Más allá de las aulas: el taller literario que rescató historias del Llano
Bajo la dirección de Otto Gerardo Salazar, el Taller de Escritores de la Universidad de los Llanos, en Villavicencio, ofrece un espacio para personas sin experiencia en literatura. Estudiantes de diversas carreras y miembros de la comunidad local desarrollan sus voces literarias, preservan la memoria regional y se enfrentan al reto de contar sus historias.
Diana Camila Eslava
“Dedicado a aquellos viejos narradores que se fundaron a orillas del Caño Gramalote para contar historias de los Llanos. Sin proponérselo, construían comunidad y tejían la historia de pueblos sin nombre”. Así comienza Palabras llanas, una compilación de textos del Taller de Escritores dirigido por el profesor Otto Gerardo Salazar en Villavicencio. Este taller es una de las ofertas académicas de la Universidad de los Llanos, abierto no solo a estudiantes de diversas áreas como Veterinaria, Enfermería y Ciencias Agropecuarias, sino también a neófitos y aficionados de la literatura que, marcados por sus historias, buscan una forma de expresarlas.
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“Dedicado a aquellos viejos narradores que se fundaron a orillas del Caño Gramalote para contar historias de los Llanos. Sin proponérselo, construían comunidad y tejían la historia de pueblos sin nombre”. Así comienza Palabras llanas, una compilación de textos del Taller de Escritores dirigido por el profesor Otto Gerardo Salazar en Villavicencio. Este taller es una de las ofertas académicas de la Universidad de los Llanos, abierto no solo a estudiantes de diversas áreas como Veterinaria, Enfermería y Ciencias Agropecuarias, sino también a neófitos y aficionados de la literatura que, marcados por sus historias, buscan una forma de expresarlas.
Un ejemplo de estas narrativas es “Ariari”, escrita por la bióloga Diana Alejandra Morales, quien relató la historia de dos niñas que escaparon al río en busca de frutos, pero su aventura se convirtió en una experiencia aterradora cuando apareció un desconocido: “Me escondí detrás de unas matas de chonque. Apenas podía caminar de miedo. El hombre tenía el poncho embarrado. A mí me dolía vivir. Un machete oxidado de cacha negra, de esos con que se rebana la yuca y despellejan los cocos, colgaba de sus manos”.
Profesores de varias facultades, interesados en la creación literaria, comenzaron a darse cuenta de que, aunque la universidad tenía el deber de formar a los estudiantes mediante lecturas disciplinarias y formativas, estas no ofrecían la libertad ni la profundidad emocional que otras obras podían brindar. “La literatura no solo aborda la realidad, sino que también trabaja sobre principios, valores, tradiciones, cultura e identidad; incorpora una serie de factores adicionales”, destacó el director del taller. Para él, mientras la universidad se centraba en formar profesionales, hacía falta poner énfasis en una educación integral.
Así, con el tiempo, más allá del interés por formar lectores críticos, algunos docentes comenzaron a reflexionar sobre la necesidad de crear un espacio que abordara los aspectos más humanos y emocionales de los textos, lo que dio origen al taller. Inicialmente dirigido a estudiantes universitarios, pronto se abrió a la comunidad de Villavicencio y sus alrededores. De este modo, se sumaron personas externas con trayectorias más autodidactas, a quienes los profesores ofrecieron las bases teóricas necesarias para fortalecer su formación en este campo.
“El taller ha acogido a todo tipo de personas: artesanos, trabajadores de albañilería, carpinteros, pensionados, comerciantes… Todos vienen con una gran avidez de aprendizaje y de compartir el espacio dentro de la universidad para enriquecer su formación”, comentó Salazar. Estas personas, a través del taller, han logrado recuperar y valorar la memoria regional, enriqueciendo el diálogo con sus vivencias.
Jorge Hernán Aristizábal Valencia es un manizaleño radicado en Villavicencio desde hace 32 años. Seminarista y empresario, en su cuento “Como alma que se la lleva el viento” exploró el miedo y la lucha contra lo inevitable: Eutimio, que vivía en una vereda, comenzó a sentir un extraño presentimiento. Un día, mientras trabajaba bajo su carpa, vio a la Muerte personificada en un rocín negro y esquelético. Aterrorizado, huyó, convencido de que podría escapar del destino que lo acechaba.
