“Me iré ahora, Cloud. Volveré cuando todo termine”
De entre los más de diez videojuegos a los que Square Enix pudo hacerles un remake, comenzaron con Final Fantasy VII, cuya segunda parte salió el 29 de febrero. Lo más seguro es que no haya sido una decisión o porque era el más fácil de modernizar. Seguramente fue porque la compañía quería revivir la sensación de revisitar una historia una y otra vez. Quería volver a sentir que las narrativas no tienen por qué ser lineales. Todo lo contrario, deberían arriesgarse a abrazar la complejidad del mundo.
Juliana Vargas
El opening de Final Fantasy VII comienza con un vacío oscuro y lleno de estrellas que de pronto se desvelan en puntos de luz dentro de un callejón. El rostro de una joven se materializa en la oscuridad justo antes de que la cámara se desplace para mostrar una metrópolis distópica llamada Midgar. En el centro de la ciudad, se alza la todopoderosa corporación Shinra, para luego pasar al correr de un tren y un mercenario llamado Cloud Strife, cuya primera misión será destruir un reactor de energía, bajo las órdenes de una organización ecoterrorista.
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El opening de Final Fantasy VII comienza con un vacío oscuro y lleno de estrellas que de pronto se desvelan en puntos de luz dentro de un callejón. El rostro de una joven se materializa en la oscuridad justo antes de que la cámara se desplace para mostrar una metrópolis distópica llamada Midgar. En el centro de la ciudad, se alza la todopoderosa corporación Shinra, para luego pasar al correr de un tren y un mercenario llamado Cloud Strife, cuya primera misión será destruir un reactor de energía, bajo las órdenes de una organización ecoterrorista.
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Gran parte de lo que hace de Final Fantasy VII una increíble hazaña narrativa se resume en esta escena inicial. Sobre todo, teniendo en cuenta que –en 1997, cuando los gráficos no eran lo suficientemente buenos para hacer cutscenes–, Final Fantasy VII logró que los modelos pre-renderizados hicieran tránsito entre una cutscene y el gameplay de manera fluida y su primer ejemplo fue, precisamente, este opening que, en solo unos segundos, condensa todas las complejas temáticas que le esperan al jugador. Corporaciones ambiciosas, insurrección, desarrollo urbano, un mundo distópico. Midgar refleja las estructuras opresivas que, casi treinta años después, todavía destacan en el mundo real.
Ahora bien, Final Fantasy VII no es sutil a la hora de abordar sus problemáticas y toma una postura política clara. El jugador aún no sabe nada del pasado de Cloud Strife, cuando ya está a bordo de una misión terrorista. Barret Wallace –un hombre con el doble de peso, voz ronca y una ametralladora a modo de brazo–, le espeta un discurso ecológico sobre cómo la humanidad está destruyendo el planeta para justificar la necesidad de destruir uno de los reactores de energía de Shinra. Los ademanes bruscos y el tono voz espartano de Barret no genera en Cloud (y en el jugador) más que incredulidad:
“—El único propósito de este reactor es el de drenar el planeta hasta dejarlo seco, mientras duermes, mientras comes, mientras cagas. Está aquí para drenar mako. No descansa y no le importa… Eres consciente de lo que es el mako, ¿cierto? Mako es la savia de nuestro mundo. El planeta sangra verde, así como tú y yo sangramos rojo ¿Qué rayos piensas que va a pasar cuando todo se acabe? ¡Respóndeme! ¿Te quedarás ahí y pretender que no escuchas al planeta llorando de dolor? ¡Estoy seguro de que lo escuchas!
—¿De verdad lo escuchas?
—¡Claro que sí!
—Ve y busca ayuda. Me preocuparía menos por el planeta, y más por los próximos cinco segundos”.
Si Barret, Cloud y Shinra existieran en el mundo real, la discusión se quedaría de ese tamaño. Seguramente los habrían atrapado en alguno de sus ataques terroristas, habrían muerto en una celda, y aquel universo habría continuado su curso hasta drenar el planeta. Sin embargo, una de las ventajas de la fantasía y de la ciencia-ficción es su habilidad para traer asuntos existenciales en un espacio físico sin las ataduras de nuestra realidad. De esa forma, hace que nos importe. Pueden formular grandes preguntas de muchas maneras que acercan al lector o al espectador. 1984, Star Trek y Un Mundo Feliz son claros ejemplos, y Final Fantasy VII alcanza esto de forma magistral, al tomar el concepto de “vida” como la guía temática del videojuego y transformar conceptos abstractos en una realidad tangible.
