Medellín en retrospectiva
Con la exposición MEDELLÍN/ES 70, 80, 90. Memorias por contar, el Museo Casa de la Memoria busca ofrecer un recorrido por los procesos sociales, culturales y políticos que transformaron a la ciudad en las últimas décadas del siglo XX.
Andrés Osorio Guillott
Transiciones de lo rural a lo urbano, esfuerzos por una visión metropolitana del espacio, fortalecimiento de economías ilegales que derivarían en negocios del narcotráfico, irrupción y propagación de una cultura de la guerra y las drogas, resistencia a la violencia y avistamiento de nuevos movimientos sociales y culturales hacen parte de un proceso arduo y prolongado que crearía distintas ciudades y diversas sociedades en un mismo territorio.
Con la pregunta “¿Qué Medellín o Medellines habitamos, vemos, sufrimos, recordamos y vivimos?”, se abre un espacio de discusión, reflexión y reconocimiento del espacio-territorio como lugar en el que nos identificamos individual y colectivamente; y del tiempo situado en éste como devenir de múltiples procesos que nos han determinado y en el que hemos participado como ciudadanos que construyen y redefinen el concepto y modelo de ciudad.
La ciudad de ‘La eterna primavera’, aquella que ha resistido a los prejuicios sembrados por el narcotráfico y los focos de violencia entre el Estado y grupos paramilitares, ha logrado florecer por su desarrollo y por sus habitantes que son el símbolo de la pujanza y el emprendimiento. Situándose en lo cotidiano, la exposición busca rastrear desde varias perspectivas y voces aquellas historias y testimonios que guardan la historia de una ciudad que vive en constante metamorfosis entre sus calles y su gente. Así, la plataforma cultural busca incentivar en los ciudadanos un re-conocimiento de los relatos, las remembranzas, las secuelas y las huellas de procesos migratorios de grandes proporciones y extenuantes momentos en los que el terror se convirtió en la plaga que acaecería sobre la ciudad cuando el narcotráfico se incrustó en su cultura y se vendió como una salida fácil ante la falta de oportunidades laborales y educativas en distintos núcleos urbanos que conformaban -o conforman- las distintas Medellines.
Teniendo en cuenta el carácter participativo de los ciudadanos y la conexión de estos con su territorio, la exposición resalta la importancia de reunir voces que provengan de distintos espacios, profesiones, épocas y contextos, pues si bien esto no garantiza que la lectura de la historia sea exacta, sí garantiza una visión de la ciudad que no se basa en hegemonías y que procura ser imparcial e incluyente.
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La exposición muestra entonces a las décadas de 1970, 1980 y 1990 como épocas determinantes y cruciales en la concepción de la Medellín actual. Así, cada década se divide en tres elementos que reconstruyen y simbolizan los procesos que desencadenaron en nuevos movimientos y nuevos modos de actuar de la ciudadanía. La incapacidad del Estado de garantizarle los derechos a los habitantes y el uso exacerbado del poder para reprimir focos de resistencia y protesta causaron la creación de tres fenómenos sociales que continuarían desarrollándose a través de los años y mutarían en el tiempo y en los mismos habitantes. En la década de 1970, se muestra La irrupción del narcotráfico por la demanda y el consumo de drogas; la Liberación del pensamiento provocada por movimientos estudiantiles a lo largo del país y por la construcción de espacios artísticos como teatros y galerías que simbolizaban emancipación y resistencia; junto a la oleada de personas que migraban a Medellín de manera exacerbada suscitaron una Transformación urbana que tardó varios años en hallar su equilibrio.
En la década de 1980, la violencia encrudecería la capital de Antioquia. El narcotráfico no solo se iba a convertir en una importante fuente de ingresos, también se mostraría como uno de los agentes más fuertes del conflicto armado en Colombia. Los secuestros aumentaron y las luchas por las tierras y los cultivos de droga agudizarían los enfrentamientos entre guerrillas, paramilitares, Estado y narcos. La segregación social y económica, que se veía representada en el desempleo y aumento de la pobreza, sería uno de los efectos que terminarían por alimentar las filas del narcotráfico, pues los jóvenes, que vivían en estados precarios y de desamparo por el abandono de sus familias y de las instituciones del Estado, encontraría en el sicariato y el microtráfico el negocio redondo para ganar dinero de manera inmediata y ganarse la confianza de quienes se tomaron el poder del territorio a través de las armas y el dinero. Los escuadrones de la muerte y la proliferación de la violencia como solución a todo pondría en riesgo a la población y situaba a Medellín como una ciudad con una profunda crisis social. Sin embargo, pese al poder del narcotráfico y su capacidad de permear todos los ámbitos y contextos, la ciudad avanzaría en el desarrollo urbano, adquiriendo un horizonte más claro y consistente en su modelo de metrópoli. La inauguración del Aeropuerto Internacional José María Córdova, el Centro Administrativo la Alpujarra, la Terminal de Transportes del Norte y la firma del contrato para la construcción del Metro de Medellín, hablarían de los avances en materia de infraestructura para la ciudad.
