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Soy un hombre de cincuenta y cinco años nacido en Bogotá. Me gusta conocer, aprender, tener distintas experiencias de manera constante. Hace un tiempo alguien me dijo que la vida dura dos años, algo que tomé como verdad en el sentido de que mis ciclos tomaban eso;actualmente duran más, solo que en el fondo la filosofía es la misma. Por lo tanto, me gusta vivir cosas diversas sin anclarme en una sola.
Orígenes
Rama paterna
La memoria de mi abuelo paterno es casi inexistente, no tengo recuerdos distintos a las fotos familiares pues murió a mis dos años. Por supuesto, la relación con mi abuela y mis tíos fue maravillosa.
Francisco Bermúdez Ortega
Francisco Bermúdez Ortega, mi abuelo, fue un cachacazo nacido en Bogotá, con tradiciones y costumbres típicamente bogotanas. Una persona estricta, austera, de buen sentido del humor, aunque en las fotos de la época los registraban a todos muy serios, pareciera que no se usara o fuera de mal gusto sonreír.
Lucía Sanz de Santamaría
Lucía Sanz de Santamaría, mi abuela, perteneció a una familia bogotana muy vinculada con temas de toros y caballos. Fue como las abuelas de los cuentos, una mujer querendona, consentidora, dulce, tierna, por lo menos con los nietos, porque con sus hijos fue mucho más templada, estricta. Al parecer fue una tradición cultural bastante más estricta, por lo menos en su entorno.
Algo llamativo de la época era que las personas, cuando llegaban a cierta edad, se envejecían como por mandato, por lo mismo se quedaban en la casa después de las cinco de la tarde, acostadas bajo una cobija. Yo me metía entre sus cobijas a que me consintiera, me rascara la cabeza.
También hacía unas galletas deliciosas y tuvo unas empleadas maravillosas, casi de su edad, que hicieron parte de la familia, cuidaron y ayudaron a criar a sus siete hijos con un cariño enorme. Murió de ciento un años, ya muy limitada.
Carlos Sanz de Santamaría
Carlos Sanz de Santamaría, su hermano, fue ministro, embajador, entre otras posiciones destacadas que ocupó como bien lo reseñas en tu página. Nunca tuve contacto directo con él, pero lo he conocido a través de lecturas de documentos y de la voz de la familia.
Francisco José Bermúdez
Francisco José, mi papá, a quien le decían Francisco o Pacho, estudió economía, se casó a los veintiséis años cuando mi madre tenía dieciocho. Fue fanático de los caballos, polista, saltó, hizo adiestramiento, y en ese sentido lo recuerdo muy presente. De gran humor, fino, agudo. Reunido con sus hermanos eran los típicos cachacos tomadores de pelo.
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Estuvo enfermo básicamente durante toda mi infancia. Tengo recuerdos de compartir con él en una pequeña finca que teníamos en Chía. Murió de un tumor en la cabeza a sus cincuenta años.
Rama Materna
Manuel Merizalde Morales
Manuel Merizalde Morales, mi abuelo paterno, fue el último bogotano que usó sombrero de coco, redondo, a diferencia de los que usaban en Bogotá de principios del siglo XX o del estilo Panamá.
Fue una persona bastante elegante. Se hizo a pulso, en el sentido de que no estudió carrera, pero le fue bien en los negocios, aunque se quebró dos veces. Tuvo tierras en distintos lugares lo que, junto a la familia paterna, nos enseñó a amar el campo y la vida vinculada con este.
Cuando mi mamá hablaba de él se derretía, porque fue muy querendón, lo veía como el símbolo de un padreconsentidor, alcahueta, cariñoso. Aunque fue muy estricto en sus convicciones y principios.
Tuvo relaciones con distintos políticos del país de su época, como Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez. GABRIELA SALAZAR GUTIÉRREZ
Gabriela Salazar Gutiérrez, mi abuela, fue una persona mucho más austera, formada en la norma, en un sistema mucho más espartano. De familia numerosa y tradicional de Manizales. Tuvo diez hermanos, algunos religiosos.
Fue una mujer muy bonita, de ojos verdes profundos, pero dura, criada en severidad, de expresar poco sus gustos y sentimientos. Me costó entenderla cuando era niño; con el tiempo supe que ese carácter no significaba falta de cariño, sino que estaba relacionada a una estructura que le fue transmitida por formación.
