Martín Weber, el fotógrafo que capturó los sueños latinoamericanos
El artista multimedia retrató, entre 1992 y 2013, a personas de distintos países de Latinoamérica, entre ellos Colombia, quienes debían escribir su sueño en una pizarra. El proyecto quedó consignado en su libro “Mapa de sueños latinoamericanos”.
Danelys Vega Cardozo
Si hay algo que nos caracteriza a los seres humanos son los sueños, esos anhelos que muchas veces nos animan o impulsan a seguir caminando, a pesar de los obstáculos que existan en el recorrido. Hay tantos sueños como personas existen en este mundo, y cada uno de ellos varía dependiendo de cada individuo. Nuestros deseos también son expresiones de nuestro mundo interno e incluso, a ratos, puede ser casi como un “grito desesperado” de aquello que quisiéramos cambiara a nuestro alrededor, llámese desigualdad, inequidad, corrupción, violencia, entre otras cosas. Lo cierto es que los anhelos por sí solos no bastan, pasa lo mismo que con el propósito o sentido de vida: se necesitan llevar a la acción. Aquello de seguro requerirá que nos incomodemos un poco, pero, de hecho, a veces casi nada se consigue desempeñando el papel de mero espectador. Precisamente eso fue de lo que se dio cuenta el fotógrafo y artista multimedia Martín Weber.
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Si hay algo que nos caracteriza a los seres humanos son los sueños, esos anhelos que muchas veces nos animan o impulsan a seguir caminando, a pesar de los obstáculos que existan en el recorrido. Hay tantos sueños como personas existen en este mundo, y cada uno de ellos varía dependiendo de cada individuo. Nuestros deseos también son expresiones de nuestro mundo interno e incluso, a ratos, puede ser casi como un “grito desesperado” de aquello que quisiéramos cambiara a nuestro alrededor, llámese desigualdad, inequidad, corrupción, violencia, entre otras cosas. Lo cierto es que los anhelos por sí solos no bastan, pasa lo mismo que con el propósito o sentido de vida: se necesitan llevar a la acción. Aquello de seguro requerirá que nos incomodemos un poco, pero, de hecho, a veces casi nada se consigue desempeñando el papel de mero espectador. Precisamente eso fue de lo que se dio cuenta el fotógrafo y artista multimedia Martín Weber.
A pesar de haber nacido en Chile, Weber creció en Argentina. Mientras estaba cursando su bachillerato en este país, se dio cuenta que durante los descansos sostenía conversaciones con sus compañeros en torno a la Revolución Popular Sandinista —aquella que culminó con la dictadura de la familia Somoza en Nicaragua—, pero que realmente nunca había ni siquiera pisado el suelo del país centroamericano, que tal vez lo único que hacía era repetir las versiones de otros. A raíz de eso se despertó un anhelo en él: ir en la búsqueda de testimonios. Aquello fue el nacimiento de una pequeña semilla que tardó un tiempo en germinar. Hasta que todo cambió en 1992.
Para esa época Weber comenzó a darle vida a un proyecto fotográfico con la ayuda de un par de becas. Entonces, con una cámara de placa al hombro se fue a recorrer 53 ciudades y pueblos de Colombia, Argentina, México, Nicaragua, Cuba, Perú, Brasil y Guatemala. Fueron 21 años (1992 - 2013) en los que se dedicó a retratar a personas de estos países, aquellas a las que les pedía que escribieran su sueño en una pizarra de madera. Las imágenes a blanco y negro, tan crudas como la realidad, buscaban devolverle la palabra a estos individuos, como dijo el mismo Weber. Y, como sucede siempre, detrás de cada fotografía hay una historia detrás.
En una de sus fotografías documentales, un joven delgado, quien tiene un par de cicatrices en su cuerpo, sostiene una pizarra a la altura de sus piernas, en ella quedó consignado su deseo: “Mi sueño es morirme”, un anhelo que provenía de la ausencia de un hogar y del oficio que ejercía, como aseguró su mismo protagonista. Su nombre era Cristián y tenía quince años para la época en la que Weber lo eternizó, en Medellín, a través de su lente. A pesar de su corta edad, su cuerpo ya contaba historias sobre la violencia: sobre las balas y las puñaladas que había recibido durante peleas callejeras entre sicarios. Cuando conversó con el fotógrafo, le advirtió sobre el destino del que se salvó, pues le dijo que, si se lo hubiera encontrado por la calle, lo más seguro es que le hubiera robado su cámara, y que lo habría acuchillado si por alguna razón hubiera mostrado resistencia. Aquel joven asistía todos los días al colegio con un único fin: alimentarse. Hasta que un día no tuvo como volver, porque, algunos meses después de aquella foto, su cuerpo fue encontrado a orillas de un río. Había muerto baleado.
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En otra foto, cinco miembros de una familia en Guatemala quedan atrapados en un cuadro. A la derecha de la imagen se observa a dos jóvenes agachadas, acompañadas en el centro por una pequeña niña, quien apoya sus brazos sobre ellas. Una de estas mujeres, entrecruza sus manos mientras mira al piso, sus ojos parecen reflejar temor. La otra joven cruzas sus brazos y trata quizás de enfocar su mirada hacia la cámara. A la izquierda de la fotografía, los protagonistas son un hombre y una mujer. Esta última está sentada en el piso y con su mano izquierda sostiene una de las manos del hombre que se encuentra de pie, ese que a su vez sostiene la pizarra que guarda su sueño: “Me mataron a mi hijo, me quitaron el sustento, yo ahora enfermo, que alguien me ayude”. De su hijo lo único que quedaron fueron un par de fotos colgadas en una pared.
Ahora nos encontramos en Nicaragua y ahora son cuatro miembros de una familia. Tres de ellos se encuentran sentados en una silla, mientras que un joven, quien porta una cadena, permanece de pie, ese mismo que apoya sus manos entre un hombre con bigote y camisa a cuadros, y una mujer canosa, de quien pende un letrero acompañado por unas cuantas palabras escritas en tiza; su sueño: “Encontrar el cuerpo de mi hijo, caído en combate contra la dictadura de Somoza, y darle sana sepultura”.
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Fotografías que hablan de pérdidas humanas. Imágenes que dan cuenta de la historia de países atravesados por la violencia. Algunas de ellas quizás fueron la oportunidad para que sus protagonistas pudieran expresar los dolores que llevaban dentro. Y en medio de todo eso, el fotógrafo tampoco sale ileso. Por eso, Martín Weber decidió volver a aquellos lugares que había recorrido con un propósito: ver cómo habían cambiado estas personas a través de estos años y comprobar si sus sueños se habían hecho realidad.