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                                                                                                                                Mauricio Gómez y el otro lado de las cosas

                                                                                                                                Por la muerte del reconocido periodista, publicamos el prólogo de su libro “Crónicas”, editado en 2015 con el sello Aguilar, y que es una semblanza de su vida profesional.

                                                                                                                                Juan Esteban Constaín * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Mauricio Gómez nació en Bogotá en 1949 y murió el pasado viernes. Trabajó en el periódico El Siglo entre 1976 y 1978 y fue director del noticiero de televisión 24 Horas de 1979 a 1988, año en el que se fue del país por amenazas contra su vida. Durante sus últimos años como periodista hizo reportajes de televisión para el noticiero CM& y para Noticias Caracol.
                                                                                                                                Foto: Cortesía de Nelson Abril - Penguin Random House
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Cortesía de Nelson Abril - Penguin Random House
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                No en vano Mauricio Gómez es también un pintor y un artista: sabe que el lenguaje, cualquier lenguaje, no se puede desperdiciar en el vacío, y que todo lo que se dice es porque algo de verdad lo justifica y debe ser dicho. En ese sentido Mauricio es un periodista de los que ya quedan muy pocos en el mundo: un narrador nato y un investigador inagotable y riguroso que trata de reivindicar con su oficio el valor de las palabras, sin que importen los mandatos desaforados de esta sociedad en la que hay demasiadas imágenes y demasiadas cosas y cada vez menos contenidos.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Yo recuerdo que de niño siempre lo veía presentando el Noticiero 24 Horas, y por una pura razón intuitiva e infantil, sin saber nada de nada, me encantaba verlo. Como si para mí fuera evidente, aun en esa época, que lo que ese señor estaba haciendo allí, de corbata, era muy bueno. Y se sabe que la intuición de los niños es infalible. Esos años de 24 Horas fueron para él los que definieron su vocación de “periodista integral” —definición horrible que les dan a los actores sin talento pero que en su caso es cierta y justa—: uno que es capaz de hacerlo todo, desde montar un informe de última hora sobre el tlc con Estados Unidos o el hallazgo de una nueva civilización cerca al Salto del Tequendama, hasta vender la publicidad de un periódico o comprar el papel sobre el que ese mismo periódico se va a imprimir en la noche para que circule al otro día.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Una tarde llegó su papá a 24 Horas y le dijo que le tenía una mala noticia, que fuera a leer el noticiero y que después se la daba. “Cómo te parece que te vas a tener que ir —le dijo—. Y no mañana ni el fin de semana, no. Hoy. Te vas a tener que ir esta misma noche…”. Informes de inteligencia habían revelado que había un plan del Cartel de Medellín para secuestrar o matar a Mauricio, y para protegerse ya no le iba a servir ni siquiera la estrategia que había estado usando los últimos meses: viajar escondido en el baúl de su carro. No: se tenía que ir. Y esa noche se fue al exilio. A hacer lo único que sabía hacer en la vida, ser periodista, en un país extraño.

                                                                                                                                Trabajó en CNN y luego en Univisión, primero en la Florida y después en California. Pero siempre con esa sensación de extrañamiento que produce el destierro; siempre con la vida suspensa que dejan en su propio mundo los que se tienen que ir a otro a la fuerza. Por eso, en 1992, Mauricio tomó una decisión radical en su vida. Estaba agotado, vacío. Se fue entonces a París, donde vivían sus padres, y allá se fue quedando sin ningún plan a la mano, sin certeza de nada, solo que tenía que cambiarlo todo. Compró unas crayolas e hizo algo que nunca había hecho, pintar. Pintar todo el día.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Se matriculó en la escuela de dibujo del Museo del Louvre, donde conoció a quien sería su maestro, Jean-Claude Athané: un sabio y un personaje definitivo para él, no tanto por lo que le reveló desde el punto de vista técnico o estilístico, sino porque le hizo verlo todo de manera distinta. Quizás (dice Mauricio) era eso lo que le enseñaba su profesor de dibujo: no a dibujar, sino a reinventar el mundo con el dibujo. “Hagan siempre lo contrario”, decía en su atelier el maestro, en una provocación enigmática para que sus alumnos entendieran que en últimas el arte no consiste sino en eso: en hacer y pensar siempre lo contrario; en ver las cosas por el otro lado. ¿Cuál lado? Cualquiera, pero el otro. “Lo que ustedes crean que deben hacer —sentenciaba Athané—, hagan lo contrario…”.

                                                                                                                                Con esa consigna, con esa filosofía, Mauricio Gómez empezó una búsqueda estética y vital que lo llevó al descubrimiento y la realización de su obra como pintor y escultor: una obra llena de ondulaciones y azares y belleza, sobre la que uno puede ver reflejados los dramas y también las alegrías de su creador, desde el asesinato de su padre hasta la superación del exilio en su acoplamiento con la vida y la cultura francesas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Fue justo Álvaro Gómez quien una vez le dijo a su hijo: “Te vas a quedar de miniaturista si sigues pintando así tan pequeño; pinta en grande…”. Se lo dijo al paso, como una observación cariñosa. Eso hizo que Mauricio se lanzara a ejecutar pinturas de gran formato, lo cual a la larga le desató una tendinitis en su brazo derecho, con el que hacía todo, y así debió volverse zurdo a la fuerza. Una vez más tuvo que empezar de ceros en la vida para poder seguir adelante, para poder seguir viviéndola. El arte de Mauricio, gracias a la fatalidad, encontró entonces su voz y su talante, ¡ay!, y empezó a nutrirse de los materiales más variados y extraños.

