Máximas en tono menor
“Tentación del vértigo”, de Alejandro Quin, es un llamado a dejarse llevar como un ‘harapo en el remolinillo de la ventisca’, sin buscar sentidos totalizantes ni autoafirmaciones condescendientes.
César A. Paredes
El tiempo está desquiciado, constató Hamlet hace rato. ¿Qué hacer ante la fractura epocal signada por el dominio de la estulticia, la resurrección retórica de los extremos, la crisis de las democracias, el culto a Narciso y la pregunta por el lugar de la escritura y el pensamiento, entre muchas otras marcas que constatan el desvarío? Alejandro Quin, profesor de Literatura en la Universidad de Utah, responde con un libro de aforismos: Tentación del vértigo (breves asedios de la condición incierta) publicado recientemente por la editorial Nueve Editores (2023). El fantasma que gravita alrededor es la incertidumbre, un acicate para el pensamiento que, pese al mareo que causa, abre un lugar para la crítica y llama a la sensatez.
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El tiempo está desquiciado, constató Hamlet hace rato. ¿Qué hacer ante la fractura epocal signada por el dominio de la estulticia, la resurrección retórica de los extremos, la crisis de las democracias, el culto a Narciso y la pregunta por el lugar de la escritura y el pensamiento, entre muchas otras marcas que constatan el desvarío? Alejandro Quin, profesor de Literatura en la Universidad de Utah, responde con un libro de aforismos: Tentación del vértigo (breves asedios de la condición incierta) publicado recientemente por la editorial Nueve Editores (2023). El fantasma que gravita alrededor es la incertidumbre, un acicate para el pensamiento que, pese al mareo que causa, abre un lugar para la crítica y llama a la sensatez.
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Esta reunión de aforismos es un archipiélago, cuyas islas están conectadas por una poética escéptica de la existencia. Todo se pone en duda, pero sin renunciar a la posibilidad de una certeza. Los islotes que componen el libro son: “Rémoras”, “Tentación”, “Errancias”, “Impoéticas” y “Plieges”. Cada uno se reconoce en el otro a su manera. No tienen una unidad temática, pero de cierta forma cada grupo guarda un parentesco. Así, por ejemplo, las “Rémoras” podrían interpretarse como una presentación del autor en la que asoma un sujeto que descubre en los quiebres del pensamiento su propia ontología, que hace tajos en el imaginario de su ser para hallar el sentido, que desdeña la sobreexposición narcisista de la imagen en las redes de la comunicación, se burla de lo idéntico como posibilidad y reivindica lo inútil como una resistencia.
En “Tentación” aparecen categorías mayúsculas como el Otro, Dios, la Academia, la Historia, la vida, pero minusculizadas por el escepticismo. A través de un ejercicio lúdico, estos conceptos aparecen reducidos, cincelados, derruidos o desacralizados en busca de una comunidad disgregada. Y es un aforismo el que mejor da cuenta de la estructura dramática con la que los conceptos son puestos en perspectiva: se autodefine como “Parábola del bufón” y reza: “Primero, el bufón concibe la dimensión trágica del mundo. Luego, reconoce la caricatura de lo trágico: la contemplación de sí mismo. Entonces, ve las cosas en su justa medida”. Bajo esa estructura las cosas aparecen ante el aforista como partes de sí mismo y la unidad solo sería posible en la tiranía propia. El devenir otro obliga, por el contrario, a reconsiderar los absolutos. Ese espacio bufonesco descree de todo, pero a la vez, persigue un lugar para la disidencia, un espacio alternativo del pensamiento, una reivindicación de la crítica que no ha sido domesticada ni programada en las disciplinas académicas, un espacio emancipado, si se quiere, un espacio comunitario.
Los aforismos de “Errancias” constatan el peso ficcional de la historia y la prevalencia de una contemporaneidad tediosa. Cuestiona con ingenio las ideas como el progreso, la productividad, la cultura, la tradición, las mediaciones tecnológicas, la saturación del yo en las pantallas digitales. De otro lado, ve en los movimientos del pensamiento refrescantes asomos de esperanza a través de las primaveras, los feminismos, la rabia sostenida. Eso sí, con la pluma atenta para advertir las trampas superpuestas en los abismos dogmáticos de la identidad.
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Los aforismos de la sección “Impoéticas” reflexionan sobre la escritura, la literatura, la crítica, las figuras literarias, la argumentación, entre otros aspectos del lenguaje. Como cultor del género, Quin mantiene en sus justas proporciones la ironía y a la vez combina la mínima expresión con la máxima intensidad. Los destellos de esa poética obligan al lector a detenerse, como quien está frente a un disparo cuyo sentido solo se advierte en cámara lenta. Porque los aforismos tienen eso de que, aunque fugaces, aspiran a la inmortalidad. De ahí que el aforista plantee su propia teoría del género que lo define como “excepción de la escritura” que, a pesar de su tiranía, es consciente de su incompletud, pues, “[e]l desafío y la ofrenda del aforismo derivan de su cercanía al silencio”.
Finalmente, están los “Pliegues” en los que se esconde un itinerario de la acción en el que el único cogito es la insignificancia. Buscar el anonimato, “permanecer promesa”, “autodesertar”, son algunas de las apuestas en las que se consuma esta indefinición.
Como corolario de esa apuesta, Quin incluye un apéndice titulado “Dialogantes”, en el que aparecen referencias a los autores con los que intercambia pensamientos, un gesto que agradecerán quienes quieran seguir otras pisadas. Seguramente no están todos los convocados, por lo que el lector tendrá que poner de su parte para encontrar otras huellas; de eso se trata el deleite en el asedio de los fantasmas.
Tentación del vértigo es un llamado, no a bajarse del mundo, como escribió el grafitero cuando sintió el mareo, sino a dejarse llevar como un “harapo en el remolinillo de la ventisca”, sin buscar sentidos totalizantes ni autoafirmaciones condescendientes, sino simplemente “disipar el aroma de nuestra propia sombra”.