Alguna vez me invitó a comer crepes, a mis once años, con la sorpresa de que cuando fue a pagar no tenía plata, entonces me pidió prestada y, por alguna casualidad, tuve cómo invitarla.
María Eugenia Merizalde
María Eugenia Merizalde, mi mamá, fue una mujer muy hermosa como lo revelan sus fotos. Tenía una expresión muy bonita, una sonrisa increíble. Guardo fotos en blanco y negro de sus años de juventud que parecen sacadas de una película de mediados de siglo pasado.
Heredó de sus padres esa educación estricta, fuertes principios. Fue una mujer muy religiosa.
Se casó a sus dieciocho años, y yo la molestaba diciéndole que tuvo dos matrimonios con mi papá: en el primero nacieron mis tres hermanos mayores, en el segundo nacimos los dos menores. Pero su vida cambió al enfermar mi papá, como cambiaron sus gustos. Enviudó a sus cuarenta y dos años, cuando también murieron sus padres por causas diferentes.
Quedó a cargo de sus cinco hijos, que íbamos de los veintiuno hasta los catorce años siendo yo el menor, sin una profesión, pues había empezado a estudiar psicología a sus tenía treinta y nueve años. Tenía un dicho: “A ustedes los voy a educar con mucha libertad y poca plata”. En efecto nos daba poca plata, pero tampoco nos daba mucha libertad.
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Enfrentando lo que enfrentó, se encargó de nosotros y buscó que la vida siguiera igual. Muy recién pasado este doloroso evento familiar nos invitó a una de las fincas a los cuatro hijos hombres, cada uno con un amigo. Pasamos durante un mes en un lugar salvaje. Al regreso a la ciudad hizo una fiesta de bienvenida a “la civilización”. Ese tipo de gestos fueron propios de una mujer que sacó adelante a sus hijos sin que sintieran que había un drama. Algo que considero ejemplar, una especie de la Vida es bella, pero a otra escala. Mi mamá siempre fue muy generosa con sus cosas personales.
Una vez se estabilizó nuestra vida, siguió estudiando y se graduó de psicóloga, hizo varios posgrados, fue rectora de un colegio por años, luego decana de psicología de la Universidad de la Sabana.
Logró ganarse a sus nietos de manera individual y ser un apoyo particular para cada uno de ellos. Con gran inteligencia y apoyada en el cariño que nos tenía a todos, construyó con ellos algo muy particular. En perspectiva, resulta muy impresionante el peso específico que una abuela tiene con sus nietos basado en el afecto, lo que representó para ellos, sus implicaciones y la manera como la recuerdan, aún hoy, como un punto de referencia.
Murió a sus setenta y nueve años, después de haber jalonado a la familia y todo lo que fue importante.
Pilares de familia
Mis padres pertenecieron a familias amigas. Mi papá le llevó ocho años a mi mamá. Contaban que cuando mi mamá tenía catorce, mi papá un día fue a la casa, la alzó y le dijo: “Cásate conmigo que yo te espero”. Así ocurrió cuatro años después. Toda una escena romántica del cine antiguo, de amores eternos. Una hermana de mi papá se casó con un hermano de mi mamá, así tengo primos hermanos dobles.
Lo más importante dentro del compartir en familia fueron las sobremesas: algo que marcó mucho y que todavía defendemos, de alguna manera. Las onces de los fines de semana en casa de mis padres eran tan importantes que todos quienes llegaban a nuestra familia se enamoraban de estos momentos especiales. Después de muerto mi papá, mi mamá las continuó con relativa frecuencia, tampoco todas las semanas, pero sí cada cierto tiempo. Hoy en día buscamos reunirnos los hijos con las familias alrededor de ese mismo concepto.
Nunca viajamos juntos ni fuimos de restaurantes. Por la enfermedad de mi papá muchas de las vacaciones fueron solo con mi mamá. El tema de la música también fue importante, mi papá, de manera particular se recogía en la sala a escucharla, le daba tranquilidad oir ópera o música clásica. En perspectiva lo veo como buscando refugio.
Hermanos
Juan Pablo, mi hermano mayor, padeció por muchos años una enfermedad congénita que con el tiempo lo fue limitando gravemente. Fue fanático de los caballos. Estudiamos en el mismo colegio, razón por la cual tengo recuerdos suyos muy vívidos y de sus amigos. Se casó, tuvo dos hijos y fue muy cariñoso con sus hermanos. Murió a los cincuenta y ocho años, antes que mi mamá, quien cuidó de él de manera consagrada.
