Maruja Vieira: una poesía descaradamente viva
El pasado 28 de octubre falleció a sus 100 años la poeta y periodista. Ni en vida ni en muerte estará sola, como lo sugirió en “El jardín de la muerte”.
Andrés Osorio Guillott
Aunque su poesía respondió a muchas dimensiones de la vida, sus móviles tuvieron en varias ocasiones la compañía y el significado de sus vínculos familiares. Todos aprendemos por mimesis, y María Vieira White empezó a leer porque vio a sus padres, a su abuela y a su hermano leyendo periódicos y revistas. Ella empezó leyendo La Patria, que pudo inducirla incluso a siempre considerarse más periodista que poeta. Y a la poesía llegó por primera vez por su mamá, Mercedes White, que le leyó La flor de un día, un libro en verso.
Fueron muchos los años en los que le cumplió su promesa a José María Vivas, su esposo, que falleció en 1960, escribiendo a diario un poema en su nombre. Cuentan incluso quienes la visitaban en su casa en Chapinero Alto que siempre recibía a sus invitados en el mismo asiento que estaba ubicado en la pared donde cuelga un cuadro con el rostro del también periodista y poeta que nació en el Cauca.
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Sus últimos años los compartió con Ana Mercedes Vivas, su hija, quien la acompañó con lealtad hasta el fin de sus días. “La muerte en nuestra casa / cumplió su fiel palabra. / Todo fue tan sencillo, como el partir de un barco”, compartió aludiendo al poema “Como el partir de un barco”.
La infancia. El padre. No es psicoanálisis. La poesía de Vieira recoge los paisajes y los primeros recuerdos para volverlos poemas. Cristo Rafael Figueroa, que escribió el prólogo de la antología de la poesía de la también periodista, dice en ese texto que “los ecos de la infancia, del padre y de la casa convierten el pasado en fuente poética, cuya duración persiste en el presente y genera una continua sensación de paz. El amor y el amado, soñados o evocados, conducen a visiones serenas de la muerte que posibilitan el reencuentro con el tú ausente”.
En “Lo que más duele” se lee: “Padre, lo que más duele de tu ausencia / es no poder hablarte. / Todo está igual en esta casa tuya / y la música invade / la armonía tranquila del domingo y la lluvia”.
En “Tiempos de infancia” escribió: “Vengo a buscar / el tiempo / de la infancia / en estas calles altas / que desembocan en el cielo”.
Le sugerimos leer: Maruja Vieira, una vida dedicada a las letras
A los paraísos perdidos de esos primeros años de vida le dedicó su primer poemario: Campanario de lluvia, publicado en 1947. “Era blanca mi casa, con ardientes geranios, que cifraban la luz en las altas ventanas. Había enredaderas finas y acariciantes, lirios que recordaban la frente de mi madre...”.
Su carrera literaria y periodística la empezó por esos años en el suplemento literario de El Tiempo, luego tuvo su habitual Columna de hierro en El Espectador, así como también escribió en varias oportunidades para El País de Cali.
Los poemas de enero (1951), Poesía (1951), Palabras de la ausencia (1953), Ciudad remanso, Popayán (1956), Clave mínima (1965), Mis propias palabras (1986), Tiempo de vivir (1992), Sombra del amor (1998), Todo el amor (2001), Antología poética (2006), Los nombres de la ausencia (2006), Todo lo que era mío (2008), Rompecabezas (2010), Tiempo de la memoria (2010), Maruja Vieira, creación y creencia (2012), Una ventana al atardecer (2018) y El nombre de antes (2022) son los libros que publicó Maruja Vieira en más de 70 años en los que no dejó de leer y releer, de escribir y reescribir, porque era la única manera de seguir haciendo obra y seguir sintiendo la poesía, pues creía que para ser poeta no había manuales ni parámetros, sino el sentimiento de serlo, de intentar una y otra vez ese ejercicio de sentir ese oleaje del poema, de leer a los de antes, a los de ahora, a todos los que se pueda.
