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“Me ha caracterizado la incapacidad de callar ante la injusticia”, Cielo Rusinque

Las Memorias son Conversadas, las historias escritas en primera persona por Isa López Giraldo. En esta entrega, presentamos a Cielo Rusinque, presidenta del Centro de Pensamiento Progresista Latinoamericano.

Isabel López Giraldo
01 de marzo de 2022 - 04:05 p. m.
Cielo Rusinque es Máster en Estudios Políticos, París II -Panthéon Assas y presidenta del Centro de Pensamiento Progresista Latinoamericano.
Cielo Rusinque es Máster en Estudios Políticos, París II -Panthéon Assas y presidenta del Centro de Pensamiento Progresista Latinoamericano.
Foto: Álbum privado Cielo Rusinque
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Soy una mujer independiente, algo obstinada, no conforme. Me cuestiono mucho a mí misma. Considero que el paso por la vida tiene que ser trascendente, que todos venimos a ella a aprender y a dejar de alguna manera huella en los demás.

Orígenes

Nací en Bogotá, pero una buena parte de mi vida ha transcurrido también en Fusagasugá en razón de los vínculos familiares. La violencia política desatada con la muerte de Jorge Eliecer Gaitán obligó a mis abuelos a salir de San Cayetano, pueblo de Cundinamarca de donde era oriunda la familia de mi abuela materna.

Por los hechos acaecidos en el cuarenta y ocho, a mi abuelo, nacido en Ubalá, lo vincularon como líder político “comunista” siendo tomado como preso político por cuenta de la Policía que controlaba la región.

Mi abuela, quien se desempeñaba como maestra de escuela, buscó su traslado a Fusagasugá donde se radicó con sus padres que eran finqueros de la región. Para poder retomar su vida familiar tan pronto fue liberado mi abuelo se trasladó a Fusagasugá, territorio de relativa paz en la época. Por su trabajo, mi abuela recorrió buena parte del Departamento de Cundinamarca y particularmente la región del Sumapaz donde echaron raíces.

Mis abuelos fueron muy importantes para mí pues crecí por un tiempo importante junto a ellos en Fusagasugá.

Primeros años

Mis padres se conocieron en la universidad y, precisamente por este motivo, mi mamá no terminó sus estudios, quedó en embarazo y se dedicó a trabajar para sacarme adelante.

Entonces no crecí con un referente de figura paterna, pero sí al lado de una mujer empoderada, digna, de la que no recibí sino ejemplo de fortaleza y tenacidad. Pocas veces la vi llorando, sus dificultades las asumía con optimismo, buen humor y alegría. En medio de los peores momentos me decía que podría hacer posible todo cuanto quisiera.

Me inculcó principios y valores, fue sobreprotectora seguramente buscando evitar que me desviara del camino, para que tuviera el valor y la claridad de decidir sobre mi vida valiéndome por mí misma y sin depender de nadie.

Lo primordial para mi mamá fue que me preparara, que nunca me sintiera menos que nadie y que tampoco me sintiera más que los demás. Con esto me marcó para siempre, porque no crecí con complejos ni resentimientos, pero tampoco con delirio de superioridad.

Soy muy consciente de lo aleatorias que son las circunstancias en la vida, de lo pasajero que puede ser un evento, tanto negativo como positivo. Crecí con muchos altibajos, tuve una infancia y adolescencia llenas de incertidumbres. Mi mamá le ocultó a su familia las dificultades que le significaron el tenerme que criar sola. Es una mujer inteligente, hermosa, carismática, sociable. La he admirado siempre y le agradezco el que me brindara una infancia feliz, pese a las dificultades.

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Mi mamá me quiso educar con monjas, pero en varios colegios de Bogotá me negaron la entrada por el hecho de ser ella una mujer separada. Se esmeraba en llevarme bien presentada, me preparaba para la entrevista, pero fue evidente para mí ese filtro que le imponían rechazándome pese a que ella se esforzaba para que no me enterara. Cuando por fin lograba matricularme, de repente me suspendían por falta de pago de la pensión (en ese entonces lo podían hacer) eso fue en mi niñez un hecho recurrente. No obstante, esta circunstancia, no perdí la capacidad de relacionarme y de hacer amigas.