Catalina, la segunda, ingresó muy joven al Opus Dei. Tenemos pocos recuerdos de infancia, pero muy intensos. Fue fanática de los animales, especialmente de los perros. Su fascinación fueron las fincas, la vida alrededor de lo que una vida sencilla permite vivir. Es una mujer muy alegre, buena onda. Es teóloga, muy notable.
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Eduardo, el tercero, creció como todos alrededor de los animales. Fue un gran equitador en salto. Se dedicó en alguna época a los temas de la familia en las fincas. Estudió administración de empresas como Juan Pablo e hizo una carrera profesional como ejecutivo destacada.
Entre los tres mayores se llevan un año de diferencia. Cinco años después nació Álvaro, con quien compartí cuarto por años. Es muy divertido, generoso. En algún momento de su vida le dio por hablar costeño estudiando en un colegio de Bogotá. Se volvió fanático de los vallenatos y de la salsa. En las fiestas bailaba como loco. En las noches escuchaba esta música, que tuve que padecer mientras me trataba de dormir. Además, buscaba que habláramos cuando yo quería “echar globos”. Porque fuimos muy distintos, aunque muy cercanos e incondicionales.
Somos muy unidos en el sentido de apoyarnos los unos a los otros, los grandes a los chiquitos, los tíos a los sobrinos. No somos una familia que cuente con recursos económicos importantes, clase media, pero las pocas cosas que nos ha tocado lidiar nunca han sido problema, se han manejado con generosidad como lección recibida de nuestros padres y abuelos.
Infancia
Fui el menor de los cinco hijos, además muy bajito por lo que me decían pollo. También fui el más chiquito en el colegio hasta que me gradué, y siempre el primero de la fila. Tengo recuerdos con los amigos de mi hermano Juan Pablo cuando me metieron a escondidas a un armario de su salón, en clase de español con un profesor al que le decían “Morcillo”. Estoy seguro de que el profesor se dio cuenta. Yo debía tener seis años. Ellos jugaban con un hilo amarrado a mi dedo que jalaban a través de un hueco durante la clase mientras que yo me sentía medio en pánico y medio divertido.
Hice las veces de mascota los amigos de mis hermanos. Me molestaban, me chocholiaban, pero también me lanzaban de un lado a otro como si fuera un balón. Si bien era chiquito, no era pendejo. Me querían y yo a ellos. Todo funcionaba bien, porque no era un tema de bullying.
Podría describirme como mandón y peleón hasta tercero de bachillerato cuando me pegaron un puño en un ojo. Supe que me había quedado chiquito a diferencia de los demás. Hasta ahí llegué. Lo poquito que crecí se dio durante la universidad.
La finca de mis papás en Chía era muy sencilla, pero contaba con un halo particular. De ella tenemos muchos recuerdos, muy divertidos, montando en carreta, nadando en un estanque helado, jugando con los perros, quedándonos a dormir en carpas. Por alguna razón esta finca se convirtió en un referente para nosotros y para muchos de nuestros amigos.
Gimnasio de los Cerros
Si bien no estudié mucho sí fui de los primeros del curso. Nunca perdí nada salvo en tercero de bachillerato, hoy octavo grado, cuando tuve que habilitar matemáticas. La pasé raspando.
Mi familia no fue de lectores, mi padre leía ocasionalmente, entonces no conté con mucho incentivo cercano. A mí nunca me gustaron las lecturas que nos ponían en el colegio hasta que en décimo llegué a un libro por cuenta propia, Los sobrevivientes de los Andes. Este libro relata la tragedia por la caída del avión, en las montañas nevadas, en que iban un grupo de uruguayos que terminaron muertos unos y los otros comiéndose la carne humana de algunos de los cadáveres. Me convertí en un buen lector a partir de ese encuentro literario.
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Tomar la decisión de carrera fue bien compleja en el sentido de que pasé por muchos escenarios. Cuando estaba en tercero o cuarto de bachillerato sentí la inclinación de dedicarme a las fincas. Teníamos, por parte de la familia materna, un par de ellas cerca a Armero que administró mi tío cuando ya mi abuelo había muerto, y yo fungía de secretario. Como tuve la ilusión de dedicarme a eso, mi primera etapa de decisión de carrera estuvo muy orientada a la ganadería, a la administración agropecuaria y a otras afines. Luego lo descarté como forma de vida y comencé a pensar en administración de empresas.
