Recorriendo los últimos pasos de un librero
La vida de Mauricio Lleras, uno de los fundadores de Prólogo Libros, culminó el 26 de diciembre debido a un paro cardíaco. Un recuento de cómo fueron sus últimos días como librero y del legado que dejó en este oficio.
Danelys Vega Cardozo
“A la mierda el cáncer, pero que me devuelvan mis ojos para poder leer”. Esas fueron las palabras que, un día, pronunció un librero que no se quejaba o gritaba por los dolores que le causaba el cáncer de vesícula que le habían descubierto a mediados de 2022. Ni siquiera se lamentó por esas sesiones de quimioterapia a las que se sometió para que le hicieran una cirugía y pudiera continuar con vida. Le habían dicho que su enfermedad tenía cura. Y, de hecho, no fue ella quien se lo llevó, sino un paro cardíaco.
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“A la mierda el cáncer, pero que me devuelvan mis ojos para poder leer”. Esas fueron las palabras que, un día, pronunció un librero que no se quejaba o gritaba por los dolores que le causaba el cáncer de vesícula que le habían descubierto a mediados de 2022. Ni siquiera se lamentó por esas sesiones de quimioterapia a las que se sometió para que le hicieran una cirugía y pudiera continuar con vida. Le habían dicho que su enfermedad tenía cura. Y, de hecho, no fue ella quien se lo llevó, sino un paro cardíaco.
A veces, sus ojos hablaban y decían lo que con su boca no expresaba, o al menos, Lisbeth Fog, quien fue su compañera de vida durante veintidós años, tenía esa capacidad de leerlo. “Siempre me miraba y con la mirada me decía lo que estaba sintiendo: dolores y tristezas”. La tristeza que, quizás, se acrecentó cuando, producto de un accidente cerebrovascular, sus ojos quedaron afectados. Entonces, aún reconocía a las personas, pero ya no podía sentarse a leer tres libros semanales. Aquellos de los que seguramente recordaría cada una de sus páginas y personajes, como siempre lo hacía con cualquier obra literaria que sostenía en sus manos. Esa capacidad de retentiva asombraba a su esposa. “Mauricio absorbía los libros. Él no los leía, se compenetraba con ellos”.
Cuando Mauricio Lleras enfermó, Lisbeth Fog se convirtió en su cuidadora. Fue muy difícil para ella ver cómo se deterioraba la persona con quien había decidido compartir sus días. Su marido perdió quince kilos y se veía todavía más flaco de lo que era. Pudo acompañarlo en sus tratamientos gracias a que en sus trabajos fueron solidarios y le dieron ese espacio para estar con Lleras más de que lo que generalmente estaba. “Entonces, todas las estrellas como que se van juntando y es cuando uno ve que Mauricio deja una huella no solo en la familia, sino en el país”.
- ¿Cuál fue esa huella que le dejó?
- La huella que me deja a mí es una de paz, de no prestarle atención a las boberías que te afectan. Es saber vivir y hacerlo en paz.
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Quizá en paz también se fue el librero el 26 de diciembre, porque, como dice su amigo Ricardo Silva, alcanzó el éxito siguiendo su propia convicción de vida, la convicción de recetar libros y regalar su amor al mundo a través de ellos. “Hizo la vida que se propuso y le salió muy bien”. Tan bien como para que no solo Libeth Fog, su familia o Silva, lo describan como una persona generosa y amorosa, sino también para que otros utilicen palabras similares para referirse a él ante su partida. Tal vez aquello se deba a que cuando alguien entraba a Prólogo Libros, el pequeño tesoro literario que fundó hace más de quince años con Felipe Rodrigo Matamoros, la gente se daba cuenta que amaba los libros, “pero sin dogmas. No era un tipo pretencioso que anduviera señalando a los demás por no saber algo”.
Su amigo recuerda que los libreros del país, no solo de Bogotá, conocían a Mauricio Lleras y que los escritores lo respetaban mucho. “La reacción a su muerte explica lo que fue su vida. Lo que entiendo es que su generosidad es una lección de principios”. Tanto como para que cada vez que la librería de Lleras cambiara de sede, las personas fueran hasta allá a “perseguirlo”. La primera sede de Prólogo quedaba en la calle 96 y fue allí en donde se forjó la amistad de Silva con Lleras. “Esa era la librería de mi barrio”. Pero esa amistad pudo haberse formado antes, porque los dos estudiaron en el mismo colegio y tuvieron los mismos profesores. Sin embargo, lo que los terminó uniendo fueron los libros. El librero y el escritor se volvieron tan cercarnos como para establecer una rutina mensual: almorzar juntos durante máximos dos horas, porque Mauricio Lleras “cumplía con los horarios de la librería”. Así lo hicieron hasta abril, pero en mayo todo cambió.
Durante ese mes, Silva buscó a Lleras porque estaba desaparecido. Su ausencia se debía a que su enfermedad lo había alcanzado. Entonces, a mitad de año, Lleras se ausentó de la librería y llegaron las épocas de los exámenes, quimioterapias, etc. Tiempo después, se trasladó a su finca. El que quedó a cargo de Prólogos fue su hijo José Manuel, quien estudió una maestría en Escrituras Creativas y con quien solía hablar de libros. Dice Fog, que él “asumió la librería con toda la entereza y el bagaje que dejó Mauricio”. Por eso está segura de que “todos los clientes de Mauricio seguirán siéndolo también de José Manuel”.
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La comunicación entre Lleras y Silva continuó por teléfono, pero dejaron de verse desde hace seis meses. “La verdad, hasta los últimos momentos que hablé con él, sentía que estaba lúcido, no pensé que se fuera a morir”.
Lleras no solo cultivó amigos lectores, sino oyentes. En 2019, se publicó el primer episodio de su podcast El librero, en donde compartió micrófono con Jorge Espinosa y hacía recomendaciones literarias desde Prólogo. El 28 de julio de 2022 publicaron el último episodio tras algunos meses de ausencia. Esa vez dijo, entre otras cosas, que “Yo no pude leer mucho, porque cuando uno está enfermo no tiene energía. Al no tener energía, la cabeza lo hace a uno repetir el mismo párrafo y eso se vuelve muy cansón”. Entonces confesó que haber estado enfermo no había sido un descanso porque no había leído mucho, “ni siquiera miraba la televisión, más conocida como la caja de los idiotas”.
La mañana del 27 de diciembre, Lisbeth Fog “trataba de aterrizar” mientras sostenía una conversación por teléfono. Trataba de aterrizar ante la pérdida del librero que “era de una ternura infinita”. Aquel que fue su segundo marido y de quien conserva buenos recuerdos, a pesar de los momentos difíciles que pasaron, como cualquier relación. “Con mi primer marido peleaba todos los días, con Mauricio nunca…con él no se podía pelear, era una persona muy pacífica y amorosa. Entonces, era un proyecto perdido cualquier cosa que quisieras pelearle”.
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