Académicamente me fue muy bien, obtuve buenos resultados sin mayor esfuerzo, casi sin preparar muchas veces los exámenes pues lamentablemente no fui muy disciplinada. Se me facilitaron las humanidades y desde temprano supe que quería ser abogada. Mi mamá nunca me comparó con nadie, aunque en la familia cada quien solía hacer alarde de las capacidades de sus hijos y de sus logros.

Tampoco hice pre-ICFES. Como mi mamá no se victimizaba, nunca reconoció que no me había inscrito al no contar con recursos para pagarlo, sino que decía que yo no necesitaba de esa preparación. Finalmente obtuve un muy buen puntaje, junto con una de mis mejores amigas. Un dato curioso es que mi amiga, teniendo una vida privilegiada, tampoco se inscribió, pues su mamá dijo que, si yo no necesitaba ese curso, ella tampoco.

Para mi mamá era muy importante entender la actualidad política, debatía estos temas, por lo mismo estuve muy enterada de todo lo referido a la Asamblea Nacional Constituyente que se dio en 1991. De hecho, mi electiva para el ICFES fue Constitución y Democracia.

Cuando me gradué en el 95, primer año en que se eligieron personeros por votación, gané por mayoría aplastante. El eslogan de mi campaña fue: Los deberes y los derechos con Cielo serán un hecho. Mi mejor amiga fue hija de política y fue mi jefe de campaña.

Algo que me ha caracterizado siempre es la incapacidad de callar ante la injusticia, de todo tipo: por la niña que está siendo matoneada, por una sanción desproporcionada. Si bien siempre fui muy obediente, cuestioné las decisiones que tomaba mi mamá, la confronté y le argumenté siempre.

Universidad Externado y Fiscalía

Nunca tuve dudas con respecto a mi carrera, decisión que se reafirmó en mi adolescencia. Si bien hay muchas ramas que son afines y que le sirven al Derecho, no vacilé, escogí la profesión que era para mí. Porque he creído siempre en el poder del Derecho como forma de hacer justicia, en su poder de transformación de las sociedades. El Derecho cumple un papel determinante, un rol fundamental.

En mi familia el medidor de excelencia era pasar en la Universidad Nacional, así le hubiera ido muy bien en el ICFES. En mi caso no busqué someterme al filtro, sino que era mi única posibilidad de estudiar una carrera profesional.

Me presenté, salí confiada del examen, pero no pasé. Me falló el optimismo, como me falla el pensamiento mágico, porque, cuando soy muy optimista con las cosas, no salen como pienso. Es así como debo guardar un amplio margen de pesimismo y no decepcionarme. Este es mi principio de realidad. Me quedé con la incertidumbre de si hubiera pasado en Ciencia Política, una opción que nunca consulté.

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Como mi mamá alguna vez quiso ser abogada, a diferencia mía sabía de otras universidades. Fue así como me llevó al Externado y me inscribió sin medir las limitaciones económicas que tenía para pagarla. Diligenciamos el formulario, me presenté a entrevista y fui admitida. Para el primer año mi abuelo me dio la mitad de la matrícula y mi tío la diferencia. Pero esta situación no se repetiría, era solo por la urgencia. Así fue como, a través de un amigo concejal en Fusagasugá, logramos acceder a un préstamo del ICETEX.

Sabía que la entrevista era la puerta de entrada porque pesaba el 60%, presentando un ICFES superior a 300. Recuerdo que al llegar vi a todos los estudiantes de sastre, muy bien puestos. En mi caso, venía de Fusa superando cualquier cantidad de contratiempos en flota y luego en colectivo, no estaba bien vestida, llegué sudando y afanada.

Cuando mi papá eventualmente me visitaba, se ponía al día conmigo comprándome ropa, llevándome al circo y demás. Para mis quince años me regaló un viaje y me compró una pinta sport en Gente Joven. Para la entrevista usé uno de los vestidos que me había regalado, solo que llevaba usándolo más de tres años y ya se le notaba el desgaste. Con él me presenté al Externado.