Universidad de los Andes
Llegar a la universidad me tomó una vuelta larga. Comencé a estudiar ingeniería industrial al tiempo que otras materias que me fascinaron, por ejemplo, filosofía, historia, Legado de Grecia, clase que recibí con Gretel Werner, quien resultó ser la mamá de un muy amigo mío.
Materias como esta me deslumbraron mientras que el álgebra lineal me pareció el ladrillo más descomunal, dictada por un profesor francés a quien no le entendí nada. Me hubiera gustado nacer en el Renacimiento, un poco de manera presuntuosa. Lo digo por el acceso al conocimiento que no es especializado sino amplio.
Mi sesgo intelectual no es la especialización, puedo decir que sé algunas cosas más que otras, pero no que sea un experto en algo, aunque algunos dicen que lo soy en estrategias de comunicación en lo que tengo un doctorado.
También me hubiera gustado ser matemático, por la estructura mental que brinda. Pero es que también me gustan la filosofía, la historia y la ciencia política.
Un año más tarde decidí cambiarme de carrera y de universidad. Comencé Derecho en la Universidad de la Sabana. Luego me fui a vivir a Medellín por dos años y medio vinculado al Opus Dei donde continué mi carrera en la Bolivariana. Cuando decidí retirarme regresé a Bogotá para terminar en la Universidad de los Andes.
Desde el inicio de mi carrera supe que no quería ser abogado, pero sí busqué el criterio y la estructura mental que brinda.
Durante los últimos meses de carrera trabajé en una firma de abogados. Esta experiencia me permitió confirmar que ejercer o litigar no era lo mío. El Derecho me ha sido muy útil para muchas cosas, como para escribir el libro Por qué incumplimos la ley. Fui profesor en Teoría del Derecho, Sociología Jurídica, Opinión Pública, que fue lo que estudié después como doctorado en Inglaterra. Pero también me gustan las ciencias del comportamiento. Un poco de diletantismo.
Consejería de los derechos humanos
Poco antes de graduarme me dijeron que estaban buscando a alguien en la Consejería de Derechos Humanos de la Presidencia de la República para sacar adelante un proyecto. Era el gobierno de César Gaviria y el consejero era Jorge Orlando Melo, alguien a quien respeto muchísimo, uno de los intelectuales más importantes de Colombia.Trabajé el tema de desapariciones forzadas.
En ese mismo gobierno, cuando Noemí Sanín era canciller, ly estaba buscando quién ayudara a escribir un libro sobre las relaciones de Colombia y Venezuela. Fui el editor del libro Colombia y Venezuela, un esquema bilateral.
Asesor de la cancillería
Terminada mi Universidad quise viajar a Canadá para perfeccionar mi inglés. Entonces, en uno de los viajes, le dije a la canciller que quería agradecerle y contarle de mi decisión, pero me ofreció quedarme como asesor de su despacho, lo que resultó muy tentador.
La relación con cumbres ministeriales y las reuniones ocasionales con el presidente fueron algo que en su momento me pareció particularmente impactante y que me enseñaron muchas cosas. Noemí fue muy generosa conmigo y tejimos una relación muy profesional.
Me quedé en el cargo por un tiempo, pero con la idea de que después de un par de años quería estudiar historia europea moderna. Como no tengo antecedentes de historiador, se me ocurrió consultarle a Jorge Orlando Melo y a Germán Carrera DavaDamass, embajador de Venezuela en Colombia, también historiador muy reputado. Los dos me hablaron de Malcolm Deas, profesor de Oxford, experto en Colombia, y tendieron los puentes.
Malcom Deas
Malcolm Deas es un personaje descomunal, genial, una persona muy significativa en mi vida. Me invitó a una reunión en su casa y me recibió en una pijama blanca con puntos azules. Me dijo que me invitaba a desayunar y me sirvió una tostada vieja con un café pasable. Me ayudó a ingresar a Oxford, desde tramitar los papeles, y fue mi supervisor durante el doctorado, el que me tomó cuatro años.
Campaña presidencial Álvaro Uribe Vélez
Álvaro Uribe llegó a Oxford en 1998 a cursar un programa por un año, habiendo terminado su período como gobernador de Antioquia, muy amenazado, y tuvo que salir del país al día siguiente.
