Matar a un ruiseñor, más allá del racismo
A través de una encuesta realizada por The New York Times a sus lectores, se escogió la obra, merecedora del premio Pulitzer en 1961, como el “mejor libro” de los últimos 125 años.
Danelys Vega Cardozo
Uno podría quedarse mil horas centrándose en lo básico. En lo que todos comentan. En lo “mágico”. Pero resulta que no existe “la magia” como una sola. Detrás hay varios elementos que convergen al mismo tiempo y que, quizá, pasan por desapercibidos. Porque cuando el hombre se centra en solo una parte descuida, más temprano que tarde, los otros aspectos. Como cuando el cielo se encuentra cubierto por una nube “negra” y la luz parece haberse desvanecido, pero la luz existe solo es que la mirada está muy ocupada. Ocupada en un solo “lugar”, tan solo en uno. Por eso, a veces, es mejor no estar precavido. Arriesgarse a descubrir sin previo aviso. “Recomendación” para quienes decidan explorar las páginas de aquel clásico de la literatura llamado “Matar a un ruiseñor”. El racismo claro que está presente, pero hay más. Debajo del telón.
En los pasillos de las facultades de derecho. En las clases de “ética”. Hay un “manual” que no puede faltar: “Matar a un ruiseñor”. Y cuando uno indaga sobre la temática del libro, la respuesta más “popular” es…el racismo. Será por aquello de que la obra se centra, en gran parte, en la defensa que emprende Atticus para demostrar la inocencia de Tom Robinson, un hombre de raza negra a quien se le acusa de haber violado a una mujer “blanca”. Sin embargo, dentro de la novela hay varios temas, o mejor, lecciones. Y entonces todo parece más claro. A un estudiante de derecho se le “recomienda” el libro” no porque el protagonista sea un abogado, no porque se lleve a cabo un juicio dentro de la obra, no para que tenga un acercamiento más o menos real al ejercicio profesional, sino para que aprenda sobre algo ya casi olvidado: principios. Y para que sepa que lo importante nunca será ganar un juicio. Que la justicia también es “injusta”. Y que el alivio “más grande” que deberá aprender a tener es que “hizo lo que pudo”, aunque lo que hizo no haya podido ser, al menos no cómo esperaba que fuera.
Los habitantes de Maycomb, un pueblo ficticio, ubicado en Alabama, Estado Unidos, se encuentran en desacuerdo en que Atticus defienda a Robinson, ya que de antemano culpan a este hombre, al parecer, solo por ser “negro”. Lo condenan por el color que cubre su piel. Pero Atticus no cambia de decisión, no se deja llevar por las voces que hay a su alrededor; él sabe escuchar su propia voz. No le importa ser fiel a los demás, sino a él mismo. En pocas palabras, decide ser autentico. Sus convicciones lo guían; sus principios. Se gana “enemigos” a causa de ello, pero toma el riesgo. Le tiene sin cuidado que lo llamen “amante de negros”. Se aleja de los rumores y decide hacerse su propia idea. Deja los prejuicios a un lado. Se ocupa de lo esencial. Valentía. Coraje. Fortaleza. Todo eso en un solo personaje. ¿Clase de “ética”?... Sí. ¿Lecciones para la vida? Todavía más.
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Pero no solo es Atticus el que tiene cosas por enseñar, existe un personaje que también se apodera de la historia. Se trata de Boo Radley. El vecino del que nadie sabe nada. Ese del que tanto se rumorea, pero que a la vez todos desconocen. El protagonista de las historias fantásticas que solo una mente plagada de imaginación puede crear. El “inadaptado”. El que hizo de su casa su refugio. Pero ese que “entra en acción” cuando uno más lo necesita. En esos momentos de vida o muerte. Porque Boo Radley salva a Scout y a Jem, los hijos de Atticus, de ser asesinados por Bob Ewell, el padre de Mayella, la mujer blanca que supuestamente había sido violada. Una invitación, nuevamente, a dejarse sorprender por el otro. A no dejarse llevar por aquello de las apariencias. Esas que poco dicen. Esas que tanto “engañan”. Esas que no salvan…Como sí lo hacen “las personas”.
Gracias a Atticus se demuestra la inocencia de Tom Robinson. Sin embargo, los jueces a sabiendas de la sociedad en la que se encuentran, una plagada de ideas racistas, deciden declarar culpable a Robinson. La justicia es inoperante. La justicia es para unos pocos. Un aspecto termina siendo lo relevante: el color de piel. Ese que te hace “libre” o te convierte en un “prisionero”. O ese que “define” si vives o mueres.
También, están los problemas de cualquier sociedad, pero que se acrecientan en esos sitios más pequeños: en los pueblos. Porque aunque en las urbes la miseria hace parte del paisaje en esos “otros lugares” la vista está repleta de aquello, aunque ni siquiera los habitantes se den cuenta de ello. Violencia estructural, como diría Johan Galtung.
