima a la hora de escribir era la visión perspicaz que había desarrollado como acuciosa observadora y su propia experiencia de vida. “En la crítica y en la novela, sigo pensando que la expresión es, antes que cualquier cosa, un hecho poético confrontable con la realidad; es irreversible. En la novela he vuelto a recuperar las palabras y las he desencadenado”, afirmó para la Revista de los viernes de Montevideo.

A lo largo de su prolífica carrera como autora publicó siete novelas que confirman su interés por la realidad política latinoamericana como su intento por desentrañar la naturaleza humana, y su mundo simbólico, así como la condición mítica de un continente “atravesado por el espanto y lo inverosímil”. Con su primera novela, Las ceremonias del verano (La Habana, 1966), obra que aborda las subjetividades femeninas, obtuvo el premio Casa de las Américas, y es considerada como una de las mejores novelas de la literatura latinoamericana. Fue reeditada en 2021 por Editorial Firmamento de Madrid, España. Un año después publicó Los laberintos insolados (Barcelona, 1967), reeditada en 2017. Le siguieron La jugada del sexto día (Santiago de Chile, 1969); Homérica Latina (Bogotá, 1979), “una colección de momentos que apuntan al corazón de la barbarie -escribió su biógrafa Victoria Verlichak- describiendo la brutalidad de la vida de los desposeídos y la prepotencia de los poderosos”. En Conversación al sur (México, 1981), escrita desde el exilio en Washington, aborda el tema de la desaparición forzada en la oscura noche de las dictaduras militares, la caída de Salvador Allende, la censura y el rito circular de dolor y resistencia que cada semana realizan las madres de Plaza de Mayo. Dos de sus novelas fueron publicadas póstumamente: En cualquier lugar (Bogotá, 1984), obra que describe la realidad de los exiliados latinoamericanos en Europa, y Casa sin fin (Montevideo, 1988), donde muestra, bajo los contextos sociales de violencia y represión, la compleja casa interior que llevamos a cuestas.

También escribió dos libros de cuentos: Pasó así (Montevideo, 1968) y De la mañana a la noche (Montevideo, publicado en 1986, tres años después de su muerte), y uno de poesía, el primero que publicó, Historia natural de la alegría (Buenos Aires, 1952). Además produjo 22 volúmenes sobre historia y crítica de arte, y cerca de 1.200 ensayos y artículos periodísticos para diarios y revistas del continente, principalmente. Para Cobo Borda, en la narrativa de Marta Traba está presente aquello que Julio Ortega avizoraba para la literatura latinoamericana: “El nuevo discurso de una sensibilidad política, crítica y de una imaginación recusadora de todo sistema represor”. En concreto, como crítica y novelista, Marta Traba siempre exaltó la identidad latinoamericana, porque más que Argentina de nacimiento o colombiana por amor y adopción, fue profundamente latinoamericana. Todo el continente corría por sus venas.

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En su vida y obra siempre estuvo presente la necesidad de controvertir los cánones tradicionales y el poder establecido, incluso en el arte, para forjar lo que llamó una “cultura de la resistencia”. Su obra literaria da fe de ello.

En 2001, la periodista y crítica de arte argentina, Victoria Verlichak, publicó la biografía Marta Traba, una terquedad furibunda, obra esencial para conocer su aporte a la cultura latinoamericana y su legado literario, uno de los más sobresalientes en la narrativa femenina del continente.

Por Mauréen Maya

Por Julián Zalamea

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