La antesala fue con el hijo del magistrado Gaona, quien vestía muy elegante. El recibo de la oficina y el aire de formalidad me resultaban intimidantes. De inmediato fui llamada al despacho de Fernando Hinestrosa junto a un grupo de diez personas.

En lugar de sentirme acomplejada, experimenté lo contrario cuando escuché a los otros hablar. Nos pidió que hiciéramos una presentación personal. Por supuesto, los otros venían de muy buenos colegios, hacían referencia a sus padres que eran exalumnos. Cuando nos puso un tema para debatir, hice mis intervenciones con seguridad y fluidez, llena de fuerza y energía.

En algún momento Hinestrosa me hizo una señal de que guardara silencio, lo que en su momento no supe interpretar. Luego supe que se había convencido de mi liderazgo, de lo bien informada que estaba y de que tenía criterio, entonces quería lugar para dejar a los otros fluir, fui aceptada y fue un honor para mí haber sido seleccionada por el doctor Hinestrosa, alguien para quien guardo eterno sentimiento de gratitud, admiración y respeto. Curiosamente no me fue muy bien en su materia, porque era derecho privado y mi facilidad está en el derecho público.

La reputación del Externado no es gratis, es muy exigente. Y yo no podía perder por mi compromiso con el ICETEX. El primer año me fue bien, entonces en los siguientes me confié. Cuando reviso, pienso que pude dedicarme más, aunque obtuve buenos resultados.

Quiero mucho a mi universidad y siempre me sentiré en deuda por todo lo que me ha brindado. El Externado cambió mi vida totalmente.

Fiscalía General de la Nación

Siendo estudiante me vinculé a la Fiscalía. Trabajé, pero también estudié durante el día, lo que me significó doble exigencia. No sé cómo logré graduarme, debí tener aptitud para el derecho o conté con mucha suerte, pues iba a presentar muchos exámenes sin haber asistido a buena parte de las clases. Le apostaba a pasar los años, no a la excelencia.

Me exigí muchísimo, la presión fue toda, porque en mi trabajo también tuve exigencias que, de no responder a la altura de mis responsabilidades, me hubieran costado el puesto. Me amanecía estudiando. Repuse en el trabajo las horas que me ausentaba para tomar las clases, me quedaba hasta las siete u ocho de la noche en el Búnker, iba todos los sábados y muchas debí ir incluso los domingos. Y es que no tenía opción. Por fortuna conté con muy buenas amigas que me apoyaron con las materias, que hacían resúmenes para que yo estudiara. Una de ellas me mantenía despierta buscando que no renunciara a la carrera.

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Me encanta el ambiente de la academia. Quisiera siempre estar en una clase estudiando, aprendiendo, por lo mismo lamento no haber podido aprovecharlas más. Quisiera hacer cuanto diplomado y curso existe, pero la falta de tiempo me lo impide. Y no por obtener un diploma, sino porque me interesan los contenidos, por lo que se aprende.

Estando aquí me desilusioné del Derecho Penal que veía como muy propio del abogado. El litigio como camino para hacer justicia. Pero la práctica me mostró el marco de lo que se vive en el país con las unidades de narcotráfico, secuestro, terrorismo, conflicto armado. Me vi muy afectada con las resoluciones que ayudé a proyectar al no lograr separar las emociones. Me involucré mucho con los casos, evaluaba si era proporcional una medida que destruiría la vida de una persona pues una cárcel no resocializa a un delincuente. Recuerdo que viví el Proceso 8.000 desde la unidad de narcotráfico.

Llegué con el fiscal Alfonso Gómez Méndez, mi profesor en la Universidad, en una época en que una resolución de acusación de la Fiscalía era irrebatible. El juez hacía las veces de notario del fiscal. Era un sistema en buena parte inquisitivo, actualmente es acusatorio. Era la época de la justicia sin rostro el poder de la Fiscalía era absoluto. Trabajábamos bajo la presión del ‘sepulturero’, así llamábamos en el Búnker a un funcionario quien pasaba todos los viernes las resoluciones de insubsistencia, porque un disciplinario era lo más temido por todos los funcionarios. Por fortuna nunca tuve uno.

