“Me convertí en un mejor escritor cuando comencé a tomar el transporte público”
Yefferson Ospina, escritor colombiano, presentará su novela “Las medidas del engaño”, en la Feria internacional del libro de Cali, que se desarrolla en el Bulevar del río. El evento se llevará a cabo el próximo domingo 24 de noviembre, a las 5:30 de la tarde, en el auditorio El país. En esta entrevista, el autor habló de la historia que atraviesa su libro, de la esperanza y la literatura colombiana.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Usted creció en los 90´s, yo nací en 1994: a veces percibo que nuestra generación tiene un gran vacío de causas. Como si hubiésemos crecido en medio de una sensación de injusticia por el momento bisagra en el que nos tocó vivir: no sabemos muy bien para dónde vamos. La única certeza es la de avanzar. En su libro, esta generación está descrita…
Dices que naciste en 1994, es decir, después del “fin de la historia”. Según Fukushima, cuando se cayó el muro de Berlín, ya no hubo nada de historia y todos comenzamos a vivir con la ilusión de un capitalismo que nos iba a traer la prosperidad que nunca trajo. Hubo algo que me pasó durante la adolescencia, incluso cuando trabajaba, y es que yo sentía que a donde iba, todo estaba vuelto mierda. Iba a un bar y se estaba cayendo o estaba en quiebra. Iba a otro trabajo y, desde el inicio, parecía efímero porque pronto acabaría. La Universidad del Valle estaba en quiebra. Luego entendí que estamos recibiendo la herencia del saqueo que hizo el primer mundo sobre nuestro país, además de los efectos de más de 50 años de conflicto. Para hablar del presente, también creo que estamos en un momento en que parece muy difícil crear otro tipo de utopía: el comunismo falló, las FARC fallaron, ya no sabemos si habrá una revolución en Colombia, el marxismo y las feministas ya no quieren hablar de marxismo. Es decir, es muy difícil aferrarse a algo…
Como una especie de estado gaseoso en el que soñar parece ingenuo. Muchos creen que a eso se debe que ahora queramos invertir tanto en experiencias. Como si tuviéramos una premonición sobre el futuro… ¿Un no futuro?
Sí. Los que estamos entre los 25 y 45 sabemos que cada vez es más difícil comprarse una casa. Es más, cada vez es más difícil irse de la casa o tener un trabajo de largo aliento. Y ni hablar de los efectos del cambio climático en esa sensación. La crisis de migrantes por todas partes. Pareciera que todo estuviera erosionado.
De hecho, a su libro lo atraviesa el pesimismo...
Sí, tiene que ver con una posición: yo no soy responsable de esto, yo lo recibí. A mí me pasaron esto de herencia. Heredé el narcotráfico, las FARC, el paramilitarismo, etc. Y además de que lo heredé, ahora me toca irme a la guerra para que unos cuantos vivan mejor. Y bueno, yo no soy culpable, pero ¿qué hago en medio de esta situación?
Y qué se contestó…
Nada. Me trajeron al mundo y estoy engañado. Yo no sé cómo se va a resolver esto.
Hablemos de ese engaño. La novela tiene distintos tipos de narraciones: la primera persona, la tercera, el monólogo. Y cuando leí este último, pensé en estas conversaciones internas en las que uno se dice: “después de ver esto que me tocó ver, ya no puedo ser indiferente a ciertas cosas que ocurren en el mundo. Esto es verdad”. Pero termina siendo una certeza que se convierte en carga y que contiene amargura… ¿A Emiliano, el personaje principal, le pasa eso?
Creo que me convertí en un mejor escritor cuando comencé a tomar el transporte público en Cali: vi a la señora que venía del Cauca porque la desplazaron, al argentino que no podía hablar, pero lograba contar que tenía cáncer en la garganta porque se ganó la vida durante diez años tirando fuego por la boca en los semáforos. Ves todo eso y dices: ¿qué es lo que pasa con esta ciudad, con este país? ¿Cómo construyes una esperanza cuando estás viendo esto todos los días? ¿De qué te agarras? Yo hago periodismo medio romántico, creyendo que trato de arreglar un poco el país, así sea escribiendo, lo que sea, pero esto nos supera. Y cómo sigue uno viviendo con eso. Yo sé que es una novela dura. De hecho, me pregunté: ¿cómo fue que yo escribí tan oscuro? Pero a veces hay que mirar el mundo. Hay que mirarse de esa manera. A veces hay que decirle que no a las masturbaciones mentales.