Coincidimos en el Centro de Estudios Latinoamericanos. Yo era corresponsal ocasional de la Revista Credencial en la que contribuía con artículos. Un día le propuse hacerle una entrevista y aceptó. Fuimos a un café en el sótano de una iglesia anglicana donde charlamos durante dos horas tomando té, al mejor estilo inglés. Fue una entrevista rigurosa para la que me había preparado.
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Me impresionó mucho porque pudimos hablar muy profundamente, respondió a todas mis preguntas. Tenía una idea muy clara de lo que quería hacer, de lo que había hecho, con unas ideas fundamentales que él esbozaba en ese momento, que me parecieron atractivas y que giraban en torno a la importancia de recuperar un país que estaba viviendo momentos muy críticos. Hablaba de reducir la burocracia y el gasto ineficiente del Estado para poder hacer políticas sociales más eficaces.
Me pareció una persona muy particular, como si hablara con alguien del siglo XIX en el estilo, con una determinación muy clara y con el interés de que las cosas sucedieran. No era retórica, sino que transmitía la sensación de que realmente quería hacer diferencia.
Fue el inicio de una conversación que continuó por años. En esa relación fuimos profundizando la confianza. Como yo trabajaba en temas de opinión pública, en medios de comunicación, en encuestas, fue este momento el origen de la planeación de su estrategia de su primera campaña por la Presidencia de la República.
Escribí memorandos de manera formal y consecutiva que resultaron muy útiles porque me permitieron luego documentar muy bien la secuencia de la estrategia que se fue construyendo. De esa historia y de esa secuencia surgió la idea de publicar el libro La audacia del poder una vez terminado su primer gobierno. En él abordé la estrategia de comunicaciones dividida en momentos críticos que viví como testigo y donde el protagonista es Uribe. Busqué consignarlos desde el sesgo y la arbitrariedad de quien es un observador que interpreta. Porque no se trata de un libro de historia.
Comunicaciones corporativas y políticas
Recuerdo que al comienzo no acepté hacer parte de su campaña, pero seguí asesorándolo y trabajando con él en temas de estrategia y comunicación. Mi interés era hacer empresa, me asocié con Dattis comunicaciones, porque no me interesaba romper mi proyecto para meterme en una jauría, como son las campañas.
Sin embargo, cuando Uribe ganó la Presidencia, ya había desarrollado una relación muy estrecha con él, de mucha confianza. Yo no tenía agenda específica, simplemente trabajaba en un tema que me gustaba y genuinamente creía que él era una persona que podía hacer una diferencia, me llamaba la atención su estilo y sus propósitos. No esperaba ocupar cargo alguno.
Me propuso ser ministro de comunicaciones, cosa que rechacé, porque ser asesor y ser ministro son dos temas muy distintos. Pensé que podría seguirle ayudando en el tema de estrategia, pero no en el Ministerio. Entonces me dijo que le ayudara en Presidencia, pero el hecho de ser consultor desde una compañía para un presidente es algo que no funciona, es necesario trabajar desde el interior a fin de hacer la tarea bien.
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Lo seguí apoyando bajo ese esquema, pero tres meses más tarde pensé que pocas veces tiene uno la suerte de trabajar con un presidente, más en las circunstancias en que se daba dicha posibilidad. Esto es algo que pasa una o ninguna vez en la vida. Hacer empresa es más fácil luego de la experiencia en el sector público.
Asesor de presidencia
Decidí vender mis acciones, salir de la compañía para trabajar en Presidencia como su asesor. Me vinculé durante el primer semestre del 2003 hasta el 2006, para entrar a un universo en el que pasaron muchas cosas.. Cualquier conversación con Uribe implica estar muy preparado y tener las ideas muy claras para no terminar triturado argumentalmente en esa licuadora.
Se viven circunstancias muy difíciles por ser muy exigentes, en lo personal se hacen muchas concesiones importantes para poder estar ahí, comenzando por la familia. Aunque, como experiencia resulta alucinante y se aprende mucho.
Embajada en Argentina
Cuando Uribe estaba terminando su primer gobierno, comencé a considerar que si ganaba la reelección no seguiría en el cargo.