Doctorado

Una pareja de amigos viajó a Francia y me tentaron con la idea, algo que veía inalcanzable, pero empecé a considerarlo pues quería seguir estudiando. Contaba ya con algunos ahorros, mis cesantías y un carro que me había comprado. A mi familia no le era tan claro el que perdiera mi estabilidad, quizás por su mentalidad tan arraigada que le teme a la incertidumbre.

Recuerdo que cuando mis primos viajaron, uno a Londres y otro a Canadá, al regreso los recibieron con gran orgullo por semejante logro, porque nada les quedaba grande, En mi caso, en mi familia pensaron que, de irme, al mes regresaría, por tener fama de sobreprotegida. Pero me quise arriesgar.

En esa época no era tan fácil moverse ni tan común que una joven lo hiciera. Las comunicaciones no eran lo que hoy, nos apoyábamos en el Messenger. Internet era muy costoso y de difícil acceso.

Viajé con un convenio de niñera que tramité a través de la Cámara de Comercio Colombo Francesa. Llegué con muchas expectativas, aunque me atropelló la realidad. El reto fue enorme. Mi mamá se enteró de las dificultades que afronté cuando viajó por primera vez a visitarme tres años más tarde, pero como me enseñó, nada lo viví con tristeza. Las épocas más duras las viví como un reto que superé con creces, aunque fueron lo más cercano a una prueba de supervivencia.

Aprendí a valerme por mí misma, esta vez en país ajeno, sin códigos de ningún tipo: mujer, inmigrante de país subdesarrollado. Cuando logré cierta estabilidad fue cuando más sufrí, aunque paradójico.

Estando allá me casé con Stephane, justo en el momento en que la Universidad me becó para que adelantara mi doctorado. Acababa de culminar con éxito mi Maestría que había adelantado también como becaria del Externado, en Paris II que en Derecho es magnífica.

Stephane

Llegué a Francia siendo una niña en todo el sentido de la palabra. Si bien me rompieran el corazón, sufrí tres rupturas amorosas fuertes, me ilusionaba con gran entusiasmo y luego lloraba a mares. Mi mamá me decía que yo era la maldita primavera, porque creía que todos los novios eran definitivos dada mi tendencia a magnificar los sentimientos. Buscando superar mis depresiones, en medio de lágrimas me acerqué muchísimo a la Virgen. Una amiga me dijo que le pidiera con precisión lo que quería, para que se me cumpliera. Lo decreté y se me cumplió. Fue cuando conocí a Stephane.

Stephane es precisamente todo aquello que creía que no existía. Un amor bonito, serenidad, tranquilidad, nobleza, encanto. Cuando para mí el amor era sinónimo de sufrimiento, temor e inseguridad. Recuerdo que le mostré lo peor de mí, lo ponía a prueba todo el tiempo. Pero él, muy maduro, no se dejó intimidar.

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Siempre he concebido que, así como se nace se muere solo, que el matrimonio no es para toda la vida, que este se construye en el día a día, sobre la base del respeto y el reconocimiento de las diferencias que pueden ser muchas. Con el tiempo, los sentimientos como el enamoramiento apasionado se transforman y el matrimonio es un proyecto de vida común, de apoyo mutuo, de complicidad y un espacio de estabilidad en medio de un mundo lleno de incertidumbre y relaciones frecuentemente circunstanciales.

Mi origen está arraigado en una cultura machista y Stephane no puede estar más lejos de ahí. Su familia es matriarcal, en ella mandan su mamá y su hermana. Su mamá es hija de una mujer que se divorció en medio de la guerra en un momento en que eso era mal visto, piedra de escándalo. Mi suegra, hija única, se crió solo con su mamá, y en su historia de vida se encuentran muchas similitudes a la mía, la quiero y pienso tuve la suerte de dar en Francia con una bonita familia adoptiva

Paul Emile

Paul Emile es un niño muy especial, vivaz. Tiene nueve años y con él enfrenté mis temores a la maternidad. Siempre quise ser una buena mamá, por lo mismo me cuestionaba temiendo que no pudiera lograrlo. Diría que tuve depresión preparto, no posparto.

