Más ópera, por favor (Reverberaciones)
Este fin de semana, viernes 21 y sábado 22 de julio, se presentará en el Teatro Mayor la ópera “La vida es sueño”, del compositor colombiano Juan Pablo Carreño.
Esteban Bernal Carrasquilla, realizador radial de Javeriana Estéreo
Es una pena que la oferta de ópera en Bogotá sea tan escasa. Tenemos al menos seis grandes teatros con capacidad técnica que garantizan montajes apropiados: el Colón, el Gaitán, el Mayor, el Ensueño, el Colsubsidio y el Cafam. Contamos con universidades que forman a cientos de artistas de lo escénico con muy altos estándares de calidad: directores, instrumentistas, cantantes, actores, bailarines y diseñadores. Podemos financiar los elevados costos de producción aunando esfuerzos de carácter mixto, gracias a unas instituciones públicas con presupuesto y a una economía pujante, a los programas de responsabilidad social empresarial, a las cajas de compensación familiar, al mecenazgo particular, bancario y corporativo, y a la pauta publicitaria. Finalmente, me atrevo a decir que tenemos suficiente público, pues nunca he ido a una ópera en esta ciudad a medio llenar. ¿A qué se debe, entonces, que haya tan poco por ver? Creo que hay un problema y cuatro razones principales que pueden dar luces al respecto.
Empiezo por las razones. La primera tiene que ver con las estrategias de comunicación de todo el ecosistema operístico, dentro y fuera de las temporadas y funciones. Los teatros, las compañías y las universidades podrían hacer más esfuerzos por dar a conocer, de forma masiva y continua, el mundo de la ópera y sus detalles desde su propia perspectiva. No es común encontrar contenido audiovisual, ni mucho menos escrito, que dé cuenta de las actividades que adelantan estas entidades. Visibilizar las clases y talleres, los ensayos y montajes, los escenarios de práctica y los procesos creativos captaría la atención de más público y la ópera estaría más presente en nuestra realidad.
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La segunda razón es que la ópera ocupa un lugar muy escaso, casi inexistente, en los medios de comunicación tradicionales. La radio universitaria, la cultural y la pública la distribuyen a cuentagotas, mientras que en la radio comercial no se le menciona a menos que sea desde la pauta. Esta es una ausencia grave en un país que se ha caracterizado por ser predominantemente radial, por ser este el medio informativo por excelencia y quizás el de mayor consumo entre los colombianos durante más de un siglo. Dado el modelo de funcionamiento de la radio no comercial, ajena a las lógicas del mercado, quizás las alianzas con quienes hacen y producen ópera no es un asunto descabellado y podríamos tener una programación sostenida que acerque la ópera a las mayorías. Quizás, si la radio abriese más espacios de este tipo, la prensa y la televisión le seguirían el paso.
Sigue la poca oferta de actividades de formación de públicos. Y es que la ópera no es un producto de fácil consumo, pues requiere de paciencia y disciplina, de curiosidad y de cierta sed de conocimiento sobre la alta cultura, asuntos no tan comunes en nuestro entorno. Richard Wagner anunció a la ópera como obra de arte total, Gesamtkunstwek, al tratarse de la conjunción de la música, la literatura, el teatro, la danza, el diseño y la arquitectura. Lo cierto es que, para lograr apreciarla al máximo, es necesario contar con información atractiva y de fácil acceso, preferiblemente contada por expertos que compartan con neófitos y curiosos las herramientas para poder entender los detalles de esta expresión artística. Hace falta la articulación de los actores y entidades anunciados previamente, así como de centros culturales y bibliotecas públicos y privados para lograr un público más amplio que se informe, que sea crítico, que genere atracción hacia la ópera y que se fidelice.
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Finalmente, creo que hay una sobreoferta de música pop y de grandes espectáculos al estilo del mundo anglosajón que limitan la posibilidad de crecimiento de la ópera, pues captan toda la atención y los recursos de los adultos jóvenes de nuestra generación. Este grupo etario, hijo de los hippies, testigo de grandes conciertos en estadios y apasionado de la costosa pirotecnia artística parece estar malacostumbrado a reducir toda posibilidad de entretenimiento de las artes escénicas a los conciertos de músicos ampliamente publicitados desde las redes sociales, la radio comercial y las plataformas digitales de reproducción. Esto es problemático porque la ópera de hoy parece ser atractiva ya no para un público maduro, sino para un público veterano. Y de entretener solo a los viejos de hoy la ópera podría no sobrevivir.
En últimas, llegamos al problema que resume las cuatro situaciones anteriores: la ópera no está naturalizada en Colombia. Sigue siendo un asunto extraño y lejano para el pueblo, para las masas y para la creciente clase media-alta y alta que prefiere consumir lo fácil, lo repetitivo, lo algorítmico y lo que está de moda. Confío en que, con buenas estrategias de comunicación, tejiendo redes y buscando involucrar actores y entidades, podamos salir de este callejón, pues sería una pena que nuestro talento operístico siga fugándose a Europa y Estados Unidos porque acá no se le prestó atención.
