Martina Camargo, con la pollera bien amarrada

Primero pensó en Resistencia, pero luego se decantó por Canto y río. Decidió llamarlo así porque ambas palabras reflejan lo que es y lo que hay en ella. El “canto” por su arte y su verdad: ser cantadora; y el “río” por el cuerpo de agua, el del Magdalena, que ha sido su hogar. También porque le gusta reírse a carcajadas y sin pena.

Primero pensó en Resistencia, pero luego se decantó por Canto y río. Decidió llamarlo así porque ambas palabras reflejan lo que es y lo que hay en ella. El “canto” por su arte y su verdad: ser cantadora; y el “río” por el cuerpo de agua, el del Magdalena, que ha sido su hogar. También porque le gusta reírse a carcajadas y sin pena.

“Yo sí sé reír. Soy feliz y contenta a pesar de las adversidades”, afirmó Martina Camargo, autora de este álbum.

La idea de llamarlo Resistencia llegó porque la cantadora, nacida en San Martin de Loba, “no puede hacerse la ciega y la sorda ante las injusticias y los clamores de su pueblo”. Por eso ha hecho de su música un vehículo para movilizar la protesta, la conciencia y aquella resistencia que, para ella, afianza el pacto colectivo y el respeto por todas las formas de vida.

Doce canciones componen este disco, el quinto en sus más de tres décadas de carrera. Los aires del berroche, la guacherna, el chandé y la tambora redoblá las adornan.

Nueve de esas canciones fueron compuestas por ella, una por Cayetano Camargo, su padre; otra por Adrián Chantré y la última es una adaptación de la tradición oral de su comunidad. Cada letra es un canto a su gente y su territorio. No hay nada que su voz, acompañada de los instrumentos de percusión, interprete sin un consciente sentir. Así lo aclara ella.

“Hace una semana que no como arroz.

Me echaron del monte, ¿pa’onde cojo yo?

El pueblo avasallado por tanta maldad.

Peguemos un grito; un grito de libertad”.

Esta es una de las estrofas de “Me echaron del monte”, uno de los temas escritos por ella. Allí la cantadora de 64 años relató el desplazamiento por el conflicto armado, del que fue víctima su familia, como muchas otras. “Mi pueblo fue tomado tres veces por la guerrilla. Hemos vivido la guerra en carne propia, y una manera de no callar ante estas inconformidades es por medio de mis canciones. La música te permite tomar conciencia sobre la realidad, así como hacer del dolor y la rabia motivos para reforzar la esperanza”, dice la artista.

Canto y río también se convierte en una defensa por la no explotación de la fauna y la flora, como lo declaró en “Tutumbú”, “Plantas medicinales” o “Linda nuestra tierra”, interpretaciones en las que acústicamente se representó a la naturaleza, como los cantos de las aves que vuelan en su tierra.

Esa conciencia sobre el cuidado de la naturaleza la heredó a su padre. El cantador, poeta y bailador Cayetano Camargo, quien les enseñó a sus hijos que “la fiebre del oro solo trae ruina”.

“Mi papá fue uno de los primeros que comenzó a cantar y componer sobre la naturaleza en mi región, en donde la minería estaba haciendo estragos. Él, hombre campesino, me dejó ese legado. Y yo, que pertenezco a ese campesinado, siempre miro hacia la fauna, la flora y el agua”, recuerda.

Aunque San Martín de Loba se ubica y hace parte de la cuenca de la región momposina, hay pobladores que no tienen agua; una paradoja, comenta Camargo, quien responsabiliza de esa escasez a la explotación minera y aurífera. También dice que la ruina de la que le hablaba su papá no es solo económica.

“La ruina también es social: a un pueblo sano vienen personas con otras costumbres que perjudican a la comunidad. Proliferan las cantinas, la prostitución, la pérdida de identidad. Eso es lo que yo llamo una contaminación social”.