Paul Emile se ha adaptado muy bien a su nuevo entorno en Colombia, ha sabido asumir los cambios más significativos como el de separarse por largas temporadas de su papá.

Vida política

En el 2019, después de vivir quince años en Francia, regresé al país. Permanecí allá con determinación, con la seguridad de que mi vida estaba en Colombia. Cada vez que venía al país, sentía que no quería devolverme. Regresé al considerar con mi esposo que podría significar alivio a la depresión profunda por la que atravesaba. Al llegar suspendí la tesis de mi doctorado y hablé en el Externado para que me concedieran un plazo y lograr terminarla. Ahora estoy comprometida con la actividad política.

Ya venía haciendo un fuerte activismo político en Francia, dada la frustración y el desarraigo que estaba viviendo. Hice parte de la campaña de Humberto de la Calle al considerarlo un estadista comprometido con la paz y con un discurso muy coherente. Es un hombre respetado, formado, que contaba en ese momento con gran credibilidad. Considero fue determinante y muy valioso su papel en el proceso de paz. Sentí gran afinidad con él en las pasadas elecciones, en el sentido político.

Soy liberal independiente, liberal de izquierda. En el pasado voté por Carlos Gaviria y por Horacio Serpa a quien alguna vez conocí en un evento en el Hotel Tequendama en el que recuerdo pase muchos obstáculos solo por darle la mano, como le conté alguna vez a su hija, Rosita a quien años después conocí en mi universidad. También fui de la ola de Mockus.

Recuerdo que, por política, cuando comenzó la fiebre de Facebook, tuve discusiones abiertas con Iván Cancino y con Rodrigo Lara quien fue compañero de promoción en Derecho. Solía tener este tipo de conversaciones por interno con mis compañeros becarios de la universidad. La política para mí ha sido una pasión, pero mi repercusión no era mayor, por no decir nula, por lo menos al comienzo.

Todo cambió cuando confronté al presidente Duque en la UNESCO, lo que me dio cierta relevancia y me sacó del anonimato. Me empezaron a contactar y me fue, desde ese momento, muy fácil establecer contacto con los políticos y líderes de opinión. Con Angélica Lozano intercambié mensajes y recuerdo que me prevenía de no “dejarme meter cizaña” en cuanto a las relaciones políticas con Gustavo Petro.

Por mis expresiones públicas me empecé a acercar a Colombia Humana – CH. Me identifiqué y voté por Petro en la segunda vuelta lo que hizo que empezara a recibir toda la carga de la estigmatización que eso implica. Comenzaron a señalarme de guerrillera, aseveraron que las FARC me financiaba. Empecé a vivir en carne propia todo lo que la gente que le ha apostado a Gustavo Petro, pero esto hizo que me entusiasmara aún más.

Conocí al hijo de Mockus en la Marcha por la vida, nos hicimos amigos. Pero también me acerqué a otro grupo de Claudia López donde hice un amigo de los verdes. Así los tres hacíamos política, aunque en sectores diferentes pues yo estaba en la campaña de De la Calle.

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En la segunda vuelta nos unimos, hicimos un evento quince días antes de elecciones y preparamos otro que finalmente se canceló. En él iba a participar una hija de Gustavo Petro, el hijo de Mockus y yo. Cuando De la Calle no acompañó a Petro hizo que me alejara, lo viví como el NO al plebiscito. Decidí asistir a una manifestación en Trocadero, llegué indignada con mi camiseta de De la Calle. Lideré el que la gente que había estado con él se uniera a Petro más allá de lo que él dijera.

El mío no fue un voto en contra. Desde la primera vuelta me fue evidente mi gran afinidad con Gustavo Petro, pero con reticencias con respecto a la figura de él, al imaginario que se teje a su alrededor de persona autoritaria, sectaria. Me gustaba en el legislativo, pero no en el ejecutivo, esto sin conocerlo, sin ser cercana a la Colombia Humana, sin hacer parte de su militancia.