En efecto, el cambio climático es un asunto muy complejo y este juego no está tratando de detallar la situación científica exacta que hay en la Tierra. Con todo, trata de argumentar por qué debería importarnos. Y lo logra haciendo que el jugador se involucre emocionalmente. En este universo, Shinra monopolizó la energía eléctrica, al hacerse con la “corriente de la vida” que corre por el Planeta (con mayúscula inicial en la versión de 1997) –es decir, la “savia” o la “sangre” de la que hablaba Barret–, para convertirla en una energía. Aquí no hay un gobierno opresor, lo que hay es una compañía que gobierna. Paga a políticos, vigila activamente a los ciudadanos, comete masacres cuando su poder está en riesgo, inicia guerras contra países extranjeros para tener acceso a los recursos que producen su energía y activamente perpetúa pobreza e injusticia para ganar más dinero.
Hasta este punto, Shinra es una representación de organizaciones corruptas que bien podrían existir en nuestra realidad y, si la historia de Final Fantasy VII fuera lineal, sería fácil apuntar con el dedo para encontrar un culpable y sencillamente derrotarlo. Pero cuando el presidente de la corporación muere, simplemente su hijo toma su lugar. A la larga, solo hace parte de un sistema que permite la injusticia y la perpetuación de la pobreza, para que unos cuantos sigan en la cima.
Y aquel sistema sigue andando, mientras el jugador ve la tiranía y la ambición de Shinra en primer plano, a través de cada uno de los personajes principales. Todos, sin excepción, han sido afectados por las acciones de la organización, en especial, perdiendo seres queridos. Barret pierde a su esposa y a su mejor amigo, Tifa pierde a sus padres, Cloud pierde a su ciudad natal; durante la primera parte del juego, el jugador ve morir uno a uno personajes con los que batalló hombro a hombro; Vincent le entrega su hijo a Shinra para que haga experimentos con él y literalmente se encierra en un ataúd para expiar sus pecados.
Pero Barret cría a la hija de su amigo como si fuera suya, Tifa y Cloud mantienen atados a la tierra gracias al apoyo que se dan el uno al otro, y Vincent finalmente sale de su muerte e infierno para tomar acción. Y detrás de todos ellos está Aerith sosteniéndolos para que abracen la vida. Aerith, la mujer que vende las flores que crecen en medio de una iglesia en ruinas. Ella, la última Cetra, la última perteneciente a raza mítica cuyos miembros “nacieron del Planeta, hablan con el Planeta y desbloquean el Planeta”. En otras palabras, mantiene una relación única con el Planeta: está entrelazada con el mundo y su corriente, la cual puede manipular para curar su alrededor, porque resulta que aquella corriente son los espíritus de los muertos vagando, convergiendo y dividiéndose en un oleaje dentro de él. Nueva vida es bendecida cuando esta energía es llevada al lugar y, cuando muere, esa misma energía vuelve. Es decir, los reactores de Mako usan la vida misma para luego botarla a la basura.
A la larga, Barret tenía razón. Final Fantasy trata sobre la importancia de proteger el planeta, entonces, creó un mundo en donde los riesgos son mucho peores y tangibles, inmediatos y personales. Destruir el mundo no es solo destruir vida potencial en el futuro, sino también literal y directamente destruir toda la vida que ha existido.
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Por eso es que la temática principal de Final Fantasy VII es “vida” a secas. Su creador, Hironobu Sakaguchi, quien estaba en duelo por la muerte de su madre, comentó que la vida existe en todas las cosas, y quería saber qué pasaría si intentara analizar la vida de una forma matemáticamente lógica. Hacer que todo lo que ha existido y existirá haga parte del flujo del Planeta da pie para explorar este asunto y hace que el conflicto ambiental dentro del juego tenga mucho más sentido.
Si Final Fantasy VII cambió la industria de los videojuegos, no sólo fue por el primer uso de modelos 3D, paisajes renderizados y cutscenes. Fue también por abrazar temas urgentes en toda su complejidad. Antes de esta versión, los JRPG (videojuegos de rol japoneses) eran una corriente de ciertos gustos especiales. Luego de este juego, se volvieron convencionales en la industria. Quizá por eso es que es el primer videojuego de la saga Final Fantasy al que le hicieron un remake.
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