Meira del Mar: más allá de la contemplación
Hoy, cuando la poeta cumpliría 100 años, recordamos su legado en la cultura barranquillera y sus versos que, aunque cargados de amor y naturaleza, también tuvieron tintes políticos.
Daniela Cristancho
“Te rompieron la infancia, Leyla Kháled. / Lo mismo que una espiga / o el tallo de una flor, / te rompieron / los años del asombro y la ternura, / y asolaron la puerta de tu casa / para que entrara el viento del exilio”. Así comienza la “Elegía de Leyla Kháled”, el poema escrito por Meira Delmar, la barranquillera que hoy cumpliría cien años. Y es que la historia de Kháled, la guerrillera palestina, es fundamental para entender a la poeta en otras dimensiones, esas que trascienden sus versos devotos al amor, el desamor y la naturaleza. Dos vidas que, guardadas las distancias, contienen elementos de desarraigo de los territorios de Oriente Medio. Kháled, quien había huido al Líbano con su familia tras la ocupación israelí en Haifa, se unió pronto al movimiento que eventualmente se llamó el Frente Popular para la Liberación de Palestina. En 1969, fue parte del secuestro de un vuelo que se dirigía de Roma a Atenas y le indicó al piloto que sobrevolara la tierra que la vio nacer, a la que no pudo regresar, y que hoy los mapas llaman Israel. “La patria a cuestas, / la patria convertida en el recuerdo / de un sitio que borraron de los mapas, / y dolía más hondo cada hora, / y volvía más / triste del silencio, / y gritaba más fuerte en el castigo”, escribió Olga Isabel Chams Eljach, conocida como Meira Delmar. “Leyla Kháled, / oveja en loba convertida, rosa / de dulce tacto en muerte transformada”.
“El Líbano lo llevamos en la sangre. Como a los diez años ellos viajaron allá. Tenían la intención de matricular a mi papá, William Chams, que ya tenía como 16 años, en la Universidad de Beirut”, me cuenta Ricardo Chams, sobrino de la poeta y director de la Fundación Meira Delmar, sobre el viaje que realizó la autora con su familia al país de su ascendencia. “Pero eso se cruzó con la crisis de los años 30, entonces les tocó regresar después de cuatro o cinco meses y el recuerdo de eso perduró en ella toda la vida”. En varios de sus poemas se encuentra la palabra bled, que en árabe quiere decir “la patria” o “la tierra natal”.
Le invitamos a leer: Pisar La Cueva, un acto de justicia poética para Meira Delmar (Tras bambalinas)
De aquel viaje, Julián E. Chams, el padre de Meira, llegó con un baúl lleno de libros en árabe, un idioma que la familia hablaba pero no leía ni escribía. “Pero había nacido una afectividad por los libaneses, los palestinos, los sirios. Entonces hubo un momento en que una dirigente de un grupo palestino llamó a Meira a comentarle que Leyla Kháled estaba en Barranquilla, que había venido oculta. Ella se conmovió mucho con esta noticia y quiso hablar con ella, pero cuando trataron de que se reunieran, Leyla ya se había ido. Eso le dio muy fuerte y fue cuando escribió la elegía”.
“Meira pone en valor las migraciones y cómo la migración da riqueza a las sociedades”, afirma Carolina Ethel, directora de la Fundación La Cueva, que se ha encargado de la celebración por el centenario de la poeta. “Con Meira reconocemos que esa gran migración árabe que llegó a finales del siglo XIX y comienzos del XX por Puerto Colombia contribuyó a nuestra cultura, a nuestra gastronomía, a la economía. Los barranquilleros somos muy conscientes de que ella celebraba muchísimo sus raíces árabes, su mar Mediterráneo, pero era una barranquillera de pura cepa”.
El legado de Meira Delmar a Barranquilla y su cultura no se reduce únicamente a la reivindicación de aquellos que migran y hacen su hogar de tierras extranjeras. La poeta se hizo una gestora cultural por excelencia. “Esta ciudad tiene un teatro también gracias a Meira Delmar”, cuenta Ethel. La Biblioteca Departamental, donde fue directora por 36 años, ahora lleva su nombre. “Fue una gran impulsora de la lectura, la creación. Hicieron una fundación que se llamaba Pro-Cultura del Caribe, que buscaba incentivar a los creadores locales con un reconocimiento que les permitiera seguir creando”.
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La pasión por las artes y las letras de Meira Delmar se extendió al espacio físico. “Aquí en la casa vivíamos todo eso. Todas las noches la veíamos salir bien vestida a una obra, una exposición, un concierto. Siempre tenía algo que hacer por la parte cultural”, cuenta Ricardo Chams, quien continúa viviendo en la casa que fue hogar de la poeta. En su memoria los recuerdos de la vida cultural se mezclan con la familiar. No eran una familia muy grande, pero sí muy unida, y Meira Delmar se encargaba de que todo el que pisara aquella casa se sintiera bienvenido. Así lo hizo tantas veces con su amigo Gabriel García Márquez. “Le encanta la comida árabe, y en mi cocina nunca falta”, dijo sobre las visitas del escritor en una entrevista para El País, en el que fue su último viaje a España.
Chams y Ethel la recuerdan como una mujer dulce y una gran anfitriona. El primero, que llamaba a Meira Delmar “tía Cuqui”, cuenta que también fue profesora del colegio de Sagrado Corazón y que traía el rol de educadora a la casa, donde exigía que sus sobrinos se sentaran adecuadamente, hicieran sus tareas y agarraran bien los cubiertos. En 1970, cuando Ricardo Chams se fue a estudiar a Barcelona, añoraba leer las palabras de su tía. “Sus cartas mensuales fueron un alimento espiritual ante la soledad. Ansiaba que llegaran. Llenaban de ánimo, de vida, de recuerdos. Ella siempre hacía mención a la naturaleza, que tanto la conmovía. Las flores, los árboles, el cielo, las tormentas. Y yo sentía todo eso en sus cartas”.