En Francia organizamos una marcha para denunciar el asesinato sistemático de los líderes sociales a La Haya. Fue aquí cuando lo conocí y me uní a su movimiento. Pienso que fui un factor de unión entre los diferentes sectores de Colombia Humana en Francia al tener buenas relaciones con la mayoría de ellos, fui bien acogida por todos y me puse la camiseta. Pasé de la prevención a sentir como si lo conociera de toda la vida.

Salimos a recibirlo a una estación de metro TGV. Yo había conocido a un activista brasilero estaba de paso por el Parlamento cuando asistí a una conferencia que había dictado en la mañana, le hablé de Gustavo Petro y lo comprometí a que se reunieran. Como el activista se iba al día siguiente le propuse que se vieran en la noche. Coordiné una comida a la que sumé diputados. Porque para mí las barreras no existen.

Entonces me acerqué a Gustavo y le comenté de la reunión, pues su asistente no le concedió la suficiente importancia, pero él de inmediato aceptó y esta se llevó a cabo. Fue aquí cuando cambió mi perspectiva sobre él. Encontré una persona, no solamente abordable, sino receptiva, que escucha, me brindó confianza total en lo que se estaba hablando.

Al llegar al país me vinculé a los grupos locales. Desde la base empecé a conocer un universo completamente nuevo para mí. Estuve en el centro de varios debates importantes, incomodando, sí, pero solo a unas minorías que me veían como una extraña pisando fuerte.

Apoyé la campaña de Hollman Morris y a los candidatos para el Concejo de Bogotá. Con el tercer canal, Hollman me invitó a participar en su programa de debates, lo que hizo que de otros medios me empezaran a llamar por opinión.

Candidata al Congreso de la República

A los pocos meses de regresar a Colombia fui al Congreso para hablar con Gustavo Bolívar, a quien también había conocido en Europa. En algunas ocasiones me entrevisté con Gustavo Petro y le manifesté mi determinación de apoyar su proyecto político, sin que contemplara la posibilidad de ser candidata.

Al comienzo de la pandemia me radiqué en Fusagasugá, mantuve activa mi participación política y me fui afianzando como líder de opinión. Fue Gustavo Bolívar quien de alguna manera me convenció de participar. Entonces me decidí. Pero, cuando empezaron a perfilarme como candidata y a percibirme cercana a la dirigencia, me volví objeto de ataques y violencia por parte de un sector minoritario del Pacto.

Al final decidí declinar mi candidatura a la Cámara de Cundinamarca y acepté la invitación de Gustavo Petro a ser parte de la estructura de su campaña a la Presidencia.

Lo que tengo para aportar está concentrado en mi formación como constitucionalista. Necesariamente para que un gobierno progresista, como aspiro a que sea el próximo en Colombia, pueda tener algún éxito y cumplir las expectativas ciudadanas, necesita llegar con un Congreso que sepa acompañar su programa de gobierno.

Esto no se logra solo con política, sino con conocimiento. Porque se cometen muchos errores a nivel legislativo dificultando la materialización de lo que ya está establecido desde la Constitución del 91. Además, se necesita de gente comprometida para lograrlo, como es mi caso.

Es así como represento un nuevo liderazgo femenino, hago parte de la renovación política, pues mi carrera es académica. Vengo de esa ciudadanía mayoritaria que con gran dificultad ha superado las barreras que en Colombia hacen que los derechos fundamentales se viabilicen y dejen de ser un privilegio.

Lo que me diferencia de muchas personas que al día de hoy están en absoluta precariedad, es el haber tenido la posibilidad de educarme, luchada, porque no fue un privilegio asegurado desde el nacimiento.

Reflexiones

Manejo muy bien la incertidumbre en el sentido de que no planeo en detalle a largo plazo, sino que me muevo entre puntos concretos a lograr.

Me gusta la academia, un espacio que nunca cerraré, porque me representa tranquilidad, satisfacción personal.

Más allá de lo material, quiero hacer un aporte a la sociedad con una participación que genere mejores posibilidades para otros.

Por Isabel López Giraldo

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