De su padre y también de su madre, Ubaldina Centeno, aprendió otra de las cosas a la que jamás renunciaría: el valor de su dignidad como artista y mujer. Camargo sabe que el oficio de un cantante de música tradicional no es bien remunerado ni reconocido, pero dice que no por ello hay que mendigar ni vivir de la lástima, que el trabajo dignifica y que, por el simple hecho de estar vivo se es merecedor de respeto.

Tiene anclada a su memoria lo que el maestro Camargo les dijo a ella y sus cincos hermanos: “Mi papá, a pesar de ser un campesino, era muy educado, bien hablado, con una buena ortografía y una letra muy bonita; por eso siempre se esmeró en que todos estudiáramos. Él nos dijo que se había propuesto no doblarle la vida a un rico, sino levantarnos a nosotros. No quería ganarse la vida como jornalero y no lo hizo”. La historia de su padre le despertó una forma distinta de ver el mundo, por eso asegura que es una cantadora liberal y que, a pesar de haber tenido dos familias, no nació para estar a la sombra de las labores del hogar.

“Con responsabilidad, he criado a mis hijas, pero eso nunca me ha cortado las alas. No permitiría que llegara un hombre a decirme que no voy a cantar por celos o por la razón que sea. Este es mi trabajo”, sostiene.

Recuerda su matrimonio con Manuel, su último esposo, a quien nunca le pidió permiso para salir de su casa a cantar. Aclara que nunca fue grosera ni vulgar, porque eso no va con ella. Pero siempre fue sincera y directa.

Hurgando en los recuerdos de su matrimonio, cuenta que su pareja era pintor y fotógrafo, y que la retrató desnuda, una muestra de que es una cantora que no siempre sigue al pie de la letra lo que dicta la tradición. “Manuel me hizo alrededor de cien desnudos, lo que a mí me encantaba y disfrutaba, porque amo mi cuerpo. Yo soy una cantadora bien rara, bien liberal”, por eso dice que esa libertad que le pertenece la ha llevado a no imponerles nada a sus hijas. Sin embargo, reconoce que su desapego a las visiones más tradicionales sobre la vida le ha costado. Ha sido cuestionada y criticada.

“Yo dejo que cada quién tenga su pensamiento, no pretendo cambiarles las ideas a las personas. Lo que sí quiero es que en Colombia la gente tome conciencia, que es eso otra cosa. Se trata del respeto y la dignificación”.

Bajo esa idea de la dignidad, aprovecha para referirse sobre la situación de los músicos tradicionales, para quienes las oportunidades no son muchas y menos cuando llega la vejez, dice Camargo, que sin titubeos, puntualiza que el Gobierno colombiano ha sido indiferente la situación, al igual que la misma ciudadanía. Lamenta, por ejemplo, que todas las políticas culturales que se han hundido en el Congreso, pero no mostró sorpresa, porque dijo que siempre es lo mismo cuando se trata del arte.

“Mientras los políticos no saquen ganancias de esos proyectos, no ponen sus esfuerzos y, menos, si saben que es algo relacionado con cultural. Es preocupante ver todos los maestros que han muerto en la pobreza, porque no son dignos, solo son comprendidos como una fuente de extracción y nunca de intercambios. Por eso, me estoy proponiendo a tener una vejez digna”, reflexionó.

También habla sobre las mujeres afrocolombianas a quienes les hizo una dedicatoria en su álbum. “La pollera” es un reconocimiento a su abuela, su mamá, sus tías y todas las “que bailaron con la pollera”. En esta canción Camargo resaltó lo que han logrado las mujeres en su territorio, a quienes libraron luchas “cual leona enfurecida para encontrar la grandeza y no ser sometida”, así lo plasmó con su voz.

Martina Camargo se ha repetido, una y otra vez, que su responsabilidad no solo es con el folclor de su región o del país, sino con las mujeres que le abrieron el camino por el que hoy transita. “Sobre mis hombros y mi espalda recae la responsabilidad de rescatar lo que hicieron otras cantadoras como Petrona Martínez y Totó La Momposina. Debo mantener vivo este legado”.

Camargo quiere abrir una escuela en San Martin de Loba en la que se cante, se baile, se escriba y se converse sobre la cultura que vive en ella, su comunidad y su percusión.