Medellín en 100 Palabras, la ficción y la intervención en la literatura
Algunos escritores colombianos opinaron sobre el reciente revuelo a causa del cuento ganador del concurso “Medellín en 100 palabras”, con el que se interpretó que había un posible caso de abuso. Un análisis sobre los límites de la ficción, la literatura y la forma en la que las redes sociales están mediando y modificando el rol del lector.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Alguien trinó que el autor del cuento ganador del concurso Medellín en 100 Palabras (categoría juvenil) estaba pidiendo auxilio. Y que sabía, además, que el relato “no era ficción” y que esto era, probablemente, una situación de abuso. La publicación comenzó a recibir comentarios: que cómo se iba a ignorar una “denuncia de este estilo”, que si la Fiscalía ya estaba investigando, que seguimos siendo un país indolente, que no atender este asunto era un caso más para nuestra larga lista de indiferencias. Muchas personas más publicaron el relato en sus perfiles, además de otros cuentos similares publicados en pasadas ediciones del concurso.
Y este podría ser un punto de partida para analizar el tema: la interpretación. Ricardo Silva, escritor colombiano, dijo que, para comenzar, la narración en cuestión tenía la virtud de prestarse para varias interpretaciones: “Es recomendable que un texto literario no se agote con una lectura”. Agregó que no veía el dilema, sobre todo porque, para sacar conclusiones tan apresuradas, había que comprobar que la historia fuese real. “Supongamos que es cierto, que es un llamado de auxilio, yo precisaría un concepto mal definido por la mayoría de las personas, y es el de ficción. La ficción no es la mentira, no es la invención. Es un método para contar la realidad”.
Le sugerimos leer más sobre el cuento ganador de Medellín en 100 palabras: El conmovedor cuento de un joven de Medellín que se hizo viral en redes sociales
Según el Silva, Miguel Ángel López, autor del cuento, podría estar diciendo la verdad, pero el hecho de restringirse así en palabras es un llamado a la ficción, a fingir la realidad. Y aquí es donde la atención cambia de enfoque: ¿cuándo decidimos cambiar nuestro rol como lectores al de vigilantes? Porque el tema se amplía al querer intervenir la realidad, que además se ha contado de formas más descarnadas, frías y detalladas en mil obras de literatura u otros tantos cuentos publicados.
¿Por qué nos sentimos con el deber de intervenir? ¿Se puede interpretar como un indicio de la forma en la que estamos leyendo?
Es una transformación de lector a consumidor o seguidor, y me refiero a las redes sociales. Desde los blogs, hay una transformación en la cabeza de todos los que leemos algo. Una vocación de intervenir lo que se lee. Muchas veces, se malinterpreta sin escrúpulos. Es decir, con la intención de malinterpretar. Se abusa del poder de las redes y, en este caso, y así no haya mala intención, se abusa del poder de interpretar. Es decir, si uno interviniera cualquier ficción, la lista de denuncias sería interminable.
***
Nicolás Rocha, periodista y escritor, le dijo a este diario que la literatura, como cualquier obra artística, debía ser entendida como un producto del contexto y la imaginación del autor. “No importa el porcentaje entre realidad y ficción, no es algo que se pueda medir y hacerlo sería, además de un error, una tarea imposible. La autoficción, la escritura referencial, la ‘verdad’ que existe en cuentos, novelas o poemas, por más escandalosa que pueda resultar, es parte del ejercicio creativo. Ya lo escribió Cartarescu: ‘La literatura no es el medio adecuado para decir algo real sobre uno mismo’”, comentó Rocha, quien asegura que un autor no debería tener que explicar qué es cierto y qué no en su trabajo. “¿La historia es dura? Claro, pero no hay que quedarse en eso. La calidad narrativa de Miguel Ángel, su estilo, redacción y la voz es increíble y no es la primera vez que este tipo de textos generan revuelo. Recuerdo, por ejemplo, el cuento de Samuel Restrepo en 2018 para el mismo concurso que terminaba con una bala incrustada en la puerta. La realidad está ahí y siempre será dura, la literatura existe para hacer algo con todo lo que se vive”, concluyó.