Le sugerimos escuchar: Juan Gabriel Vásquez y Catalina González para conocer la poesía (pódcast)
Para los de ahora, para los que lo intentamos sin pretensión alguna, para todos está la poesía de Vieira, que se hizo discurso y se hizo ejemplo con su decisión de escribir en una época en la que no era normal ver a una mujer haciéndolo, asumiendo una causa personal que la entendió cuando llegó a Bogotá a la casa de Georgina Fletcher, una reconocida feminista del siglo XX en Colombia. La escritora manizaleña, entre otros, logró cumplir la difícil tarea de hacer de una causa individual una colectiva y atemporal.
Un espíritu compasivo, alegre, que se dejaba ver en varios de sus poemas, que se confesó por ejemplo en uno de los últimos, en “Los 85″, en el que escribió: “Pero seguimos descaradamente vivos / y los más afortunados tenemos / una ventana por donde entra el sol de la tarde / y una voz muy amada que nos llama”.
Aunque su poesía respondió a muchas dimensiones de la vida, sus móviles tuvieron en varias ocasiones la compañía y el significado de sus vínculos familiares. Todos aprendemos por mimesis, y María Vieira White empezó a leer porque vio a sus padres, a su abuela y a su hermano leyendo periódicos y revistas. Ella empezó leyendo La Patria, que pudo inducirla incluso a siempre considerarse más periodista que poeta. Y a la poesía llegó por primera vez por su mamá, Mercedes White, que le leyó La flor de un día, un libro en verso.
Fueron muchos los años en los que le cumplió su promesa a José María Vivas, su esposo, que falleció en 1960, escribiendo a diario un poema en su nombre. Cuentan incluso quienes la visitaban en su casa en Chapinero Alto que siempre recibía a sus invitados en el mismo asiento que estaba ubicado en la pared donde cuelga un cuadro con el rostro del también periodista y poeta que nació en el Cauca.
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En “Lo que más duele” se lee: “Padre, lo que más duele de tu ausencia / es no poder hablarte. / Todo está igual en esta casa tuya / y la música invade / la armonía tranquila del domingo y la lluvia”.
En “Tiempos de infancia” escribió: “Vengo a buscar / el tiempo / de la infancia / en estas calles altas / que desembocan en el cielo”.
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A los paraísos perdidos de esos primeros años de vida le dedicó su primer poemario: Campanario de lluvia, publicado en 1947. “Era blanca mi casa, con ardientes geranios, que cifraban la luz en las altas ventanas. Había enredaderas finas y acariciantes, lirios que recordaban la frente de mi madre...”.
Su carrera literaria y periodística la empezó por esos años en el suplemento literario de El Tiempo, luego tuvo su habitual Columna de hierro en El Espectador, así como también escribió en varias oportunidades para El País de Cali.
Los poemas de enero (1951), Poesía (1951), Palabras de la ausencia (1953), Ciudad remanso, Popayán (1956), Clave mínima (1965), Mis propias palabras (1986), Tiempo de vivir (1992), Sombra del amor (1998), Todo el amor (2001), Antología poética (2006), Los nombres de la ausencia (2006), Todo lo que era mío (2008), Rompecabezas (2010), Tiempo de la memoria (2010), Maruja Vieira, creación y creencia (2012), Una ventana al atardecer (2018) y El nombre de antes (2022) son los libros que publicó Maruja Vieira en más de 70 años en los que no dejó de leer y releer, de escribir y reescribir, porque era la única manera de seguir haciendo obra y seguir sintiendo la poesía, pues creía que para ser poeta no había manuales ni parámetros, sino el sentimiento de serlo, de intentar una y otra vez ese ejercicio de sentir ese oleaje del poema, de leer a los de antes, a los de ahora, a todos los que se pueda.
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Un espíritu compasivo, alegre, que se dejaba ver en varios de sus poemas, que se confesó por ejemplo en uno de los últimos, en “Los 85″, en el que escribió: “Pero seguimos descaradamente vivos / y los más afortunados tenemos / una ventana por donde entra el sol de la tarde / y una voz muy amada que nos llama”.