La influencia del taller no se ha limitado a la producción literaria, sino que también ha marcado un cambio en las trayectorias personales de algunos de sus participantes. Aristizábal, por ejemplo, pasó de su vida comercial a convertirse en un gestor cultural activo, y ahora dirige talleres para niños en la “Candelaria chiquita” de Villavicencio: el Parque Infantil, y colabora con otros artistas. Otro caso es el de Julio Emilio Sánchez, un albañil que ha logrado reconocimiento en su comunidad artística gracias a su dedicación. “Creo que el taller ha mejorado la calidad de vida de muchos participantes, ayudándoles a reconocer y valorar los oficios que antes desempeñaban de manera empírica”, comentó Otto Salazar.
Como todo ejercicio literario, para su director es esencial que los textos surjan de manera libre, desde lo más profundo de los participantes. Esto implica una gran responsabilidad: tiempo dedicado a la escritura, revisión de los textos y disposición para asumir críticas y comentarios. A pesar de que el taller cuenta con una cantidad considerable de inscritos, uno de los principales retos ha sido mantener ese número de participantes hasta el final. Algunos se retiran cuando comienzan las exigencias del proceso formativo, como el análisis formal de obras de otros autores. Sin embargo, los que persisten, a pesar de sus limitaciones, han creado textos significativos que han sido expuestos y publicados en obras físicas.
Hoy en día, el taller no solo fomenta la creación literaria, sino que también ha integrado el uso de nuevas tecnologías, permitiendo a los participantes difundir sus obras a través de medios digitales. Los escritores ahora producen textos y aprenden a presentarlos en plataformas como pódcasts, y redes como TikTok o YouTube.
Para Nancy Montoya, el taller significó un cambio importante, especialmente por la inmersión en estos nuevos medios de comunicación. “A nuestra edad, somos un poco temerosos de estas tecnologías, pero el profesor Otto Gerardo nos llevó de la mano con mucha paciencia. Nos enfrentó a esos miedos y nos ayudó a lanzarnos”, comentó. Gracias al taller, Montoya logró dar forma a su proyecto personal: un pódcast titulado Letras sin Fronteras, con el objetivo de visibilizar autores y obras locales. “No solo se trató de hacer buenos trabajos, sino también de demostrar cómo las nuevas tecnologías pueden darles relevancia a las letras que tanto amamos”, concluyó.
Por su parte, a Carlos González, un estudiante de 66 años, el trabajo en este grupo de estudio le ofreció una nueva perspectiva sobre cómo aprovechar las redes sociales. Reconoce que llegó tarde a este mundo, pero gracias al taller comenzó a explorarlo. Ahora busca a alguien que lo ayude a crear crónicas locales, incorporando efectos de sonido, música, imágenes y edición. Además, González valoró cómo su profesor lo motivó a explorar nuevos géneros literarios, lo que le permitió descubrir su faceta “más fantasiosa”.
Luis Ernesto Romero, con formación en Administración Pública y especialización en Gerencia Social, encontró en el taller una valiosa oportunidad para compartir con escritores que considera de gran talento. “Es una experiencia con una gran riqueza . Estoy aprendiendo de todos y, en especial, de Otto Salazar, quien nos guía con una paciencia admirable por el camino de las letras. Llegué al taller como un niño que quiere aprender, y aunque vi que había talentos notables entre los compañeros, me convencí de que mi verdadera vocación está en la crónica y en escribir historia”, expresó.
Este espacio de escritura ha logrado trascender el aula académica para convertirse en uno de intercambio. Salazar mencionó en el libro Palabras llanas que, aunque la literatura no necesita justificación, en un contexto como el de la Universidad de los Llanos, donde la lectura humanista es limitada, el taller ha cumplido la misión de ofrecer una plataforma de exploración literaria a través de diversos géneros.
Con el tiempo, explicó el docente, el taller ha fortalecido la autoestima de sus participantes y revalorizado la literatura regional como una poderosa herramienta de identidad y resistencia frente a la homogeneización cultural global. Un esfuerzo que permite estimular una visión más profunda de su realidad.