Le sugerimos leer: “Quienes escribimos tratamos de que la angustia, al menos, sea contada”
Saliendo del tema literario, ¿qué se debería hacer? ¿La Fiscalía tendría que investigar? ¿Quién se encarga? Jaime Granados, abogado penalista, dijo que sí debería haber investigación. Que, de hecho, no es facultativo, sino obligatorio. Que el arte de la investigación es descubrir qué pasó y que cuando está envuelto un menor y hay alguna posibilidad de abuso sexual, no se requiere ninguna denuncia: de oficio, las autoridades están facultadas para iniciar las investigaciones pertinentes, en este caso la Fiscalía General de la Nación o la Policía en actos urgentes. También se puede hacer a requerimiento de un defensor de menores o por denuncia pública de cualquier ciudadano o persona interesada.
“La Constitución establece el interés superior del menor. Es prevalente el menor ante cualquier otra situación y así lo establece el Código de Infancia y adolescencia. ¿Que se investigó y resultó que el hecho no existió? Listo, no pasa nada; se archiva”, concluyó el abogado.
Con este cuento se evidenció, entre otras cosas, el llamado masivo de las personas para denunciar, una forma de librarse de la complicidad ante el posible hecho. Para Silva, esta es una falla en la enseñanza de la ficción, que define, también, como la mejor manera de educar las pasiones. Las historias que allí se narran están repletas de situaciones, casos para ponerse en el lugar de los demás y comprender emocionalmente los problemas. Y esas herramientas para comprender cosas de la vida no se pueden asumir como una denuncia: “Se empobrece el mundo”, concluyó el autor de Cómo vivir en vano, su más reciente novela.
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Con respecto al caso de Miguel Ángel López, su posición fue publicada por medio de su perfil de Facebook, en el que aseguró que no estaba sufriendo ningún tipo de abuso: “Saludo cordialmente a todas aquellas personas que han mostrado su interés y apoyo por mi relato, pero no lo malinterpreten: no es mi caso y quiénes me conocen pueden acreditarlo... Mi madre es una hermosa administradora de empresas soltera, que siempre ha velado por mi bienestar en compañía de mis abuelos... Es linda la preocupación, pero es solo un relato de una sociedad que le aqueja el abuso. Gracias a todos”.
Por su parte, Comfama, organizador de este evento en Medellín, no se pronunció con respecto al caso en mención. La institución explicó que se trata de un concurso de cuentos breves que, en 100 palabras, invita a relatar la vida de los municipios del Valle de Aburrá.
Autoridades como la Alcaldía de Medellín, más específicamente la Secretaría de Seguridad y la Policía, fueron consultadas por este medio, y aunque un funcionario aseguró que el caso se revisó, no hubo una respuesta concreta con respecto al tratamiento del hecho.
Alguien trinó que el autor del cuento ganador del concurso Medellín en 100 Palabras (categoría juvenil) estaba pidiendo auxilio. Y que sabía, además, que el relato “no era ficción” y que esto era, probablemente, una situación de abuso. La publicación comenzó a recibir comentarios: que cómo se iba a ignorar una “denuncia de este estilo”, que si la Fiscalía ya estaba investigando, que seguimos siendo un país indolente, que no atender este asunto era un caso más para nuestra larga lista de indiferencias. Muchas personas más publicaron el relato en sus perfiles, además de otros cuentos similares publicados en pasadas ediciones del concurso.
Y este podría ser un punto de partida para analizar el tema: la interpretación. Ricardo Silva, escritor colombiano, dijo que, para comenzar, la narración en cuestión tenía la virtud de prestarse para varias interpretaciones: “Es recomendable que un texto literario no se agote con una lectura”. Agregó que no veía el dilema, sobre todo porque, para sacar conclusiones tan apresuradas, había que comprobar que la historia fuese real. “Supongamos que es cierto, que es un llamado de auxilio, yo precisaría un concepto mal definido por la mayoría de las personas, y es el de ficción. La ficción no es la mentira, no es la invención. Es un método para contar la realidad”.
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Según el Silva, Miguel Ángel López, autor del cuento, podría estar diciendo la verdad, pero el hecho de restringirse así en palabras es un llamado a la ficción, a fingir la realidad. Y aquí es donde la atención cambia de enfoque: ¿cuándo decidimos cambiar nuestro rol como lectores al de vigilantes? Porque el tema se amplía al querer intervenir la realidad, que además se ha contado de formas más descarnadas, frías y detalladas en mil obras de literatura u otros tantos cuentos publicados.
¿Por qué nos sentimos con el deber de intervenir? ¿Se puede interpretar como un indicio de la forma en la que estamos leyendo?
