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Hace unos días publicamos una entrevista con Erick Duncan por su libro Soñé que nadie moría en la víspera, que recoge sus crónicas publicadas en medios como El Espectador y El Malpensante. En ese libro, él cita a Erick McCausland, quien afirmó que “Todo medio de comunicación debería tener al menos un cronista”. Quizá más de uno, y sobre todo en un presente en el que pesan más los números que las historias.
Así que no solo son los 100 años de la muerte de Luis Tejada Cano lo que nos lleva a recordarlo, sino también los vacíos de este tiempo en el periodismo, que parece haber olvidado en sus afanes y compromisos que hay otra forma de informar a la sociedad. Bajo estas premisas hablamos con Maryluz Vallejo, periodista e invitada a la Feria del Libro de Pereira, quien ha estudiado como pocas personas en Colombia la vida y obra del cronista que pasó también por las páginas de El Espectador.
¿De dónde nace ese interés y esa fijación por Luis Tejada y sus crónicas?
No conocí a Luis Tejada en la universidad ni esta tradición de la crónica en Colombia porque en mi época no se enseñaba historia del periodismo colombiano. Fue cuando entré de profesora a la Universidad de Antioquia que montamos un curso de historia con Juan José Hoyos y pude descubrir en la hemeroteca las voces de los cronistas, en particular de Luis Tejada, el más original de todos. En la antología La crónica en Colombia: medio siglo de oro, que me encargó Juan Gustavo Cobo-Borda para la Biblioteca Familiar Colombiana, muestro desde la época de La gruta simbólica de Clímaco Soto Borda, y todos los que llegaron antes y después de Tejada.
Me enamoré de la crónica modernista, que no era la informativa que alcanzó sus cumbres a partir de los años 40 con Ximénez y Felipe González Toledo, sino esta crónica juguetona, híbrido de ensayo, poesía, crítica cultural y proclama revolucionaria como es la de Luis Tejada.
Usted menciona la crónica modernista. ¿Qué hace que Luis Tejada le dé un giro a ese periodismo narrativo-literario de su época?
Él llega desacralizando lo que era canónico en el establecimiento literario. Llega a tumbar ídolos, a hacer poesía en ese limitado espacio de opinión y a jugar con el lenguaje como un vanguardista. No dice verdades absolutas para evitar ser un dogmático; prefiere cultivar la contradicción. Y creo que gracias a ese espíritu contradictorio se mantiene vigente porque siempre se está cuestionando. A veces se muestra arrobado por el progreso, pero luego dice que el progreso nos vuelve esclavos de los artilugios modernos, que nos coarta la libertad.
Es el recurso constante de la paradoja lo que mantiene vigente a Luis Tejada, que ponía la realidad patas arriba todos los días sosteniendo tesis delirantes, con un sistema de ideas tan lúcidas como disparatadas. Esa genialidad viene de una tradición del humor inglés: Mark Twain, Jonathan Swift, Chesterton, y es una marca de la generación de Los Nuevos, con figuras como León de Greiff, Luis Vidales, Jorge Zalamea, José Mar, Alberto Lleras y Ricardo Rendón, entre otros, que subvirtieron el orden con su prosa, sus versos y sus trazos. Con esa irreverencia se anticiparon al nadaísmo de Gonzalo Arango a finales de los años 50.
¿Por qué el humor es importante en las crónicas de Tejada?
Esa es la chispa de su obra, lo que la hace única e irrepetible. El humor paradojal es propio del ironista: el que descree de todo, el irreverente, el que no traga entero y sabe interpretar los acontecimientos mínimos y cotidianos con ese espíritu burlón. Por ejemplo, una de las crónicas que rescatamos en la antología Notas ligeras con Daniel Samper Pizano se titula “Los ojos” y es sobre una gallina que se comió los ojos de una bebé porque en la oscuridad los habría confundido con pepitas comestibles. Y el autor defiende a la gallina como animalista temprano que fue. Su humor es agudo y filosófico porque siempre tiene una moraleja, una enseñanza que no tiene que ver con la ortodoxia sino con sus propios valores, como el de la justicia. Y el humor está en cómo defiende lo indefendible o elogia lo abominable contraponiendo elementos que no tienen nada que ver. Un humor existencialista en muchos aspectos porque reflexiona sobre la forma de habitar el mundo y sobre la misión que puede tener un intelectual comprometido, esto último en la última etapa de su producción (que escasamente abarcó seis años), cuando se convirtió en apóstol del proletariado.
¿Por qué sigue vigente Luis Tejada? ¿Qué opina usted de la frase de que “Toda crónica puede ser un libro”?
Eso es bellísimo porque cada crónica tiene el aliento para volverse un libro. Si la vida le hubiera alcanzado y no hubiese muerto a sus escasos 26 años habría dejado, al menos, un libro sobre la danza y otro sobre la poética del traje y de los objetos. Yo defiendo y celebro los homenajes a Tejada para que las nuevas generaciones lo lean y se sientan identificadas con ese joven centenario. Tejada no era un reportero que estuviera en la redacción de El Espectador, era un columnista que, en su columna Gotas de tinta o Mesa de redacción hacia un manifiesto poético diario. Celebro que se reviva este formato para hablar de temas intemporales, no comentar todos al tiempo de la polémica del día. Tejada no estaba amarrado a la coyuntura, sino que se inspiraba en sus observaciones callejeras, en las noticias curiosas que leía o simplemente se dedicaba a divagar en medio de su ocio creativo, y esas reflexiones perduran, más aún con ese estilo desenfadado, sin dar cátedra, sin asomo de solemnidad. ¿Por qué no acercamos más el periodismo a la literatura, a la condición humana y dejamos de fastidiar tanto a los lectores sometiéndolos a la tiranía de la actualidad?
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