¿Cuál fue el primer paso que dio para comenzar a pensar así? Es más difícil, más incómodo…
Decirme: esto está mal. Hay que llegar al fondo de todo para tratar de pensar otra cosa. Para dar una lucha desde el periodismo, la academia o desde donde sea. Creo que hay que tratar de construir una manera diferente de ver el mundo y por ahí se propone la novela.
¿Qué tan parecido se siente a Emiliano en esos términos? Para usted en este momento, ¿cómo se ve la esperanza?
Mira, yo me descubrí esforzándome por buscarla, porque uno siempre busca la esperanza. Busca a qué aferrarse, pero era muy difícil porque yo estaba de acuerdo con él. Es raro. Yo soy el tipo más feliz del mundo: me levanto todos los días y siento que la vida es hermosa. Tengo dos hijos, estoy casado, disfruto los libros, veo Netflix. Pero en el ejercicio intelectual sí hay un sentido de desesperanza absoluta. Creo que la academia no está produciendo lo que debería producir en términos de conocimiento para tratar de construir eso que yo llamaría una utopía diferente. Es muy contradictorio, pero lo que planteo en la novela se refiere a una salvación colectiva.
Emiliano se resiste a los “líderes espirituales” que ahora pululan en las redes sociales. Hay guía para lo que uno quiera…
Sí. Y Emiliano y a mí no nos interesan. Yo creo que hay que levantarse todos los días y tener la honestidad de decirse: esto es lo que es. Todos necesitamos ciertos mecanismos de supervivencia rara. Hay quienes pueden sobrevivir escuchando a los Stones, otros escuchando a Maluma y otros leyendo... O sea, unos consumen buena literatura, otros una que no es tan buena y otros oyen la BBC…
Se lo pregunto porque Emiliano habla sobre “un embrutecimiento colectivo” o sobre un recurso desesperado por sobrevivir de alguna forma...
Yo creo que hay un embrutecimiento colectivo en el que todos caemos. Y solo fijémonos en los influencers que más mueven el país. Yo recuerdo cuando a Maluma lo entrevistaron y le preguntaron sobre su responsabilidad ambiental y su avión. Y él contestó algo como: “ustedes no se imaginan el estrés que me genera mi avión: hay que arreglarle muchas cosas y es una tragedia”. Pienso en Taylor Swift, que le vale cinco coger su avión para ir a donde quiera que sea y luego es capaz de componer una canción sobre todo lo que tenemos que hacer para arreglar el mundo. Estamos metidos en una trampa. Y no lo digo yo, lo dijo Bauman hace un tiempo: “Las redes sociales son una trampa”. Y lo siguen diciendo un montón de filósofos y sociólogos contemporáneos. ¿Cómo salir de ahí? No sé. No tengo ni idea.
Pero seguramente ha pensado en vías, en caminos para resistirse a esa “trampa”…
Creo que hay que volver a leer a Marx y que hay que integrar nuevas formas de pensar en lo que está ocurriendo para reinterpretar el mundo. Hay que volver al arte y digo esto resaltando algo muy esperanzador: Colombia es el tercer país de Latinoamérica en el que más libros se compran, después de México y Argentina. Y eso no ocurría hace un tiempo. Creo que ahora hay una producción artística mucho más efervescente, incluso cinematográfica y literaria
¿Esta es su primera novela? Usted viene del periodismo, hablemos de ese cambio…
Esta no es mi primera novela escrita, es la tercera. Mi primera novela fue mi tesis de pregrado y fue histórica. La segunda fue sobre el conflicto y también se escribió como ficción. Y luego está esta. Sobre el periodismo: de ahí obtuve la rapidez. Si te dicen que la página tiene que estar a las 7, sabes que esa regla se debe cumplir sí o sí. También está el hecho de que desde los 17 años haya sido más o menos buen lector y un gran seguidor de la tradición latinoamericana, que es una locura. Si uno lo piensa en términos históricos, este continente dio una tradición del peso de Europa, y solo en el siglo XX dimos unos nombres que están al nivel de cualquier escritor europeo.