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Es una pena que la oferta de ópera en Bogotá sea tan escasa. Tenemos al menos seis grandes teatros con capacidad técnica que garantizan montajes apropiados: el Colón, el Gaitán, el Mayor, el Ensueño, el Colsubsidio y el Cafam. Contamos con universidades que forman a cientos de artistas de lo escénico con muy altos estándares de calidad: directores, instrumentistas, cantantes, actores, bailarines y diseñadores. Podemos financiar los elevados costos de producción aunando esfuerzos de carácter mixto, gracias a unas instituciones públicas con presupuesto y a una economía pujante, a los programas de responsabilidad social empresarial, a las cajas de compensación familiar, al mecenazgo particular, bancario y corporativo, y a la pauta publicitaria. Finalmente, me atrevo a decir que tenemos suficiente público, pues nunca he ido a una ópera en esta ciudad a medio llenar. ¿A qué se debe, entonces, que haya tan poco por ver? Creo que hay un problema y cuatro razones principales que pueden dar luces al respecto.
Empiezo por las razones. La primera tiene que ver con las estrategias de comunicación de todo el ecosistema operístico, dentro y fuera de las temporadas y funciones. Los teatros, las compañías y las universidades podrían hacer más esfuerzos por dar a conocer, de forma masiva y continua, el mundo de la ópera y sus detalles desde su propia perspectiva. No es común encontrar contenido audiovisual, ni mucho menos escrito, que dé cuenta de las actividades que adelantan estas entidades. Visibilizar las clases y talleres, los ensayos y montajes, los escenarios de práctica y los procesos creativos captaría la atención de más público y la ópera estaría más presente en nuestra realidad.
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La segunda razón es que la ópera ocupa un lugar muy escaso, casi inexistente, en los medios de comunicación tradicionales. La radio universitaria, la cultural y la pública la distribuyen a cuentagotas, mientras que en la radio comercial no se le menciona a menos que sea desde la pauta. Esta es una ausencia grave en un país que se ha caracterizado por ser predominantemente radial, por ser este el medio informativo por excelencia y quizás el de mayor consumo entre los colombianos durante más de un siglo. Dado el modelo de funcionamiento de la radio no comercial, ajena a las lógicas del mercado, quizás las alianzas con quienes hacen y producen ópera no es un asunto descabellado y podríamos tener una programación sostenida que acerque la ópera a las mayorías. Quizás, si la radio abriese más espacios de este tipo, la prensa y la televisión le seguirían el paso.
Sigue la poca oferta de actividades de formación de públicos. Y es que la ópera no es un producto de fácil consumo, pues requiere de paciencia y disciplina, de curiosidad y de cierta sed de conocimiento sobre la alta cultura, asuntos no tan comunes en nuestro entorno. Richard Wagner anunció a la ópera como obra de arte total, Gesamtkunstwek, al tratarse de la conjunción de la música, la literatura, el teatro, la danza, el diseño y la arquitectura. Lo cierto es que, para lograr apreciarla al máximo, es necesario contar con información atractiva y de fácil acceso, preferiblemente contada por expertos que compartan con neófitos y curiosos las herramientas para poder entender los detalles de esta expresión artística. Hace falta la articulación de los actores y entidades anunciados previamente, así como de centros culturales y bibliotecas públicos y privados para lograr un público más amplio que se informe, que sea crítico, que genere atracción hacia la ópera y que se fidelice.
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Finalmente, creo que hay una sobreoferta de música pop y de grandes espectáculos al estilo del mundo anglosajón que limitan la posibilidad de crecimiento de la ópera, pues captan toda la atención y los recursos de los adultos jóvenes de nuestra generación. Este grupo etario, hijo de los hippies, testigo de grandes conciertos en estadios y apasionado de la costosa pirotecnia artística parece estar malacostumbrado a reducir toda posibilidad de entretenimiento de las artes escénicas a los conciertos de músicos ampliamente publicitados desde las redes sociales, la radio comercial y las plataformas digitales de reproducción. Esto es problemático porque la ópera de hoy parece ser atractiva ya no para un público maduro, sino para un público veterano. Y de entretener solo a los viejos de hoy la ópera podría no sobrevivir.
En últimas, llegamos al problema que resume las cuatro situaciones anteriores: la ópera no está naturalizada en Colombia. Sigue siendo un asunto extraño y lejano para el pueblo, para las masas y para la creciente clase media-alta y alta que prefiere consumir lo fácil, lo repetitivo, lo algorítmico y lo que está de moda. Confío en que, con buenas estrategias de comunicación, tejiendo redes y buscando involucrar actores y entidades, podamos salir de este callejón, pues sería una pena que nuestro talento operístico siga fugándose a Europa y Estados Unidos porque acá no se le prestó atención.
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