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Pleno siglo XXI. Año 2020. Un virus se expande sin parar. La gente muere. Se escuchan voces de cambio. Como si un virus fuera capaz de hacer reflexionar a las personas. Como si fuera un mal necesario. Necesario para cambiar. Pero en un lugar al que llaman “potencia”. Adornado con franjas blancas y rojas. Ocurre un hecho que da la vuelta al mundo. Claro, aparte de las muertes que registra a diario. Un hombre negro es asesinado. Deja de respirar. No aguanta la presión en su cuello, aunque logra luchar por ocho minutos y cuarenta y seis segundos. Un billete falso parece ser el causante. Tres policías son grabados. Los verdaderos culpables. Un movimiento iniciado en 2013 sale a las calles. Otros se les unen. “Black Lives Matter” (las vidas negras importan), se escucha por todas partes. I can’t breathe (no puedo respirar). Las últimas palabras de un muerto acompañan el lema.
2021. “Matar a un ruiseñor” es elegido por los lectores de The New York Times como el mejor libro de los últimos 125 años. Dudas surgen. Y la respuesta obvia sería que todo es “moda”. Pero luego uno lee la obra y se da cuenta de los motivos detrás de la elección. “Las vidas negras importan, pero toda vida es valiosa”.
Sobre Matar a un ruiseñor y su autora
Matar a un ruiseñor fue escrito por Harper Lee basándose en sus experiencias personales de infancia. Lee creció en Monroeville, Alabama, el Estado donde se desarrolla la obra. Su padre también era abogado, al igual que el protagonista. Era una amiga muy cercana del escritor y periodista Truman Capote; los dos crecieron en el mismo pueblo. Durante cincuenta y cinco años no se conoció otra novela de la escritora estadounidense, hasta que, en 2015, un año antes de su muerte, publicó “Ve y pon un centinela”, la secuela de “Matar a un ruiseñor”, aunque corresponde al primer borrador de esta obra.
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En 1962 la novela fue adaptada al cine. La película fue un éxito taquillero, llegó a recaudar más de 20 millones de dólares. Gregory Peck fue el encargado de darle vida a Atticus. Su actuación se hizo merecedora del Premio Oscar a mejor actor. El filme también se llevó los Oscar a mejor dirección artística y mejor guion adaptado. El largometraje recibió elogios positivos, incluso por parte de la propia Lee: “En la película el hombre y la pieza se encuentran... he tenido muchas, muchas ofertas para adaptar la obra a un musical, a la televisión o al teatro, pero siempre las he rechazado. Esa película fue una obra de arte”.
Uno podría quedarse mil horas centrándose en lo básico. En lo que todos comentan. En lo “mágico”. Pero resulta que no existe “la magia” como una sola. Detrás hay varios elementos que convergen al mismo tiempo y que, quizá, pasan por desapercibidos. Porque cuando el hombre se centra en solo una parte descuida, más temprano que tarde, los otros aspectos. Como cuando el cielo se encuentra cubierto por una nube “negra” y la luz parece haberse desvanecido, pero la luz existe solo es que la mirada está muy ocupada. Ocupada en un solo “lugar”, tan solo en uno. Por eso, a veces, es mejor no estar precavido. Arriesgarse a descubrir sin previo aviso. “Recomendación” para quienes decidan explorar las páginas de aquel clásico de la literatura llamado “Matar a un ruiseñor”. El racismo claro que está presente, pero hay más. Debajo del telón.
En los pasillos de las facultades de derecho. En las clases de “ética”. Hay un “manual” que no puede faltar: “Matar a un ruiseñor”. Y cuando uno indaga sobre la temática del libro, la respuesta más “popular” es…el racismo. Será por aquello de que la obra se centra, en gran parte, en la defensa que emprende Atticus para demostrar la inocencia de Tom Robinson, un hombre de raza negra a quien se le acusa de haber violado a una mujer “blanca”. Sin embargo, dentro de la novela hay varios temas, o mejor, lecciones. Y entonces todo parece más claro. A un estudiante de derecho se le “recomienda” el libro” no porque el protagonista sea un abogado, no porque se lleve a cabo un juicio dentro de la obra, no para que tenga un acercamiento más o menos real al ejercicio profesional, sino para que aprenda sobre algo ya casi olvidado: principios. Y para que sepa que lo importante nunca será ganar un juicio. Que la justicia también es “injusta”. Y que el alivio “más grande” que deberá aprender a tener es que “hizo lo que pudo”, aunque lo que hizo no haya podido ser, al menos no cómo esperaba que fuera.