¿Y qué piensa de los escritores contemporáneos?
A mí me parece que hay muchos escritores contemporáneos, pero a veces miras las hojas de vida de algunos escritores, sin querer señalar a nadie, y muchos fueron a la maestría de escritura en NYU, o la maestría de escritura en Lowa y no sé qué. Así que notas que les enseñaron a escribir de una manera, ves que muchos de esos libros conservan una estructura. Capítulos cortos, línea narrativa fuerte y sostenida, no entran muchos personajes, en fin. Y está muy bien desarrollado eso. Pero a mí sí me interesa el caos en la literatura, ¿no? Por ejemplo, el de El otoño del patriarca, que inspiró luego a Fernanda Melchor para que hiciera Temporada de huracanes.
Hablemos de la parte más rural de la novela: había unos valores específicos en los protagonistas. Por ejemplo, Pacho era el líder de ese grupo de amigos, pero “él no jugaba para ganar, sino para jugar”. Pacho los protegía y los impulsaba a encontrar placer en todas sus dimensiones, a pesar de sus circunstancias…
Es la historia de una pandilla de perdedores y está inspirada en la realidad. Yo jugaba mucho fútbol de niño. Teníamos un equipo que siempre quedaba de último, pero no nos importaba. Y sí, la épica del perdedor es bella. Y sobre la ruralidad en el libro: yo crecí con mi abuela porque mi mamá tuvo que emigrar a una ciudad para buscar trabajo. Y eso todavía sigue ocurriendo. Entonces sí me interesaba pensar en esos hogares rotos, hogares sin padre, sin madre y levantados por la abuela, que trabaja hasta el último día de su vida vendiendo arepas, empanadas en la esquina, barriendo la calle, etc... También pensé en el psicoanálisis: inevitablemente el hijo se enamora de la mamá, pero qué pasa con el que no la tiene, que ni siquiera tiene derecho a ese trauma. Me interesaba decir: la infancia del pueblo no es la infancia, no existe un relato de infancia. Lo que dijo Freud funciona para algunos privilegiados.
Usted creció en los 90´s, yo nací en 1994: a veces percibo que nuestra generación tiene un gran vacío de causas. Como si hubiésemos crecido en medio de una sensación de injusticia por el momento bisagra en el que nos tocó vivir: no sabemos muy bien para dónde vamos. La única certeza es la de avanzar. En su libro, esta generación está descrita…
Dices que naciste en 1994, es decir, después del “fin de la historia”. Según Fukushima, cuando se cayó el muro de Berlín, ya no hubo nada de historia y todos comenzamos a vivir con la ilusión de un capitalismo que nos iba a traer la prosperidad que nunca trajo. Hubo algo que me pasó durante la adolescencia, incluso cuando trabajaba, y es que yo sentía que a donde iba, todo estaba vuelto mierda. Iba a un bar y se estaba cayendo o estaba en quiebra. Iba a otro trabajo y, desde el inicio, parecía efímero porque pronto acabaría. La Universidad del Valle estaba en quiebra. Luego entendí que estamos recibiendo la herencia del saqueo que hizo el primer mundo sobre nuestro país, además de los efectos de más de 50 años de conflicto. Para hablar del presente, también creo que estamos en un momento en que parece muy difícil crear otro tipo de utopía: el comunismo falló, las FARC fallaron, ya no sabemos si habrá una revolución en Colombia, el marxismo y las feministas ya no quieren hablar de marxismo. Es decir, es muy difícil aferrarse a algo…
Como una especie de estado gaseoso en el que soñar parece ingenuo. Muchos creen que a eso se debe que ahora queramos invertir tanto en experiencias. Como si tuviéramos una premonición sobre el futuro… ¿Un no futuro?