Un día, estando en un club de polo con Catalina, mi esposa, y algunos amigos, uno argentino jugador de polo y otro editor de una editorial, me preguntaron qué haría en caso de que Uribe ganara la reelección. Dije en broma que me iría a Argentina, que escribiría un libro y que jugaría polo. . El polista me dijo que me organizaría lo del polo, pero la pregunta era cómo pagarlo. El editor me dijo que me compraba el libro por adelantado. Todo en tono de chiste. Terminada la reunión en camino a la ciudad le pregunté a Catalina si le parecía buena idea tomarnos un sabático. Estábamos por adoptar a nuestra primera hija y consideramos que sería maravilloso recibir a María y viajar.
Al día siguiente de la reelección entré a la oficina del presidente a decirle que me iría a un sabático a Argentina. Me dijo que viajara en calidad de embajador, pero le manifesté que no tenía ninguna pretensión diplomática, que dispusiera de su Embajada que yo me iría por mi cuenta.
Saliendo de ahí me quedé pensando. Llamé a Luis Fernando Ramírez, quien había sido ministro de Defensa y de Trabajo, gran amigo, alguien de toda mi confianza. Me dijo que cómo rechazaba semejante oportunidad. Luego llamé a Gabriel Silva, a quien consultaba con cierta frecuencia y quien había sido embajador en Washington, me dijo lo mismo. Llamé a Catalina y coincidió con los dos. Al día siguiente le pregunté al presidente si la oferta de la embajada seguía en pie. La acepté y viajé.
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Fue una buena experiencia, hice una buena embajada, al mismo tiempo escribí casi la totalidad del libro, jugué polo, conocí a unos amigos increíbles, amigos del alma que conservo.
Cancillería
Después de año y medio, cuando el presidente Uribe asistió a la posesión de la presidenta de Argentina, Cristina Kirchner, me dijo en el carro que quería que fuera canciller en reemplazo de Fernando Araújo. Le agradecí y quedé pendiente porque no era nada oficial. En efecto, en el 2008 fui nombrado en el cargo que ocupé hasta el 2010.
El hecho de que a uno le digan que lo quieren nombrar canciller tiene un significado enorme desde el punto de vista personal, es un honor, una gran responsabilidad.
Era un momento difícil en el que acababa de pasar el ataque al campamento de Raúl Reyes en Ecuador, país con el que las relaciones estaban rotas. Latinoamérica tenía varios presidentes cercanos a Chávez y este muy activo. UNASUR y el ALBA sumados a los temas de seguridad tan complejos de nuestro país. Las FARC. Los paramilitares con negociación avanzada, pero con retos fuertes.
Tuve la suerte de haber trabajado con Uribe durante los años anteriores en sus campañas y en Presidencia, lo que me sirvió para conocerlo, entenderlo y tener una relación mucho más sólida, de mucho entendimiento, de mucha confianza. Esto me daba más tranquilidad de saber que si había decidido nombrarme canciller era porque algo se podía hacer.
Recuerdo el día de la posesión. En horas de la mañana, cuando aún no me había posesionado y ya estaba en el empalme, el presidente Ortega de Nicaragua sacó una declaración hablando bien de las FARC. De inmediato supe que eso no podía quedar así, no podíamos aceptar que un tercer país hablara bien de una de las principales amenazas contra un país democrático. Lo hablé con el canciller y llamé al presidente a decirle que me parecía muy importante que iniciáramos con una posición clara y contundente sobre el tema de Nicaragua y las FARC. Redactamos una nota de protesta. Era obvio que después se iba a dar una rueda de prensa, la primera para mí como canciller, y resultaba bastante predecible que los medios centrarían toda la atención en la nota.
Gracias a que el presidente me había anunciado que me iba a nombrar, me fui preparando pensando en las líneas estratégicas y en los mensajes principales de esa tarea. Recuerdo que me sentí bastante nervioso, porque es como si soltaran un gato en una perrera, no en el sentido despectivo hacia los medios, sino de la sensación que produce arrancar una tarea como esta en la que pueden salir muchos temas, y en la que es muy importante mantener el foco y transmitir lo que uno cree que es relevante.
En efecto, la primera pregunta en la rueda de prensa fue sobre la nota, entonces dije algo como: “El tema con Nicaragua está claramente definido en la nota de protesta que ustedes ya tienen y conocen. Ahora hablemos de la tarea de la Cancillería en los meses que vienen”. Esto solo para ilustrar con un pequeño ejemplo.