Los habitantes de Maycomb, un pueblo ficticio, ubicado en Alabama, Estado Unidos, se encuentran en desacuerdo en que Atticus defienda a Robinson, ya que de antemano culpan a este hombre, al parecer, solo por ser “negro”. Lo condenan por el color que cubre su piel. Pero Atticus no cambia de decisión, no se deja llevar por las voces que hay a su alrededor; él sabe escuchar su propia voz. No le importa ser fiel a los demás, sino a él mismo. En pocas palabras, decide ser autentico. Sus convicciones lo guían; sus principios. Se gana “enemigos” a causa de ello, pero toma el riesgo. Le tiene sin cuidado que lo llamen “amante de negros”. Se aleja de los rumores y decide hacerse su propia idea. Deja los prejuicios a un lado. Se ocupa de lo esencial. Valentía. Coraje. Fortaleza. Todo eso en un solo personaje. ¿Clase de “ética”?... Sí. ¿Lecciones para la vida? Todavía más.
Le invitamos a leer: Atticus Finch, entre dos aguas
Pero no solo es Atticus el que tiene cosas por enseñar, existe un personaje que también se apodera de la historia. Se trata de Boo Radley. El vecino del que nadie sabe nada. Ese del que tanto se rumorea, pero que a la vez todos desconocen. El protagonista de las historias fantásticas que solo una mente plagada de imaginación puede crear. El “inadaptado”. El que hizo de su casa su refugio. Pero ese que “entra en acción” cuando uno más lo necesita. En esos momentos de vida o muerte. Porque Boo Radley salva a Scout y a Jem, los hijos de Atticus, de ser asesinados por Bob Ewell, el padre de Mayella, la mujer blanca que supuestamente había sido violada. Una invitación, nuevamente, a dejarse sorprender por el otro. A no dejarse llevar por aquello de las apariencias. Esas que poco dicen. Esas que tanto “engañan”. Esas que no salvan…Como sí lo hacen “las personas”.
Gracias a Atticus se demuestra la inocencia de Tom Robinson. Sin embargo, los jueces a sabiendas de la sociedad en la que se encuentran, una plagada de ideas racistas, deciden declarar culpable a Robinson. La justicia es inoperante. La justicia es para unos pocos. Un aspecto termina siendo lo relevante: el color de piel. Ese que te hace “libre” o te convierte en un “prisionero”. O ese que “define” si vives o mueres.
También, están los problemas de cualquier sociedad, pero que se acrecientan en esos sitios más pequeños: en los pueblos. Porque aunque en las urbes la miseria hace parte del paisaje en esos “otros lugares” la vista está repleta de aquello, aunque ni siquiera los habitantes se den cuenta de ello. Violencia estructural, como diría Johan Galtung.
Le invitamos a leer: La quema del año viejo, una tradición que no desaparece
Pleno siglo XXI. Año 2020. Un virus se expande sin parar. La gente muere. Se escuchan voces de cambio. Como si un virus fuera capaz de hacer reflexionar a las personas. Como si fuera un mal necesario. Necesario para cambiar. Pero en un lugar al que llaman “potencia”. Adornado con franjas blancas y rojas. Ocurre un hecho que da la vuelta al mundo. Claro, aparte de las muertes que registra a diario. Un hombre negro es asesinado. Deja de respirar. No aguanta la presión en su cuello, aunque logra luchar por ocho minutos y cuarenta y seis segundos. Un billete falso parece ser el causante. Tres policías son grabados. Los verdaderos culpables. Un movimiento iniciado en 2013 sale a las calles. Otros se les unen. “Black Lives Matter” (las vidas negras importan), se escucha por todas partes. I can’t breathe (no puedo respirar). Las últimas palabras de un muerto acompañan el lema.
2021. “Matar a un ruiseñor” es elegido por los lectores de The New York Times como el mejor libro de los últimos 125 años. Dudas surgen. Y la respuesta obvia sería que todo es “moda”. Pero luego uno lee la obra y se da cuenta de los motivos detrás de la elección. “Las vidas negras importan, pero toda vida es valiosa”.
Sobre Matar a un ruiseñor y su autora
Matar a un ruiseñor fue escrito por Harper Lee basándose en sus experiencias personales de infancia. Lee creció en Monroeville, Alabama, el Estado donde se desarrolla la obra. Su padre también era abogado, al igual que el protagonista. Era una amiga muy cercana del escritor y periodista Truman Capote; los dos crecieron en el mismo pueblo. Durante cincuenta y cinco años no se conoció otra novela de la escritora estadounidense, hasta que, en 2015, un año antes de su muerte, publicó “Ve y pon un centinela”, la secuela de “Matar a un ruiseñor”, aunque corresponde al primer borrador de esta obra.
Le invitamos a leer: Mirar a Colombia con un ‘rojo’ en la boca
En 1962 la novela fue adaptada al cine. La película fue un éxito taquillero, llegó a recaudar más de 20 millones de dólares. Gregory Peck fue el encargado de darle vida a Atticus. Su actuación se hizo merecedora del Premio Oscar a mejor actor. El filme también se llevó los Oscar a mejor dirección artística y mejor guion adaptado. El largometraje recibió elogios positivos, incluso por parte de la propia Lee: “En la película el hombre y la pieza se encuentran... he tenido muchas, muchas ofertas para adaptar la obra a un musical, a la televisión o al teatro, pero siempre las he rechazado. Esa película fue una obra de arte”.