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Una niña de cinco años es encerrada en una habitación de un barrio al sur de Bogotá. Cada mañana llega una mujer que le abre la puerta para que vacíe el orinal que ha llenado durante la noche en un lote baldío. Vuelve al encierro, por el resto del día. La niña y su hermana mayor y un niño pasan el tiempo con hambre, sin agua, sin luz, sucios. La niña no sabe quién es la mujer ni su madre ni su padre: no tiene cómo explicar lo que padece. No sabe que es huérfana. Años después, internada en un convento , conocerá los golpes de dios: el pecado, el infierno, el castigo. La niña luego se volvió pintora y, aunque aprendió a leer y a escribir tarde, era una veterana de las cartas. La primera vez que Emma Reyes expuso su dolor de infancia fue el 28 de abril de 1969, cuando le envió al historiador Germán Arciniegas la primera de las 23 cartas que componen "Memoria por correspondencia". (Ver aquí nuestro especial de la Feria del Libro de Bogotá)
La historia de ese personaje anónimo fue lanzada hace cuatro años en una Feria del Libro por la editorial independiente Laguna Libros. Hoy completa su quinta edición en Colombia: 17.000 copias vendidas; la semana pasada se publicó su edición brasilera; es uno de los libros extranjeros más vendidos en Israel; le dio luz a Laguna Libros para inaugurar su colección de crónica: ellos se ajustaron al libro y no al revés, como sucede siempre; ahora estará en la colección Penguin Classics, de Penguin Random House, junto a "Cien años de soledad", "El amor en los tiempos del cólera" y "¡Que viva la música!" Es la primera vez que un libro colombiano de publicación tan reciente entra en esa colección.
¿Qué nos deja "Memoria por correspondencia"? ¿Por qué el testimonio de una pintora fue más leído que algunos estrenos de nuestras vacas sagradas de la literatura? “Emma nos enseña a recordar el dolor sin odio”, dice Felipe González, editor del libro. "Cuando ella sale de su encierro no está llena de odio sino de curiosidad: viaja por Latinoamérica, se casa con un escultor, gana una beca para estudiar en París (…)", dice Leila Guerriero, que escribió el prólogo para la edición española. Reyes tomó distancia de su propio dolor y tomó otra decisión: contó con chispa sus pesadillas. Sabía que si reía el mundo entero reiría con ella, y que si lloraba, estaría todavía más sola.