Sí. Los que estamos entre los 25 y 45 sabemos que cada vez es más difícil comprarse una casa. Es más, cada vez es más difícil irse de la casa o tener un trabajo de largo aliento. Y ni hablar de los efectos del cambio climático en esa sensación. La crisis de migrantes por todas partes. Pareciera que todo estuviera erosionado.
De hecho, a su libro lo atraviesa el pesimismo...
Sí, tiene que ver con una posición: yo no soy responsable de esto, yo lo recibí. A mí me pasaron esto de herencia. Heredé el narcotráfico, las FARC, el paramilitarismo, etc. Y además de que lo heredé, ahora me toca irme a la guerra para que unos cuantos vivan mejor. Y bueno, yo no soy culpable, pero ¿qué hago en medio de esta situación?
Y qué se contestó…
Nada. Me trajeron al mundo y estoy engañado. Yo no sé cómo se va a resolver esto.
Hablemos de ese engaño. La novela tiene distintos tipos de narraciones: la primera persona, la tercera, el monólogo. Y cuando leí este último, pensé en estas conversaciones internas en las que uno se dice: “después de ver esto que me tocó ver, ya no puedo ser indiferente a ciertas cosas que ocurren en el mundo. Esto es verdad”. Pero termina siendo una certeza que se convierte en carga y que contiene amargura… ¿A Emiliano, el personaje principal, le pasa eso?
Creo que me convertí en un mejor escritor cuando comencé a tomar el transporte público en Cali: vi a la señora que venía del Cauca porque la desplazaron, al argentino que no podía hablar, pero lograba contar que tenía cáncer en la garganta porque se ganó la vida durante diez años tirando fuego por la boca en los semáforos. Ves todo eso y dices: ¿qué es lo que pasa con esta ciudad, con este país? ¿Cómo construyes una esperanza cuando estás viendo esto todos los días? ¿De qué te agarras? Yo hago periodismo medio romántico, creyendo que trato de arreglar un poco el país, así sea escribiendo, lo que sea, pero esto nos supera. Y cómo sigue uno viviendo con eso. Yo sé que es una novela dura. De hecho, me pregunté: ¿cómo fue que yo escribí tan oscuro? Pero a veces hay que mirar el mundo. Hay que mirarse de esa manera. A veces hay que decirle que no a las masturbaciones mentales.
¿Cuál fue el primer paso que dio para comenzar a pensar así? Es más difícil, más incómodo…
Decirme: esto está mal. Hay que llegar al fondo de todo para tratar de pensar otra cosa. Para dar una lucha desde el periodismo, la academia o desde donde sea. Creo que hay que tratar de construir una manera diferente de ver el mundo y por ahí se propone la novela.
¿Qué tan parecido se siente a Emiliano en esos términos? Para usted en este momento, ¿cómo se ve la esperanza?
Mira, yo me descubrí esforzándome por buscarla, porque uno siempre busca la esperanza. Busca a qué aferrarse, pero era muy difícil porque yo estaba de acuerdo con él. Es raro. Yo soy el tipo más feliz del mundo: me levanto todos los días y siento que la vida es hermosa. Tengo dos hijos, estoy casado, disfruto los libros, veo Netflix. Pero en el ejercicio intelectual sí hay un sentido de desesperanza absoluta. Creo que la academia no está produciendo lo que debería producir en términos de conocimiento para tratar de construir eso que yo llamaría una utopía diferente. Es muy contradictorio, pero lo que planteo en la novela se refiere a una salvación colectiva.
Emiliano se resiste a los “líderes espirituales” que ahora pululan en las redes sociales. Hay guía para lo que uno quiera…
Sí. Y Emiliano y a mí no nos interesan. Yo creo que hay que levantarse todos los días y tener la honestidad de decirse: esto es lo que es. Todos necesitamos ciertos mecanismos de supervivencia rara. Hay quienes pueden sobrevivir escuchando a los Stones, otros escuchando a Maluma y otros leyendo... O sea, unos consumen buena literatura, otros una que no es tan buena y otros oyen la BBC…
Se lo pregunto porque Emiliano habla sobre “un embrutecimiento colectivo” o sobre un recurso desesperado por sobrevivir de alguna forma...