                                                                                                                                El libro de Mauricio Gómez, que recoge algunas de sus crónicas e investigaciones periodísticas.
                                                                                                                                Foto: Cortesía sello Aguilar
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tanto en la pintura como en la escultura su obra empezó a hacerse con loque daba la tierra, de antigüedades y despojos que cobraban un renovado vigor en las manos de este gran contador de historias. Pero como el periodismo es una pasión abrasadora, como su rescoldo nunca se apaga del todo y basta volver a soplarlo para que vuelva a arder, Mauricio regresó a Colombia y muy pronto acabó otra vez en una sala de redacción de un noticiero, el Noticiero CM&, de su gran amigo Yamid Amat. La idea era que él hiciera algunas observaciones críticas sobre cómo veía que todo estaba funcionando, desde la entonación de los presentadores hasta los textos de los reporteros. Ese fue el detonante para que Mauricio regresara a su viejo oficio, con unos informes y unas crónicas —estos que el lector tiene hoy en sus manos— sobre los temas que él quisiera, sin pensar en la tiranía de la coyuntura, el rating y la actualidad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En ese sentido lo que Mauricio hace en CM& es un lujo, pero lo es no solo para él sino también, y sobre todo, para los televidentes. Con la televisión de vergüenza que tenemos cada vez más, es una especie de premio y refugio encontrar sus crónicas magistrales sobre temas que son a la vez urgentes e importantes: temas que acaso no sean los que marquen la agenda informativa en los demás medios, pero que por eso mismo se refieren al futuro de nuestra sociedad, a la posibilidad de que algún día aquí en Colombia seamos eso de verdad, una sociedad. Un país y no un fracaso.

                                                                                                                                Da mucha pena decirlo —sé por lo menos que a él le da mucha pena que uno se lo diga—, pero el contraste entre lo que hace Mauricio Gómez y lo que hacen los demás en la televisión colombiana es abismal. No solo por la calidad de sus textos, sino también por todo lo otro: por su manera de hablar, por el tono de su voz; por el rigor con que lo cuenta y lo investiga todo, porque nunca hay en sus informes algo que no sea importante o esencial.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Como le enseñó en la pintura y en el arte su maestro Jean-Claude Athané, como le enseñó en la vida su papá, Mauricio Gómez tiene la virtud, con sus informes, de mostrar el otro lado de las cosas. Yo tengo la suerte y el privilegio de trabajar bajo su dirección y es un placer como no hay otro oírlo hablar de lo que sea, porque siempre sus comentarios, dichos de la manera más amable y delicada, entrañan una enseñanza perdurable y asombrosa. Basta verlo editar una pieza o leer un libreto o decirnos a los aprendices cómo se deben escoger las imágenes para una crónica… Basta eso para saber lo que es un periodista de verdad, esa especie en vías de extinción.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Los informes y las crónicas que recoge este libro fueron hechos para el lenguaje de la televisión: un lenguaje de imágenes más que de palabras. En ellos hay sin embargo tantas verdades y tan desgarradoras reflexiones sobre tantas cosas de la vida colombiana —desde las regalías hasta el río Magdalena, desde nuestro patrimonio cultural hasta la manera en que los políticos se roban la plata que debería servir para hacer escuelas y carreteras, desde el drama de la guerra hasta el drama de la salud—, que es un acierto que puedan haberse trasvasado al formato escrito de los textos para que los televidentes también podamos ser lectores y llevemos con nosotros, a todas partes, estos retratos de nosotros mismos que nos explican como país, a veces mejor que un tratado sociológico, y que ahondan en nuestras heridas para buscar de alguna manera una cura o por lo menos una cicatriz.

                                                                                                                                Por eso este libro es también un acto de amor por Colombia, por su gente y sus geografías y sus dramas. Y es una lección de periodismo en tiempos en que cualquiera puede dedicarse a ese oficio con su teléfono en la mano. Pero el periodismo es la obligación de repensarlo todo todos los días, no más. Ver las cosas por el otro lado, hacer lo contrario. Y más aún en un mundo en el que hay cada vez más información —demasiada— y cada vez menos conocimientos y menos contenidos y menos lucidez.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por fortuna nos quedan los informes de Mauricio Gómez, que justifican que aún prendamos el televisor. O aún mejor, que abramos este libro y oigamos en él la voz cálida y profunda de su autor. La voz del mejor, aquí está.

                                                                                                                                * Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Aguilar.

                                                                                                                                Por Juan Esteban Constaín * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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