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En adelante vinieron casos como la relación con Chávez, la negociación secreta que se adelantó con Ecuador para normalizar las relaciones, los temas de las fronteras, la relación con los Estados Unidos, con Europa, los tratados de libre comercio que se estaban negociando . Promoví la Misión de Política Exterior. Multiplicidad de frentes en los cuales había que estar muy sintonizado.
Fue una experiencia alucinante, de mucho aprendizaje, muy intensa. Un ciclo se cerraba y otro se abría. Mis funciones terminaron cuando acabó el gobierno, para darse un cambio de vida muy fuerte.
Reflexiones
Estaba convencido, como muchos otros, que realmente era posible hacer una diferencia, así esta fuera modesta. Y creo que hubo avances importantes. HAl momento de terminar mis funciones, tuve la sensación de que se había hecho un oficio con una incidencia real. Aunque otras cosas se hicieron mal, porque se cometieron errores. En conclusión, sentí la satisfacción de haber hecho parte de un gobierno, de un equipo, que había hecho una diferencia para bien.
También viví la sensación de haber tenido la oportunidad de pasar por un lugar con una capacidad real de tomar decisiones que afectaban a millones de personas, para bien o para mal, y la responsabilidad que eso implica.
Tuve muchas frustraciones, la de querer hacer cosas que no se pueden o que uno no logra o que no es capaz o que la inercia del sistema no permite. La satisfacción de tener una perspectiva local, regional e internacional, que es lo que le da a uno ese tipo de cargos: un mayor entendimiento de cómo funcionan las cosas, los Estados, la política, las instituciones, los organismos multilaterales. Y cómo al final del día todos somos tremendamente humanos.
Se tienen una cantidad de puntos de comparación y análisis muy relevantes. En síntesis, para mí, retrospectivamente, fue un momento muy significativo , con temas complejos, pero en lo profesional muy satisfactorio.
Incluye otros matices, porque al final del gobierno me divorcié, lo que también tiene distintas complejidades y notas al margen. Pero desde el punto de vista profesional no tengo sino gratitud de haber vivido esa experiencia que me ayudó para vivir otras tantas después.
Banca de inversión
Estando en Argentina en la época en que fui embajador conocí a Alejandro Reynal, presidente de MBA, un banco de inversión boutique. Cuando yo estaba terminando la Cancillería me preguntó por mis planes. Quería quedarme en Colombia para promover inversión. Me dijo: “Hagamos algo. Quisiera que representara al banco en Colombia. MBA está afiliado a uno internacional, Lazard, que está en la Bolsa de Nueva York y tiene operaciones en varios países de Latinoamérica”. Acepté y comencé como Presidente del banco en Colombia.
Me pareció una oportunidad interesante, y en ella he pasado doce años. Años más tarde Lazard compró MBA, vendí mi participación en MBA junto con los demás socios. Hoy soy empleado de Lazard.
En él se han hecho negocios importantes. En su momento Lazard asesoró al Scotia Bank en la compra de Colpatria. Cuando entraba al banco, Lazard estaba asesorando a Ecopetrol en el proyecto Oleoducto Bicentenario. Ha habido un buen número de temas y de negocios desde la oficina de Bogotá, la que cuenta con un equipo maravilloso, en particular Natalia Ramírez quien la dirige.
Mi rol está dirigido a generar negocios y a la estrategia, menos en la ejecución. Ha sido un acuerdo que me ha dado libertad para hacer otras cosas porque he sido miembro de juntas directivas, he brindado asesorías, aunque siempre centrado en el Banco. Desde hace unos años soy presidente de la Junta del Grupo Sura. Estoy en la junta de Carvajal, Amarilo y Tecnoquímicas.
¿Por qué incumplimos la ley?
En 2019 comencé a pensar en escribir un nuevo libro, que acaba de publicarse: Por qué incumplimos la ley (Planeta). Me habían aceptado en la Universidad de Stanford como fellow y en 2020 me iba a ir con mi familia a trabajar en ese proyecto. Por cuenta de la pandemia terminé en Subachoque, escribiendo en la finca. Este es un capítulo de mi vida que me tiene entusiasmado. Me tomó tiempo escribirlo. Estudié Derecho, fui profesor de teoría del derecho y sociología jurídica. Siempre me han gustado temas relacionados, a los que les he dado la vuelta por muchos años. El proyecto del libro era la oportunidad o la excusa para ir a Stanford, pero lo escribí en año y medio desde Subachoque.
