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Es una pena que la oferta de ópera en Bogotá sea tan escasa. Tenemos al menos seis grandes teatros con capacidad técnica que garantizan montajes apropiados: el Colón, el Gaitán, el Mayor, el Ensueño, el Colsubsidio y el Cafam. Contamos con universidades que forman a cientos de artistas de lo escénico con muy altos estándares de calidad: directores, instrumentistas, cantantes, actores, bailarines y diseñadores. Podemos financiar los elevados costos de producción aunando esfuerzos de carácter mixto, gracias a unas instituciones públicas con presupuesto y a una economía pujante, a los programas de responsabilidad social empresarial, a las cajas de compensación familiar, al mecenazgo particular, bancario y corporativo, y a la pauta publicitaria. Finalmente, me atrevo a decir que tenemos suficiente público, pues nunca he ido a una ópera en esta ciudad a medio llenar. ¿A qué se debe, entonces, que haya tan poco por ver? Creo que hay un problema y cuatro razones principales que pueden dar luces al respecto.
Empiezo por las razones. La primera tiene que ver con las estrategias de comunicación de todo el ecosistema operístico, dentro y fuera de las temporadas y funciones. Los teatros, las compañías y las universidades podrían hacer más esfuerzos por dar a conocer, de forma masiva y continua, el mundo de la ópera y sus detalles desde su propia perspectiva. No es común encontrar contenido audiovisual, ni mucho menos escrito, que dé cuenta de las actividades que adelantan estas entidades. Visibilizar las clases y talleres, los ensayos y montajes, los escenarios de práctica y los procesos creativos captaría la atención de más público y la ópera estaría más presente en nuestra realidad.
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La segunda razón es que la ópera ocupa un lugar muy escaso, casi inexistente, en los medios de comunicación tradicionales. La radio universitaria, la cultural y la pública la distribuyen a cuentagotas, mientras que en la radio comercial no se le menciona a menos que sea desde la pauta. Esta es una ausencia grave en un país que se ha caracterizado por ser predominantemente radial, por ser este el medio informativo por excelencia y quizás el de mayor consumo entre los colombianos durante más de un siglo. Dado el modelo de funcionamiento de la radio no comercial, ajena a las lógicas del mercado, quizás las alianzas con quienes hacen y producen ópera no es un asunto descabellado y podríamos tener una programación sostenida que acerque la ópera a las mayorías. Quizás, si la radio abriese más espacios de este tipo, la prensa y la televisión le seguirían el paso.
Sigue la poca oferta de actividades de formación de públicos. Y es que la ópera no es un producto de fácil consumo, pues requiere de paciencia y disciplina, de curiosidad y de cierta sed de conocimiento sobre la alta cultura, asuntos no tan comunes en nuestro entorno. Richard Wagner anunció a la ópera como obra de arte total, Gesamtkunstwek, al tratarse de la conjunción de la música, la literatura, el teatro, la danza, el diseño y la arquitectura. Lo cierto es que, para lograr apreciarla al máximo, es necesario contar con información atractiva y de fácil acceso, preferiblemente contada por expertos que compartan con neófitos y curiosos las herramientas para poder entender los detalles de esta expresión artística. Hace falta la articulación de los actores y entidades anunciados previamente, así como de centros culturales y bibliotecas públicos y privados para lograr un público más amplio que se informe, que sea crítico, que genere atracción hacia la ópera y que se fidelice.
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Finalmente, creo que hay una sobreoferta de música pop y de grandes espectáculos al estilo del mundo anglosajón que limitan la posibilidad de crecimiento de la ópera, pues captan toda la atención y los recursos de los adultos jóvenes de nuestra generación. Este grupo etario, hijo de los hippies, testigo de grandes conciertos en estadios y apasionado de la costosa pirotecnia artística parece estar malacostumbrado a reducir toda posibilidad de entretenimiento de las artes escénicas a los conciertos de músicos ampliamente publicitados desde las redes sociales, la radio comercial y las plataformas digitales de reproducción. Esto es problemático porque la ópera de hoy parece ser atractiva ya no para un público maduro, sino para un público veterano. Y de entretener solo a los viejos de hoy la ópera podría no sobrevivir.
En últimas, llegamos al problema que resume las cuatro situaciones anteriores: la ópera no está naturalizada en Colombia. Sigue siendo un asunto extraño y lejano para el pueblo, para las masas y para la creciente clase media-alta y alta que prefiere consumir lo fácil, lo repetitivo, lo algorítmico y lo que está de moda. Confío en que, con buenas estrategias de comunicación, tejiendo redes y buscando involucrar actores y entidades, podamos salir de este callejón, pues sería una pena que nuestro talento operístico siga fugándose a Europa y Estados Unidos porque acá no se le prestó atención.
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