La década de 1990 no iniciaba de la mejor manera para la capital antioqueña. Tras 6.809 homicidios en 1991, Medellín sería considerada como la ciudad más violenta del mundo. La creación de grupos paramilitares en el casco urbano y el narcotráfico gozando de un poderío mayor al del propio Estado llevaría a la violencia a la cúspide. La persecución a líderes sociales y políticos que exigían vientos de paz y justicia contra la corrupción y la narcoparamilitarismo provocarían más muertes y, por ende, mayor terror y menores garantías para los activistas y personas comprometidas por la sanación de la sociedad. No obstante, como seguía sucediendo en los años anteriores, y paralelamente a las problemáticas sociales derivadas de la guerra, Medellín sufría cambios y procesos de restauración cultural y de progreso como ciudad. La inauguración del Metro , del Área Metropolitana, los Núcleos de Vida Ciudadana y la creación de espacios y escenarios artísticos como El Festival Internacional de Poesía, La Mesa de Trabajo por la Vida, el Proyecto Colombia Nunca más, la Piel de la Memoria, entre otros espacios, abrieron la posibilidad de hacer resistencia y de construir paz y esperanza en las juventudes y las generaciones que habían sido marcadas por una cultura tosca, inmediatista y violenta que había sido promovida por el narcotráfico.
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Desde los más expertos en temas de cultura, humanidades, política y sociedad, hasta ciudadanos que fueron testigos en todos los ámbitos de los sucesos que se narran en esta exposición, ayudaron a reconstruir la historia de Medellín que, indudablemente, fue un espejo de la situación que se vivía en otros sectores del país donde el Estado se vio incapaz de solucionar la segregación social y la presencia de la violencia en las raíces del territorio. La participación colectiva de los habitantes en el re-conocimiento de su historia y el ejercicio de comprensión desde lo individual para construir la noción de comunidad, ayuda a generar la importancia de partir nuestra historia para consolidar las bases de aquello que entendemos por identidad y que desencadena escenarios de cooperación en pro de un desarrollo integral de la sociedad partiendo de lo cultural.
Transiciones de lo rural a lo urbano, esfuerzos por una visión metropolitana del espacio, fortalecimiento de economías ilegales que derivarían en negocios del narcotráfico, irrupción y propagación de una cultura de la guerra y las drogas, resistencia a la violencia y avistamiento de nuevos movimientos sociales y culturales hacen parte de un proceso arduo y prolongado que crearía distintas ciudades y diversas sociedades en un mismo territorio.
Con la pregunta “¿Qué Medellín o Medellines habitamos, vemos, sufrimos, recordamos y vivimos?”, se abre un espacio de discusión, reflexión y reconocimiento del espacio-territorio como lugar en el que nos identificamos individual y colectivamente; y del tiempo situado en éste como devenir de múltiples procesos que nos han determinado y en el que hemos participado como ciudadanos que construyen y redefinen el concepto y modelo de ciudad.
La ciudad de ‘La eterna primavera’, aquella que ha resistido a los prejuicios sembrados por el narcotráfico y los focos de violencia entre el Estado y grupos paramilitares, ha logrado florecer por su desarrollo y por sus habitantes que son el símbolo de la pujanza y el emprendimiento. Situándose en lo cotidiano, la exposición busca rastrear desde varias perspectivas y voces aquellas historias y testimonios que guardan la historia de una ciudad que vive en constante metamorfosis entre sus calles y su gente. Así, la plataforma cultural busca incentivar en los ciudadanos un re-conocimiento de los relatos, las remembranzas, las secuelas y las huellas de procesos migratorios de grandes proporciones y extenuantes momentos en los que el terror se convirtió en la plaga que acaecería sobre la ciudad cuando el narcotráfico se incrustó en su cultura y se vendió como una salida fácil ante la falta de oportunidades laborales y educativas en distintos núcleos urbanos que conformaban -o conforman- las distintas Medellines.
Teniendo en cuenta el carácter participativo de los ciudadanos y la conexión de estos con su territorio, la exposición resalta la importancia de reunir voces que provengan de distintos espacios, profesiones, épocas y contextos, pues si bien esto no garantiza que la lectura de la historia sea exacta, sí garantiza una visión de la ciudad que no se basa en hegemonías y que procura ser imparcial e incluyente.