Básicamente lo que el libro se pregunta es por qué incumplimos la Ley. La pregunta es no tanto frente a todos aquellos que se consideran que tienen una razón moral para incumplir, sino más frente a los que en el día a día incumplimos las normas.
El libro inicia reflexionando sobre qué tan cumplidores o no somos los humanos. Pasa a analizar el entorno normativo que nos rodea: las normas morales, sociales, y legales; la relación entre ellas y su incidencia sobre el cumplimiento de la ley. Luego analiza el cumplimiento de la ley estrictamente hablando en términos de lo que nos ordena y la capacidad sancionatoria del Estado sobre quien incumple.
Hace una aproximación de ciencias sociales y fenómenos colectivos como la conformidad, concepto que me gusta mucho, temas de física social tratando de buscar un enfoque de ciencias del comportamiento: ¿cuáles son los botones que nos mueven a comportarnos de una u otra manera? Por supuesto, siempre pensando en la ley.
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Otros dos capítulos permiten entender por qué incumplimos la ley. Uno es sobre la legitimidad, la relación que tenemos todos con la autoridad, sea un gobierno, presidente, alcalde, superintendente, policía, juez. Esta relación pasa mucho por si consideramos esa autoridad legítima o no, si le tenemos confianza, si nos parece que tiene la facultad para hacer lo que dice se debe hacer o no.
Estamos pasando por una etapa o una época de déficit de legitimidad. Lo que quiere decir que hemos perdido la confianza frente a las autoridades por distintas razones. Cuando uno tiene esa relación deficitaria o de sospecha con las autoridades, la posibilidad de cumplir es menor.
El último capítulo plantea que estamos en una etapa de transición cultural entendida como modificación acelerada de normas sociales, que se evidencia en el fin de las grandes ideologías, por la fractura de las estructuras de poder tradicionales como las grandes empresas, las grandes religiones, , a una cultura más fragmentada donde por supuesto las normas sociales se van alterando. Los medios masivos o las redes sociales aceleran este proceso de fragmentación cultural. Se van creando identidades colectivas diversas que cada vez es más difícil cohesionar bajo unas mismas normas. Todo esto hace más difícil aún que cumplamos la ley.
En ese sentido el libro no plantea soluciones, sino que está tratando de servir de marco interpretativo de lo que está pasando. Claro, al final, trato de recoger algunas ideas orientadoras. Después de haberlo terminado, he seguido estudiando sobre las ciencias del comportamiento enfocadas hacia esto.
Haber logrado consignar en papel mis ideas sobre este tema me ha parecido un reto cumplido. Me divierte mucho el proceso de promocionarlo echando cuentos en diferentes escenarios como el Hay Festival o en las universidades. He tenido discusiones con estudiantes, que me encantan, porque son espontáneos, libre pensantes, tienen menos sesgos, son analíticos. Espero seguir hablando sobre este tema con independencia de qué tanto se venda el libro. De hecho, lo que se venda va para una fundación de educación.
Proyectos
Siempre he tenido inquietud por los temas públicos a pesar de trabajar en el sector privado, esto sigue vigente y quizás el libro es una muestra de ello. Pero también creo mucho en la importancia de trabajar en proyectos sociales y tratar de hacer alguna diferencia en algún lugar con alguna persona.
Estoy vinculado con varios emprendimientos. Me gusta mantenerme activo con distintos deportes y planes. Disfruto mucho a mi familia y el campo.
Actualmente estoy en el Comité Directivo de la Universidad de los Andes. Creo que aquí es un lugar maravilloso para transformar la vida de muchas personas. Es un lugar en el que me gusta estar.
Hago parte de la Fundación Origen, para formación de líderes comunitarios y de zonas marginadas. Este es un proyecto alucinante que me permite desarrollar mi preocupación social por fuera del sector público.
Hace doce años conocí a quien hoy es día mi mujer, Clara Estrada, con la particularidad de que vivimos cada uno en su casa. Tiene dos hijas maravillosas y junto con mis dos hijos somos familia: Clara, es periodista, autora de La energía sanadora de la enfermedad. Tiene un programa radial en Caracol llamado En Armonía, que emite los domingos en la noche. Hace notas para televisión sobre el mismo tema.