“Mera vuelta”

El Museo de Arte Moderno de Medellín tiene abierta la exposición “La vuelta”, que exhibe una revisión de la producción audiovisual del país.

Daniel Grajales
31 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
 Naturaleza-cultura, lugar-territorio, identidad-representación e historia-memoria son los ejes temáticos que atraviesan la exposición “La vuelta”. / Cortesía
Naturaleza-cultura, lugar-territorio, identidad-representación e historia-memoria son los ejes temáticos que atraviesan la exposición “La vuelta”. / Cortesía
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“Mera vuelta” es una expresión popular usada en Medellín. Quiere decir algo así como sorpresa, como problema, como extrañeza, lo que resulta preciso para ver, con ojo crítico, la exposición “La vuelta”, abierta al público hace pocas semanas en el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), la cual irá hasta el domingo 17 de febrero.

Lo primero es contextualizar sobre la llegada de la exposición a la capital antioqueña: resulta que esta fue una de las exposiciones comisionadas durante el año cruzado Colombia-Francia (2017), que se muestra en el país después de haber estado en la ciudad francesa de Arles. Ello responde al cuestionamiento de algunos críticos, quienes apuntan que la muestra sobreexplica la producción nacional, siendo repetitiva en artistas, tensiones y reflexiones.

Veamos bien. Son 26 los artistas nacionales que pueden conocerse al recorrer la muestra, dispuesta en la nave central del MAMM y sus salas de Fundiciones, en una curaduría que plantea “cómo los artistas contemporáneos que emplean la fotografía y sus formas expandidas perciben y experimentan los variados y cambiantes paisajes culturales, sociales y políticos en un país marcado por una historia de 60 años de conflicto armado”. La dificultad resulta en que en Medellín algunos de esos artistas ya han sido explorados y reexplorados, como es el caso del gran maestro Óscar Muñoz, internacionalmente conocido, premiado y alabado, de quien por suerte la ciudad ya tuvo mucho, como la exposición de su trayectoria en el Museo de Antioquia.

Carolina Caycedo ya había sido incluida en muestras colectivas en el MAMM, así como es el caso de la maestra Beatriz González, ícono del arte nacional. Miguel Ángel Rojas no ha sido esquivo a los museos de Medellín, mucho menos su galerista Catalina Casas, quien aparentemente tiene una relación cercana al Museo de Arte Moderno, porque constantemente los artistas que representa cuelgan obra allí.

Pero realmente la crítica no va a esto. Si bien las curadoras de la exposición Carolina Ponce de León y Sam Stourdzé no tuvieron una labor fácil cuando decidieron tal objetivo para el proyecto, parece que este se ha quedado corto al ser reexpuesto en el MAMM, como lo evidencia la museografía que deja bastante espacio vacío en la Nave Central, donde apenas un par de obras, entre ellas una serie de videos montados en televisores con soportes de pie, dan idea de que fue mucho el espacio y pudo haber sido más contenida.

En otro aspecto en el que falla la puesta en común de lo llevado a Arles en el MAMM es en cómo esas microexposiciones, si es que así nos permite el mundo del arte llamar a las pequeñas curadurías de artistas colombianos que se permite la exposición, se quedan cortas para explicar lo que, según el Museo, es un panorama de la producción audiovisual que vivió un país en guerra. Cabe corregir al sitio web del MAMM, donde dice que son 26 artistas y fotógrafos, porque si los fotógrafos no son artistas, entonces qué son.

Ahondando en ello, podría decirse que en el relato que propone la muestra hacen falta historias fundamentales para entender de qué manera lo audiovisual ha narrado horrores y bellezas de la guerra. Paremos, esta no es una exposición de fotografía como algunos han compartido en sus redes sociales, también hay videos, algunos demasiado espaciados como la sala únicamente dedicada a la maestra Clemencia Echeverri, en el que un río, su sonido agobiante y la climatización hacen dar frío y sentirse pequeño y débil ante su cauce.

Es la fotografía de Jesús Abad Colorado una de las mayormente enfocadas en contar el conflicto, así como la del maestro Henry Agudelo, pero no están. Libia Posada ha relatado incansablemente detalles relacionadas con el cuerpo y el curar que bien encajarían. Y habría más, porque siempre a la hora de señalar aparece quién.

No es el fin de este escrito criticar. La exposición merece el tiempo de los ciudadanos de Medellín. Tanto tiempo, como dos horas, para verla con calma, porque cada detalle requiere ver y volver a ver. Debe abonárseles a las curadoras cómo van de técnicas y formatos variados a reflexiones fundamentales, como la del tiempo, la memoria y el cuerpo. Encontrarse con trabajos como el de María Fernanda Cardoso es refrescante en una capital antioqueña que poco ha apreciado sus obras. Lo mismo con la maestra María Elvira Escallón, cuyos señalamientos a través de espacios apenas congelados en el tiempo por un vidrio proponen una reflexión básica sobre el pasar de los minutos, el patrimonio y el olvido.

Tal es la pertinencia de la selección, que la ciudad puede ver, por fin, la manera en que Jaime Ávila se burla de la construcción de una mafia local que cada día va tomando más aprobación oficial y extraoficial, como la falsificación de marca. Juan Fernando Herrán llega para dar luces de la velocidad y los paisajes urbanos, con su serie “Modalidades de vuelo”.

El género, el tema de moda, que Ponce de León ya trató con maestría en Arte Cámara, llevando más mujeres que hombres por primera vez a la Feria ArtBo, está presente con fotografías de prostitutas, de afeminaciones, de esquinas vitales para entender la diversidad. Llama la atención que Liliana Angulo y su relato de lo afro y lo femenino, eso de lo “devenir negra”, por fin lleguen al MAMM, diciendo cómo esta mujer ha visto la condición femenina en el país, algo estudiado mejor por Sol Astrid Giraldo, que bien puede usted googlear.

Acierto es que en la ciudad de la “plata y plomo” se exhiba lo que ha producido el maestro Edwin Mauricio Sánchez, quien usa las armas conseguidas en los guetos como excusa para preguntarle a esta sociedad: ¿hasta cuándo va a delinquir?, haciendo de lo visual una manera de compromiso ciudadano.

Por Daniel Grajales

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