Yo creo que hay un embrutecimiento colectivo en el que todos caemos. Y solo fijémonos en los influencers que más mueven el país. Yo recuerdo cuando a Maluma lo entrevistaron y le preguntaron sobre su responsabilidad ambiental y su avión. Y él contestó algo como: “ustedes no se imaginan el estrés que me genera mi avión: hay que arreglarle muchas cosas y es una tragedia”. Pienso en Taylor Swift, que le vale cinco coger su avión para ir a donde quiera que sea y luego es capaz de componer una canción sobre todo lo que tenemos que hacer para arreglar el mundo. Estamos metidos en una trampa. Y no lo digo yo, lo dijo Bauman hace un tiempo: “Las redes sociales son una trampa”. Y lo siguen diciendo un montón de filósofos y sociólogos contemporáneos. ¿Cómo salir de ahí? No sé. No tengo ni idea.
Pero seguramente ha pensado en vías, en caminos para resistirse a esa “trampa”…
Creo que hay que volver a leer a Marx y que hay que integrar nuevas formas de pensar en lo que está ocurriendo para reinterpretar el mundo. Hay que volver al arte y digo esto resaltando algo muy esperanzador: Colombia es el tercer país de Latinoamérica en el que más libros se compran, después de México y Argentina. Y eso no ocurría hace un tiempo. Creo que ahora hay una producción artística mucho más efervescente, incluso cinematográfica y literaria
¿Esta es su primera novela? Usted viene del periodismo, hablemos de ese cambio…
Esta no es mi primera novela escrita, es la tercera. Mi primera novela fue mi tesis de pregrado y fue histórica. La segunda fue sobre el conflicto y también se escribió como ficción. Y luego está esta. Sobre el periodismo: de ahí obtuve la rapidez. Si te dicen que la página tiene que estar a las 7, sabes que esa regla se debe cumplir sí o sí. También está el hecho de que desde los 17 años haya sido más o menos buen lector y un gran seguidor de la tradición latinoamericana, que es una locura. Si uno lo piensa en términos históricos, este continente dio una tradición del peso de Europa, y solo en el siglo XX dimos unos nombres que están al nivel de cualquier escritor europeo.
¿Y qué piensa de los escritores contemporáneos?
A mí me parece que hay muchos escritores contemporáneos, pero a veces miras las hojas de vida de algunos escritores, sin querer señalar a nadie, y muchos fueron a la maestría de escritura en NYU, o la maestría de escritura en Lowa y no sé qué. Así que notas que les enseñaron a escribir de una manera, ves que muchos de esos libros conservan una estructura. Capítulos cortos, línea narrativa fuerte y sostenida, no entran muchos personajes, en fin. Y está muy bien desarrollado eso. Pero a mí sí me interesa el caos en la literatura, ¿no? Por ejemplo, el de El otoño del patriarca, que inspiró luego a Fernanda Melchor para que hiciera Temporada de huracanes.
Hablemos de la parte más rural de la novela: había unos valores específicos en los protagonistas. Por ejemplo, Pacho era el líder de ese grupo de amigos, pero “él no jugaba para ganar, sino para jugar”. Pacho los protegía y los impulsaba a encontrar placer en todas sus dimensiones, a pesar de sus circunstancias…
Es la historia de una pandilla de perdedores y está inspirada en la realidad. Yo jugaba mucho fútbol de niño. Teníamos un equipo que siempre quedaba de último, pero no nos importaba. Y sí, la épica del perdedor es bella. Y sobre la ruralidad en el libro: yo crecí con mi abuela porque mi mamá tuvo que emigrar a una ciudad para buscar trabajo. Y eso todavía sigue ocurriendo. Entonces sí me interesaba pensar en esos hogares rotos, hogares sin padre, sin madre y levantados por la abuela, que trabaja hasta el último día de su vida vendiendo arepas, empanadas en la esquina, barriendo la calle, etc... También pensé en el psicoanálisis: inevitablemente el hijo se enamora de la mamá, pero qué pasa con el que no la tiene, que ni siquiera tiene derecho a ese trauma. Me interesaba decir: la infancia del pueblo no es la infancia, no existe un relato de infancia. Lo que dijo Freud funciona para algunos privilegiados.