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Tras leer el poema “Secreta isla”, de Meira Delmar, Gabriel García Márquez halló una cualidad esencial en aquellos versos: “Una cualidad que no califico, que no adjetivo, pero que resulta tan protuberante, que el lector menos iniciado puede advertir. Dejo esta apreciación a la deriva hasta cuando corresponda el turno a alguien que tenga el suficiente crédito literario, para decir de Meira Delmar todo lo que callo por temor a que se confunda con un engañoso reflejo de la sincera amistad, de la gratitud o de la ignorancia”.
“Te rompieron la infancia, Leyla Kháled. / Lo mismo que una espiga / o el tallo de una flor, / te rompieron / los años del asombro y la ternura, / y asolaron la puerta de tu casa / para que entrara el viento del exilio”. Así comienza la “Elegía de Leyla Kháled”, el poema escrito por Meira Delmar, la barranquillera que hoy cumpliría cien años. Y es que la historia de Kháled, la guerrillera palestina, es fundamental para entender a la poeta en otras dimensiones, esas que trascienden sus versos devotos al amor, el desamor y la naturaleza. Dos vidas que, guardadas las distancias, contienen elementos de desarraigo de los territorios de Oriente Medio. Kháled, quien había huido al Líbano con su familia tras la ocupación israelí en Haifa, se unió pronto al movimiento que eventualmente se llamó el Frente Popular para la Liberación de Palestina. En 1969, fue parte del secuestro de un vuelo que se dirigía de Roma a Atenas y le indicó al piloto que sobrevolara la tierra que la vio nacer, a la que no pudo regresar, y que hoy los mapas llaman Israel. “La patria a cuestas, / la patria convertida en el recuerdo / de un sitio que borraron de los mapas, / y dolía más hondo cada hora, / y volvía más / triste del silencio, / y gritaba más fuerte en el castigo”, escribió Olga Isabel Chams Eljach, conocida como Meira Delmar. “Leyla Kháled, / oveja en loba convertida, rosa / de dulce tacto en muerte transformada”.
“El Líbano lo llevamos en la sangre. Como a los diez años ellos viajaron allá. Tenían la intención de matricular a mi papá, William Chams, que ya tenía como 16 años, en la Universidad de Beirut”, me cuenta Ricardo Chams, sobrino de la poeta y director de la Fundación Meira Delmar, sobre el viaje que realizó la autora con su familia al país de su ascendencia. “Pero eso se cruzó con la crisis de los años 30, entonces les tocó regresar después de cuatro o cinco meses y el recuerdo de eso perduró en ella toda la vida”. En varios de sus poemas se encuentra la palabra bled, que en árabe quiere decir “la patria” o “la tierra natal”.
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De aquel viaje, Julián E. Chams, el padre de Meira, llegó con un baúl lleno de libros en árabe, un idioma que la familia hablaba pero no leía ni escribía. “Pero había nacido una afectividad por los libaneses, los palestinos, los sirios. Entonces hubo un momento en que una dirigente de un grupo palestino llamó a Meira a comentarle que Leyla Kháled estaba en Barranquilla, que había venido oculta. Ella se conmovió mucho con esta noticia y quiso hablar con ella, pero cuando trataron de que se reunieran, Leyla ya se había ido. Eso le dio muy fuerte y fue cuando escribió la elegía”.
“Meira pone en valor las migraciones y cómo la migración da riqueza a las sociedades”, afirma Carolina Ethel, directora de la Fundación La Cueva, que se ha encargado de la celebración por el centenario de la poeta. “Con Meira reconocemos que esa gran migración árabe que llegó a finales del siglo XIX y comienzos del XX por Puerto Colombia contribuyó a nuestra cultura, a nuestra gastronomía, a la economía. Los barranquilleros somos muy conscientes de que ella celebraba muchísimo sus raíces árabes, su mar Mediterráneo, pero era una barranquillera de pura cepa”.
El legado de Meira Delmar a Barranquilla y su cultura no se reduce únicamente a la reivindicación de aquellos que migran y hacen su hogar de tierras extranjeras. La poeta se hizo una gestora cultural por excelencia. “Esta ciudad tiene un teatro también gracias a Meira Delmar”, cuenta Ethel. La Biblioteca Departamental, donde fue directora por 36 años, ahora lleva su nombre. “Fue una gran impulsora de la lectura, la creación. Hicieron una fundación que se llamaba Pro-Cultura del Caribe, que buscaba incentivar a los creadores locales con un reconocimiento que les permitiera seguir creando”.
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Chams y Ethel la recuerdan como una mujer dulce y una gran anfitriona. El primero, que llamaba a Meira Delmar “tía Cuqui”, cuenta que también fue profesora del colegio de Sagrado Corazón y que traía el rol de educadora a la casa, donde exigía que sus sobrinos se sentaran adecuadamente, hicieran sus tareas y agarraran bien los cubiertos. En 1970, cuando Ricardo Chams se fue a estudiar a Barcelona, añoraba leer las palabras de su tía. “Sus cartas mensuales fueron un alimento espiritual ante la soledad. Ansiaba que llegaran. Llenaban de ánimo, de vida, de recuerdos. Ella siempre hacía mención a la naturaleza, que tanto la conmovía. Las flores, los árboles, el cielo, las tormentas. Y yo sentía todo eso en sus cartas”.
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