Es una transformación de lector a consumidor o seguidor, y me refiero a las redes sociales. Desde los blogs, hay una transformación en la cabeza de todos los que leemos algo. Una vocación de intervenir lo que se lee. Muchas veces, se malinterpreta sin escrúpulos. Es decir, con la intención de malinterpretar. Se abusa del poder de las redes y, en este caso, y así no haya mala intención, se abusa del poder de interpretar. Es decir, si uno interviniera cualquier ficción, la lista de denuncias sería interminable.
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Nicolás Rocha, periodista y escritor, le dijo a este diario que la literatura, como cualquier obra artística, debía ser entendida como un producto del contexto y la imaginación del autor. “No importa el porcentaje entre realidad y ficción, no es algo que se pueda medir y hacerlo sería, además de un error, una tarea imposible. La autoficción, la escritura referencial, la ‘verdad’ que existe en cuentos, novelas o poemas, por más escandalosa que pueda resultar, es parte del ejercicio creativo. Ya lo escribió Cartarescu: ‘La literatura no es el medio adecuado para decir algo real sobre uno mismo’”, comentó Rocha, quien asegura que un autor no debería tener que explicar qué es cierto y qué no en su trabajo. “¿La historia es dura? Claro, pero no hay que quedarse en eso. La calidad narrativa de Miguel Ángel, su estilo, redacción y la voz es increíble y no es la primera vez que este tipo de textos generan revuelo. Recuerdo, por ejemplo, el cuento de Samuel Restrepo en 2018 para el mismo concurso que terminaba con una bala incrustada en la puerta. La realidad está ahí y siempre será dura, la literatura existe para hacer algo con todo lo que se vive”, concluyó.
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Saliendo del tema literario, ¿qué se debería hacer? ¿La Fiscalía tendría que investigar? ¿Quién se encarga? Jaime Granados, abogado penalista, dijo que sí debería haber investigación. Que, de hecho, no es facultativo, sino obligatorio. Que el arte de la investigación es descubrir qué pasó y que cuando está envuelto un menor y hay alguna posibilidad de abuso sexual, no se requiere ninguna denuncia: de oficio, las autoridades están facultadas para iniciar las investigaciones pertinentes, en este caso la Fiscalía General de la Nación o la Policía en actos urgentes. También se puede hacer a requerimiento de un defensor de menores o por denuncia pública de cualquier ciudadano o persona interesada.
“La Constitución establece el interés superior del menor. Es prevalente el menor ante cualquier otra situación y así lo establece el Código de Infancia y adolescencia. ¿Que se investigó y resultó que el hecho no existió? Listo, no pasa nada; se archiva”, concluyó el abogado.
Con este cuento se evidenció, entre otras cosas, el llamado masivo de las personas para denunciar, una forma de librarse de la complicidad ante el posible hecho. Para Silva, esta es una falla en la enseñanza de la ficción, que define, también, como la mejor manera de educar las pasiones. Las historias que allí se narran están repletas de situaciones, casos para ponerse en el lugar de los demás y comprender emocionalmente los problemas. Y esas herramientas para comprender cosas de la vida no se pueden asumir como una denuncia: “Se empobrece el mundo”, concluyó el autor de Cómo vivir en vano, su más reciente novela.
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Con respecto al caso de Miguel Ángel López, su posición fue publicada por medio de su perfil de Facebook, en el que aseguró que no estaba sufriendo ningún tipo de abuso: “Saludo cordialmente a todas aquellas personas que han mostrado su interés y apoyo por mi relato, pero no lo malinterpreten: no es mi caso y quiénes me conocen pueden acreditarlo... Mi madre es una hermosa administradora de empresas soltera, que siempre ha velado por mi bienestar en compañía de mis abuelos... Es linda la preocupación, pero es solo un relato de una sociedad que le aqueja el abuso. Gracias a todos”.
Por su parte, Comfama, organizador de este evento en Medellín, no se pronunció con respecto al caso en mención. La institución explicó que se trata de un concurso de cuentos breves que, en 100 palabras, invita a relatar la vida de los municipios del Valle de Aburrá.
Autoridades como la Alcaldía de Medellín, más específicamente la Secretaría de Seguridad y la Policía, fueron consultadas por este medio, y aunque un funcionario aseguró que el caso se revisó, no hubo una respuesta concreta con respecto al tratamiento del hecho.