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La exposición muestra entonces a las décadas de 1970, 1980 y 1990 como épocas determinantes y cruciales en la concepción de la Medellín actual. Así, cada década se divide en tres elementos que reconstruyen y simbolizan los procesos que desencadenaron en nuevos movimientos y nuevos modos de actuar de la ciudadanía. La incapacidad del Estado de garantizarle los derechos a los habitantes y el uso exacerbado del poder para reprimir focos de resistencia y protesta causaron la creación de tres fenómenos sociales que continuarían desarrollándose a través de los años y mutarían en el tiempo y en los mismos habitantes. En la década de 1970, se muestra La irrupción del narcotráfico por la demanda y el consumo de drogas; la Liberación del pensamiento provocada por movimientos estudiantiles a lo largo del país y por la construcción de espacios artísticos como teatros y galerías que simbolizaban emancipación y resistencia; junto a la oleada de personas que migraban a Medellín de manera exacerbada suscitaron una Transformación urbana que tardó varios años en hallar su equilibrio.
En la década de 1980, la violencia encrudecería la capital de Antioquia. El narcotráfico no solo se iba a convertir en una importante fuente de ingresos, también se mostraría como uno de los agentes más fuertes del conflicto armado en Colombia. Los secuestros aumentaron y las luchas por las tierras y los cultivos de droga agudizarían los enfrentamientos entre guerrillas, paramilitares, Estado y narcos. La segregación social y económica, que se veía representada en el desempleo y aumento de la pobreza, sería uno de los efectos que terminarían por alimentar las filas del narcotráfico, pues los jóvenes, que vivían en estados precarios y de desamparo por el abandono de sus familias y de las instituciones del Estado, encontraría en el sicariato y el microtráfico el negocio redondo para ganar dinero de manera inmediata y ganarse la confianza de quienes se tomaron el poder del territorio a través de las armas y el dinero. Los escuadrones de la muerte y la proliferación de la violencia como solución a todo pondría en riesgo a la población y situaba a Medellín como una ciudad con una profunda crisis social. Sin embargo, pese al poder del narcotráfico y su capacidad de permear todos los ámbitos y contextos, la ciudad avanzaría en el desarrollo urbano, adquiriendo un horizonte más claro y consistente en su modelo de metrópoli. La inauguración del Aeropuerto Internacional José María Córdova, el Centro Administrativo la Alpujarra, la Terminal de Transportes del Norte y la firma del contrato para la construcción del Metro de Medellín, hablarían de los avances en materia de infraestructura para la ciudad.
La década de 1990 no iniciaba de la mejor manera para la capital antioqueña. Tras 6.809 homicidios en 1991, Medellín sería considerada como la ciudad más violenta del mundo. La creación de grupos paramilitares en el casco urbano y el narcotráfico gozando de un poderío mayor al del propio Estado llevaría a la violencia a la cúspide. La persecución a líderes sociales y políticos que exigían vientos de paz y justicia contra la corrupción y la narcoparamilitarismo provocarían más muertes y, por ende, mayor terror y menores garantías para los activistas y personas comprometidas por la sanación de la sociedad. No obstante, como seguía sucediendo en los años anteriores, y paralelamente a las problemáticas sociales derivadas de la guerra, Medellín sufría cambios y procesos de restauración cultural y de progreso como ciudad. La inauguración del Metro , del Área Metropolitana, los Núcleos de Vida Ciudadana y la creación de espacios y escenarios artísticos como El Festival Internacional de Poesía, La Mesa de Trabajo por la Vida, el Proyecto Colombia Nunca más, la Piel de la Memoria, entre otros espacios, abrieron la posibilidad de hacer resistencia y de construir paz y esperanza en las juventudes y las generaciones que habían sido marcadas por una cultura tosca, inmediatista y violenta que había sido promovida por el narcotráfico.
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Desde los más expertos en temas de cultura, humanidades, política y sociedad, hasta ciudadanos que fueron testigos en todos los ámbitos de los sucesos que se narran en esta exposición, ayudaron a reconstruir la historia de Medellín que, indudablemente, fue un espejo de la situación que se vivía en otros sectores del país donde el Estado se vio incapaz de solucionar la segregación social y la presencia de la violencia en las raíces del territorio. La participación colectiva de los habitantes en el re-conocimiento de su historia y el ejercicio de comprensión desde lo individual para construir la noción de comunidad, ayuda a generar la importancia de partir nuestra historia para consolidar las bases de aquello que entendemos por identidad y que desencadena escenarios de cooperación en pro de un desarrollo integral de la sociedad partiendo de lo cultural.